Molly Ringwald fue la adolescente más famosa de los 80 gracias a las exitosa trilogía: “Dieciséis velas”, “El Club de los cinco” y " La chica de rosa”. A los 16 años fue el crush de toda una generación, que gustaba tanto a las chicas como a los chicos. Ella representaba a esa “chica rara” que sentía lo mismo que tí o sabría entender cómo te sentías.
Hollywood suele ser ingrato con sus estrellas juveniles y es normal que aquellos que brillaron en el pasado desaparezcan después de un tiempo. En el caso de Molly, ella eligió decir adiós. Nunca dejó de trabajar pero hoy es recordada por aquellos que siguieron su carrera cuando fue parte del grupo de actores llamado “Brat Pack”, aunque ella sintió que nunca perteneció.
Fue la musa del director y guionista John Hughes. Un hombre que la hizo sentir especial y luego poco querida. Gracias a él y a los personajes que escribió para ella, Molly se convirtió en un referente generacional. Pero cuando todo comenzaba, la actriz se marchó a París para disfrutar de sus veinte años. Ya no quería interpretar mujeres que no la representaban.
La vida de Molly no se limita a la actuación. Ella también es escritora y cantante de jazz.
En los últimos años trabajó como secundaria en la serie “Riverdale” y en la saga de “El stand de los besos” de Netflix; la serie de películas para adolescentes más exitosa de la actualidad, donde comparte la pantalla con una de las actrices del momento, Joey King.
Rechazó ser la próxima Julia Roberts o Demi Moore cuando estaba en la cima. Algunos aseguran que malas decisiones dañaron un futuro prometedor en Hollywood. Sin embargo, cada vez que le preguntan sobre el tema, la actriz de 53 años dice que no se arrepiente.
Molly Ringwald se convirtió en un rostro muy popular en la década de los ochenta. La chica tímida de cabello rojizo hizo furor entre los adolescentes de aquella época. Había empezado en el mundo del espectáculo siendo una niña de tan sólo cinco años. Estaba claro que lo suyo eran los set de rodaje. Su padre era Robert Ringwald, un reconocido pianista de jazz ciego y su madre, Adele Frembd, trabajaba de chef. En 1982 debutó en el cine en un pequeño papel en la película “La tempestad”, adaptación libre de la obra de Shakespeare con Gena Rowlands, John Cassavetes y Susan Sarandon con dirección de Julie Taymor.
Fue John Hughes quien la descubrió y la convirtió en un icono de la Generación X en “Dieciséis velas” (1984) en la que daba vida a una quinceañera insegura que se enamoraba del chico más popular del colegio que, evidentemente, no se había fijado nunca en ella.
“John vio algo en mi que ni siquiera yo veía”, explicaba la actriz. Hughes, fallecido en 2009, inauguró un nuevo género en el cine americano: las comedias teen que se tomaban a los adolescentes en serio. Sus personajes descubrían sus primeros conflictos adultos. Ally Sheedy de “El club de los cinco”, dijo una vez: “Cuando creces el corazón se muere”.
Después de que Hughes falleciera repentinamente a los 58 años, Ringwald escribió su obituario en el diario New York Times: “Tenía total confianza en mí como actriz, lo que era una sensación embriagadora para cualquiera, y mucho más para una chica de 16 años”.
Hughes escribió el guion con una foto de Molly pegada en su máquina de escribir. Le ofreció el papel sin audición. Así fue como convertiría a Ringwald en su musa indiscutible en otros dos títulos célebres de su filmografía: “El club de los cinco” y “La chica de rosa”.
La película, coprotagonizada por Emilio Estévez, Judd Nelson, Ally Sheedy y Anthony Michael Hall, fue todo un éxito de taquilla y se convirtió en un clásico del cine.
A los 16 años ya era una de las mayores estrellas de Hollywood y llegó a ser incluso portada de la revista Time. Todo un hito en esa época. “¿No es una dulzura?”, fue el título de tapa. Se trató del punto más alto de su carrera. Un honor que recibió en un momento en que ella buscaba distanciarse de la imagen de “chica buena” del cine.
“Yo compararía aquella portada con un tren descarrilando en el que no me sentía cómoda”, confesaría Ringwald en 1995, “Acepté porque no puedes rechazar una portada de Time, pero casi desearía no haberla hecho. Mi existencia era definida por la prensa, por mis personajes, y era muy difícil para mí decidir quién era yo en medio de todo aquello. Siempre sentía que debía portarme bien. Todo el mundo me llamaba la adolescente perfecta, todo el mundo quería que fuese su hija, o su amiga. Y yo solo pensaba ‘¿pero quién soy yo?’”.
Su fama, sin embargo, tocó techo con “La chica de rosa”, escrita por Hughes y dirigida por Howard Deutch, en la que interpretaba a una adolescente valiente y de clase humilde que se enamoraba de un chico de buena familia, papel interpretado por Andrew McCarthy.
Con McCarthy no tuvieron una gran relación. En el apogeo de su fama, le tocó trabajar con este joven actor que luchaba contra la adicción a las drogas y al alcohol. “¿De verdad tienes que beber ese Jack Daniel’s para besarme?” Me sentí mal por él porque obviamente estaba luchando con eso. Teníamos química, pero nunca nos llevábamos bien cuando estábamos trabajando. Él era terriblemente malo conmigo, simplemente horrible. Durante ‘Fresh Horses’, hacía citas y me dejaba plantada. Después de tres proyectos juntos, me llamó para hacer otra cosa y le dije: ‘Andrew, ¿por qué diablos quieres trabajar conmigo? Ni siquiera me hablas. Era un poco como el chico de la escuela que tira de las trenzas a las chicas”.
Y luego llegó el día que el hombre que confió en ella, su mentor, dejó de hablarle sin darle explicaciones. Un dolor que la atormentó. Cada vez que hablaba de Hughes se ponía a llorar. “Fue la primera persona que me rompió el corazón. Yo lo adoraba. Por supuesto no me acosté con él, pero era la relación más fuerte que tenía en aquel momento, cuando todo lo que te ocurre te prepara para la vida. Yo pensaba que aquel hombre lo era todo”.
Aunque había escrito “La chica de rosa” para Molly, que entonces tenía 18 años, Hughes optó por no dirigirla para no tener que hablar con ella.
“Él también me hizo pensar que los chicos pueden ser no muy buenos”, decía Molly. Y confesaba no haber superado la ruptura de aquella amistad diez años después. “Yo creía que no era nada del otro mundo y, de repente, pasé de ser un patito feo a una chica que tenía un director de cine diciéndole ‘Eres muy especial, eres genial, tienes que estar en todas mis películas’. Era la primera persona que parecía cautivada conmigo. Yo habría hecho cualquier cosa por él. Me he pasado años tratando de entender lo que pasó”.
La actriz tiene varias teorías al respecto del silencio de su descubridor. Por un lado, quizá la más obvia: rechazó protagonizar la siguiente película de Hughes. “A veces me pregunto si eso fue lo que él encontró tan imperdonable”, reflexionaba. También cree que John desaprobó su romance con su otro actor fetiche, Anthony Michael Hall, a quien el director nunca volvió ofrecerle trabajo. “A John no le gustaba en absoluto”, admitía Ringwald en 2010. “No estoy segura de por qué. ¿Quizá porque Michael y yo nos habíamos desviado de su guion y estábamos creando una trama propia? Fue muy doloroso. Y todavía me duele”.
Anthony Michael Hall está convencido de que los personajes de Jon Cryer en “La chica de rosa” y de Matthew Broderick en “Un experto en diversión” estaban escritos para él. Pero tras empezar a salir con Molly, no conseguía que el director le atendiera al teléfono.
Un viaje a París
Luego de tres éxitos consecutivos con Hughes, intentó hacer algo distinto, retarse a sí misma. Hollywood, no obstante, parecía haberla encasillado. Sus primeros años como mujer no interesaron ni a la crítica ni al público. A su vez, Molly tomó algunas malas decisiones.
“Las actrices de mi edad suelen tener etiquetas”, decía Winona Ryder, “Pero yo no, porque no hice papeles de Molly Ringwald. La gente no me recuerda como la reina del baile”.
Su nuevo mentor era el mismísimo Warren Beatty, quien produjo “El cazachicas”, película que Molly coprotagonizó con Robert Downey, Jr.. A Beatty lo conoció cuando tenía 14 años. Y describió así la primera conversación que tuvo con él: “Me llamó para felicitarme por ‘La tempestad’ y cuando le dije que estaba estudiando asumió que era en la universidad. Pero cuando le aclaré que estaba en la secundaria reaccionó sorprendido y decepcionado. Esa voz del teléfono se volvió un poco más paternal y empezó a tratarme como a una niña. Creo que Warren tiene que seducir a todas las mujeres que conoce. Es su forma de ser”.
“Warren nos llevó a Robert Downey y a mí a una habitación y nos hizo desglosar todo el guion. Nos hizo borrar todos los adjetivos. Incluso eliminó la dirección escénica porque así le enseñó Stella Adler, su entrenadora de actuación. Cree que cada vez que un personaje hace algo, debe ser orgánico”, recordó la actriz en una entrevista con The Atlantic en 2010.
Dos anécdotas cambiarían el curso de su carrera cuando se encontraba, a fines de los ochenta, en su instante de apogeo. Luego de participar en una seguidilla de fracasos en la pantalla grande, la actriz rechazó dos protagónicos que podrían haber cambiado su suerte: el de Vivian Ward, la prostituta de la que se enamora Richard Gere en “Mujer Bonita” y el de Molly Jensen en “Ghost, la sombra del amor”. Ambos papeles servirían como trampolín al estrellato para Julia Roberts y Demi Moore.
No obstante, la actriz le resta importancia y asegura que no fue tan así. “Eso es un pequeño mito. Un guión llegó a mi escritorio y no recuerdo si fue una oferta firme o no. Ni siquiera sé si Richard Gere estaba vinculado. Ni siquiera sé si lo rechacé. Pero sigue siendo una muy buena historia de Hollywood. ‘Mujer Bonita’ es lo que es gracias a Julia Roberts”.
“Después de ‘La chica de rosa’ hice películas fallidas y todas caían sobre mi espalda. Se me rompía la espalda con cada fracaso. Y cada vez que estrenaba una nueva película decían ‘¡Molly Ringwald regresa!’”, lamentaría la californiana tiempo después en una entrevista.
En 1991, Molly decidió vender su casa de Los Ángeles y mudarse a Paris, sintiendo que era el lugar perfecto para cometer errores, algo que en Hollywood no podía hacer.
Su fase de rebeldía empezó cuando decidió perder la virginidad a los 15 años con un guitarrista llamado Danny de 26. “A mi hermano se le dio por los porros, a mi hermana por el alcohol, a mí por los hombres”, afirmaba la actriz en 1995 en una entrevista que concedió a Movieline. “Mis padres estaban furiosos. Cuanto más se resistían a la idea, más tenía que verlo. Una vez que entendí que los hombres se sentirían atraídos por mí, eso fue todo”.
La actriz también confirmó que las prácticas sadomasoquistas que su ex novio, el escritor Mark Lindquist, había descrito en su libro eran ciertas. Se conocieron en una cena y ella después compró una copia del libro, “Sad Movies” de 1987 , sin saber que estaba en él. En medio de la lectura, antes de pasar a la sección sobre ella, llamó a Lindquist y concertaron una cita. Luego, antes de la cita, leyó la parte sobre sí misma y se volvió loca. Ella y Lindquist se hicieron amigos y, después de cinco años, amantes. “Él se mudó a mi casa por un tiempo”, admitía, “pero nunca superé la paranoia de ‘¿por qué hiciste eso?’ Alguien me dijo que, cuando tengas tu primera gran discusión con alguien, será la misma discusión que tendrás por el resto de tu tiempo juntos. Mi pregunta. ¿Por qué hiciste eso? Nunca desapareció“.
Y París le proporcionaba un anonimato perfecto para tener encuentros sexuales en lugares públicos. “Si no has hecho el amor en las calles de París, debes probarlo”, recomendaba. En la ciudad de las luces, conocería a su primer esposo, el escritor francés Valery Lameignère. Mucho después contó que el éxito de su relación con su entonces pareja era dormir en habitaciones separadas y no tener demasiada intimidad. Pero también admitía que él era celoso y enloquecía cada vez que ella tenía que besar a algún actor ante la cámara.
Tras divorciarse de Lameignère, Molly se instaló en Nueva York y se casó con Panio Gianopoulos, un escritor con quien ha tenido tres hijos: Mathilda Ereni y los gemelos Adele Georgiana y Roman Stylianos. Molly y Panio duermen en la misma cama desde 2007.
Sus trabajos en la era de #MeToo
Muchos años más tarde, a la reina del cine adolescente de los 80 le comenzaron a parecer sexistas varios de sus mayores éxitos. En un artículo que firmó para The New Yorker en 2018, la actriz que tenía 16 años cuando protagonizó “The Breakfast Club” cuestionó algunas de las escenas.
En el texto ella contaba que, después de haber visto la película con su hija de entonces de diez años, encontró aspectos que le parecieron repudiables, sobre todo los que están centrados en su personaje, Claire, y la relación que mantiene con John Bender (Judd Nelson), el alumno rebelde que una y otra vez se comporta de forma inapropiada con ella.
Molly se refiere a un momento en el que Bender, escondido debajo del pupitre de Claire, mira su ropa interior. “Aunque el espectador no lo ve, se insinúa que él toca a la chica de forma inapropiada. (...) Me preocupaba que algunas partes de la película resultaran problemáticas para mi hija, pero no esperaba que al final me afectaran más a mí”, admitía.
Dijo que la toma de la ropa interior de su personaje fue filmada por una mujer adulta que la reemplazó, pero aun así le pareció vergonzoso y su madre se molestó y pidió que lo editaran.
“Lo que ahora puedo ver más que nada es cómo Bender acosa sexualmente a Claire a lo largo de todo el filme. Cuando no la está sexualizando, él se saca su bronca interna agrediéndola, diciéndole ‘patética’. Él jamás se disculpa por nada”, agrega la intérprete.
Ringwald señala que, a pesar de todo esto, él consigue a la chica.
El ensayo fue alabado por muchos y criticado por algunos. Aquello que desaprobaron el texto argumentaron que no debería quejarse del director que la convirtió en una estrella. La autora Jenny Han tuiteó en respuesta: “A todas las personas que afirman que Molly Ringwald está ‘tirando a John Hughes debajo del autobús’, ¿leyeron siquiera lo que escribió?. Es una mujer adulta que examina su legado y el del hombre que ayudó a darle forma“.
No obstante, Ringwald se opone a la censura de estas películas, más allá de algunas de las situaciones que hoy mira con desagrado. “Eso no significa en absoluto que quiera que se editen. Estoy orgullosa de esas películas y les tengo mucho cariño. Son una parte importante de mí”, expresó la actriz en diálogo con Radio Andy, de SiriusXM.
La actriz, que también ha cuestionado una escena de “16 velas” que promueve la cultura de la violación, fue una de las intérpretes que salieron a hablar públicamente sobre sus experiencias de acoso sexual cuando se destapó el caso Weinstein en Hollywood.
Durante la explosión del #MeToo, Molly recordó a “sus propios Harvey Weinsteins”: un miembro del equipo de 50 años le frotó su erección cuando ella tenía 13 y un director le metió la lengua en la boca en el set cuando tenía 14.
“Mientras yo me embarcaba en mi despertar sexual, trabajaba con hombres empeñados en acelerar el proceso”, explicó Ringwald, que además revivió una humillante audición con un actor que le gustaba en ese momento y que fue parte de ese traumático episodio.
“Cuando tenía veintitantos años, fui sorprendido durante una audición cuando el director me pidió que dejara que el actor principal me pusiera un collar de perro alrededor del cuello. Esto no estaba ni remotamente en las páginas que había estudiado; Ni siquiera podía comprender cómo tenía sentido en la historia. El actor era amigo mío y lo miré a los ojos con pánico. Me miró con una expresión de ‘realmente lo siento’ en su rostro mientras sus manos se extendían hacia mi cuello (...) Lloré en el estacionamiento y, cuando llegué a casa y llamé a mi agente para contarle lo que sucedió, él se rió. Lo despedí y me mudé a París poco después”, relataba en un texto publicado en The New Yorker en octubre de 2017.
“Mi esperanza es que Hollywood se convierta en un ejemplo y decida implementar un cambio real, un cambio que permita a las mujeres de todas las edades y etnias la libertad de contar sus historias, de escribirlas, y dirigirlas. Espero que las mujeres algún día ya no tengan que trabajar el doble de duro por menos dinero y reconocimiento. Es la hora”.
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