“Fue el 11 de septiembre de 2002 cuando comenzó el infierno”. Así comenzaba Marie Friediksson el relato de su batalla personal de los últimos 17 años. Ese día sufrió un desmayo en su casa y fue trasladada a un hospital.
Su primera pregunta al despertar en la camilla del hospital fue: “¿Me voy a morir?”. Los estudios detectaron un tumor cerebral. Los especialistas predijeron un año de vida. Pero su familia no se lo dijo. Comenzó una lucha que la acompañaría el resto de su vida.
Agotadoras sesiones de radioterapia, grandes dosis de medicamentos... pero el tumor crecía.
Las secuelas generadas por el tratamiento fueron devastadoras. Perdió el pelo, se le desfiguró la cara. Nadie la reconocía en la calle. Pero peor eran las secuelas menos visibles: problemas de visión en el ojo derecho, de audición y motores (un pie se le torcía y vivía con temor a caerse).
Siguieron las dificultades para escribir. Había olvidado muchas palabras y hasta las letras de sus canciones. Aquellas que la habían convertido en una estrella mundial en los años 90.
Cuando comenzó a perder el habla, los médicos decidieron operarla. Y tuvo que volver a empezar de nuevo.
Mil veces se preguntó “¿Por qué a mí?". Hasta que logró cambiar su punto de vista. “Todo el mundo puede sufrir un tumor cerebral, ¿por qué no me iba a pasar a mí? La vida se convirtió en algo completamente diferente de lo que yo estaba acostumbrada. Soy una persona atrevida y divertida que está atrapada en un cuerpo enfermo. Hay una tristeza que me acompaña todo el tiempo, que está ahí constantemente. Pero, al mismo tiempo, tengo mucha suerte. Una familia fantástica, un trabajo fantástico y una casa fantástica. Cuando pienso en ello me digo a mí misma que no puedo sentarme a lloriquear”, contó en su biografía Listen to my heart (título que juega con su clásico Listen to your heart) escrita por la periodista sueca Helena von Zweigbergk , ya que Marie no podía hacerlo por sí misma.
En 2007 logró volver a los escenarios con una gira solista por su país, a la que bautizó Nu! (¡Ahora!) y en 2011 volvió a reunirse con su compañero, Per Gessle, y retomó los conciertos con Roxette. En 2016, ambos encararon una gira mundial para conmemorar el 30 aniversario de la banda.
Pero no duró mucho. El 8 de febrero de 2016, en Ciudad del Cabo, fue el último concierto de la banda. Hacía tiempo que Marie cantaba sentada en una silla y aferrada a un bastón. Sus médicos le recomendaron que suspendiera los shows y se dedicara a cuidar su salud.
“A pesar de la pérdida que he sentido en la vida, siempre he experimentado una fuerza enorme al cantar. Eso es lo que no me puede arrebatar nadie. Mi voz nunca me ha fallado”, contó Marie.
Su marido Micke y su hijo Oscar fueron figuras claves para sostenerla en la batalla contra el cáncer y ayudarla en la rehabilitación. También los mensajes de apoyo de sus fans, que nunca dejaron de llegar a su casa de Estocolmo.
“Las dificultades de la vida no terminan nunca. No es posible vivir sin dolor. Pero, aún así, también surgen momentos de felicidad como diamantes entre la grava. Ahora he aprendido a alegrarme por las pequeñas cosas. Un rayo de sol, ver cómo brotan las hojas en los árboles, un bocadillo de paté. Por fin creo que me he reconciliado con la idea de que padezco una lesión, consecuencia de la radiación, y de que tengo que vivir con ella. He pasado años de mi vida bajo el estigma del dolor, pero nunca me he dado por vencida y no me voy a rendir. Voy a seguir peleando hasta que no pueda más”, había avisado.
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