Paris Hilton contó el drama que vivió durante once meses, cuando en 1998 sus padres decidieron enviarla a un internado para que enderece su vida y deje atrás el espíritu rebelde que la caracterizaba en su adolescencia. “Enterré mi verdad demasiado tiempo”, dijo la modelo publicitaria en diálogo con la revista People. “Estoy orgullosa de la mujer fuerte en la que me he convertido. La gente puede asumir que todo en mi vida resultó fácil, pero quiero mostrarle al mundo quién soy realmente”.
“Era muy fácil escabullirme e ir a clubes y fiestas. Mis padres eran tan estrictos que me dieron ganas de rebelarme. Me castigaban quitándome mi teléfono celular, quitando mi tarjeta de crédito, pero no funcionaba. Todavía saldría por mi cuenta”, rememoró Hilton en la entrevista durante la que contó también de qué se tratará su próximo documental sobre su vida.
Al pensar que la vida de su hija mayor -hoy, 39 años- podría tomar un rumbo equivocado, sus padres Rick y Kathy Hilton decidieron llevarla a un internado de Nueva York, uno de los más conocidos de la gran ciudad, el Provo Canyon School. Cuando supo su destino, Paris también intuyó qué se veía sobre su vida. “Sabía que iba a ser peor que en cualquier otro lugar”.
“Se suponía que iba a ser una escuela, pero las clases no eran el foco en absoluto. Desde que me despertaba hasta que me iba a la cama, pasaban todo el día gritándome en la cara, era una tortura continua”, recordó Hilton. “El personal decía cosas terribles. Constantemente me hacían sentir mal conmigo misma y me intimidaban. Creo que su objetivo era quebrarnos. Y fueron físicamente abusivos, golpeándonos y estrangulándonos. Querían infundir miedo en los niños para que tuviéramos demasiado miedo para desobedecerlos”, añadió.
Paris relató en diálogo con la periodista Aili Nohas que en Provo Canyon School “no se podía confiar en nadie“, tal el grado de paranoia que se generaba en el ambiente. En oportunidades, como si fuera una penitenciaría estatal, iba a confinamiento solitario. “Utilizarían eso como castigo, a veces 20 horas al día”.
Fueron días de terror, donde el objetivo de quebrar su voluntad estaba rindiendo frutos de la manera más brutal. Las consecuencias comenzaron a ser terribles. Sobre todo psicológicas. “Tenía ataques de pánico y lloraba todos los días. Era tan miserable. Me sentí prisionera y odié la vida”.
“Realmente no podía hablar con mi familia, tal vez una vez cada dos o tres meses. Estábamos aislados del mundo exterior. Y cuando traté de decírselos una vez, me metí en tantos problemas que tenía miedo de volver a decirlo. Agarraban el teléfono o rompían las cartas que escribí diciéndome: ‘Nadie va a creerte'. Y el personal les decía a los padres que los niños estaban mintiendo. Así que mis padres no tenían idea de lo que estaba pasando“, relató.
Finalmente, cuando Paris salió de allí en 1999, sintió liberarse de una de sus peores pesadillas. Decidió no contarle a nadie lo que allí había padecido. “Se siente como si mi pesadilla hubiera terminado“. “Quiero que cierren estos lugares. Quiero que rindan cuentas. Y quiero ser una voz para los niños y ahora los adultos de todo el mundo que han tenido experiencias similares. Quiero que se detenga para siempre y haré todo lo posible para que esto suceda”, concluyó.
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