Cuando se habla de Lo que el viento se llevó se hace alusión a una de las superproducciones más importantes del siglo XX, a una de las novelas de amor más grandes de todos los tiempos y, por supuesto, a la consentida, irreverente y rezongona Scarlett O’Hara. Una belleza sureña clásica, con la piel de porcelana, los ojos enormes y el cabello encrespado, que logró ganarse el corazón de los críticos y del público por igual... incluso de Winston Churchill.
Pero pocos se aventuran a describir la pesadilla que se vivió durante las grabaciones de la famosa película: pasó por tres directores diferentes, hubo múltiples despidos, las jornadas de trabajo eran agotadoras, cansadas y filmar bajo el entonces innovador proceso de Technicolor era todo un reto para los presentes. Especialmente para la estrella del proyecto, la entonces poco conocida actriz británica, Vivien Leigh.
Rondaba por el set durante horas enfundada en vestidos pomposos y pesados, fumaba cerca de cuatro cajetillas de cigarros al día para supuestamente calmar su ansiedad y alcanzó a cumplir 16 horas trabajando sin descansos. Así era la vida de Leigh mientras actuó en la famosa película que escribió su nombre con letras doradas en la historia del cine: un papel, que a todas luces, nació para interpretar. Costara lo que costara.
En busca de la southern bell que protagonizara “Lo que el viento se llevó”
Lo cierto es que Vivien había nacido para convertirse en la protagonista de la cinta basada en la novela homónima escrita por Margaret Mitchell. Además de su carácter y la similitud entre distintos pasajes de sus vidas, especialmente en la arena amorosa; la actriz había encontrado en la obra literaria una historia inspiradora, e incluso, se aprendió algunos pasajes de memoria, según se narra en el documental sobre su vida, Vivien Leigh.
A mediados de la década de los años 30, mientras trabajaba como actriz de teatro en Londres, Inglaterra, escuchó por primera vez sobre la gran producción de David O. Selznick, quien era uno de los productores más importantes de la época y, a manera de campaña publicitaria, lanzó un casting en la parte sur de los Estados Unidos para encontrar a la protagonista de su película.
Vivien pronto se decidió y viajó a tierra estadounidense para buscar una oportunidad: “Vivien leyó Lo que el viento se llevó como el resto del mundo, se había preparado para el papel por años, sabía algunas partes del libro de corazón. O’Hara era ella y ella así lo creía”, opinó David Thompson, crítico de cine, en el mismo audiovisual.
La anécdota sobre cómo obtuvo el papel pasó a la historia. Una vez que llegó a Los Ángeles consiguió a un agente, que también trabajaba con su entonces interés amoroso, el actor Laurence Olivier, y quien era nada menos que el hermano de David, Myron Selznick.
Según cuenta la leyenda, Myron llevó a Vivien al foro en donde David hacía algunas tomas de la ciudad de Atlanta bajo fuego. Y mientras las llamas consumían todo a su alrededor, la actriz británica arribó vestida de Scarlett O’hara: “Myron, supuestamente, sin que David supiera ni una palabra, llevó a Vivien al set y dijo algo así como: ‘Aquí está tu Scarlett’. Resultó ser una de las mejores decisiones de casting de la historia”, recordó Thompson.
Leyenda aparte, la decisión de convertirla en O’Hara no se tomó ahí. La productora de la película decidió levantar una encuesta y determinar si la británica gustaría al público. De cientos de papeletas, Leigh recibió sólo un voto: en aquel país nadie la conocía y su nacionalidad jugaba en contra. Al fin y al cabo, los estadounidenses se resistían a que una actriz inglesa diera vida a una belleza típicamente norteamericana.
No obstante, ella era la elección ideal y los creativos de cine lo sabían. En 1939 se anunció que tomaría el papel, cuando la actriz tenía tan sólo 25 años.
“Ella era ideal para el papel porque era hermosa, porque era ardiente, porque estaba loca. Porque se sometió a la increíble tarea de la filmación, en donde trabajó prácticamente diario en vestidos sumamente pesados, debajo de luces Technicolor, que es el equivalente a caminar por un valle desértico en el verano”, continuó el experto en cine.
Aquello era tan sólo una muestra del talento de Vivien y de lo serio que tomaba su trabajo, aunque este no sería bien recompensado en cuanto a términos monetarios se refiere.
Pesadilla en el set de grabación
Al momento en que Vivien se sumó al proyecto, la película ya llevaba más de un año de retraso. El reto no era menor, se tenía que asegurar la participación de la superestrella de aquel entonces, Clark Gable, en el papel de Rhett Butler, quien sería la última pareja de la protagonista, y se tenía que hacer un trabajo de adaptación de la novela que fuera adecuado.
El primer director de la cinta, George Cukor, quien había dedicado más de dos años al proyecto, fue despedido dos semanas después de que comenzaran las grabaciones porque no pudo ponerse de acuerdo con Selnick sobre algunos puntos del guion.
Cediendo la tarea a Victor Fleming, quien también tuvo que ausentarse temporalmente debido al cansancio y dejó que el director Sam Wood ocupara su lugar brevemente. También hubo diversos despidos de fotógrafos y más elementos del equipo de producción a causa de la magnitud de la película que estaba ambientada en la ciudad de Atlanta, en Georgia, durante la guerra civil estadounidense.
Por su parte, de acuerdo con el sitio Country Living, Vivien enfrentaba sus propios retos; trabajó durante 125 días en total, superando a Gable, quien trabajó tan sólo 71 días. Aunque la diferencia entre el salario que recibieron fue abismal: Leigh ganó alrededor de USD 25 mil en contraste con los USD 120 mil que recibió el actor.
Sin embargo, una vez que terminaron las grabaciones, el éxito fue instantáneo y el trabajo de Vivien justamente recompensado. La ciudad de Atlanta festejó con bombo y platillo su estreno y la actuación de Vivien ganó un Óscar.
Incluso, dejó un récord por ser la actriz que galardonada con ese premio que mayor tiempo apareció en pantalla — un total de 2 horas, 23 minutos del total de cuatro horas que dura el largometraje—.
El buen recibimiento de la cinta y la espectacular actuación de la actriz británica era presagio de la brillante carrera que le esperaba. No sólo en el cine, sino en el teatro, lugar en donde ella consideraba brillaba en realidad. Sin embargo, el trastorno bipolar que padecía entorpeció su desarrollo en la industria fílmica.
Adiós a Scarlett O’Hara
A Lo que el viento se llevó le siguieron otras cintas como Un tranvía llamado deseo, El puente de Waterloo, Lady Hamilton, Ana Karenina y César y Cleopatra, por mencionar algunas; en donde Vivien se ganó el amor del público. Aunque, con los años, ganó fama de ser sumamente problemática.
Su salud se vio mermada cuando se contagió de Tuberculosis en 1935, poco antes de alcanzar la fama. Y, aunque pensó que había sido un tema superado, a lo largo de su vida tuvo diversas recaídas. Además, según se ha reportado, a raíz de la pérdida de dos bebés, le surgió una depresión.
Finalmente, la actriz murió a los 53 años de edad. La encontraron en su habitación con los pulmones llenos de agua debido a la enfermedad que padeció toda su vida.
Aunque, entre las enseñanzas que dejó a su público, todavía destaca la emblemática frase que su personaje pronuncia al final: “Realmente, mañana será otro día”. Trascendió a la historia aquel carácter irascible de la actriz y el personaje que interpretó.
SEGUIR LEYENDO: