El elegante y macabro médico que mató tantas prostitutas como Jack el Destripador… pero no fue leyenda

Sus armas letales fueron los venenos y la seducción: la contrapartida de las sombras que envolvieron al famoso asesino serial

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Thomas Neill Cream nació en Escocia pero se crió en Canadá, donde se recibió de médico y empezó su saga criminal.
Thomas Neill Cream nació en Escocia pero se crió en Canadá, donde se recibió de médico y empezó su saga criminal.

Londres, 15 de noviembre de 1892, patíbulo de la prisión de Newgate. La soga fatal ya ciñe el cuello del médico Thomas Neill Cream, de 42 años, condenado a muerte por el asesinato con veneno de cinco prostitutas. En el minuto final, grita:
–I´m Jack…!
Pero la trampa se abre antes de que termine la confesión, y sólo se oye el breve y estremecedor "¡crac! de su cuello al partirse.

Los testigos no tienen duda acerca de la frase trunca: faltaba "the ripper".

Y también de la última burla del envenenador de Lambeth: adjudicarse la identidad del hombre que aterrorizó al barrio londinense de Whitechapel al matar, entre el viernes 31 de agosto y el viernes 9 de noviembre de 1888, a cinco prostitutas acuchillando bestialmente sus cuerpos… Su marca de psicópata: cortes en la garganta, vientre abierto, útero riñones y músculos del abdomen extirpados, mutilaciones en la cara, y en un caso, extirpación del corazón.

¿Su leyenda? perdido en las sombras de la noche, jamás fue identificado (N. de la R.: su sangriento raid está a punto de cumplir 130 años).

En cambio, todo se sabe sobre la vida y los crímenes del insólito ahorcado en New Gate: el médico, caballero, elegante y locuaz doctor Thomas Neill Cream, nacido en Glasgow, Escocia, el 27 de mayo de 1850, y criado en el Canadá desde sus cuatro años por mudanza de sus padres.

Pasó por la Universidad McGill de Montreal, se graduó allí como doctor en medicina –su tesis nada casual fue sobre el cloroformo…–, y calificó como cirujano en Edimburgo.

Hasta ahí, nada extraño… hasta 1876, cuando se casó –obligado– con Flora Brooks luego de embarazarla y casi matarla durante el aborto: una práctica que en el futuro, lo mismo que su dominio de los venenos y sus efectos, marcarían su abominable paso por el mundo…

Flora murió de consunción (cansancio y delgadez extremos) un año más tarde, y Thomas fue acusado de abandono, pero nadie pudo probarlo.
Agosto de 1879. La camarera Kate Rutchinson–Gardener, fugaz amante de Thomas y embarazada, muere en un callejón muy cercano al consultorio de su pareja. Causa: paro respiratorio por sobredosis de cloroformo. Todo apunta a Thomas, quien a su vez acosa (y acusa) a un poderoso empresario. Pero la mano de naipe le llega torcida: con cargos de asesinato y chantaje.

Hora de volar…

Agosto de 1880 lo encuentra en Chicago, con consultorio muy cerca del Barrio Rojo, el bastión de las putas. Thomas se ocupa de hacer correr la voz: atiende a prostitutas por infecciones propias del oficio… y practica abortos.  Diciembre de ese mismo año. Una joven paciente del providencial doctor, Mary Stack, muere después de tomar un brebaje recetado por éste, que repite un truco ya ensayado un par de veces, y que continuará: acusa al farmacéutico de entregarle un preparado erróneo, y afirma que esa dosis excesiva causó la muerte…

Muy poco después, la policía lo detiene como sospechoso de la muerte de Julia Faulkner, de 19 años, luego de un aborto. Pero Thomas ha llevado el cadáver a la cabaña de una negra. Interrogada, no se atreve a declarar contra él, y lo liberan.

Va más allá en sus planes. Al nacer 1881 publica anuncios recomendando un remedio de su invención para combatir los ataques de epilepsia. Su primer cliente es el ferroviario de 66 años Daniel Scott, que llega al consultorio con su mujer, Julia, más joven –30 años–, bella, y de armas tomar. Dos días después va sola al consultorio, y empieza "una grosera ruptura de la fidelidad conyugal", según la descripción del fiscal durante el juicio contra Thomas por sospecha de asesinato: Scott murió el 14 de junio entre horribles convulsiones después de tomar la pócima, que su mujer retiraba del consultorio como excusa para acostarse con Thomas.

Neill seducía a sus víctimas y las iba asesinando con estricnina.
Neill seducía a sus víctimas y las iba asesinando con estricnina.

Exhumado el cadáver, se encontró estricnina, un veneno potentísimo.
El 23 de septiembre, después de un juicio en el que intentó derivar su culpa a su amante, fue declarado culpable de homicidio en segundo grado: cadena perpetua en lugar de pena de muerte.

Destino: la prisión de Joliet. Recluso número 4374.

Pero la cadena perpetua… ¡duró apenas diez años!

Fue liberado en julio de 1891 después de una larga batalla: pedidos revisión de sentencia y –se dijo– sobornos pagados por el hermano de Thomas.

No tardó en cobrar la herencia de su padre, muerto cuatro años antes, y se embarcó rumbo a Inglaterra. Llegó el primer día de octubre de 1891, y ya en Londres alquiló una casa en el 103 de Lambeth Palace Road: un barrio pobre, sucio, y poblado por rateros, estafadores y putas: el submundo en el que mejor se movía.

Y entre el 13 de octubre de 1891 y el 11 de abril de 1892… ¡tropel de crímenes!

Ellen Donwort, prostituta, 19 años, envenenada con estricnina.

Matilde Clover, prostituta, 27 años, muerta, al parecer, por alcoholismo. Pero Thomas chantajeó a un prestigioso médico (William Broadbent), acusándolo de envenenarla y pidiendo una alta suma. Fracaso: el médico envió la carta a Scotland Yard, y la audacia de Thomas se llamó a silencio…
Pero la autopsia reveló, una vez más, estricnina.

Neill murió en la horca el 15 de noviembre de 1892.
Neill murió en la horca el 15 de noviembre de 1892.

Reaparecido en abril –recaló en Canadá hasta que se apaciguaran las aguas–, fracasó en matar a Lou Harris: "Fingí tragar las pastillas, pero las escupí", declaró en su denuncia.

El 11 de ese mes mató a las prostitutas Alice Marsh, de 21 años, y Emma Shrivell, de 18, agregando estricnina a dos botellas de la famosa cerveza negra Guiness.

En todos los casos, la descripción de las mujeres que lo veían de noche en el barrio de Lambeth coincidieron: "Un hombre alto, elegante, siempre con sombrero de copa y levita, gruesos bigotes y cejas, y mirada inquietante".

En realidad, efecto de su estrabismo.

Cazarlo no fue difícil.

El juicio duró del 17 al 21 de octubre de 1892. Según confesó, lo fascinaba ver morir a sus víctimas entre dolores, vómitos y espasmos. El perverso perfecto…

La decisión del jurado duró apenas doce minutos: "Culpable de todos los cargos". El juez Henry Hawkins lo sentenció a muerte. Y el 15 de noviembre, el verdugo de Newgate, James Billington, lo colgó hasta el último estertor.

El mismo día lo enterraron en una tumba sin nombre en el patio de la cárcel.

(Post scriptum. Thomas Neill Cream, el envenenador de Lambeth… y el Salieri de Jack el destripador según la notable definición de un colega, sin duda admiró al anónimo y jamás identificado en los 130 años en que sigue siendo un fantasma. No sólo por sus crímenes, más allá de las diferencias entre venenos y cuchillos. Quiso el azar y la desgracia que los dos raids de muerte sucedieran de modo casi paralelo –el año letal de Jack fue 1888, y sus víctimas casi el mismo número en ambos casos–, y que eligieran como sombras protectoras Lambeth y Whitechapel: dos andurriales de calles mugrientas, plagadas de ratas y todo tipo de alimañas, oscuras –las pálidas luces de gas fueron buenas cómplices de las sombras y los crímenes–, y refugio obligado de las prostitutas de clase baja…, porque las otras, vestidas de seda, fichaban como "amantes" de opulentos caballeros y en esa parte de Londres donde florecían las grandes mansiones, los clubes privados sólo para caballeros, las fortunas, y lo mejor del siglo diecinueve: la investigación científica y los grandes descubrimientos de un planeta todavía con mucho por conocer. Cuando el doctor Cream pronunció su inconcluso "I´m Jack" en el patíbulo, dejó una incógnita: broma, burla, pero acaso admiración por ese maestro del crimen que jamás fue atrapado, y al que le adjudicaron todo tipo de identidades: exactamente 33…, que no eludieron los nombres de un tosco fiambrero, el duque de Clarence, y hasta el escritor Lewis Carroll…)

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