Por puro azar, escaparon a las grúas soviéticas, y hoy las venerables viviendas de madera de la ciudad de Tomsk, en Siberia, constituyen un tesoro arquitectónico. Pero están amenazadas.
Si bien algunas están pintadas y tienen un aspecto alegre y mimado, la mayoría están deslucidas, parecen inestables o incluso abandonadas.
Y ello, a pesar de que estas casas urbanas (no hay que confundirlas con las isbás de las aldeas) sean el símbolo de una de las ciudades siberianas más antiguas, fundada en 1604 a orillas del río Tom, a 2.900 kilómetros al este de Moscú.
En el centro de Tomsk todavía es posible admirar sus ornamentos y marcos finamente esculpidos, que destacan, como una puntilla, en los troncos de pino macizo que forman las paredes.
A principios del siglo XX, esta ciudad era el corazón de Siberia, un importante cruce comercial en la ruta hacia Asia.
Comerciantes, artesanos, guarnicioneros y herreros levantaron entonces cientos de casas de madera -un recurso abundante en aquella época- para alardear de su éxito.
Pero esa “edad dorada” no duró mucho.
A partir de la década de 1910, Tomsk fue perdiendo su estatus de capital regional a expensas de otra pequeña ciudad, Novonikolayevsk, a 265 kilómetros al suroeste, que tenía la ventaja de encontrarse en el camino que recorría el Transiberiano, que en aquel momento estaba en plena expansión.
Convertida en la tercera ciudad de Rusia bajo el nombre de Novossibirsk, esta gran aglomeración contrasta hoy con Tomsk por el aspecto soviético que tiene, debido a los edificios de hormigón.
En Tomsk, se han conservado muchas casas de madera porque se “obligó” a los habitantes a “vivir en lo que ya existía”, explicó el historiador Serguei Maltsev, de 46 años, entrevistado por la AFP.
En la actualidad habría unas 2.000 viviendas centenarias de ese tipo. Una cantidad excepcional en Rusia, en una ciudad de 575.000 habitantes.
Sin embargo, menos de un centenar de ellas están clasificadas y son mantenidas por el Estado como monumentos históricos, lamentó Maltsev. Las otras permanecen expuestas al apetito de las inmobiliarias y pueden ser derruidas por orden del Ayuntamiento.
Desde 2016, un proyecto busca protegerlas delimitando una zona histórica, dentro de la cual estaría prohibido derribar las casas.
Pero ese perímetro todavía no se ha establecido por culpa de desavenencias políticas, aunque Vladimir Putin instó el año pasado a aclarar la cuestión.
Para Serguei Maltsev, esta lentitud puede deberse a “una presión por parte de empresas de construcción” o a “aplazamientos burocráticos habituales”.
En paralelo, un programa de protección permite alquilar esas viviendas por un precio simbólico a cambio de renovaciones.
“Ese programa funciona pero permitió salvar menos de diez casas en tres años. Eso toma mucho tiempo, hay pocos inversores, dada la situación económica”, explicó Serguei Maltsev.
El historiador consideró que haría falta “una voluntad política” para proteger esos tesoros. Y citó la restauración que se está llevando a cabo en la ciudad de Plios, a orillas del Volga.
Según personas críticas con el Kremlin, Plios sería una de las ciudades favoritas del primer ministro, Dmitri Medvedev, que al parecer tiene allí una casa.
“Desgraciadamente, ninguno de los grandes jefes viene a Tomsk”, bromeó Serguei Maltsev.
(Fotos: Alexander Nemenov, AFP)