Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo, o el Enmascarado de Plata, sin lugar a dudas se ha convertido en el luchador más legendario de todos los tiempos. Su imagen trasciende más allá de lo que hizo en ring durante más de cuarenta años como profesional. Al final de sus días, era difícil romper con la mitología que había construido, disfrutó de ser una leyenda viva.
No obstante, un polémico día lo cambiaría todo. Una figura famosa dentro del gremio periodístico logró, en 1984, lo que pocos. Quitarle la máscara al luchador y que este revelara los más íntimos secretos que implicaba ser mucho más que una figura mediática y deportiva.
Fueron varios los años en que tras peleas sanguinarias e incluso películas, el famoso casi pierde su “identidad secreta”. Era lo más cercano que había existido a un superhéroe de ficción. Al tiempo, es común que en redes sociales se le ironice de esa manera. A diferencia de muchos personajes, este fue real. De carne hueso y con bastantes sensibilidades y experiencia.
Así lo dejó ver su última entrevista. Un hombre con clase que sin temores responde de manera cautelosa a los cuestionamientos del periodista Jacobo Zabludovsky. Aprovechó aquella ocasión para romper con los mitos en el oficio de la lucha libre, principalmente aquellos sobre una vida que podía ser acaudalada. Ante las pantallas, y a mediados del siglo pasado, los luchadores eran mostrados como figuras endiosadas y con todo tipo de lujos, incluso gadgets de espías o trabajando para agencias secretas, la realidad era otra.
“En aquella época se ganaba 15 o 20 pesos por lucha, entonces uno tenía que ir buscando lo que mas dejaba. Tenía que buscar uno lo que traía más dinero. Lo logramos”, explicó sobre las precarias ganancias en el ring que lo empujaron a ser algo más, una figura del cine y teatro.
En una entrevista con Zabludovsky, el Enmascarado de Plata esclareció mitos dentro y fuera del cuadrilátero. El primero, descartó que las peleas fuesen, en su totalidad, “solo circo” de improviso. Al contrario, defendió que se necesitaba una gran preparación física y nivel de atleta en cada función.
“Primero que nada es un deporte, porque si no hay buena actividad, no hay reflejos, no hay condición física, no puede haber lucha libre, ni un atleta. El atleta se hace en el gimnasio, vende como cualquier profesión, es mentira que un luchador se haga en uno o dos años”, explicó el gladiador.
En aquella entrevista, la leyenda del ring aseguró que era un trabajo “tan sacrificado”, que solo hasta seis años después de haber entrenado rigurosamente es que un luchador conseguía posicionarse como todo un atleta profesional.
En esa misma entrevista, aseguró que Mil Máscaras era de los pocos luchadores que rápidamente “asimilaron” todo lo que exigía el ring. Explicó que era una profesión, como cualquier otra, solo que en ella tenía que entregarse toda integridad física.
Tras momentos de remembranzas, de explicar la situación precarizada de la lucha, de como muchos optaron de saltar al cine ante nimias ganancias, pero también de bellos recuerdos con compañeros, es que solamente sucedió. Algo que sacudió a las audiencias y dio de qué hablar por varias semanas.
El Enmascarado de Plata, dejó ver su rostro desnudo. Solo conservó el misterio de cómo lucían sus ojos. Los mantuvo cerrados. “Tiene cara de profesor”, fue lo que le dijeron cuando, al aire, reveló el rostro que todo México esperaba conocer.
“Los años pasaron y me retiré de la lucha cuando se empezó a pagar mucho más dinero, todavía. Yo viví de la lucha desde 1933-34. El Santo nace en el 42, ya para 1952, en una revista, era un veterano”, dijo el luchador
“El Santo se retiró, como dice el mundo: me fui a mi tiempo”, explicó sobre su emblemática carrera. A las pocas semanas de haber dado la exclusiva, un funesto cinco de febrero de 1984, la leyenda se apagaría para siempre. Un infarto fulminante a sus 66 años de edad acabaría con su vida. Sin embargo, la muerte no fue suficiente para terminar su legado. A la fecha perdura. La historia de El Santo, no sabe sino seguir evolucionando para inspirar a otros.
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