El actor mexicano Eduardo Yáñez participó en las telenovelas El amor nunca muere y Tú eres mi destino, y protagonizó Senda de gloria, Dulce desafío, Yo compro esa mujer y En carne propia. En Telemundo protagonizó Marielena y Guadalupe. Podría decirse que es un auténtico exponente de la época gloriosa de las telenovelas.
Pero no se limitó a este formato televisivo, y participó de reconocidas películas estadounidenses, tales como Striptease; The Punisher, Man on fire y en las series Cold Case y CSI: Miami. Este currículum asombra e impone respeto acerca de lo que se esconde tras estos papeles. Sin embargo, no siempre fue todo fácil y luminoso para él.
Se crió en una cárcel, su madre era celadora, y en ese contexto se convirtió en el hijo de todas las presas. Su infancia fue dura, atravesada por episodios de abuso y de maltrato. Ante la figura de un padre ausente, su madre lo llevó a vivir a la prisión, donde creció y se convirtió en un sobreviviente.
Hizo de todo para subsistir, trabajó en la calle, vendió gelatinas, lustró botas, estudió y fue mesero. Finalmente llegó a su vida el fútbol americano para aliviar tan dura niñez, y de manera igualmente casual se inició en la actuación.
Su primer trabajo fue en una obra de teatro barrial, y a partir de ese momento, su vida cambió para siempre.
Con 40 años de trayectoria, hoy es uno de los actores cuyas interpretaciones gozan de mayor veracidad y prestigio dentro del mercado del entretenimiento de habla hispana. Actualmente en Bogotá, se encuentra filmando la tercera temporada de Reina del Sur y continúa disfrutando del éxito que le ha dado el psicópata Mateo Corona, su personaje en la serie Falsa identidad, emitida por la plataforma Netflix.
En una charla exclusiva con Infobae, compartió su lado más vulnerable y desconocido.
—¿Cómo es trabajar en pandemia?
—Ay, bueno, pues yo ya tengo experiencia (risas). Haciendo la serie Falsa identidad, la segunda temporada, nos agarró la pandemia a dos meses de comenzar la grabación. Tuvimos que estar en cuarentena, que no fue cuarentena, fue más… Fueron cuatro, cinco meses, prácticamente, los que estuvimos inhabilitados. Muy agradecido con Argos y con Telemundo, porque no nos quitaron el trabajo, [mientras que] muchos otros proyectos simple y sencillamente se desvanecieron. A nosotros nos conservaron la esperanza de que podría continuar. Y así fue. En cuanto a los protocolos, que la luz verde, roja, azul, amarilla, nos dieron la chance de volver a grabar con ciertos cuidados ya incluidos, como esto de la mascarilla, la sana distancia, como esto de estar haciéndonos pruebas anti COVID lunes y jueves, evitar aglomeraciones, reducir escenas de tres, cuatro, personajes a dos.
—¿Cómo fue crear a Mateo Corona, un personaje tan complejo?
—Bueno, yo soy un actor que no debo ser tan bueno, porque aquellos que se dicen ser muy buenos se conectan y se desconectan de un personaje a otro con una facilidad increíble. Yo la verdad hago una preparación muy profunda para mis personajes, por lo tanto me cuesta empaparme tanto de ellos, meterlos en la piel, en la mente, en el corazón. No es fácil para mí. Sin embargo, me tomo ese tiempo, me tomo ese estudio. Y después, para deshacerme de ellos, es un lío mental personal. Es una lucha muy fuerte.
Mateo Corona es, fíjate, que Mateo es el nombre del primer rey en el Nuevo Testamento. Es el nombre de un rey, Mateo. Y Corona, pues, lleva una corona ¿no? Entonces yo me basé en eso para darle poder a este personaje, y entender que aunque lo que él haga es malo, él no lo sabe. Él pretende que es bueno puesto que es un rey. Y el rey lo que dice es lo que se hace. Y además me metí a una serie de estudios, esta es la cuestión bíblica ¿no? Platiqué con la escritora, y ella estuvo de acuerdo conmigo en estos detalles, pero también yo me metí en un estudio muy profundo de lo que es el psicópata, el sociópata, el esquizofrénico, el enfermo patológico, el bipolar. Conviví con varios psicópatas, incluso asesinos, dentro de la cárcel. Tuve la oportunidad de platicar con varios de ellos, y esta fue toda la fórmula que logró crear a Mateo Corona.
—¿Aprendió algo de su personaje?
—Yo soy un chavo que crecí en la cárcel durante unos años. Mi mamá era celadora. Yo tuve mi primera psicóloga en la cárcel. Entonces, para mí, ese mundo no me es extraño ni me era extraño. Y con muchos de los comportamientos que yo observé de niño o que viví también de niño en un ambiente que, tú sabes, no es nada fácil, cuando Mateo Corona empezó a existir, me sentí muy conectado, muy relacionado con eso; y era similar en muchas cosas y en muchas situaciones. Yo nada más tenía que trasladarlas al presente. Y casi no volverlas a vivir, porque siendo otras edades y otras situaciones, pues no es que las volviera a vivir, pero sí a traerlas al presente de una manera más agresiva, más fuerte y más en primer plano.
—¿Cómo fue su niñez y cuándo decidió que quería ser actor?
—Mi niñez fue una niñez como la de muchos mexicanos y de muchos otros países: mi madre era celadora, tenía que trabajar para darnos de comer. Yo tenía varios medios hermanos. Ella estaba juntada ahí con un tipo. Sufrimos dos o tres abusos, maltratos, y mi mamá me movió de ese lugar para llevarme a vivir con ella a la cárcel. Como ahí el trabajo es de 48 horas por ocho de descanso, pues prácticamente vivíamos allí. Ella tenía una gran oportunidad, la querían mucho en ese lugar. El hombre que era director de la penitenciaría, al final de cuentas se casó con mi mamá.
Fue una historia de amor muy especial. Entonces ella contaba con esas facilidades de poder llevarme, y entonces, pues, me hice el hijo de todas las presas, el amigo de todos los presos. Era la única cárcel en México que era mixta. Y rápidamente esa fue mi infancia.
Yo vendí gelatinas, paletas, zapatos, y después me metí a estudiar y a trabajar de mesero. Fui avanzando, hasta que me volví jugador de fútbol americano en la secundaria. Ahí conocí a mis mejores amigos y a mis verdaderos hermanos. A mis segundos padres, porque en un momento dado los coach, los que te entrenan, y quiero hacer un apunte sobre esto, estos señores que entrenan niños tienen una gran responsabilidad, no saben el ejemplo que ellos dan, y la palabra que ellos dicen se vuelve para nosotros como una religión. Entonces, eso de unirte a un equipo de fútbol americano, donde tuve entrenadores extraordinarios, como el coach Víctor, el coach Greñas, el Saco, pues, puros apodos. Entonces, ellos vinieron a ser los que te terminan de criar ¿no? De la niñez a la juventud.
Ahí, después de un juego de fútbol americano, caminando por la explanada del Instituto Politécnico Nacional, vimos que un grupo de personas estaban ensayando una obra de teatro. Nosotros no sabíamos ni qué era una obra de teatro ni qué era un ensayo. Entonces, de tanto pasar todos los días por ahí, de quedarnos viendo como idiotas una hora, hora y media estos ensayos, el director, que se llamaba Julio, que en paz descanse, nos propuso cooperar con ellos y participar. Y empezamos a ayudar desde clavando las escenografías, empujando los muebles, hasta construyendo el escenario, etcétera. Ahora sí que era ser actor sin ser actor, pero empezando desde abajo ¿no? Desde lo que es clavar un clavo en una pared donde te vas a recargar para decir un diálogo. En ese momento no lo pensaba pero ahora que lo analizo, imagínate qué profundidad tiene ¿no? Hasta ese clavo es importante.
Entonces, ahí uno de los chavos actores se enfermó, como de película: se acercó el día del estreno de la obra, y yo tomé su lugar. De tanto ver los ensayos y participar, pues yo ya me sabía por lo menos ese personaje, que era el que más me gustaba. Y me tocó estrenar, y así empezó mi carrera de actor.
Después de debutar vino un concurso de obras de teatro que se hacía en México entre la universidad y el politécnico, pues nos tocó quedar en segundo lugar. Pero el primer lugar se lo quitaron a la obra que ganó, porque estaba puesta en escena de una manera profesional, y no se valía que fueras a copiar a los profesionales. Entonces, nos dieron el primer lugar, y vino una actriz, Carmen Montejo, a ella le tocó entregarme el premio al mejor actor joven, debutante o guarero, como le quieran decir. Y ella fue la que me dijo “tomate unas fotos, te espero allá en Televisa. Y yo te mando a todos los foros, a todas las oficinas, a que dejes tus fotos, tus datos, y con este diploma de esta obra de teatro vamos a ver qué pasa”. Y ahí empezó mi carrera como extra, hice dos telenovelas. Y después hubo una audición muy importante para una novela, Quiéreme siempre, con Jacqueline Andere, ahí debutaba Victoria Ruffo, y yo hacía su novio.
—¿Cuándo se sintió actor?
—Tu pregunta tiene dos filos. Cuándo me di cuenta que era actor. Cuando mis compañeros del fútbol americano y los coach se empezaron a burlar de mí (risas). “A ver si la nenita quiere venir a entrenar. No le vayan a pegar en la cara, por favor, al Pelos”. Me decían el Pelos. “Al Pelos no le peguen en la cara, por favor, porque ya es actor”. Y pues, las burlas y los cotorreos de mis compañeros. Ahí me di cuenta de que ya era actor.
Y la otra por la que me di cuenta de que era actor fue cuando no pude dejar de hacerlo. Cuando me enamoré de esta carrera. Cuando la empecé a sufrir más que a disfrutarla. Cada minuto, cada segundo que tú entregas tu carne, tu cuerpo a un personaje es como el amor, es como la pasión. Es un dolor/amor, es un dolor/placer, es una tristeza/satisfacción. Por ejemplo, cada vez que yo realizo un personaje y termino, todo el mundo aplaude, “ya terminamos, bravo, bravo”, y yo me pongo muy triste porque ya se acabó. Se acabó esa vida que le diste a algo, a alguien, y ya no va a existir más. Y después quitártela de la piel ¿no? Quitártela de adentro. Volver a ser tú, ¿y quién realmente eres tú?
Después de cuarenta años de carrera, ya no me pertenezco, pertenezco a los personajes.
—¿En qué momento de su vida se encuentra y cuáles son los sueños pendientes?
—Tengo muchos sueños. Me gustaría producir. Me gustaría dirigir. He escrito algunas historias que por ahí me gustaría que se vieran logradas. Me gusta el terror como diversión. También los problemas sociales me gustan mucho. Pero no tratarlos como un documental. A los problemas sociales me gusta siempre darles ese toque aspiracional de que por más grande que sea el problema, la solución va a existir y el héroe o la heroína van a estar ahí para ayudarnos. Entonces me gustaría el día de mañana poder producir o dirigir alguno de mis proyectos.
Pero como actor me queda una gama de personajes que no he hecho y que me encantaría hacer. Aunque por ahí dicen que ya todo está escrito, a veces sí creo en eso, pero a veces surgen cosas increíbles en las que compruebo que eso no es verdad.
—¿Qué ingredientes tiene que tener una historia para tener éxito?
—Se van a ofender, por ahí, muchos, pero lo tengo que decir. Ahora existe una serie de personas que se las conocen como focus group. Entonces, el focus group viene a decirle a un productor o a una empresa que tal historia es mejor, que tal reparto es mejor y que tal tratamiento es mejor para que funcione. Pero de diez historias que el focus group toca, dos tienen éxito. Entonces quiere decir que el público es inescrutable. No lo conoces. Es mentira después de tantos años de experiencia [lo que dicen]. Porque siempre he oído discusiones de productores tras mis 40 años, 50 de experiencia, y ya las conozco [las discusiones]. No conoces nada, ni madres. No sabes nada. Eso es lo importante de esta carrera: que todos los días tienes que empezar.
El público es irreconocible. Cada proyecto es diferente. El secreto está en entregarte al 100%, tanto el productor, el escritor, como el actor, el director. Al 100%, y creer en tu proyecto.
—Cómo ciudadano mexicano ¿cómo ve a su país?
—Mira, para mí la política es una hermosa carrera, pero la manera en que la aplica cada país llega un momento que da asco. O sea, yo he conocido gente noble, con grandes intenciones de dirigir algún puesto político, y en el momento en el que están en ese lugar, se transforman.
En este momento, para mí, en lo personal, mi país es un desastre. Es un desastre en medicina, en violencia, en corrupción, en todos los sentidos. O sea, nuestro presidente salió a dar un discurso en el que decía que todo estaba bien. Pues tú ves a la gente en la calle, volteas para todos lados, y pues no hay nada bien. Entonces, yo no sé con quién habló o a quien creyó que le estaba hablando.
Te repito, no me meto en política, porque no me interesa y no me gusta. Pero cuando veo alguna injusticia y puedo dar mi opinión, lo hago. Hace unos días yo subí algo sobre los niños con cáncer, porque me parece increíble que haya un programa en México en el que le dan dinero gratis a los chavos de 19 a 29 años que no estudian, les dan una cantidad mensual, pero los niños con cáncer y los padres tienen más de dos años peleando por las medicinas para sus hijos y no se las dan. Entonces, algo así me parece completamente fuera de lugar, injusto. Y ahí me voy a expresar.
Ya me criticaron de todo. Pero esa es mi opinión. Aquí ya no se trata de si soy actor o dejo de ser actor, me están preguntando a mí, al que voy y compro las tortillas y pago la luz y pago el teléfono, pues esa es mi respuesta: me parece una mamada que le den dinero gratis a una bola de huevones y no le den medicamentos a los niños con cáncer, que se están muriendo.
—Si tuviera la posibilidad de encontrarse con el presidente AMLO, ¿qué le diría?
—Pues de todo, porque con todo menos con los niños. Haz lo que quieras de tu vida, hazlo. Es más, a mí me han amenazado con que me van a madrear y que me van a golpear. Yo me dejo madrear, yo me dejo golpear si un cabrón le da veinte quimioterapias y veinte fisioterapias a un niño gratis. Me dejo romper el hocico.
ALGO PERSONAL
—¿Tuvo COVID?
—No.
—¿Qué aprendió de la pandemia?
—Aprendí que los seres humanos somos muy malagradecidos y somos muy malos amigos y muy malas personas cuando se nos permite. El COVID ha venido a desnudar la realidad de mucha gente. La realidad interna de muchas personas. Hay compañías enteras que dejaron sin trabajo a miles de trabajadores por el COVID. Pues la poca humanidad de las personas… Muchas personas por salvarse nada más a sí mismas, o sin estar enteradas realmente de qué era esto, empezaron incluso a matar a sus mascotas.
La ignorancia fue lo más marcado de lo del COVID ¿no? Y también la bola de porquería que subieron al internet especulando que esto se había creado para controlar al mundo y otros sobre que ya venían los aliens y que los extraterrestres ya estaban aquí.
Y ahora que no está tan dramático, porque surgió la vacuna y por fin entendieron miles y millones de personas que había que vacunarse, por suerte ya está más calmado todo. Pero yo no siento que por convicción propia ¿eh? Yo siento que por la simple necesidad de seguir viviendo. Y las grandes industrias para seguir haciendo sus negocios. Y nosotros, los ciudadanos, para seguir comiendo, tenemos que salir a la calle a buscar la comida, a buscar el trabajo, no hay otra. COVID o no COVID. Si no hubiera habido una vacuna, estaríamos en la calle trabajando, de todos modos.
—¿Qué cosas le dan miedo?
—Me da miedo morir sin sentirme un ser realizado. Y con esto me refiero a no hacer lo que a mí me gusta. Ser obligado a hacer lo que no me guste. Eso me da terror.
—¿Hoy se siente realizado?
—Sí, me siento muy realizado. Cada paso que doy, sea mínimo o sea grande, me siento realizado, porque va enfocado hacia lo que me gusta hacer, que es actuar.
—Después de la actuación, ¿qué es lo que más le gusta?
—Pues el amor (risas).
—¿Cómo es usted en estado de enamoramiento?
—Exageradamente apasionado. Apasionado. No soy pegote. No me gusta ser pegote, no estoy encima de nadie. No me gusta estar arriba de nadie. No vigilo, no sospecho, no molesto. Solo soy muy apasionado, muy apasionado.
—¿Qué tiene que tener una mujer para poder estar a su lado?
—Ser real. Ser real. Real. Con defectos, con virtudes, pero que sea real. No que vaya saliendo poquito a poquito la chingadera. Que sea real de entrada.
—¿Cuántas veces se enamoró?
—Ay, todas y ninguna (risas). He tenido dos matrimonios, en los cuales, en los dos, pensé que estaba sumamente enamorado, y lo fue en su momento, pero después las cosas cambiaron, y entonces ya no fue. Después tuve una novia que “uf”, también me morí, por ella, de amor, y al final tampoco fue.
Y después, en mi última relación también pensé que era el final de mi tiempo como pareja, que era la compañera que yo había estado buscando –aunque nunca la estás buscando en sí–, [creía] que esa compañera era la ideal, y pues resultó que no fue. Entonces, he estado muy enamorado y no lo he estado al mismo tiempo.
—¿Hay algún mito o mentira sobre usted que quiera aclarar?
—Bueno, que si soy vicioso. Tuve mi época de alcoholismo, pero lo supe superar. Lo supe dejar atrás. Así que vicioso no soy. Qué más. Mentiroso. Me caga la mentira, así que mentiroso no soy.
—¿Cuál fue el peor día de su vida?
—Tuvo que ver con mi mamá, y no quisiera hablar de eso.
—¿Y el mejor día?
—El mejor día de mi vida, pues, hasta ahora lo sigo viviendo, estoy vivo, sano, trabajando. Pero uno de los mejores días fue cuando recibí un Emmy. Fui el primer latino en recibir un Emmy Award, y yo pensé que ahí se enfilaba mi carrera hacia Hollywood. Y otro, el día que nació mi hijo.
—¿Cómo es Eduardo Yáñez papá?
—No soy. No soy papá. Mi hijo y yo estamos separados, y por tanto no aplico. Pero lo fui por muchos años, y ahorita no soy papá. No hablamos. No sé nada. Sé que está bien, pero no sé nada más de él ni quiero. Y en este momento no soy papá, no aplico como papá.
—Para finalizar ¿qué le gustaría que supieran de usted?
—Que sepan, que no sepan nada (risas). Pero, sí, que estoy muy agradecido por todos los años de apoyo que han dado a mi carrera. A todos aquellos a los que les he llevado alegrías, lágrimas y risas con mi trabajo, estoy muy agradecido con ellos. Y espero seguir haciéndolo por muchos años más. No saben ellos lo mucho que enriquece mi corazón y mi mente el poder salir a la calle y que una persona me reconozca como actor y que me platiquen las historias que les he hecho vibrar y vivir. Eso vale muchísimo para mí, me hace sentir vivo.
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