Tony Sirico tenía 55 años y vivía con su madre en un pequeño departamento en Nueva York cuando en 1997 grabó el piloto de Los Soprano, que luego se estrenó el 10 enero de 1999 y pasó, con el correr de los años, a ser considerada una obra maestra que cambió para siempre la forma de hacer televisión.
El actor interpretó a Peter Paul Gualtieri, mejor conocido como Paulie Walnuts, un mafioso matón, leal a su jefe Tony Soprano y siempre a la espera de su reconocimiento, que estuvo a lo largo de las seis temporadas y media que duró la galardonada serie.
Sirico no era una cara nueva dentro de la industria, tenía casi una treintena de películas cuando la novedosa y arriesgada producción de HBO lo llevó a la fama. Pero eran solo pequeños papeles los que había hecho para todo tipo de directores, algunos de la talla de Martin Scorsese, Woody Allen o los hermanos Coen.
Siempre hizo de tipo rudo, porque lo era, no lo llamaban para otra cosa. “Lo que ves es lo que tienes”, le decía a los directores cuando le pedían que hiciera algo que se saliera de ese molde de hombre malo.
Y es que si había alguien en el elenco de Los Soprano que conocía de verdad la vida de los gángster era él: fue ladrón y un personaje temido y respetado en el mundo del hampa. En total, fue arrestado 28 veces en su vida. La primera vez a los siete años por robar monedas de un puesto de diarios.
Gennaro Anthony Sirico Jr. nació en Nueva York el 29 de julio de 1942. Su infancia y su vida adulta transcurrió en Bensonhurst, Brooklyn, un barrio italiano conocido por albergar a reconocidos miembros de la mafia.
“Donde yo crecí cada tipo intentaba probarse a sí mismo. O tenías un tatuaje o una cicatriz por arma de fuego”, dijo en una nota para Los Angeles Times en julio de 1990. Y agregó, con una sonrisa pícara: “Yo tengo las dos”.
Los irlandeses y afroamericanos de otros barrios eran enemigos a muerte de la pandilla de italoamericanos de la que hacía parte cuando era adolescente. Un día que estaba en los escalones de una iglesia católica en Brooklyn con una chica, el actor fue sorprendido por un joven del Bronx que le disparó con un arma de fuego.
“Yo era un tipo que siempre andaba armado. La primera vez que fui a prisión me empezaron a revisar y me encontraron tres pistolas. Me preguntaron que por qué las cargaba y les dije que vivía en un barrio peligroso. Y era cierto. En nuestro barrio si no cargabas con un arma era como si fueras el conejo durante la temporada de caza”, dijo.
En 1967 pagó una pena de 13 meses de prisión por robar en una discoteca en Nueva York. En 1971 se declaró culpable por posesión de armas y un juez lo sentenció a cuatro años de cárcel, pero solo estuvo 20 meses tras las rejas.
“Después de todas las veces que fui apretado por las autoridades, conocí a todos los jueces de la ciudad”, dijo a Los Angeles Times.
Según algunos medios estadounidenses —también lo comentó el actor a sus compañeros de elenco—, Sirico trabajó para la familia criminal Colombo, una de las cinco más importantes que manejaba el crimen organizado en Nueva York y cuyo jefe fue Jimmy ‘Green Eyes’ Clemenza.
A la actuación llegó por azar. Durante su paso por la cárcel a comienzos de los 70 vio a una compañía de teatro conformado por ex convictos presentar una obra a los reclusos.
“Los vi y pensé: yo puedo hacer eso. Sabía que no era feo. Y sabía que tenía las agallas para estar sobre el escenario y enfrentar al público. También cuando estás en prisión practicas mucho. Yo tenía que pararme frente a asesinos y secuestradores y los tenía que hacer reír”, dijo el actor neoyorquino.
Sirico era la oveja negra en su familia y la actuación fue su salvación. Su hermano menor, Robert, es un reconocido sacerdote católico y fundador del Instituto Acton, una de las usinas de pensamiento más influyentes de la derecha estadounidense que aboga por el libre mercado.
Una vez recuperó su libertad, empezó a obtener pequeños papeles como actor y a trabajar como modelo. En el podcast Talking Soprano, que conducen los actores de la serie Michael Imperioli (Christopher Moltisanti) y Steve Schirripa (Bobby Bacala), contaron que Sirico apareció desnudo en la portada de una revista porno.
“Estaba en buena forma y era todo un casanova”, dijo Imperioli.
Sus primeras líneas como actor fueron en El Padrino II: “¡Hay un policía!”. Más adelante trabajó con Scorsese en Buenos muchachos. Para ese momento, incluso mucho antes, ya estaba encasillado en el papel de matón en el cine y la televisión, y no tenía ningún problema con eso.
“Lo más importante como actor es saber cómo venderlo. Yo puedo caminar arrodillado, golpear el piso, luego levantarme y morir. O puedo tambalearme y luego caer. Yo hice una película con Rubén Blades que se llama The Last Fight. Cuando me dispararon en la cabeza, caí arrodillado y mientras la cámara se acercaba a mí, crucé los ojos y luego morí”, contó el actor sobre un film que hizo con el reconocido músico panameño.
Sin imaginar el futuro que le esperaba, sus dotes histriónicos los puso en práctica como ladrón. Cuando robaba le gustaba disfrazarse para no ser reconocido y así despistar a los policías, que lo conocían muy bien por su extenso récord delincuencial.
“Me ponía bigotes y pelucas; utilizaba unas de color rubio o castaño. De hecho, una vez me atraparon por repetir el mismo disfraz”, dijo en la nota a Los Angeles Times.
Según contó, había robado 30 mil dólares con un atuendo con el que pasó totalmente desapercibido. Un gran golpe. A la semana siguiente, se olvidó que había utilizado el mismo bigote y la misma peluca rubia y fue atrapado por las autoridades.
Una de sus grandes influencias es James Cagney, el talentoso actor estadounidense que se hizo famoso por sus papeles de mafioso en el viejo cine de Hollywood.
En Los Soprano, Paulie Walnuts ocasionalmente saludaba a sus compañeros diciendo: “¿Qué se escucha?, ¿qué se dice?” (whaddya hear, whaddya say?). La frase es una referencia al personaje de Rocky Sullivan (James Cagney) en Ángeles con caras sucias (1938), la magistral película de gángsters de Michael Curtiz. Ese film no solo era uno de los favoritos de Sirico sino también del creador de la serie, David Chase, y de otros miembros del elenco.
Para construir su personaje en la serie Sirico solo tenía que recordar su pasado, esa violenta y turbulenta vida que vivió y sacar cosas de ahí: de los viejos capos del barrio y sus códigos, de sus decenas de amigos criminales y de su propia experiencia como maleante.
Steve Schirripa explicó que el personaje de Paulie Walnuts siempre tenía las manos adelante, nunca atrás ni en los bolsillos, porque esa fue una costumbre que Sirico adquirió cuando estaba en la cárcel. La razón de esto era que en prisión siempre tenía que estar listo para defenderse, y si tenía las manos atrás podría ser hombre muerto.
El actor neoyorquino también encarna la estética clásica del gángster que le gusta siempre vestirse bien. Imperioli y Schirripa recordaron lo vanidoso que es y advirtieron que nunca, por ningún motivo, le deben tocar su cabellera al menos que quieran tener un grave problema con él.
Tal era su obsesión que no permitía que los estilistas de la serie, quizá de los mejores en la industria que trabajaban para los grandes de Hollywood, le tocasen el pelo. Si tenía una grabación a las seis de la mañana se levantaba dos horas antes para peinarse. Su secreto era dejar que el pelo se secase solo, sin utilizar toalla ni nada más. Luego, para finalizar, esparcía una gran nube de fijador en spray que atravesaba caminando.
Casi replicando una escena de Los Soprano, a la ceremonia de confirmación católica del actor Robert Iler (A.J Soprano) llegó luciendo uno de sus costoso trajes italianos. Iler, que en ese momento tenía unos 13 años, contó que Sirico fue a mostrar su “respeto hacía él”, lo saludó con un beso en la mejilla, le dio un pequeño fajo de billetes de regalo y le dijo al oído: “Cualquier cosa que necesites, solo tienes que llamar al tío Tony”.
Para la historia quedará cómo Tony Sirico fue la única persona que logró apretar y doblegar a los guionistas de Los Sopranos —reconocidos por su intransigencia a recibir comentarios de los actores sobre alguna modificación en los diálogos o en la trama— para que cambiaran una característica de su personaje.
Sirico tenía como principio nunca interpretar a un soplón o a un abusador, y el personaje de Paulie Walnuts tenía una de esas características.
Ante la insistencia del neoyorquino, uno de los escritores le dijo: “Bueno, ¿te parece que en vez de un abusador Paulie sea una psicópata?”.
“Sí, no tengo ningún problema”, respondió Sirico.
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