Cuando Greta Garbo arribó a los Estados Unidos sólo había un fotógrafo para cubrir su llegada. Era el primer lustro de los años 20 y nadie se imaginaba la gran estrella en que se convertiría aquella mujer europea. Hasta el momento, era nada más que la acompañante de Mauritz Stiller, el director más prestigioso de Suecia en esos años.
Pero en las siguientes décadas Garbo se convirtió en un ícono del cine, de la moda y sirvió como base para todas las grandes estrellas femeninas que vendrían después. Su grandeza fue tanta, que logró sobrevivir la transición hacia lo sonoro. Bisexual, enigmática, misteriosa y misántropa: todo aquello la coronó. Hasta que se convirtió en un fantasma que recorrió las calles de Nueva York hasta sus últimos días.
<b>Modelo de sombreros y campesina española</b>
Greta, que había nacido como Greta Lovisa Gustafsson, venía de una familia con pocos recursos. Originaria del bario Södermalm, en Estocolmo, Suecia, mostró pasión por el teatro desde niña. Su madre, una campesina que trabajaba como empleada del hogar, había tenido que arreglárselas para ser el sostén de la familia una vez que su esposo, un trabajador de limpieza, falleció.
Para coadyuvar con los gastos de la casa, Greta abandonó sus estudios y se puso a trabajar. Primero en una barbería, en donde trabajó a los quince años, después en los almacenes más famosos de Estocolmo: P.U.B.. Ahí, alguien advirtió la belleza de aquella adolescente y pronto pasó de ser vendedora a modelo del catálogo de sombreros.
De acuerdo con el periodista de cine Juan Tejero, después de ese primer trabajo como modelo, Greta formó parte de algunos spots publicitarios del mismo almacén. Aunque en ellos no lucía especialmente guapa, tan sólo tenía 16 años, ya daba atisbos del futuro que le esperaba. En 1922, dio un primer paso a las artes escénicas y se convirtió en una de las protagonistas de la comedia Luffar-Petter.
El éxito no fue exorbitante, pero fue suficiente para que Greta decidiera pedir una beca a la Academia Real de Arte Dramático, en donde estudió teatro. El cineasta Mautriz Stiller, quien después se la llevaría a Estados Unidos, notó ahí su talento y orquestó su debut en la pantalla grande con la cinta La saga de Gösta Beling.
Su debut tuvo un excelente recibimiento por parte de los críticos y pronto Greta pasó a ser parte del cerrado círculo del séptimo arte en su natal Estocolmo. Incluso, fue durante esos años que optó por cambiarse en nombre y sustituyó, con gran influencia de Stiller, el apellido Gustafsson por Gabor, que finalmente terminó transformándose en “Garbo”.
Aunque tuvo distintos trabajos dentro de le escena alemana, la carrera de Garbo despegó cuando Louis B. Mayer, la segunda “M” en MGM, ofreció a Stiller un contrato de tres años. Trato que el cineasta aceptó únicamente cuando Greta fue también incluida en el paquete un contrato de USD 400 al año -cifra que después se elevaría tanto que la actriz llegó a ser la mejor pagada de la industria-.
Abandonaron Europa en 1925. Sin embargo, Greta no trabajó en tierra estadounidense hasta el año siguiente, cuando participó en la película Torrent, donde interpretó a una campesina española. De acuerdo con la revista Vanity Fair, durante la grabación de esta cinta comenzó un proceso de “americanización”.
“Le arreglaron los dientes y el pelo, la hicieron adelgazar y, por supuesto, aprender inglés. Con sus pies enormes, el mayor de sus complejos, no pudieron hacer nada más que evitar que se viesen en pantalla demasiado tiempo”, reportó la revista.
Gracias a estos cambios radicales, Greta se convirtió en todas las mujeres europeas que tenían un lugar en las historias Hollywoodenses: “La técnica del maquillaje transformó a una joven ingenua en una mujer apasionada y tentadora, su figura se estilizó con la ayuda de un régimen riguroso y su magnífico cuerpo, a la vez lánguido y enérgico, fue resaltado con sofisticación”, detalla Juan Tejero.
<b>Se busca: una novia fugitiva</b>
Paralelamente al éxito de Torrent y de una segunda cinta que filmó Greta, la carrera de Stiller fue en declive. El sueco tuvo importantes diferencias con la MGM y regresó a su país natal, en donde moriría unos años después de un ataque al corazón. Sin embargo, otro hombre entró a la vida de Greta: el reconocido actor y estrella del cine mudo, John Gilbert.
Ambos trabajaron en la exitosa película de 1926 El demonio y la carne. Y pronto, la estrella más grande de la Metro en aquel momento -ícono cuya historia después inspiraría la mutlipremiada película El Artista- y la actriz en ascenso decidieron unir sus vidas en una relación amorosa.
La pasión que había entre ambos fue tanta que lograba desprenderse de la pantalla y se convirtieron en una pareja sumamente mediática. Con el tiempo, anunciaron que contraerían matrimonio en una boda doble con King Vidor y Eleanor Boardman, según Vanity Fair. Sin embargo, nunca llegaron al altar como lo tenían planeado, Greta no se presentó a la ceremonia y plantó a John.
A pesar de que Gilbert cumplió todos los caprichos e incluso le construyó una pequeña cabaña rodeada de pinos suecos y una cascada para que pudiera sentirse en su hogar, lo cierto es que la joven veinteañera extrañaba a su gente y a sus costumbres: cada vez que concedía una entrevista a la prensa se pronunciaba en contra de lo que se había convertido su vida. Amaba la actuación, pero detestaba la farándula.
Había un aura de tristeza y nostalgia que la rodeaba. Factor que sería sumamente capitalizable para la MGM, que comenzó a publicitarla como una actriz tanto misteriosa como guapa. Una belleza exótica exportada de Europa, cuya frialdad la haría todavía más inalcanzable. Así logró petrificarse con dos películas más, Ana Karenina, en 1927, y La mujer divina en 1928.
<b>¡Garbo habla! y el plano final más bello de la historia</b>
Un par de años después, Greta hizo el salto hacia el cine sonoro, “¡Garbo habla!, decía el slogan de la campaña publicitaria que orquestó la productora alrededor del acontecimiento. Y ella logró conquistar a las audiencias con una voz profunda y ronca en la película de 1930 Anna Christie, cinta que también la valió la nominación a un Óscar.
Esos fueron los años, de acuerdo con el periodista Tejero, que mayor éxito tuvo Garbo en términos comerciales: con cintas como Susan Lenox, Mata Hari, Como tú me deseas y Gran Hotel, de donde se desprende la inmemorable línea “¡Quiero estar sola!”; “la Divina”, cómo ya se le conocía entonces, se alzó con un éxito rotundo.
A estos proyectos les siguieron otros igual de exitosos. Entre ellos, la icónica cinta de 1936 Margarita Gautier. Misma que , según algunos críticos, tiene el último plano más bello y famoso de la historia. Sin embargo, nada dura para siempre y el declive en la vida de esta diva cada vez era más notorio.
<b>Un fantasma en Nueva York</b>
Después de Gilbert, la lista de amantes de Greta se extendió a lo ancho y largo de Hollywood. En ella sonaron los nombres de algunas actrices y figuras de la época, como la escritora Mercedes de Acosta. También Marlene Dietrich, Louise Brooks, Katherine Hepburn y Claudettte Colbert, según Vanity Fair.
También tuvo relaciones con varios hombres, especialmente con algunos que eran reconocidos dentro del mundo de la farándula como homosexuales: el fotógrafo Cecil Beaton y el dietista Gaylord Hauser, por mencionar algunos. Sin embargo, ninguno de sus amantes llegó a desposarla.
A finales de los años 30, el declive de su carrera fue evidente. Aunque se aventuró en el género de la comedia con la cinta de 1939 Nanotchka, el fracaso de ésta fue una clara señal para que Greta se retirara de las pantallas. Además, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las estrellas habían quedado delegadas a actividades de entretenimiento que ella se negó a tomar.
La actriz se retiró definitivamente en 1941, tenía 36 años. Con el carácter más acentuado que nunca, renunció por completo a Hollywood. “Era un misterioso barco de vela que desapareció en el horizonte en cuanto vio que no podía con todo”, dijo alguna vez Katharine Hepburn. Y tenía razón, Greta permaneció aislada hasta el último día.
Vivía en un lujoso departamento en Nueva York y también visitaba su país natal y la Riviera Francesa. No volvió a filmar alguna película, aunque propuestas no faltaron. El silencio acompañó a “la Divina” que con el tiempo se convirtió en parte del telón de fondo de la Gran Manzana y, como la frese que pronunció, la soledad la acompañó hasta su fallecimiento el 15 de abril de 1990, a los 84 años.
Aquel día, Hollywood y el mundo entero se despidió de una de las estrellas más grandes que conoció. Llegó siendo una desconocida de rasgos delgados y movimientos torpes y se fue de la faz de la Tierra como una de las actrices más amadas del siglo.
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