Javier Solís no sólo fue uno de los cantantes más importantes que ha tenido México, sino que pudo haberse convertido en uno de los actores de tragicomedia de la Época de Oro, pues una de sus más grandes pasiones era disfrazarse y actuar de incógnito.
El llamado Rey del Bolero Ranchero, a pesar de tener una muy corta trayectoria como cantante, se quedó en el corazón de su público gracias a su talento al cantar y su facilidad para desenvolverse como actor, pero en pocas ocasiones sus espectadores pudieron darse cuenta de qué tan buen histrión era.
Solís comenzó su carrera artística al igual que casi la mayoría de los artista de su época, dentro de los teatros, carpas y centros nocturnos, fue ahí en donde descubrió que no sólo era un excelente cantante, sino que le fascinaba el humor ácido que tenían los payasos.
Desde muy joven se dio cuenta de que se identificaba con la forma en que los payasos representaban lo trágica y graciosa que podía ser la vida, por lo que probó disfrazarse como uno de ellos.
Se maquilló toda la cara de forma exagerada, se puso una peluca, un traje y salió al escenario con un grupo de comediantes que ya conocía, ahí comprobó que encarnar uno de estos personajes era muy liberador, así que, en medio del ascenso de su carrera como cantante, comenzó a ser, de incógnito, un payaso.
Según compartió a través de su álbum Payaso, el disfrazarse y actuar como tal se había convertido en su “vía de escape emocional”, pues sólo así le era posible salirse del personaje de cantante enamoradizo y explayar su otro yo con gestos y actitudes que su personaje como La Voz de Terciopelo no tomaría bien.
Lamentablemente, fue reducido el público que, con el conocimiento de que se presentaba en el circo, pudo verlo actuar, pues este secreto lo reveló sólo un año antes de morir.
El intérprete también veía como un reto interpretar a un payaso, pues además de que buscaba que nadie se diera cuenta de que era el mismo Javier Solís quien se estaba presentando en el escenario con maquillaje y peluca, pensaba que encarnar tales personajes era muy difícil, pues tenían que ser graciosos y trágicos al mismo tiempo.
En varias ocasiones, luego de que se dio a conocer esta peculiar afición que tenía, él reveló que, si no hubiera sido cantante, se habría dedicado por completo a ser payaso.
Javier Solís no se conformó con ser un payaso de una pequeña carpa o teatro, sino que buscó presentarse en los circos más importantes del país, fue así como logró llegar al Circo Atayde.
Dentro de la carpa de la familia Atayde, Solís aprendió a perfeccionar su maquillaje, a convertir sus sentimientos en actuaciones y a conmover a la gente.
En el Circo Atayde se dedicó a ofrecer, año con año, una función especial para los actores de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) quienes no supieron que Javier era uno de los payasos estelares hasta que sacó su disco Payaso.
También, según compartió la familia de circenses en aquella época, llegaba de improviso y pedía que se le hiciera un espacio en las funciones del día para él poder salir al escenario con alguna rutina, la cual a veces no estaba ni planeada.
Asimismo, en muchas ocasiones organizó piezas especiales y gratuitas para familias que no tenían los recursos necesarios para pagar una entrada al circo.
Según compartió Salvador Mendiola para un medio local de Zacatecas, cuando era un niño de 12 años, tuvo la oportunidad de ver al intérprete de Sombras en el Circo Atayde y su show fue tan trágico que lo hizo conmoverse hasta las lágrimas.
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