El día de hoy, los fanáticos del rock alrededor del mundo guardan el luto por el aniversario del fallecimiento de dos de los mayores exponentes en la historia del género: Ian Curtis y Chris Cornell, ambos grandes poetas y músicos sumergidos en la tristeza, cuyas historias se vieron enlazadas por un trágico final.
Era 18 de mayo, pero de 2017, y Chris Cornell tocaba las notas más tristes que una guitarra puede hacer sonar. Con la melena corta y desacomodada, enfundado en unos jeans oscuros y una camiseta color gris, el vocal de Audioslave y Soundgarden lo daba todo en un escenario en Detroit, Estados Unidos, y se despedía de sus fanáticos. Aunque ellos no lo sabían.
Según reportaron medios internacionales, horas después de aquel concierto, el cantante de 52 años de edad presuntamente se quitó la vida en una habitación de hotel de aquella ciudad estadounidense, en donde lo encontraron con una cinta en el cuello.
La depresión que sufría Chris desde hacía varias décadas fue razón suficiente para que algunos se convencieran de que había sido un suicidio. No era, desde ya, la primera estrella del grunge que partiera de esa manera. Sin embargo, poco después de su muerte, la esposa de Cornell calificó de “inexplicable” que su esposo se hubiera quitado la vida.
“Yo sé que amaba a nuestros hijos y que nunca se hubiera quitado la vida conscientemente por el daño que les haría. Cuando hablamos después del concierto noté que balbuceaba. Estaba diferente. Me dijo que tal vez se había tomado un Ativan o dos de más”, explicó Vicky Cornell en un comunicado.
Entonces Vicky culpó al médico responsable del tratamiento del cantante de “Like a Stone” y, específicamente, por el uso mal vigilado de aquel fármaco que, a pesar de combatir la ansiedad y el insomnio, podría tener efectos adversos como pensamientos paranoides o suicidas, balbuceos y alteración del juicio.
Pero el hecho era uno: la estrella del grunge que se arrepintió de vivir bajo los caprichos del movimiento contracultural ya había perdido la vida. Aunque la fecha de su fallecimiento ya había quedado marcada muchos años antes, en 1980, cuando el corazón de Joy Division decidió colgarse en la cocina.
El panorama era parecido. En 1980, la banda inglesa de post-punk se preparaba para lanzar Closer, el segundo material discográfico en el que la agrupación había trabajado, y estaba por emprender una gira por los Estados Unidos.
Pero Ian no quería. Según reportó El País, la epilepsia del vocalista estaba en un momento crítico, a pesar de que le habían cambiado el medicamento en varias ocasiones. Eso, la presión de los conciertos y un fuerte abuso del alcohol, simplemente hacían a Curtis pender de un hilo.
De acuerdo con lo que escribió su esposa, Deborah Curtis, en el libro Touching from a distance, al cantante le asustaba la reacción público americano ante sus ataques epilépticos, de los que constantemente era víctima mientras estaba en el escenario, y trasladarse en avión. Pero no podía negarse a los caprichos de la disquera, así que el 19 de mayo viajaría al país extranjero.
Pero un día antes del viaje, Ian se quitó la vida. Se colgó con un lazo que utilizaban para tender la ropa y, mientras tanto, en su tocadiscos sonaba Iggy Pop: “Las cortinas estaban corridas, pero se podía ver la bombilla encendida a través de la tela”, narró la madre de Natalie, la única hija del cantante.
“Había un sobre encima del mantel del comedor, me dio un vuelco el corazón pensar que había dejado una nota para mí. Me acerqué a tomarlo cuando por el rabillo del ojo lo vi. Estaba de rodillas en la cocina, su cabeza estaba ladeada, las manos sobre la lavadora. Le miré, estaba quieto. Entonces la cuerda, no había visto la cuerda. La cuerda de tender estaba alrededor de su cuello”.
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