Desde el Quinto Escalón, un pequeñísimo Duki con sueños de levantarse como campeón de las batallas de freestyle en su cuadra, su barrio, su país, viajó un buen día para realizar una gira por las principales ciudades de México, donde, en voz del propio Mauro, ni siquiera podía imaginar que la gente escuchara su música, ya ni hablamos de saberse como manifiesto, tal vez algo más cercano al fanatismo, cada una de sus canciones, hasta la más mínima onomatopeya.
Lo que ahí esperábamos era una fiesta de reguetón, rap y trap para mover las caderas, por ahí las manos, o hasta la cabeza en un impulso rocanrolero, pero la sorpresa rebasó por mucho las expectativas de todos los pachangueros que veíamos en el argentino la siguiente gran generación del perreo latinoamericano.
Nada más fuera de la norma. En una actitud cuasi revolucionaria, y sin respeto alguno por el stablishment, atacó las tarimas con brutalidad, poco espectáculo visual, pero muchísimo espíritu en las canciones.
No es sorpresa que las bandas de rap, trap y reguetón salgan a escena con una clásica banda rocanrolera. Lo que sorprendió en el Pepsi Center fue que todo girará alrededor de la música que encuentra sus bases en el blues, lleno de solos en la guitarra, una feria de riffs y de baterías violentísimas que mantuvieron a la gente enardecida de inicio a fin.
Se acercó mucho al sonido del nu metal por momentos, uso también elementos del reggae latinoamericano al puro estilo de sus compatriotas de Los Cafres, incluso algunos rasgos del ska, y de un punk rock tocándole la puerta al pop punk. Versátil y preciso, espectáculo redondo de un showman nato.
Talentoso, visionario y ostentoso, pero generoso también. La euforia incontrolable provocó dos o tres aplastamientos, dónde mujeres, hombres y niños se sintieron asfixiados por la marabunta detrás de ellos, aunado, además, a la espera de más de 10 horas de algunos presentes que llegaron desde la puesta del sol para formarse y tener un lugar cerca del astro argentino del rap.
Los momentos de tensión fueron bien aprovechados por Duki, quien paró el concierto en varias ocasiones para dejar un mensaje importante mientras repartía botellas y daba órdenes para establecer puntos de hidratación por todo el foro: la unión hasta en la más mínima expresión de humanismo es relevante y puede salvar vidas.
Y es que un artista de su talla, venido desde abajo, salido del barrio, sabe lo que significa deberse a la gente, poner atención al más microscópico detalle, es lo mínimo que Duki puede hacer para garantizar la seguridad de los fanáticos que lo llevaron hasta la cima.
Por un momento, quienes se enfilaban rumbo al Pepsi Center del WTC se vieron abordados por el pánico cuando supieron que Mateo arribó al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en silla de ruedas. Una lesión en el pie que no pasó a mayores lo postró durante unas horas.
Casi 12 horas más tarde, los mismos que hasta unos minutos antes de adentrarse al centro de espectáculos más importante de los últimos años en la Ciudad de México, ahora se dirigen rumbo al Metro, Metrobús y estacionamiento entre lágrimas y sonrisas de oreja a oreja, aún shockeados por el impresionante trabajo del argentino, otros sudados hasta el cabello, derrotados por el cansancio, pero de píe ante la esperanza que únicamente el arte es capaz de aportar a la humanidad.
Al tiempo, intercambian experiencias desde lo absoluto de su fanatismo, otros, menos técnicos, desde las cervezas que corrieron durante toda la noche; los de enfrente, los de atrás, los del medio, también quienes prefirieron las gradas o quienes encontraron su rincón en la barra VIP. Al final, el sentimiento fue unánime: Duki lo hizo fenomenal.
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