Era el siete de agosto de 1994 cuando el arqueólogo Leopoldo López Luján estaba iniciando las excavaciones en la zona de Templo Mayor, en el corazón de la Ciudad de México, cercano al zócalo de la capital, cuando vislumbró parte de una estatua que pensaba se trataría de un guerrero jaguar. Pero se topó con la terrorífica sorpresa de que aquéllo era algo más. Así lo dijo López Lujan en una plática de El Colegio Nacional.
La figura era una efigie hecha pedazos pero no dañada hasta la totalidad, por lo que podría reconstruirse, de inmediato se movilizaron los equipos de trabajo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para poder reconstruir la estatua. Posteriormente se dieron cuenta de que tenía una semblanza similar a la de un esqueleto, extremadamente delgada, manos en forma de garras y que tenía una deformidad en la parte central del cuerpo, a la altura del esternón, como si un hígado se le estuviese saliendo. Así apareció Mictlantecuhtli, el dios de la muerte de la cultura azteca.
Mictlantecuhtli heredó su nombre de las palabras en náhuatl “mictlán” - lugar de los muertos y “tecuhtli” - señor- y fue denominado como el guardián y protector de la entrada al reino de la muerte, donde las almas de los guerreros tendrían que pasar por diferentes pruebas para poder alcanzar el reino del Mictlán, una semejanza al paraíso en donde el alma podría dejar atrás el sufrimiento que la ataba al plano terrenal.
Según la leyenda, Mictlantecuhtli fue creado por dos de los dioses centrales de la mitología de los aztecas: Quetzalcóatl, el dios de la creación y la luz, protector de la humanidad, y Huitzilopochtli, el dios de la guerra y la batalla, la deidad principal de los aztecas. Ambos querían traer un descanso a los mortales y dar una lección para apreciar la vida, traer balance a la creación. “¿Cómo comprender la luz sin la oscuridad?” afirmó el texto La vida no puede existir sin la muerte, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde expertos hablan sobre la creación de la deidad.
La estatua que descubrieron en el Templo Mayor llamó mucho la atención de los especialistas pues la estatua presentaba garras en lugar de manos, además que tenía manchones oscuros encima por lo que expertos decidieron hacer pruebas para determinar qué era la sustancia y se vieron en la sorpresa de que era sangre humana. Posteriormente, compararon lo visto en el códice Magliabechiano, en donde aparece que los aztecas le ofrecían carne humana y sangre a la efigie como un agradecimiento al formar parte del ciclo de la vida y la muerte.
El antiguo dios estaba cubierto por una máscara similar a un cráneo, además de usar huesos humanos como adornos y su apariencia parecía señalar que tenía piel que se le estaba cayendo a pedazos. La protuberancia en la parte baja de la estatua hacía una referencia al hígado, un órgano que estaba relacionado con la condición del alma humana.
La cabeza de la estatua tiene huecos, en donde se le insertaba material para que asemejara un cabello chino y crespo. Una de imágenes con las que se le relaciona es del Tzompantli, en donde se colocaban cabezas de los enemigos y se les mostraba como una ofrenda al dios de la muerte.
Sin embargo, a pesar de ser un dios que se le vinculaba al sacrificio humano, también era uno al que tomaba el papel de deidad protectora de la vida, especialmente de los recién nacidos e infantes, ya que formaba parte de un ritual en el que se hacía un llamado hacia la buena gestación y salud durante el embarazo.
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