El domingo 25 de julio de 1943, a las 22 y 45, la voz del general Pietro Badoglio interrumpió la programación para leer un escueto comunicado: "Su Majestad el Rey y Emperador aceptó la renuncia del cargo de jefe de Gobierno, Primer ministro, Secretario de Estado de Su Excelencia el Caballero Benito Mussolini y nombró jefe de Gobierno, Primer ministro, Secretario de Estado al Caballero, Mariscal de Italia, Pietro Badoglio".
Era una noticia inesperada: Mussolini había caído. Después de más de veinte años, el régimen fascista dejaba de existir.
"El hombre más odiado de Italia"
Los eventos que llevaron a la destitución del Duce habían comenzado la noche del 24 de julio de 1943, durante la que sería la última, dramática, reunión del Gran Consejo Fascista, el órgano gubernamental de la dictadura.
Se trataba de un ente cuyas decisiones no eran vinculantes, en el que estaban representadas todas las diferentes facciones del fascismo, desde la más revolucionaria a la más institucional. La última sesión del Consejo había sido convocada en 1939. Desde entonces, Mussolini había gobernado sin la necesitad de escuchar su opinión.
Pero en julio de 1943, para el dictador las condiciones habían cambiado por completo.
La guerra iba de mal en peor: el 10 de julio los Aliados habían desembarcado en Sicilia, encontrando escasa resistencia por parte de las mal preparadas tropas italianas. El 19 de julio, los aviones estadounidenses bombardearon Roma dejando un saldo de 3 mil muertos y más de 10 mil heridos.
Cansado, resignado, consciente, según escribió, de ser "el hombre más odiado de Italia", el Duce se había visto forzado a aceptar la petición de los jerarcas fascistas que reclamaban cambios en la gestión y la reducción de sus poderes en favor del Rey.
La reunión comenzó a las 17 horas del 24 de julio en la Sala del Papagallo de Palacio Venecia. El mismo lugar desde el cual Mussolini había dado, en otras épocas, sus discursos más aplaudidos.
Los 28 miembros del Gran Consejo estaban todos presentes, desde los veteranos de la marcha sobre Roma con la que el dictador había tomado el poder en octubre de 1922 hasta los ministros y funcionarios más importantes y otros miembros elegidos por méritos especiales.
El ingreso del Duce en la sala, escribió Alberto De Stefani, uno de los jerarcas presentes, fue "silencioso". "Fue recibido con expectativa; parecía que no veía a nadie; reflexionaba y daba la impresión de disponerse a escuchar; su expresión era pasiva, sin síntomas de reacción, como la de quien tiene que aceptar un evento y no quiere dar marcha atrás".
Otros escribieron que en el rostro y en los modos de Mussolini se vislumbraban "los signos de una voluntad ya resignada a un ajuste de cuentas".
El "orden del día Grandi"
Si bien no existe un acta oficial de ese encuentro, varios testigos contaron que la reunión comenzó con un largo descargo de Mussolini en el que prometió "cambiar los hombres" y "hacer ajustes" en el gobierno.
Según el ministro de Finanzas, Giacomo Acerbo, la exposición fue "floja, desordenada, contradictoria".
A las 21 horas, después de otras intervenciones, tomó la palabra el presidente de la Cámara de los fasci y las corporaciones —el ente que había reemplazado al Parlamento— Dino Grandi.
Grandi pidió que se votara su "orden del día": Mussolini debía devolver sus poderes al Rey, renunciar al comando de las fuerzas armadas y restablecer la Constitución.
Este fascista moderado aseguró tiempo después haberse presentado a la reunión con dos granadas escondidas en el maletín, aunque algunos historiadores dudan de su versión.
Por otra parte, el pedido de Grandi no era una novedad para Mussolini, ya que el mismo jerarca se lo había adelantado el 22 de julio. Por eso, el dictador no se inmutó y dejó que la reunión continuara.
Posteriormente, fueron presentados otros dos órdenes del día: uno del jerarca Roberto Farinacci, que proponía continuar la guerra y devolver al Rey el comando del ejército, y otro del presidente del Partido Fascista, el moderado Carlo Scorza, quien proponía que Mussolini siguiera en el mando tras cambiar algunos miembros del gobierno.
Señores, con este documento ustedes abrieron la crisis del régimen
Finalmente, a las 2 y 30 de la madrugada, tras 10 horas de reunión, Mussolini dio por terminado el encuentro y dijo que había que votar el orden del día de Grandi.
La moción fue aprobada con diecinueve votos a favor, una abstención y ocho contrarios.
"Señores, con este documento ustedes abrieron la crisis del régimen", dijo Mussolini. Cuando el secretario del partido Carlo Scorza gritó: "¡Saludo al Duce!", Mussolini respondió: "Está eximido".
¿Una decisión inexplicable?
Los historiadores aún debaten los motivos que llevaron Mussolini a permitir la votación sobre el "orden Grandi". Las reuniones anteriores solían terminar con una moción presentada por el propio Duce, que hacía una síntesis de los reclamos y era aprobada por unanimidad.
Según Emilio Gentile, autor del recientemente publicado 25 luglio 1943 (Laterza), quizás el libro más completo sobre ese día histórico, el resultado de esa votación fue propiciado por Mussolini.
La tesis del historiador es que el Duce, consciente del desastre al que había llevado al país, no hizo nada para bloquear esa votación, sino que al contrario la usó como "una artimaña" para "bajarse del tren de la historia" y favorecer una salida del poder poco traumática.
Las palabras del dictador confirmarían lo anterior. "Todo lo que sucedió debía suceder, porque de no tener que suceder no hubiese sucedido", escribió Mussolini durante su encarcelamiento. Y también: "Cuando un hombre se derrumba junto con su sistema, la caída es definitiva, sobre todo si este hombre ya pasó los 60 años".
Al mismo tiempo, según el historiador Eugenio Di Rienzo, los jerarcas tampoco habrían querido derrocar a Mussolini. Su intención era obligarlo a devolver el comando del ejército al Rey, para que la responsabilidad del fracaso de la guerra no recayera completamente sobre el régimen; además querían dejar abierta la posibilidad que Mussolini, gracias a su vínculo con Hitler, pudiera proteger al país de la brutal represalia de Alemania cuando el gobierno de Roma decidiera rendirse frente a los Aliados.
En este sentido, los jerarcas quedaron desamparados ante el golpe de estado que se consumaría el día siguiente.
Epílogo
El 25 de julio Mussolini no parecía estar demasiado preocupado por la votación del Gran Consejo. A la mañana, el Duce le pidió al rey Víctor Manuel III un encuentro para comunicarle el resultado, que sabía no ser vinculante.
Grandi, sin embargo, se le había adelantado la noche anterior, alertando al Rey del resultado. La tarde del 25 de julio, en la residencia real de Villa Saboya, el monarca le comunicó a Mussolini que había sido relevado de su cargo y reemplazado por el general Pietro Badoglio.
Allí lo esperaban 50 carabinieri. Mussolini fue subido a una ambulancia y trasladado a un cuartel militar de Roma. Badoglio le aseguró que eran medidas para protegerlo. Pero en realidad el Duce estaba prisionero. En pocos días, el nuevo gobierno borró el régimen y disolvió el Partido Fascista.
Días después, Mussolini fue llevado a un hotel en Campo Imperatore, en el monte Gran Sasso (centro de Italia).
Desde ese momento los eventos se aceleran: el 8 de septiembre Badoglio anuncia la firma del armisticio con los Aliados. El 12 de septiembre Mussolini es liberado por un grupo de paracaidistas alemanes. Seis días después nace la Repubblica Sociale Italiana (RSI), el gobierno títere también conocido como República de Saló, creado en un pequeño pueblo a orillas del lago de Garda, en el norte de Italia.
En cuanto a los firmantes del "orden Grandi", los días posteriores al golpe se escondieron o huyeron de Roma. Pero fue sólo después de la creación de la República de Saló que comenzaron a ser perseguidos. De los 19 "traidores", seis fueron detenidos y condenados a muerte. Entre ellos estaba Galeazzo Ciano, el marido de Edda, la primera hija de Mussolini.
En Italia la noticia de la caída de Mussolini se difundió entre la población la noche del 25 de julio. La gente celebró en las calles destruyendo los símbolos del régimen, en un adelanto del ultrajo que vendría dos años después, cuando el cuerpo del dictador fue colgado cabeza abajo, como una res, en la plaza Loreto de Milán.
El resto de Europa también festejaba una noticia que ilusionaba con el fin de la guerra. Era una "noticia maravillosa, la más maravillosa desde hacía varios meses, ¿qué digo?, desde que comenzó la guerra", escribía Ana Frank desde su escondite en Ámsterdam. "Lo celebramos alborozadamente, todos y cada uno. Después de la espantosa jornada de ayer, por fin un buen presagio…, una esperanza. ¡La esperanza del final, la esperanza de la paz!"
Ana nunca llegaría a ver la paz y los italianos también habrían de esperar: la Liberazione definitiva llegaría 20 meses después, el 25 de abril de 1945, tras la ocupación alemana, la lucha de las brigadas partisanas y mucho sufrimiento más.
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