Kevin Spacey cumple 60 años en su peor momento: del éxito a la caída estrepitosa tras el aluvión de denuncias por abuso sexual

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Cancelado. El término se puso de moda. Se suele utilizar para explicitar que no se consumirá más el trabajo de personas que han cometido delitos, inconductas o que declararon algo inconveniente o en contra del sentido común de época. Posiblemente a nadie se le haya aplicado ese término en la vida real con tanta literalidad como a Kevin Spacey.

El actor cumple hoy sesenta años. Si se hubiera intentado trazar un perfil suyo para su cumpleaños número 58, todo hubiera sido distinto. Las palabras "triunfo", "éxito" o "talento" hubieran inundado cada párrafo. Pero tras las acusaciones de acoso sexual que recibió a partir de 2017 todo cambió.

Ya nadie lo contrata. Los trabajos que tenía los perdió, alguna película ya terminada que protagonizó fue archivada indefinidamente y hasta fue borrado de una superproducción que encabezó. La última película suya que estuvo en cartel, filmada antes de la avalancha de acusaciones pero estrenada unos meses después, recaudó 127 dólares en Estados Unidos en su primer día de exhibición, un récord (negativo) histórico.

Kevin Spacey tiene varios talentos ostensibles. Lo demostró en decenas de películas y en el teatro. Recibió todos los premios que alguien puede recibir en su oficio. Dos Oscars, innumerables nominaciones al Emmy (y varios ganados como productor), Premios Tony. Cine, teatro y televisión lo vieron triunfar durante décadas.

Comenzó como actor teatral mientras conseguía pequeños papeles en cine. En 1992 participó en Glengarry Glen Ross, el film basado en la obra teatral de David Mamet, que se convirtió en un implacable duelo actoral con Al Pacino. Luego llegaría un lustro casi perfecto para él, el de la consagración. Una conjunción de guiones bien elegidos, grandes directores, carisma y potencia actoral.

En estado de gracia, parecía que cada película en la que participaba era mejor que la otra, que Spacey contaba con una especie de infalibilidad para decidir de qué proyectos participar y aportarles su talento. La lista impresiona: Los sospechosos de siempre, Los Ángeles al desnudo (L.A. Confidential), Seven: pecados capitales, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Belleza americana y otras películas menores en las que se incluyen hasta dibujos animados.

Clint Eastwood, David Fincher y dos Oscars (por su papel de Keyser Soze en Los sospechosos de siempre y por Belleza americana) en cinco años. Convertido en una estrella (literalmente: en esos años colocaron la suya en el Paseo de la Fama en Hollywood) siguió protagonizando películas. En el 2003 fue elegido director del teatro Old Vic en Londres, un prestigioso cargo que ocupó durante doce años.

Su siguiente y definitivo éxito fue en el terreno que todavía se había mostrado esquivo para él, la televisión. Pero la suya fue una apuesta nada menor. Era un nuevo formato, una manera de consumirla que todavía no estaba instalada, pero que el colosal suceso que tuvo House of Cards dio a conocer y hasta consolidó. La primera gran serie de la era del streaming. El caballo de batalla de Netflix. La pionera de aquellas que provocaron la conversación global y el binge watching que no fue producida por una de las cadenas televisivas de aire o de cable que monopolizaban el mercado. Una nueva era había comenzado, la era de Netflix, y Kevin Spacey se convirtió en su cara más visible.

En esos años, otros cinco años triunfales, Spacey se paseaba con olímpico esplendor por entrevistas y entregas de premios. Era un ganador y tenía prestigio. En la serie que contaba los entresijos de la alta política norteamericana, él además oficiaba de productor ejecutivo. Cada entrega de premios lo contaba entre sus principales figuras (en 2017, pocos meses antes de su caída, hasta condujo la entrega de los Tony, los premios teatrales), las revistas se peleaban por tenerlo en tapa y cada aparición en un talk show era un suceso.

Luego llegó la caída. Estrepitosa y abrupta. No hubo gradaciones ni su figura se fue difuminando. Cancelado. En octubre de 2017, mientras Spacey rodaba la última temporada de House of Cards todo se desmoronó como un castillo de naipes.

Anthony Trapp, un actor, denunció que había sufrido avances sexuales de Spacey en 1986. En ese entonces Trapp tenía 14 años y Spacey 26. Alegó que Spacey lo había emborrachado y que lo había manoseado. Al parecer Trapp ya había contado esto en otras oportunidades, pero no había sido publicado.

En 2001 lo expresó en una entrevista en la revista gay Advocate, aunque no fue publicado por temor a acciones judiciales. Pero en 2017 todo había cambiado. El #MeToo y el Efecto Weinstein hicieron su trabajo. Las denuncias contra Kevin Spacey empezaron de manera aluvional. Cada día alguien más se animaba a dar su testimonio.

El actor Anthony Rapp llega
El actor Anthony Rapp llega a la fiesta de estreno de la segunda temporada de “Star Trek: Discovery” el jueves 17 de enero del 2019 en el hotel Conrad New York, en Nueva York (Foto por Evan Agostini/ Invision/ AP)

La respuesta del actor fue inmediata y equivocada. Emitió un comunicado por Twitter en el que decía no recordar los hechos, pedía disculpas si algo incorrecto había sucedido y culpaba al alcohol. Pero además utilizó la ocasión para hacer su outing (salida del closet). Expresó que a pesar de haber tenido relaciones amorosas con mujeres y con hombres, él  sabiendo que desde hace años circulaban versiones sobre su vida privada, aprovechaba la ocasión para declarar que era gay.

Esa declaración, lejos de alivianar su situación ante la opinión pública, la agravó. Una disculpa despreocupada y el intento de generar empatía revelando su orientación sexual, de volver a tomar el centro de la escena, se volvió intolerable para muchos.

Varios representantes de organizaciones LGTBI+ repudiaron que mezclara las cosas y que esa declaración permitiera asimilar la vida homosexual con los abusos. Sin embargo, se trató de mucho más que de un mal comunicado de prensa. Un diluvio de denuncias que lo tenían como protagonista de ataques y abusos sexuales (la mayoría con hombres jóvenes como víctimas) cayó sobre él y su reputación.

En tiempo récord Netflix decidió echarlo y volver a encausar la última temporada de House of Cards: redujo los capítulos de 13 a 8, modificó los guiones y filmó todo de nuevo con el protagonismo exclusivo de Robin Wright. Al mismo tiempo guardó, al parecer para siempre, Gore, una biopic del escritor Gore Vidal.

Los productores de su última película no se quedaron atrás. Todo el dinero del mundo, el film dirigido por Ridley Scott que ya se encontraba listo para ser lanzado en diciembre de 2017, en un movimiento inédito fue refilmado en tiempo récord para reemplazar a Spacey, su actor principal. Christopher Plummer rehizo cada una de las escenas en las que aparecía Kevin Spacey y fue nominado al Oscar. Pudo haber ganado si hubieran creado la categoría Mejor actor de reemplazo súbito.

Para la navidad pasada, Kevin Spacey intentó un contraataque. Caracterizado como Frank Underwood y rompiendo la cuarta pared, hablándole al público como era su característica, emitió un mensaje entre críptico, desafiante y engreído que no ayudó en nada a mejorar su imagen. Una muestra de fuerza vana y menguada.

Los estudios cinematográficas y los gigantes de la industria que tomaron medidas irrevocables de inmediato solo estaban tratando de salvar su negocio, de resguardar lo que podían, de minimizar sus pérdidas. Muchas de las denuncias que se hicieron públicas luego de la de Trapp ya se habían realizado en la intimidad de cada uno de estos trabajos y desechadas, minimizadas u ocultadas por quienes tenían poder y capacidad de decisión. Solo reaccionaron ante el cambio de vientos de época y al temor del escarnio público.

Días atrás, un tribunal norteamericano desechó la acusación de abuso contra el actor que presentó un joven que en el 2016 tenía 18 años. Alegaba que lo había emborrachado (en Estados Unidos está prohibido el consumo de alcohol para menores de 21 años) para propasarse con él. Spacey se declaró inocente. El juez desestimó las imputaciones por las inconsistencias del denunciante y porque se negó a presentar su teléfono celular en el que según la defensa de Spacey se encontraban las pruebas de una relación consensuada. Fue el primer respiro que tuvo en más de un año y medio, su primer triunfo.

Sin embargo, la historia no termina allí . Todavía quedan en pie más de treinta denuncias, algunas judiciables y otras no. Uno de sus compañeros de elenco de Los Sospechosos de siempre contó que el rodaje tuvo que detenerse dos días para solucionar (aplacar) la denuncia de un joven actor contra Spacey por una conducta sexual impropia.

Con los años la situación empeoró. Son muchos los actores del Old Vic o de House of Cards, dos de los lugares en los que Spacey tuvo posición dominante y poder de decisión, que denunciaron acoso y abusos. Cuentan que obsesionado con quien hacía de guardaespaldas de Frank Underwood, actor al que él había dirigido en el teatro londinense, presionó a los guionistas de la serie para que incorporaran una escena en la que tenía un trío sexual con él. El día que se rodó esa escena, Spacey hizo acudir al set a la esposa del actor para que presenciara la grabación.

Kevin Spacey apenas cumple sesenta años. Pero su carrera terminó ya hace un par de años. Parece imposible que pueda volver a reactivarla, parece imposible que alguien lo contrate para un nuevo papel. Solo le queda disfrutar de su fortuna si no la pierde entre abogados y acuerdos extrajudiciales.

Ha sido cancelado. No solo por el público. También por quienes antes lo contrataban, y en virtud de ese contrato lo encubrían o se convertían en sus cómplices. Pero tanto contratarlo cuando aseguraba taquilla y prestigio como desecharlo ahora son nada más que dos caras del mismo negocio, los dos movimientos que parecen contradictorios responden a la misma lógica.

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