El 12 de marzo de 1992 nació en San Andrés Chalchicomula, Puebla, el expresidente que llevará ligada en la memoria histórica la matanza de 1968 en Tlatelolco; Gustavo Díaz Ordaz cumpliría este 2021, 110, y desde años antes de 1979, cuando murió, su historia se ha visto vinculada con un amor de la farándula, que por sus características, más que un romance fue un escándalo.
El abogado y político llevó consigo una controversia suscitada en los años 60, cuando estando casado protagonizó un amor prohibido con una figura de la fama de los escenarios mexicanos, se trata de Irma Serrano con quien durante cinco años el mandatario vivió un romance criticado por su clandestinidad “pública”.
La tigresa, quien entonces protagonizaba las marquesinas con la historia de La Martina, se mostraba orgullosa ante la prensa en su estatus de “la otra” en la vida del presidente mexicano. El abogado y la vedette entonces sostenían un amorío que para la mujer siempre fue una “relación paternal”. Había pasado un tiempo desde la matanza en Tlatelolco y el descendiente del poder recibía amenazas y rechiflas por doquier. El país estaba enojado y su popularidad internacional estaba deteriorada pese al esfuerzo depositado en Las Olimpiadas mexicanas y el Mundial de futbol de 1970.
En su libro La suerte de la consorte, Sara Sefchovich relata que mientras Guadalupe Borja, entonces esposa del que ha sido llamado tirano y asesino, se aislaba de su marido porque no podía soportar las presiones que surgieron tras la masacre estudiantil, Díaz Ordaz iniciaba una historia de amor con la chiapaneca de mirada felina y figura esbelta voluptuosa, que llamaba la atención del público por su actitud bronca.
Irma Consuelo Cielo Serrano Castro, nacida el 9 de diciembre de 1933, entonces lograba gran popularidad como intérprete de música ranchera y desarrollaba una carrera cinematográfica, como bailarina de cabaret y productora de teatro.
La tigresa tenía una belleza inigualable y una mirada intensa y penetrante, con la que revelaba un carácter fuerte y decidido. “Yo me sabía bonita y había que sacarle provecho a aquello”, declaró décadas después en La Oreja, un programa de televisión de inicios de milenio. Conquistó a empresarios, hombres adinerados y al presidente de México, quien además de su cuestionada tiranía, enfrentaba los dimes y diretes por tener una amante.
Gustavo, presidente de México del 1 de diciembre de 1964 al 30 de noviembre de 1970, necesitaba guardar las apariencias en complicidad con su esposa para no alterar los destinos de la Nación, pero Guadalupe Borja siempre conoció los detalles de la otra historia de amor, de las joyas, tierras y regalos extravagantes. En el libro A calzón quitado, La Tigresa acepta que “sí, lo quise mucho; él me quería mucho, me consentía mucho, nunca me prohibió o me dijo ‘no hables de mí’”.
Díaz Ordaz fue generoso y entre los regalos que le ofreció a quien fue senadora en los años 90, había una cama que perteneció a la emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano de Habsburgo; una cama dorada, con adornos en forma de cisne, que hoy forma parte de la exhibición montada en el Castillo de Chapultepec para ilustrar el siglo XIX, la época en que el emperador gobernó México.
En aquellos años, los atormentados tortolitos necesitaban guardar las apariencias del romance a voces, hasta que cinco años después, según a la versión de la actriz y política chiapaneca, la primera dama fue la responsable a través del secretario de Gobernación, Luis Echeverría, de boicotear los proyectos cinematográficos, discográficos y hasta las apariciones en televisión de la controvertida chiapaneca.
Entonces y adolorida, Irma Serrano se enfundó en un traje folclórico, rentó los servicios de un grupo de mariachis y acudió a la Residencia Oficial de los Pinos decidida a cantar su verdad y a llevarle una serenata a la esposa del presidente por su cumpleaños. “Firme, Irma, firme, me dije a mí misma para recuperar el valor que se me andaba queriendo huir”.
Sara Sefchovich también refiere la escena y asegura que Gustavo Díaz Ordaz salió de la casa para encarar la sorpresiva serenata y terminar la relación. Al ver que el final del romance era definitivo, Irma Serrano le soltó una bofetada. Los guardias del Estado Mayor Presidencial cortaron cartucho, pero el presidente dejó pasar la agresión. Al parecer, el golpe en el rostro le provocó un desprendimiento de retina al mandatario, pero Irma salió de Los Pinos y de la vida amorosa de Díaz Ordaz para siempre. Todo había terminado.
Años después, cuando el ex presidente fue designado Embajador de México en España, ofreció una conferencia de prensa en la que se refirió a su relación con La Tigresa como que “fue como tener una experiencia con una totonaca”.
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