Un día de 1949, cuando Europa se levantaba de las ruinas sin olvidar a sus millones de muertos, el mariscal inglés Bernard Montgomery, clave en sus batallas entre tanques con el mítico Erwin Rommel, le preguntó a Winston Churchill:
–¿Hitler era un gran hombre?
–No. Cometió demasiados errores.
La anécdota, citada por los periodistas e historiadores Alexis Brézet y Vincent Trémolet de Villers, del diario Le Figaro, en su libro Grandes Rivales de la Historia (Ed. El Ateneo), lacónica, demuestra por parte de Churchill cierto desdén, y hasta indiferencia.
El tiempo, su edad y las circunstancias habían aplacado al viejo león de la célebre y fogosa arenga a su pueblo: "¡Pelearemos en las calles, en las playas (…) pero no nos rendiremos!"
Sin embargo, en los trágicos años 1939–1945, el prócer de la democracia y el gran asesino nazi se habían odiado como pocos hombres en conflicto…
Retrocedamos. Alemania, 1925. Los aullidos bélicos del cabo austríaco rechazado en la escuela de pintura –¡cuanta sangre se habría ahorrado si lo aprobaban!– se han apagado. Su partido languidece. La prédica furiosamente nacionalista (con z), antijudía y anticomunista declamada en las cervecerías de Munich y Berlín son recibidas con indiferencia.
¿La razón?: lentamente ha vuelto el estado de bienestar, y las almas y los cuerpos parecen preferir la paz, el amor, la música, el baile y las homéricas borracheras de cerveza al festín de odio y muerte que propone ese tal Adolf Hitler…
Pero de pronto… ¡viento de cola a favor del mal!: la crisis de 1929, el derrumbe de la bolsa de Nueva York, y su brutal tsunami sobre la economía mundial: empresas quebradas, despidos masivos, hambre, desesperación, furia… y renacimiento de los delirios de quien sería canciller, desplazaría al débil, agotado presidente Paul von Beneckendorff und von Hindenburg –murió en 1934, de 87 años, cáncer de pulmón– y caminaría hacia el trono de absoluto führer de una Alemania que volvió a llamear con fogoneros diabólicos: los hermanos Gregor y Otto Strasser, Hermann Göring, Joseph Goebbels, Ernst Röhm…, hipnotizados con el libelo Mein Kampf, escrito por Hitler en 1925.
Entretanto, en Londres, a mil kilómetros de Berlín, a Winston Churchill parecían pesarle sus 58 años vividos en cuatro guerras, tres décadas como diputado, y nueve veces ministro. Pero siente cierta intriga por Hitler… Lo cree un patriota, "y eso siempre es respetable, aunque uno no comulgue con sus ideas", dijo.
En el otoño de 1932 estuvieron a un paso de conocerse –algo que nunca sucedería–. Churchill viajó a Munich para ver los campos de batalla en los que combatió el primer duque de Marlborough, de quien escribía una biografía.
Y así contó el episodio en sus célebres memorias de la guerra, que le valieron el premio Nobel de Literatura: "En el hotel Regina se presentó herr Hanfstaengl, un joven alegre, locuaz, que habla muy buen inglés, y parece amigo de Hitler. Lo invité a cenar y le dije que quería reunirme con él. Respuesta: "Es algo difícil de organizar, pero él viene aquí todos los días a las cinco de la tarde, y estará encantado de conocerlo". Yo no tenía prejuicios sobre Hitler, pero le pregunté:
–¿Por qué su jefe es tan agresivo con los judíos? ¿Qué sentido tiene combatir a un hombre por su origen, por su cuna?
Sin duda, el joven le contó a su führer esta conversación… porque al otro día me dijo:
–El encuentro es imposible. Él no vendrá al hotel esta tarde…
Y así fue como Hitler perdió su única oportunidad de reunirse conmigo"
Ruptura y odio
Cuando Hitler llega a canciller, Churchill supone que el cargo y su responsabilidad le bajarán presión, y que lo prometido en sus violentos discursos quedará como un simple pour le galerie… Pero la realidad no tarda en desmentirlo. Alemania se convierte en un Estado policial. Persigue sin piedad a la oposición, los sindicatos, la iglesia. Lanza los primeros y brutales ataques contra los judíos. Y la sangrienta Noche de los Cuchillos Largos, 30 de junio a 1º de julio de 1934, no deja duda en pie. La brutal purga por el poder entre dos facciones deja 213 muertos y 20.319 heridos.
Argumento suficiente para que Churchill, en la Cámara de los Comunes, haga detonar su ira y su convicción:
–Alemania esta en manos de un criminal sin escrúpulos y una bomba de tiempo para la paz mundial. No podemos aceptar la supremacía del sistema nazi.
Pero está atónito ante la pasividad y la indiferencia del premier Stanley Baldwin y la estupidez de altos personajes ingleses que visitan Berlín… ¡embobados por el poder de Hitler!, creyéndolo un hombre de paz y la más férrea garantía contra el comunismo.
Alemania esta en manos de un criminal sin escrúpulos y una bomba de tiempo para la paz mundial. No podemos aceptar la supremacía del sistema nazi
Sin embargo, el tirano de la cruz gamada no se deja seducir por esos personajes de paja: necesita la comprensión de Churchill, y lo invita dos veces a Berlín (1936 y 1937).
Pero el hombre del eterno cigarro… no va.
Furioso, Hitler ordena a Joachim von Ribbentrop que lo invite a su embajada en el Reich, le informe que Alemania necesita expandirse, y que para ello someterá a Polonia, Bielorrusia y Ucrania, y que necesita campo libre concedido por Gran Bretaña a cambio de defender la Commonwealth (mancomunidad de naciones) y el imperio.
Duro diálogo.
Churchill: –No permitiré que Alemania ocupe Europa central y oriental
Ribbentrop: –La guerra es inevitable.
Churchill: –Si de guerra se trata, le sugiero que no subestime a Inglaterra. Es un país curioso, con una mentalidad que pocos extranjeros comprenden. Cuando se enfrentan a un gran desafío son capaces de reaccionar de modo imprevisible. Si nos arrastran a una nueva guerra mundial, Inglaterra lanzará al mundo entero en su contra… ¡cómo la última vez!
Pero herr Adolf no toma en toma en cuenta la amenaza. Entre otras cosas, porque la desatinada, terca política de paz del nuevo premier Neville Chamberlain, el hombre del eterno paraguas y de la infinita ingenuidad, lo alienta, por omisión, en sus planes de invasión.
Churchill estalla en la Cámara de los Comunes:
–La actitud de Chamberlain es una capitulación tan infamante como peligrosa. Hemos sufrido una derrota total y profunda. Checoeslovaquia será devorada por el nazismo. Y no crean que termina ahí. Sólo es el anticipo el primer sorbo de una copa amarga que nos darán de beber… año tras año, a menos que en un último rapto de salud moral y de vigor marcial nos alcemos para defender nuestra libertad, como antaño.
Pero únicamente lo apoyan Anthony Eden, ex ministro de Asuntos Exteriores, y Duff Cooper, primer lord del almirantazgo. Está en minoría, es impopular, y esa situación alienta a Hitler para atacarlo con ladridos de perro rabioso:
–Si el señor Churchill pasara más tiempo con los alemanes, notaría cuán demenciales y estúpidas son sus necias palabras. Quiere quitarnos nuestras armas para condenarnos una vez más a nuestra suerte, como en 1918 y 1919. En ese caso, mi única respuesta será: ¡pasó una vez, no volverá a pasar jamás!".
Churchill responde de inmediato desde la Cámara de los Comunes:
–Herr Hitler se equivoca cuando supone que los Eden, Cooper, yo mismo, y los líderes de los partidos laborista y liberal, somos belicistas. A ninguno se nos ocurrió jamás cometer un acto de agresión contra Alemania. En cambio, es cierto que pretendemos que nuestro país esté bien defendido, para que podamos sentirnos libres y seguros.
Pasados dos días, el führer contraataca:
–En Francia y en Gran Bretaña los hombres que quieren la paz están en el gobierno, pero mañana tal serán remplazados por quienes quieren la guerra… ¡y el señor Churchill podría ser premier mañana!
Habla como un pacifista… pero en marzo de 1939 ocupa Checoslovaquia, y amenaza a Polonia. La excusa: que en esos países los residentes alemanes sufren brutales atropellos y hasta crímenes. En realidad, una farsa armada, con fotos y filmaciones falsas, por el demoníaco Joseph Goebbels, ministro de Propaganda…
Cuando las tropas nazis entran en la bella Praga, ni Londres ni París responden. Un silencio que convence a la bestia negra de que el enemigo está compuesto por imbéciles y cobardes, y que lo anima a un discurso triunfalista:
–Nunca la situación nos fue tan favorable. En armamentos llevamos las de ganar, mientras Inglaterra marcha a la zaga. En Munich me reuní con Chamberlain y herr Èdouard Daladier, premier francés: ¡no podrán impedir que entremos en Polonia! Esta vez, los chismosos de los salones de té londinenses y parisinos deberán mantener la calma… Hay que seguir con los preparativos del Fall Weiss (la invasión a Polonia). Pero si hay guerra, se limitará a Polonia. El Plan Fall Weiss no provocará jamás, ¡¡¡jamás!!! una guerra mundial. Y llegado el caso de que el conflicto con Inglaterra sea inevitable, seré yo quien elija cuándo hacerlo…, pero nunca antes de 1943 o 1944. Tenemos todo para ganar. Nuestros enemigos no tienen grandes figuras, ni líderes, ni hombres de acción.
El primer día de septiembre de 1939, sin enemigo a la vista –la nefasta debilidad de Chamberlain lo envalentona–, invade Polonia. Primer día de la Segunda Guerra Mundial.
Pero el confiado führer recibe una negra noticia: declarada obligadamente la guerra a Alemania (último acto de Chamberlain), Winston Churchill asume el cargo de primer lord del Almirantazgo: algo que el cabo austríaco siempre temió, más allá de sus bravatas…
Según testigos, dijo sombríamente:
–Con Winston en el Gabinete, la guerra no tardará.
Pero la ceguera vuelve a tenderle una trampa: supone que Francia y Gran Bretaña le han declarado la guerra "por puro formalismo", pero no se atreverán a atacar, y menos socorrer a Polonia.
Desde Londres, Churchill insiste:
–Sufriremos y seguiremos sufriendo, pero acabaremos por desalentarlos. El mundo entero está contra Hitler y el nazismo.
En la primavera de 1940, entre abril y junio, por tierra y aire, Alemania invade Noruega, Dinamarca, Bélgica, los Países Bajos y Francia…, pero el 10 de mayo Churchill asume como premier en reemplazo de Chamberlain.
Hitler sigue errando: cree que el hombre del cigarro ("ese borracho", como lo llama) negociará antes de arriesgarse a soportar una invasión, y lo provoca:
–No soy el vencido sino el vencedor, y no veo motivos para que esta guerra se prolongue.
Respuesta:
–Nuestra política es hacer la guerra por mar, aire y tierra con toda la potencia y la fuerza que Dios nos dé. La guerra contra una tiranía monstruosa nunca superada es la victoria a toda costa. A pesar del terror, y por largo y difícil que sea el camino.
La guerra contra una tiranía monstruosa nunca superada es la victoria a toda costa
El führer, cerca de la locura, furioso como una bestia herida, a mediados de agosto de 1940 ataca las islas británicas con toda su fuerza aérea (la luftwaffe), preludio a la invasión naval.
Pero los pilotos alemanes y sus máquinas están adiestrados para vencer por medio de la blitzkrieg: golpe relámpago, destrucción y fuga, y no una guerra de desgaste y muy lejos de sus bases.
Llegado el otoño, las pérdidas aéreas nazis son colosales, y Hitler renuncia a la invasión por mar. Un primer round demoledor para una victoria que creyó fácil, veloz y con bajo costo…
Decide, a cambio, en la primavera de 1941, lanzar la Operación Barbarroja: avanzar hacia el Este y derrotar a Rusia.
Error fatal en todo sentido. Churchill define su posición:
–Todo hombre, toda nación que combata al nazismo, tendrá nuestro apoyo. Eso significa que ayudaremos a Rusia y su pueblo en todo lo que nos sea posible. Y le dice a su secretario:
–Si Hitler invadiera el Infierno, en La Cámara de los Comunes ¡yo haría una alusión favorable al Diablo!
Si Hitler invadiera el Infierno, en La Cámara de los Comunes ¡yo haría una alusión favorable al Diablo!
El odio entre ambos está al rojo vivo, y no cesa. Hitler, que es abstemio y no fuma, dice que el gusto "de ese bon vivant por el whisky y los cigarros es una abominación".
Desde Londres, sir Winston replica, irónico:
–Sólo tengo un propósito y una política: derrotar a Hitler. Mi vida se simplificaría mucho…
En cuanto al desastre de las tropas nazis en su intento de invadir Rusia, diezmadas por el frío, insiste en su burla sutil:
–Herr Hitler se olvidó del invierno. Durante cuatro meses baja la temperatura, hay nieve, hay hielo. Este hombre debió recibir una educación muy deficiente: es algo que los ingleses aprendimos en el colegio…
Y no cesa. En una carta al jefe de gabinete Norman Brook, julio de 1942, escribe: "Si Hitler cae en nuestras manos no dudaremos en ejecutarlo. Podemos pedirles prestada a los norteamericanos la silla eléctrica reservada a los mafiosos".
Discurso del 21 de marzo de 1943:
–Imagino que el año próximo, o el que sigue, venceremos a herr Hitler. Con ello quiero decir aniquilarlo, pulverizarlo, reducirlo a cenizas.
En los meses previos a su derrota en todos los frentes, una de sus secretarias desliza: "Cada vez que el führer nombra a Churchill dice `borracho, chacal, charlatán, mentiroso, mercenario de los judíos´, y estrella platos y copas contra el suelo".
Última estocada. Cámara de los Comunes, septiembre de 1944, con Alemania literalmente vencida:
–Nunca me gustó comparar a Napoleón con Hitler, porque asociar a ese gran emperador y guerrero con un vulgar carnicero y jefe de bandidos es un despropósito.
Nunca me gustó comparar a Napoleón con Hitler, porque asociar a ese gran emperador y guerrero con un vulgar carnicero y jefe de bandidos es un despropósito
Enterado Churchill de que Hitler sobrevivió al atentado con bomba del 20 de julio de 1944, dice:
–Fue una señal de la Providencia. Hubiera sido una desgracia que los aliados se vieran privados de ese peculiar genio militar que contribuyó tan notablemente a nuestra victoria.
Antes de suicidarse en su bunker de Berlín, Hitler escribió unas últimas y previsibles palabras: "La guerra fue deseada y provocada exclusivamente por hombres de Estado de origen judío, o que trabajaban en defensa de intereses judíos".
Patético. La teoría conspirativa común a todos los tiranos. Fabricar un enemigo, sembrar odio en su pueblo hacia ese enemigo, y guiarlo como rebaño al desastre…
El primero de mayo de 1945, Churchill se entera por radio Berlín que Hitler "murió combatiendo al bolcheviquismo hasta el último aliento".
Comentario de su vencedor:
–Me parece una buena forma de morir.
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