Gabriel Siria Levario, mejor conocido como Javier Solís, fue uno de los cantantes consagrados del bolero ranchero. Durante el siglo pasado no dejó de escucharse en la radio y en muchas ocasiones se ha dicho que su importancia fue de la talla de otros grandes como Pedro Infante y Jorge Negrete.
Sin embargo, antes de ser siquiera un cantante de carrera incipiente en algunas radiodifusoras, este intérprete fue un joven dedicado a muchos oficios. En la actualidad no es secreto que Javier tuvo que abandonar sus estudios cuando apenas estaba en quinto de primaria para poder apoyar económicamente en casa.
Como resultado de esto, el futuro músico tendría muchos trabajos que le ayudaron a obtener unas cuantas monedas. Fue cargador de canastas en los mercados, recogía vidrio, se hizo panadero, lavacoches y carnicero; este último oficio sería uno de los más importantes que Javier tendría en su vida.
De acuerdo con el escritor José Felipe Coria, el cantante laboró en algunas carnicerías de la zona donde vivía. La más importante de todas fue una llamada La Providencia, negocio que era manejado por un hombre llamado David Lara Ríos.
Lara Ríos llegó a conocer bastante bien a Gabriel Siria antes de siquiera ser una estrella. Este joven trabajaba sin reproches y era comprometido, pero tenía el pequeño detalle de que era un “entusiasta” de las chicas, le encantaba atenderlas y no dejaba de coquetearles cuando lo hacía.
Sin embargo, el punto más importante en esta relación de patrón y subordinado era que David estaba al tanto de las inclinaciones artísticas de su empleado. Sabía que en ocasiones iba a una radio local para interpretar canciones al lado de un amigo suyo, también sabía que su voz tenía un potencial que todavía no era del todo explorado.
Fue por estos motivos que, en un acto de generosidad, David puso en contacto a Gabriel con un profesor de canto “que tenía un estudio en Vicente Eguía número 62, cerca del cine Hipódromo”. Lo llevó con él y a partir de ese momento costeó las lecciones que tuvo con él.
Su nombre era Noé Quintero y era reconocido entre los músicos de la época por haber sido el mentor de grandes figuras como Pedro Infante. Poco se sabe de la vida personal de Quintero, pero es recordado por tener una habilidad especial.
Según Coria, Noé Quintero era un maestro severo, estricto y exigente. Estas características lo llevarían a desarrollar la capacidad de reconocer si estaba ante un posible alumno que tuviera calidad vocal o no. Quintero siempre buscó que sus estudiantes fueran genuinos y auténticos, y tal parece ser que encontró esto en la voz de Javier Solís.
A pesar de ello, el joven intérprete sólo fue estudiante de Quintero por ocho meses; se desconocieron los motivos por los que dejó a medias sus cursos con este profesor. No obstante, luego de haber pasado por este estudio, Javier comenzaría a tener un vicio del que le tomaría mucho tiempo soltarse: ahora imitaba el estilo de Pedro Infante.
De hecho, en una de las anécdotas más conocidas de Solís está aquella ocurrida en el funeral del “Ídolo de Guamúchil”. Ese día de 1957, el cantante, que ya tenía sus primeras grabaciones de estudio, se posicionó sobre una cripta del cementerio donde enterraban a Pedro. Fue entonces que comenzó a cantar Grito Prisionero, pero con la peculiaridad de que estaba simulando el estilo del fallecido actor.
Esto generó cierto escepticismo entre varios productores musicales, mismos que dudaban de la autenticidad de Javier Solís. Sin embargo, el cantante encontró la manera para pulir su voz y encontrar su estilo; prueba de ello fue cuando interpretó el tema Llorarás, llorarás, mismo por el que sería ampliamente reconocido.
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