BEVERLY HILLS, California – “En algún momento comenzaremos esta entrevista”, le insistí a Renée Zellweger.
“No, no”, respondió.
Era mediados de agosto y yo había ido al Hotel Beverly Wilshire para preguntarle a Zellweger acerca de “Judy”, el nuevo drama en el que interpreta a Judy Garland durante su último año de vida, cuando la actriz y cantante estaba en su etapa más oscura y atribulada. Se trata de un papel transformador interpretado con tanto entusiasmo que será difícil derrotar a la actriz de 50 años en la carrera por el Oscar a mejor actriz de este año, un gran logro considerando su reciente ausencia de seis años de las pantallas.
No obstante, tardamos un rato en llegar a todo eso. Primero, estaba el tema de convencer a Zellweger de realizar la entrevista: conforme su publicista me enviaba correos electrónicos incesantes para retrasar su llegada, nuestra cita para almorzar se acercaba lentamente a la hora feliz. Me pregunté si Zellweger, quien en ocasiones se las ha visto difíciles con los medios de comunicación, estaba tratando de postergar nuestra reunión.
Durante casi dos horas en la recepción del hotel, vi un desfile de mujeres bien vestidas y hombres con vestimentas demasiado casuales salir del ascensor, y luego apareció Zellweger, bajita y discreta con ropa deportiva y el cabello rubio recogido debajo de una gorra del equipo de los Texas Longhorns. “Gracias por quedarte”, dijo con timidez. “Todo se estaba retrasando”.
Zellweger me contó que estaba acostumbrándose de nuevo a los horarios del estrellato, incluyendo una sesión fotográfica, pruebas de vestuario interminables, apariciones en festivales de cine y nuestra entrevista. Si “Judy” llega a esta temporada de premiaciones, tendrá que hablar mucho de ella misma… y está bien, supone, pero ¿acaso no es más divertido hablar de otras cosas?
Una vez que Zellweger se resignó a hacer la entrevista, comenzó a disfrutarla. Prácticamente sucedió lo mismo con “Judy”: el director Rupert Goold la convenció con sumo cuidado de participar en el proyecto, consciente de que una oferta precipitada podría resultar demasiado abrumadora. “Alguien me preguntó: ‘¿En qué momento te diste cuenta de que estabas en el proyecto?’”, me contó Zellweger. “¡Y creo que ese momento nunca llegó!”.
Le enviaron el guion en 2017. “Al principio no podía comprender por qué habían pensado en mí para el papel”, afirmó Zellweger. La película requiere bastantes escenas de canto en vivo, ya que hace un seguimiento de Garland en un estado casi desamparado después de aceptar un compromiso de cinco semanas para cantar en un centro nocturno de Londres, y, a pesar de haberse ganado una nominación al Oscar por el musical “Chicago”, Zellweger no se consideraba una gran cantante.
No obstante, Goold pensó que la vulnerabilidad que mostró Zellweger en “Jerry Maguire” y la desfachatez que la hizo ganar un premio de la Academia por “Cold Mountain” la hacían perfecta para el papel.
“Garland tenía una inmediatez emocional increíble”, me dijo Goold por teléfono. “Sientes que estás en la presencia de un espíritu que tiene una inocencia y esperanza innatas, y yo quería a alguien que tuviera esa clase de fragilidad”. También comentó que la propia experiencia en Hollywood de Zellweger, quien ha sido blanco de escrutinio en lo que concierne a sus romances y de especulaciones de los tabloides respecto a sus cirugías estéticas, podría darle más credibilidad a un personaje protagónico que debe luchar constantemente contra rumores dañinos.
Así que Zellweger comenzó a explorar. Puesto que Goold insistió en que no cantara con pistas pregrabadas, ella reservó un estudio de grabación y contrató a un asesor de canto para ver si el característico estilo vocal de Garland estaba a su alcance. Trabajó con un coreógrafo y un vestuarista para canalizar la postura encorvada y descuidada de Garland. Luego se sumergió de lleno en la lectura de biografías, en videos antiguos y en foros de seguidores de Garland en búsqueda de cualquier detalle útil.
Cada vez que Zellweger se daba cuenta de que había pasado mucho tiempo contándome estas cosas, se cohibía. “¿Cómo puede considerarse un trabajo todo eso? ¡Qué divertido!”, decía una y otra vez.
Las secuencias más dramáticas en “Judy” aparecen cada vez que Garland es obligada a cantar a pesar de tener la voz destruida por el tiempo y su adicción. Goold aprovechó ese tipo de suspenso: “Le dije a Renée: ‘Voy a estructurar el guion para que no se trate solo de: ‘¿Podrá Judy cantar como se requiere en este momento?’”, sino también de: ‘¿Podrá hacerlo Renée Zellweger?’”.
Ella interpretó esas canciones en vivo frente a un público, y Zellweger ahora recuerda las escenas con la emoción de alguien que se aventó de un avión con paracaídas y no murió. “Yo estaba eufórica. Estaba sumamente emocionada. ¡Es la adrenalina de hacer cosas que jamás has hecho antes!”, dijo. “No me permití pensarlo demasiado, el miedo estaba en un rincón de mi mente, acechando, y yo seguía empujándolo cada vez más lejos. Por suerte, todo fue un torbellino tal que no tuve tiempo de hacer una pausa y pensar: ‘Es mejor que mañana no lo haga’”.
Aun así, Zellweger se ha vuelto precavida con los proyectos que le exigen hacer demasiadas cosas sin tener el tiempo suficiente para prepararse. Garland fue explotada por una maquinaria hollywoodense que pocas veces le daba tiempo para descansar, y Zellweger afirmó que entendía lo que era llegar “a cierto punto en el que no sabes si tienes la fortaleza necesaria, pero debes hacerlo de cualquier manera”.
En 2010, después de trabajar casi sin descanso durante toda su carrera cinematográfica, Zellweger se alejó de Hollywood durante un periodo de seis años, hasta que resurgió en la secuela “El bebé de Bridget Jones”. “Me estaba engañando sola y no sé por qué”, comentó. “No veía el lado agotador. Hubo un momento en el que dejé de reconocer que debía cuidar mi salud”.
No se arrepiente de haber aceptado varios proyectos grandes al año, pero todo ese tiempo de descanso le ayudó a poner en orden sus prioridades.
“En lugar de decir: ‘Dios, espero poder llegar a la fiesta de cumpleaños de esa persona especial’, debía decir: ‘Voy a ir a la fiesta de cumpleaños’, y no me sentía con el derecho de tomar esa decisión porque tenía la bendición de tener trabajo”, explicó Zellweger.
Liberada de ese deber, Zellweger tomó terapia, viajó, asistió a clases en la Universidad de California, Los Ángeles, e incluso escribió un piloto para Lifetime (al final el canal lo rechazó): “Me tomé un descanso para no estar regurgitando las mismas experiencias emocionales para contar historias. Viví nuevas experiencias y todo eso me da herramientas para trabajar”.
Sin esa perspectiva no habría podido interpretar a Judy Garland. “Me hizo apreciar mi poca experiencia con el hecho de ser una figura pública y cómo esto puede acaparar gran parte de tu vida”, dijo.
Semanas después, fui a una fiesta de “Judy” en el Festival Internacional de Cine de Toronto. La película se había estrenado esa noche y había provocado publicaciones apasionadas en Twitter y una ovación de pie, y cuando Zellweger subió al escenario, lloró.
Todos los presentes en la fiesta que se realizó en un recinto cercano estaban ansiosos por felicitarla, pero, una hora después, la estrella aún no llegaba a la velada repleta de gente. “¿Dónde está Renée?”, escuché a un publicista preguntar. “¿Alguien la ha visto?”.
Finalmente estaba confirmado: Renée estaba a punto de entrar al edificio. La vi subiendo las escaleras decidida con un vestido azul claro y zapatos altísimos de color blanco. Flanqueada por dos representantes, parecía perdida en sus pensamientos, como si estuviese dándose ánimos para entrar en la primera de muchas fiestas de esta temporada donde ella sería el centro de atención.
Después de todo el trabajo que le dedicó a este personaje, acababa de recibir una ovación de pie de tres minutos. ¿Qué tal se sintió?
“No sé cómo reaccionar a eso”, dijo por fin.
¿A qué? ¿Ese tipo de admiración?
“Sí”, dijo arrugando la cara. “¿Cómo respondes a eso? ‘¿Felicidades por tener tanta suerte?’”.
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