El 29 de agosto de 1966, The Beatles se presentó en el Candlestick Stadium de San Francisco en la última instancia de una gira agotadora por los Estados Unidos. En poco más de treinta minutos pasó una lista de once canciones, que abrió con “Rock and roll music”; de Chuck Berry y cerró con “Long tall Sally”, de Little Richard. En el medio, algunas de las canciones que ya eran clásicos y un tedio por el fenómeno de la beatlemanía que nadie se encargaba de disimular. No hubo anuncio marketinero, pero cada uno de los fabulosos cuatro sabía que podían ser los únicos acordes.
Para salir de esa locura, George profundizó su estudio sobre la cultura hindú. Ya sabía de la existencia de Ravi Shankar, el maestro del sitar, gracias a la recomendación de David Crosby. Su fascinación con ese instrumento de cuerdas lo llevó a la memorable “Norwegian wood” (This Bird Has Flown)” de Rubber Soul. Luego del caótico tour en el que las audiencias gritaban sin escuchar, y de su cada vez más incómoda tercera posición en el esquema compositivo del grupo, se embarcó con su esposa Patty Boyd rumbo a la India. Fue la avanzada de una relación que incluyó a sus compañeros de banda y otras celebrities que no terminó de la mejor manera. Sin embargo, su relación con Ravi Shankar se mantuvo en el tiempo y a casi cinco años del último acorde en San Francisco, su amistad, iba a ser el motivo del regreso de George al escenario para un concierto histórico.
El 1° de agosto de 1971, Harrison y un grupo de amigos llenó dos veces el Madison Square Garden de Nueva York. El Concierto por Bangladesh surgió como una ayuda a su amigo y también como un gesto de gratitud hacia una cultura que le había salvado la vida. Sin contar la travesura en la terraza de Abbey Road, motivó el regreso de un beatle a los escenarios formales y marcó el primer show a beneficio en la historia del rock and roll. Ringo dijo presente, y John y Paul fueron ausentes con excusas. Bob Dylan y Eric Clapton salieron de sus respectivas madrigueras ante el llamado de su amigo. Leon Russell, Billy Preston, Phil Spector, Klaus Voorman, los Badfinger son algunos de los nombres propios que protagonizan esta aventura plagada de contratiempos.
La tristeza en los ojos
Desde que la India Británica se independizó en dos estados, India y Pakistán, que a su vez quedó dividido en dos territorios, a miles de kilómetros de distancia y con un esquema de fuerzas desigual que llevó a Pakistán Oriental a declarar su independencia en marzo de 1971 con el nombre de Bangladesh. La respuesta pakistaní fue una represión brutal. El ejército atacó a la población civil, apresó y ejecutó a líderes bengalíes y miles de refugiados se desplazaron hacia la capital hindú.
Del otro lado del mundo, Shankar le llevó su preocupación a Harrison en un estudio de Los Ángeles. “Le dije que sentía que tenía que hacer algo, y que había decidido hacer mi propio concierto para recaudar dinero -recuerda el músico indio- Inmediatamente llamó a sus amigos”. Después, se puso a trabajar en la arquitectura del evento. Se necesitaba un single para difundir, un lugar para tocar y una compañía para hacerse cargo del asunto.
Tener talento y haber sido un beatle le solucionaron rápidamente los problemas. Compuso “Bangla Desh”, una canción de lírica urgente que exponía el conflicto y clamaba ayuda. “Mi amigo vino a verme con tristeza en sus ojos. Me dijo que precisaba ayuda antes de que su país muriera”, cantaba Harrison con esa tristeza que no necesitaba fingir aunque admitía no sentir dolor. Honestidad brutal para reflejar el sentimiento occidental ante las guerras ajenas. Consiguió el Madison Square Garden para dos fechas el 1° de agosto y apeló a la ingeniería beatle para registrar el concierto en audio y video.
Para llevar a cabo su plan, y consciente del efecto que causaría, George primero pensó en una gran ayudita de sus amigos. Levantó el teléfono y convocó a John Lennon, otro pionero en causas por la paz. El autor de “Imagine” aceptó en un principio, pero declinó la invitación cuando vio que la tarjeta no incluía a su compañera, Yoko Ono. Las heridas de las sesiones en Abbey Road todavía estaban abiertas.
Paul McCartney también se negó a participar del concierto. En su caso, alegó que las cosas estaban demasiado calientes como para volver a juntar a los cuatro. La presencia que nunca estuvo en duda fue la de Ringo. Es más, el baterista acomodó su agenda y suspendió su trabajo en España, donde filmaba una película, para estar tras los parches el 1 de agosto. De esta manera, fracasaba el primer intento por juntar a los cuatro de Liverpool, una empresa que ya se presentaba como una utopía imposible.
La armada Beatle se completó con algunos personajes que solían orbitar la vida del cuarteto. El pianista Billy Preston, presente en las sesiones de Abbey Road y en el concierto de la azotea. El bajista Klaus Voorman, amigo de los Fab Four desde la época de Hamburgo y compadre de sus aventuras solistas. El productor Phil Spector aportó su pared de sonido y el polémico manager Allen Klein estuvo a cargo de las negociaciones. Naturalmente, el material iba a ser publicado por el sello Apple.
“Bangladesh volvió a Harrison un frontman a la fuerza”, dijo Klaus Voorman, quizás sorprendido por la presencia de su amigo. Siempre cómodo en el rol secundario, el beatle silencioso fue el maestro de ceremonias que el concierto necesitaba. No solo para unir cultural y musicalmente dos mundos que recién empezaban a conocerse. Sino también, y sobre todo, para permitir que los egos queden a un lado y se permitan juntar sus vanidades y sus temores en un escenario, más que por una causa justa, porque un amigo se lo pedía.
Claro que Harrison estaba lejos de aquel tímido guitarrista que peleaba por meter alguna de sus canciones en la tiranía Lennon-McCartney. A mitad de 1971, George era el solista más prolífico y exitoso de los cuatro de Liverpool. Su álbum triple All thing must pass había señalado que aquello que brillaba en la discografía final beatle (”While my guitar gently weeps”, “Something”, “Here comes the sun”) no era casualidad y que temas como “My sweet lord”, “Isn’t it a pity” o “What is life” mostraban la altura compositiva del guitarrista.
Para completar con el programa, Harrison se propuso contar con sus amigos Eric Clapton y Bob Dylan, dos figuritas difíciles de vida ermitaña y sin muchas ganas de pisar un escenario. Por ese entonces, Eric Clapton hacía más de dos años que no salía de su mansión inglesa, enredado entre el alcohol y la heroína. Harrison viajó en persona a Hurtwood y lo convenció para que participara, garantizando la droga al otro lado del Atlántico. Sin embargo, al ex Cream no le hizo bien el cambio de hábitat y pasó los días encerrado en su habitación de hotel. Para él no había causa política ni rédito económico, esas categorías estaban lejos de su alcance. Solo lo hacía por su amigo y nunca supo cómo hizo para llegar al Madison. Si el concierto de Bangladesh fue histórico para una generación, para Clapton constituye apenas un vago recuerdo: “Estaba en otra parte y me sentía muy avergonzado. Esa noche decepcioné a mucha gente, sobre todo a mí mismo”, reconoció con el tiempo.
Distinto fue el caso de Dylan. El trovador de Duluth también venía de una etapa introspectiva y familiera en su casa de Woodstock, pero sus rollos eran otros. Si bien seguía produciendo discos, sus apariciones públicas eran cada vez menores. Su batalla era contra la crítica y parte del público, y no estaba dispuesto a hacer concesiones. Con Harrison la relación estaba en un gran momento. Habían compuesto juntos “I’d had you anytime”, tema que abre el álbum triple, donde el beatle también había registrado su flamante “If not for you”. Quizás por ello, el hosco Bob consideró que era motivo suficiente para salir de su hibernación, que solo había roto en siete años para asistir al festival de la Isla de Wight en 1969, la respuesta británica a Woodstock.
El show
Fueron dos funciones, una a la tarde y otra a la noche, con 20 mil almas cada uno, que no quisieron perderse el encuentro de los mundos. La primera parte del concierto estuvo a cargo de Ravi Shankar y sus amigos, que fueron escuchados con un respetuoso silencio de un público que mordía de ansiedad por dentro ante lo que podía llegar a pasar sobre las tablas. El bloque de música hindú no solo se nutría de la dulce melodía de los instrumentos como el sitar y sarod, sino también de las palabras explicativas de George sobre una cultura desconocida y el respetuoso silencio de la audiencia, que si estaba ansionsa por ver a sus ídolos occidentales, no lo demostraba.
Como documento musical, el concierto marcó las primeras performances en vivo de “While my guitar gently weeps”, con un frustrado dueto con Clapton, “Here comes the sun” y “Something”. Ringo aportó su single “It don’t come easy”, Preston su proto hit “That’s the way god planned it” y Leon Russel hizo un medley bien rockero entre “Jumping Jack Flash” y “Young blood”. Como un maestro de ceremonias, George articuló los movimientos de cada artista y aportó algunas gemas de su maravilloso solista, “My sweet lord” o Beware of darkness”.
Acorde a los semblantes previos, Clapton se mostró errático en su rol de guitarrista líder, mientras que un tímido Dylan se convirtió en una actuación pletórica con una lista memorable, con temas como “Blowin’ in the wind”, “A hard rain’s a-gonna fall” y “Just like a woman”. El cierre fue con el single que disparó el concierto y que puso la semilla artística para quedar en la historia. Porque si el verano del amor había alcanzado su esplendor en Woodstock y firmado su defunción con la tragedia de Altamont, con Bangladesh se empezaba a escribir el capítulo del rock como movimiento filantrópico.
Las polémicas
El concierto se grabó con la idea de publicar un álbum y una película, pero no había transcurrido un mes del recital y ya se veía que no iba a ser una tarea sencilla. El principal impedimento tenía que ver con las disputas legales con el sello Columbia, que no quería liberar a Dylan y requería ser parte de la edición. Tampoco fue sencilla la etapa de la mezcla, con tantos músicos en escena y tantos instrumentos no convencionales para el mundo del rock.
Estas negociaciones no solo demoraron la salida del disco sino que también obligó a venderlo a un costo elevado para solventar gastos y contentar a todos. Con el título The Concert for Bangla Desh el long play triple se editó antes de las navidades en Estados Unidos y a comienzos de 1972 en el Reino Unido. Según las cifras oficiales, por la venta de entradas se recaudaron 243.418,50 dólares que debía administrar UNICEF, pero nunca se supo cuánto llegó a la causa bengalí ni qué pasó con el dinero. El rumor que más circulo, y que enfadó a Harrison, fue que lo había retenido una agencia gubernamental en concepto de pago de impuestos.
Más allá de estas cuestiones, el valor cultural, simbólico y emotivo de lo que significó el Concierto por Bangladesh es invaluable, y sus beneficios se siguen viendo con el tiempo. En 1973 el álbum se hizo acreedor al Premio Grammy y la Revista Rolling Stone lo eligió el mejor directo de la historia. Pero su verdadero propósito solidario se vio con el tiempo y en concepto de regalías. En 2005, cuatro años después de la muerte de Harrison, se publicó una versión remasterizada del recital y el documental, un homenaje póstumo al beatle que tanto había trabajado para ello. Con el tiempo, se recaudaron más de doce millones para la causa que había abrazado al ver a su amigo con los ojos llenos de tristeza.
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