El 11 de septiembre de 1971 México vivió todo un acontecimiento cuando más de 250 mil jóvenes se congregaron en un lluvioso paraje de Avándaro, en Valle de Bravo, para crear comunidad y entrar en un trance colectivo de liberación y rebeldía.
Tras la matanza del 68 en Tlatelolco, y el Mundial México 70, que nos proyectaba como un país moderno, el naciente rock (ya sin su apellido “and roll”) había impactado en una época donde las juventudes denunciaban represión familiar, social y por parte del Estado, y ayudó a forjar una nueva identidad: la jipiteca rockera.
El festival “Avándaro Rock & Ruedas” marcó un hito sociocultural que a la distancia sigue resonando entre quienes les tocó vivirlo…y organizarlo, tal es el caso del productor Luis de Llano Macedo, quien configuró “el toquín” desde sus inicios.
El prolífico creativo de la televisión conversó con Infobae México sobre “el día que el rock perdió la inocencia”, ese momento hace 50 años que escandalizó a la población y robusteció las bases de la contracultura nacional.
De Llano recuerda al México de finales de los años 60 del siglo XX como “un pueblito donde todos se conocían”, época en la que regresó de Los Angeles, donde trabajó en el Canal 34 en sus pininos televisivos.
Con vena rockera innata, el hijo de Rita Macedo y Luis de Llano Palmer –importantes figuras del medio artístico y mediático- regresó a México embelesado por el festival Woodstock y esa nueva ola musical impregnada de rebeldía, en la que compartió en backstage en la costa californiana con Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Creedence Clearwater revival y otras superestrellas.
“Yo venía de los cafés cantantes con mi hermana Julissa, no había discotheques. Y lo más padre de la Ciudad de México era la Zona rosa, la capital mundial de todo, la moda, la intelectualidad, las mujeres más guapas caminando por la calle de Londres, de Liverpool, había cafés filosóficos”, recordó sobre aquel “bastión de literatos y poetas”.
Tras una invitación del publicista Justino Compeán y de los hermanos López Negrete con la Promotora Go, para idear el concepto de una carrera de autos deportivos anual, Luis vio la oportunidad de replicar la esencia Woodstock en una versión local. Con el apoyo de Telesistema Mexicano, antecedente histórico de Televisa, donde trabajaba ya dándole proyección al rock, montó el escenario en “condiciones tecnológicamente rupestres”:
“Lo hicimos como pudimos con lo que había, y con una unidad de control remoto de Telesistema, que tuvieron que empujar 70 personas”. Anunciado en el programa La onda Woodstock por Jacobo Zabludovsky y Sylvia Pasquel, al Festival de Avándaro arribaron miles de jóvenes de disímbolos estratos, con la sola intención de “cotorrear y alivianarse un rato”.
“Los teníamos entretenidos todo el tiempo, hacíamos todo tipo de cosas mientras empezaba el concierto. Desde el viernes en la noche ya estábamos haciendo soundchecks, ya había 100 mil gentes… Hicimos yoga, había un gurú, tenías que aguantar la respiración, hacer mantras, luego unas chavas que hicieron una rock opera de Tommy.
“Estábamos tirando netas todo el tiempo a la gente para que se portara bien. Para mí fue sorprendente, había un helicóptero rondando y la gente fúrica porque le volaba las tiendas de campaña”, recordó sobre el evento que se realizó con la venia de Carlos Hank González, entonces gobernador del Estado de México.
Al cartel se sumaron bandas emergentes como El ritual, Peace and Love, La máquina del sonido, Los dug dugs, Tinta blanca, Tequila y el naciente Three Souls in my Mind, de Alex Lora.
“La gente se prendió aunque no se supiera la canción, (…) la música era supuestamente original, pero tocaban como querían, lo que querían y la gente fue la estrella, el público fue la estrella. Esa forma de vernos unos a otros cambió el destino de muchas cosas”
Pese a la lluvia, el lodazal, el hecho de que no había baños ni comida, el 11 y el 12 de septiembre de 1971 “la chaviza se deschongó” dentro de lo que cabe:
“No se vendió alcohol, lo que había de refresco se acabó, la gente llevaba sus botellitas, sus cosas, se fumaron lo que quisieron, les decíamos ‘chavos, no le compren nada a nadie, aquí estás libre, es tu hermano, si te comparte algo y lo quieres, lo tomas’. Había unos ácidos que andan vendiendo por ahí muy malos y no se vayan a malviajar”, recordó.
En el ambiente se sentía una comunión libre y sin prejuicios: “fueron chavos de la colonia Roma, otros de tal colonia, todos conviviendo hermanados y pacíficos, sin hacer diferencias entre las clases sociales como ahora. Nunca tuve miedo de que hubiera una cosa catastrófica, tenía pavor de que la gente se subiera a las torres de sonido y de luz y se cayeran, por más que les suplicaban no se bajaban. Pero gracias a Dios no hubo ningún accidentado”
“Dicen por ahí, que hubo un muerto, un chavo que se quedó dormido junto a un coche y cuando se arrancó lo atropelló, pero que haya habido una bronca o se hayan desatado los ánimos a una pelea eso no existió”.
Respecto al éxtasis rockero, los medios crearon el mito de “la encuerada de Avándaro”, pero para el productor no fue una sino muchas y muchos, hecho que se vivió con naturalidad y “sin morbo”:
“Me paré en el escenario y dije ‘la primera chava que se suba al escenario, se quita la playera que tiene y se ponga la que tengo (del festival ) se la regalo. Subieron muchas y una chaparrita, se quitó la camiseta y ni un chiflido, silencio sepulcral, y se puso la de Avándaro y la ovación fue como de gol en el Estadio Azteca, sentías esa unidad. Hubo muchas encueradas, también encuerados, pero no en una forma morbosa”, sentenció.
“Avándaro: el infierno. Mariguaniza, degenere, orgía de drogas” se leyó en la prensa el lunes siguiente, pero para Luis de Llano, Avándaro 71 fue “la primera reunión de más de 250 mil jóvenes por razones no políticas”. Pese a que se realizó pocos meses después del ataque paramilitar a jóvenes normalistas en el Casco de Santo Tomás, hecho conocido como “El halconazo”, según De Llano el festival fue sólo rock, sin pancartas ni consignas.
Las cintas originales de grabación del emblemático concierto le fueron consignadas debido al escándalo desatado por los medios que estigmatizaron el evento, hecho por el cual el rock se mantuvo en silencio por varios años más, cuando se prohibieron los toquines masivos y se propició el surgimiento de los “hoyos funky”.
“Avándaro se quedará siempre como la gran memoria de mi vida”
Entre nostalgias de ese “otoño de libertad rockera”, Luis de Llano está listo para celebrar los 50 años del suceso que lamenta “no esté inscrito en los libros de historia” con la publicación de su libro de memorias El día que el rock perdió la inocencia, donde recopila anécdotas del fallecido músico Armando Molina, quien estuvo también detrás de la organización y detalla aspectos del festival que se volvió un referente para la cultura, la música y las identidades juveniles.
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