Solo quienes no vieron las películas de Star Wars tomarían como un spoiler el saber que la fama de Adam Driver cambió por completo desde que se supo que -en la saga- era el hijo de Han Solo (Harrison Ford) y la princesa Leia (Carrie Fisher). Y en una superproducción tan popular por la escena en la que el villano, Darth Vader, le dice “Yo soy tu padre” al protagonista principal, Luke Skywalker, Adam se convirtió en una leyenda cuando le dio vida a Kylo Ren: después de haber sido entrenado como jedi por Skywalker, Ren aspira a ser tan poderoso y villano como Vader, al punto de asesinar al propio padre, Han Solo.
Bajo la dirección de J.J. Abrams, Adam Driver vuelve a protagonizar el Episodio IX de Star Wars, el tercer y último capítulo de la nueva trilogía. Y, en paralelo, vuelve al estilo del cine del Oscar con la verdadera investigación de las torturas de la CIA en The Report.
—¿Cómo te llevas con la fama desde que te convertiste en la nueva estrella de Star Wars?
—Es algo bastante surrealista. Ni sé cómo procesarlo. (Ser parte de Star Wars) es divertido, en especial para los vecinos de mi edificio cuando es la época de Halloween. Sin embargo, se vuelve mucho más extraño cuando la persona que cuida a mi perro se aparece con una camisa estampada con el personaje de Kylo Ren. Ahí sí que se vuelve muy extraño darle a mi perro para que se lo lleve. Pero más allá de eso, me gusta, sobre todo con los niños. Pero sigue siendo muy surrealista.
—Comparando la vida real con la ficción, debes ser uno de los pocos actores de Star Wars que realmente estuvo enlistado en la Marina del ejército estadounidense. ¿Cómo fue que surgió aquella decisión?
—Yo quise enlistarme en el ejército porque era la época del 11 de septiembre, tenía la edad justa y sentí el patriotismo lógico. Quería involucrarme. Y se juntó con un momento en el que tampoco estaba haciendo nada. Vivía con mis padres y estaba, además, con trabajos tan extraños como el típico telemarketing y venta de aspiradoras.
—¿Aplicas en alguna medida aquella época a tu trabajo como actor?
—En el ejército aprendí a trabajar en una unidad grupal. Y es algo que se aplica en la actuación porque quita la presión cuando te das cuenta de que no todo pasa solo por tu rol y tu trabajo como actor. Tienes un rol, pero haces lo mejor posible sabiendo que atrás estás rodeado por un grupo de personas que te apoyan para contar una historia que además es mucho más grande que una sola persona.Y mientras hagas tu parte, desaparece por completo el ego porque no se puede actuar solo. Obviamente, alguien tiene que filmarla o verla o escribirla. No es algo que se genera solo. Se necesita una comunidad para crearlo y con el ejército es lo mismo: cada uno tiene su rol, hay siempre un líder y es importante saber bien cuál es tu rol. Si la persona que está a cargo sabe lo que hace, lo que vayas a hacer también se siente relevante y necesario. Pero si el líder no sabe lo que hace se siente que estás perdiendo el tiempo.
Sin Han Solo ni la princesa Leia en su verdadera familia, Adam Douglas Driver nació el 19 de Noviembre de 1983, como el hijo de los verdaderos padres, Nancy Needham y Joe Douglas Driver. Su padrastro, Rodney G. Wright, incluso es todo lo opuesto a Darth Vader: es un pastor bautista.
El gusto por la actuación surgió en realidad en la escuela secundaria de Mishawaka, donde participó en las primeras producciones de teatro estudiantiles. Después de graduarse, estuvo exactamente dos años y ocho meses en el primer batallón de marinos de la armada estadounidense, aunque nunca llegó a pelear en una batalla.
La verdadera lucha que tuvo que ganar fue la inscripción al prestigioso Instituto Julliard, en Nueva York, donde también conoció a su esposa, Joanne Tucker. Los primeros pasos profesionales los dio en el teatro. Tuvo papeles en diferentes obras de Broadway y, en paralelo, se ganaba la vida como mesero.
Su primera oportunidad en el cine llegó de la mano de Clint Eastwood en la biografía de J. Edgar Hoover que protagonizó Leonardo DiCaprio. Muy pocos actores de Hollywood tienen la suerte de trabajar con los mejores directores en tan poco tiempo. Con Steven Spielberg, por ejemplo, tuvo el rol del oficial Samuel Beckwith en la historia de Lincoln. También interpretó al músico Al Cody en Inside Llewyn Davis, bajo la dirección de los hermanos Cohen (cuando todavía se consideraban hermanos).
Después de haber sido elegido por J. J. Abrams para el rol de Kylo Ren en Star Wars, Martin Scorsese lo contrató para protagonizar, con Andrew Garfield, la superproducción Silence, donde Driver incluso perdió 25 kilos para representar su personaje del padre jesuita Francisco Garupe.
Steven Soderbergh incluso lo llamó para la comedia Logan Lucky, antes de que el mismísimo Spike Lee lo dirigiera como el infiltrado judío del KKK en BlaKkKlansman, donde lo nominaron al Oscar. Y ese es también el estilo del cine que muestra con la película The Report, representando a la verdadera persona que investigó nada menos que a la CIA, detrás de las torturas que la agencia, de manera polémica, autorizó después del ataque terrorista del 11 de septiembre en Nueva York.
—¿Es verdad que la primera vez que te inscribiste en el Instituto Julliard no tuviste mucha suerte?
—Con Julliard pasé por dos pruebas de audición, porque la primera vez no me habían aceptado. Tampoco sé la razón, habría que preguntarle a la gente que me aceptó después. Supongo que la primera vez solo busqué que me quisieran, y siento que la segunda vez ya tenía una opinión formada de lo que también yo quería decir. Antes, mi única opinión era apenas querer que me aceptaran. Para la segunda vez, ya tenía cierta experiencia de vida y supongo que se notó también en la audición.
—¿Los mejores recuerdos de Julliard?
—Yo no sabía nada de actuación antes de ir a Julliard. Apenas sabía algo de teatro y cosas que me gustaban, pero no sabía nada de técnica o de cómo mantener una larga carrera. Todo lo que sabía es que en la juventud contamos con las emociones a pleno, pero en una obra de teatro que a lo mejor te exige ocho funciones en una semana, yo no sabía cómo contenerme para no perder la vida o mantenerme saludable o incluso encontrarle un sentido a lo que me tocaba decir. Y siento que las lecciones de Julliard también me sirvieron para mi vida en general.
—¿Es cierto que desde aquella época siempre trataste de prepararte más de lo normal para las nuevas pruebas de audición?
—Sí, porque la dinámica de las audiciones siempre están armada para que fracases. No es un proceso para nada natural. Las pruebas de audición no tienen nada que ver con el verdadero trabajo. En el trabajo real cuentas con el lujo de poder encontrar al rol hasta cierto punto, pero en las audiciones necesitas mostrar el resultado final. Y no todo el mundo tiene la paciencia de imaginar “Hoy no lo encontró, pero eventualmente lo va a conseguir”. Los directores de casting quieren ver al personaje enseguida. Esa es la dinámica. No tiene sentido, pero es un mal necesario. Y yo cambié mi forma de pensar en ese sentido. En vez de pensar que me están juzgando, lo veo como una oportunidad para actuar. Por lo general, me preparo bien por dos días y lo tomo como mi interpretación del rol. Pero también tengo mi técnica de odiar a todos los que están en el lugar (risas). Y lo hago porque si odio a todos, no tengo que esperar que me quieran, es más fácil aceptar la decisión final. Y si no consigo el trabajo, siento que no me importa, porque igual nadie me caía bien al principio (vuelve a reír).
—¿La intensidad de una actuación no suele ser tan buena al momento de una prueba de audición como en el rodaje?
—Es muy diferente. En la actuación real hay una verdadera colaboración, no se trata solo de mi parte, lo que vale es contar la historia que el director trata de contar. Y mi trabajo es apoyarlo. En mi opinión, actuar es un servicio. No sé trata de que me dejen mostrar quién soy yo, ni imponer mis ideas en los demás, porque todos somos muy diferentes, con ideas demasiado diferentes. No sé trata de pensar “Esta es mi película y te voy a mostrar cómo pienso yo”, porque de esa forma también me estaría cerrando a una idea que puede llegar a ser mucho mejor. También hay mucho trabajo previo al rodaje. En mi caso trato de calmarme, para no ponerme nervioso. Pero al momento de filmar, hay que estar preparados para dejar todo a un costado. Los grandes directores con los que trabajé tampoco son dictadores que solo te piden que hagas lo que te dicen. Al contrario. Siempre vienen sabiendo lo que van a hacer, conociendo muy bien la historia, pero al mismo tiempo son siempre abiertos a demostrar que a veces se equivocan, como la mejor forma de sacrificarse por algo mejor. Y eso, es algo que yo siempre tomo como en cuenta.
—¿Hasta qué punto te ayudó el principio del teatro y Broadway en el éxito actual del cine?
—Supongo que el beneficio de haber hecho teatro es que hay mucho para aplicar en el cine, aunque sea algo totalmente distinto. En Broadway, por lo general estás trabajando en el mismo rol ocho veces a la semana durante tres o cuatro meses. Y al final siento que me encantaría volver al principio, porque recién sobre el final le encuentro el verdadero sentido al personaje o encuentro una forma mucho más económica de contar su historia. Se siente como cambia la obra de teatro al segundo mes. Y es algo que se aplica al cine cuando después de 20 tomas te das cuenta de que es posible contar una misma historia de 20 formas distintas. Y el punto en común es que nunca vas a conseguir el producto final porque siempre se puede contar la misma historia de una forma diferente, aunque en el cine no cuentes ni con el dinero ni el tiempo, y solo contamos con un número determinado de oportunidades.
—¿Hasta qué punto se puede comparar en ese sentido el superéxito de Star Wars con el estilo de cine de Martin Scorsese en Silence?
—Scorsese literalmente llega al estudio sin la menor idea de lo que va a hacer. No sé exactamente los años pero a Martín Scorsese le llevó más de 20 años filmar la película Silence. Y después de tanto tiempo cualquiera imaginaría que fue diagramando de a poco las escenas que iba a filmar, con gráficos detallados y sin embargo, lo tenía todo programado solo en su mente. Y èl es de los directores que escuchan a los actores. Toma todo en cuenta y no llega con ninguna idea planeada para imponérsela a todos. Aquel rodaje fue una lección increíble para mí. Nunca vas a tener la verdad absoluta de nada.
Más sobre este tema: