El despacho del embajador británico, en penumbra, le deja paso libre. El hombre –sigiloso– abre la caja fuerte, saca unos documentos, y los reproduce con una pequeña máquina fotográfica. Si alguien lo sorprendiera, sería su fin. Pero la suerte lo acompaña…
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Elyesa Bazna es un don nadie… hasta que descubre que esa condición, si acepta el riesgo del salto que decide dar, puede hacerlo millonario.
Nacido el 28 de julio de 1904 en Pristina, Kosovo, e hijo de un matrimonio albanés cuando ese punto en el mapa formaba parte del Imperio Otomano, no tiene chance de estudiar, y acepta un destino subalterno: chofer, pero con dos ventajas; buena presencia y modales de caballero.
El primer paso es dejar atrás el nido y elegir un ámbito propicio. Se instala en Ankara, la capital de Turquía desde 1923 en reemplazo de Estambul: una gran ciudad no sólo famosa en esos días por su fino y costoso tejido de angora. También por el hervidero político que sería en las siguientes dos décadas, con la Segunda Guerra Mundial desatada por Hitler el primer día de septiembre de 1939.
Poco se sabe de su vida personal, excepto que está casado con una mujer que lo agobia con constantes pedidos de dinero, como comenta con sus colegas, los otros choferes de embajadas: un rango que, desde la ropa, los diferencia de los aurigas callejeros…
Su dominio del volante y de varios idiomas –un don natural sorprendente– lo habilita para ser, sucesivamente, uno de los choferes de las embajadas de Yugoslavia, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Fue fácil: a cada una de esas sedes llega con recomendaciones y elogios de sus patrones anteriores…
Y en 1943 escala el peldaño clave de su ascenso social: ayuda de cámara y hombre de confianza del embajador británico Sir Hughe Knatchbull–Hugessen.
Como parte del plan, cambia su nombre a "Ulysses Diello", y con ayuda de una sobrina también empleada allí, empieza a rastrear cada hueco del despacho privado de su patrón: armarios, cajones con doble fondo, gavetas… y la caja fuerte.
Muy fácil también: tiene las llaves a mano (gran y peligrosa concesión de confianza de su excelencia el embajador…), pero saca copias y deja las originales en su sitio de siempre.
Cada tarde, ya cerrada y solitaria la embajada, y con la ventaja de vivir allí, abre la caja fuerte y lee documentos que acaso sólo conocen Winston Churchill y un pequeño y selecto grupo político.
Además, en sus correrías oye que uno de los negocios más rentables de la guerra es el espionaje.
Compra una pequeña máquina fotográfica: el botón de arranque para lograr lo que durante tantos años creyó imposible: la gran vida. La mejor ropa. El mejor champagne. Los mejores autos. Y una mansión para la hora del retiro.
Febril, cada tarde, después de la partida del embajador, toma fotos de documento tras documento: textos, planos, informaciones top secret…
Pero no tiene una cómplice de peso. Una bella mujer tan ambiciosa como él…, con contactos importantes que un simple chofer no puede lograr.
Y la encuentra. Según una versión, es una refugiada en Turquía –país neutral durante la guerra– que se hace llamar "condesa Anna Staviska", y que posiblemente en la intimidad del dormitorio le confiesa que conoce agentes alemanes…, y que puede ofrecerles fotografías de documentos a precios for sale, para no arriesgar a la gallina de los huevos de oro…
Pero este episodio debe ser tomado con pinzas… (ver Post scriptum).
Sin embargo, los alemanes no se tragan la píldora tan rápida ni ávidamente. Les cuesta creer que un mayordomo disponga de ese material. Exigen pruebas. Las reciben, pero desconfían… "porque son demasiado buenas para ser verdad", le dice un jerarca de la Inteligencia nazi a la tal condesa…
Pero finalmente se arriesgan. Bazna adopta el seudónimo: Five Fingers (Cinco Dedos), pero el embajador alemán en Ankara, Franz von Papen, elige otro nombre en clave: Cicerón.
Así las cosas, entre octubre de 1943 y abril de 1944, el ex chofer envía las actas de las conferencias de El Cairo y Teherán, y hasta información altamente sensible: detalles sobre la Operación Overlord, la invasión aliada a Normandía…
Sin embargo, ese aceitado mecanismo se traba por la arena de las luchas internas entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Servicio Secreto alemán.
Joachim von Ribbentrop, el ministro de ese organismo, se enfrenta con Ernst Kaltenbrunner, jefe del espionaje nazi, que a su vez detesta al embajador Franz von Papen.
Miserias y odios que siempre existieron entre los diez más íntimos mayores adláteres de Hitler: el llamado Círculo del Diablo…
Unos contra otros, usan como argumento que los informes de Cicerón son falsos, y se encogen de hombros ante el anuncio –una semana antes– de que fuerzas aliadas bombardearían Sofía, la capital búlgara, que sucede el 15 de enero de 1944 y riega el suelo con la sangre de cuatro mil muertos civiles…
Apenas terminada la guerra, Bazna cuenta el dinero ganado con tanta audacia como riesgo. Una fortuna: 300 mil libras esterlinas.
Mucho más de lo necesario para comprar la mansión de sus sueños, vivir un opulento retiro, y presentarse en el lugar elegido como un potentado: situación que sin duda le acercaría negocios más fáciles y acaso más rentables. Porque, ¿cómo desconfiar de semejante personaje, que parece respirar millones?
Pero el freír no fue el reír, como reza un antiguo refrán.
Las libras esterlinas… ¡eran falsas! Impresas en Alemania: dinero de la llamada Operación Bernhard para inundar Inglaterra y quebrar su economía.
Se entera en Brasil, el primero de los refugios elegidos, en una mansión rodeada de verde.
Lo más parecido al Paraíso…
Huye antes de que llegue la policía, porque un banco ha denunciado la falsificación.
En 1954 le pide al canciller alemán Conrad Adenauer una indemnización por los servicios prestados al Tercer Reich. ¡Denegada!
Escribe el libro de memorias Yo fui Cicerón, editado por el sello mexicano Diana en 1962, pero muy lejos de ser un best seller: las películas sobre su vida le llevan una década de ventaja. Ya estaba todo dicho. Basura de la historia…
Murió en Munich el 21 de diciembre de 1970, a sus 66 años.
Hasta el final vivió en la pobreza.
Apenas de magras comisiones como vendedor callejero.
(Post scriptum: de las pocas versiones en cine sobre su vida y su aventura en el mundo del espionaje, la mejor es Cinco dedos / Operación Cicerón, de 1952, dirigida por Joseph Mankiewicz y con una gran interpretación de James Mason (1909–1984), entonces en su mejor momento físico. En los años 60 estuvo en el Festival de Cine de Mar del Plata, ya bastante deteriorado por el alcohol. Se dice que la condesa Staviska fue un invento de los guionistas para aumentar el suspenso y justificar la presencia de la estrella francesa Danielle Darrieux. En realidad, sus actos de espionaje contaron con una cómplice, pero nunca se aclaró su identidad. Una Mata Hari de tantas…)
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