“Te sacude la vida”, dijo Mario Bezares del shock vivido durante el año y medio que estuvo en la cárcel acusado como presunto responsable del asesinato de Paco Stanley, por lo que ahora considera que perdonar es una de las formas en las que logró salir adelante
“Tengo muchas lagunas mentales de todo el proceso por el miedo, por el impacto, por todo lo que estaba sucediendo”, recordó el conductor en el programa Mimí Contigo.
Aunque ahora se considera en una etapa feliz en la vida –celebra 30 años de casado con su mujer, Brenda-, no puede evitar volver a los sentimientos de frustración, enojo, depresión e impotencia que le generó ser acusado como presunto responsable del crimen de Paco Stanley, ocurrido en junio de 1999, con quien compartía el programa Una tras otra.
“Me sacaron de mi casa engañado. Yo iba como testigo, cuando salía de mi casa se atraviesan dos patrullas, se bajan y me arraigan en el Hotel San Juan. Sin deberla ni temerla iba para tratar de cooperar y se voltean los papeles; me dicen ‘tú eres el culpable’. En qué momento a mí me pones como presunto culpable si yo era un testigo. Nunca me notificaron y me metieron a un hotel arraigado como si fuera la peor persona del mundo”, añadió.
Bezares, actualmente radicado en Monterrey, pudo regresar a casa durante una semana antes de que su abogado, Guillermo Pasquel, le avisara que lo trasladarían al Reclusorio, donde le dictaron acto de formal prisión. En su última noche le sugirió dormir con su familia como una forma de despedirse, además de portarse bien para que pudieran hacer su trabajo.
“Tengo un trauma con el ruido del helicóptero porque las 24 horas había uno afuera de casa si no era de las televisoras, era de la procuraduría. Me acuerdo que nos dormimos con mis hijos y mi mujer, pero nosotros no dormimos sino lloramos. Siempre dijimos que donde hay amor es imposible que nos derroten, me dijo ‘tranquilo no te va a pasar nada’. El terror de una noche que se me hicieron diez minutos”.
Con su singular carácter bromista, le pidió a Mimí que se refiriera a la cárcel como un retiro espiritual para seguir rememorando aquel ingreso, donde lo metieron a un cuarto para revisarlo: lo desnudaron, hizo buches, sentadillas, al tiempo que escuchaba los gritos de no mirar a nadie a la cara o a los ojos.
“El veinte me cayó como a los dos meses. Me llevan a un edificio de nuevo ingreso donde me llega una cubeta con un cepillo de dientes, pasta de dientes, jabón y toalla; me dicen que unas señoras lo mandaron. Dormía en una colchoneta con cuatro cobijas y un custodio me ilumina, abre la estancia donde estoy y me pregunta ¿eres Mario Bezares? No te preocupes, vengo a verte porque mi mamá me pidió que te cuidara, quiero que le mandes un autógrafo”, contó Bezares.
Así como tuvo grandes muestras de apoyo por parte de sus seguidores también problemas por ser famoso, cuando un custodio lo quiso amedrentar por supuestamente sentirse protegido. Sin embargo, el conductor considera que la cárcel está en quienes se quedan afuera, porque deben vivir señalados o criticados.
“Adentro, bendito Dios, muchas personas me cuidaban y cuando era día de visita los que venían con sus internos iban a verme y me llevaban tortillas de harina, tortitas de coliflor y a los mismos hijos le decían cuídamelo”, contó.
Sus hijos –de 2 y 4 años- no lo visitaron ni una sola vez. Como papá, reconoce que es el dolor más grande que pudo tener. “Es cuando conoces la maldad del ser humano que no se tocan el corazón para partirte la madre”, dijo.
Consternado y con los ojos llorosos, recordó las llamadas con su familia, quienes le daban la fortaleza –tenía acceso a hablar por teléfono después de las diez de la noche-. En uno de esos días, su hijo Alejandro le preguntó dónde estaba el procurador porque quería decirle que su padre no había hecho nada malo.
“Todas esas cosas me dolían, regresaba a la estanca deshecho y destrozado. Le pegó muy fuerte y cuando pudimos platicar después de haber pasado todo me dijo que cada vez me admira y quiere más”.
Cuando le concedieron la libertad y cruzó la puerta se encontró con una oleada de simpatizantes y reporteros que lo impresionó. Regresó a casa y la sentía como que no era suya. Todo había cambiado porque ya no se sentía un objeto, aunque acepta que le costó año y medio adaptarse nuevamente a la cotidianeidad, al grado que manifiesta no recordar la etapa en que grabó el programa Ya llegó Mayito.
“No sabía dónde estaba parado, no sabía dónde estaba mi ropa, mis zapatos. Me dio vértigo de espacio porque sentía el vacío, la sensación de libertad y los colores se te magnifican porque estas en beige. Parece mentira, pero es cuando realmente te das cuenta que el hombre debe tener la libertad para hacer sus cosas. Sales con el miedo, sin decisión, tu autoestima y personalidad en el suelo. No me acordaba cómo manejar en la ciudad. El tiempo y el espacio lo pierdes completamente”, argumentó.
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