Durante la Época de Oro del cine mexicano existieron muchos romances que traspasaron la pantalla grande y se hicieron realidad. Unos terminaron en matrimonio, otros en apasionados noviazgos y unos cuantos murieron de formas abruptas o peculiares.
Lo cierto es que no muchos estuvieron al tanto de uno de los amores que tuvo Pedro Armendáriz, uno de los grandes iconos de la comedia y drama rancheros. Se trataba de Esther Fernández, considerada la actriz con uno de los rostros más bonitos del cine mexicano y la primera gran estrella de la Época de Oro.
Esther se lanzó a la fama gracias a su participación en Allá en el rancho grande, la primera película mexicana que tuvo una buena recepción entre el público internacional y por la que empezaría todo el fenómeno que quedó marcado en la historia.
Si bien esta película de Fernando de Fuentes fue de 1936, lo cierto es que Esther comenzó su carrera artística desde 1933, teniendo incluso una actuación en La mujer del puerto, filme que abordó el tema del incesto. No obstante, luego de Allá en el rancho grande, las ofertas le llegarían por montones a la jalisciense.
Fue en 1937 que pudo filmar tres películas en total, cosa que era común entre los artistas de la época. Lo peculiar de este año fue que conoció a Pedro Armendáriz. Su primer encuentro ocurrió durante la grabación de Mi candidato.
De acuerdo con declaraciones de Esther, fue gracias a esta película que comenzó un breve romance con el histrión. Se trataron, surgió la química y decidieron ser novios. Poco después de que terminaron de hacer Mi candidato, comenzaron a hacer otra cinta juntos: La Adelita.
Estaban en Tlaxcala. Según la actriz, la filmación fue principalmente en este estado y por las noches. El noviazgo entre los actores no iba del todo mal, pero Esther dio a entender que no estaba tomándolo tan en serio por una razón: la personalidad explosiva de Pedro.
“Yo le tenía miedo”, declaró para un documental. “Tenía su carácter muy fuerte y peleaba con todo el mundo. Válgame dios. Dije ‘No, este un día me agarra a cachetadas o me medio mata. ¡No, no!’”. El problema era que, a diferencia de Fernández, Armendáriz estaba tomándose muy en serio el futuro de su relación.
Un día, mientras ambos estaban en una alberca descansando en pleno sol, Pedro abordó a la actriz y le dijo de forma abrupta “Oye, Estefana. Vámonos casando tú y yo”. Ella, quien no tomó en serio su propuesta repentina, le respondió “Ah, sí. ¿Cómo no? Vámonos casando”.
La siguiente reacción de Pedro fue levantarse, volver a su habitación, cambiarse de ropa, arreglarse y pedirle al director de La Adelita, Gabriel Figueroa, y a la tía de Esther que fueran al juzgado. Luego volvió con Fernández y le ordenó que se arreglara para irse.
La actriz admitió que todavía para este momento creyó que era broma, por lo que le siguió la corriente. Se vistió, volvió con Armendáriz y salieron en dirección a dicho juzgado. Esther comentó que, cuando llegaron, encontró a toda la compañía que llevaron para la filmación.
Esto fue prueba suficiente para que la intérprete dejara de creer que era un juego. Desconcertada y un poco asustada, le preguntó a Pedro si era en serio que iban a casarse. El actor, con la misma franqueza con la que le propuso matrimonio, le respondió que sí, que estaban ahí para ser marido y mujer.
Fue en ese momento que Esther, con pánico, salió huyendo de la oficina del juzgado. Echó a correr, Pedro fue tras ella, pero nunca la alcanzó y pudo escaparse. Tuvo que pasar un poco de tiempo para que Esther se atreviera a buscar al actor, ya que este terminó furioso por haberse quedado plantado.
Por supuesto que le reprochó y la discusión que tuvieron ambos marcó el final de su relación fugaz. Esther, quien no le tenía ningún tipo de desprecio a su antiguo amor, le sugirió que siguieran siendo amigos; para sorpresa de muchos, Pedro terminó aceptando sin resentimientos.
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