Michael Jackson fue el rey del pop. Su dominio del mundo de la música en los años ochenta es irrepetible. Impuso nuevas condiciones. Reconfiguró las reglas del negocio musical. Thriller fue el mayor éxito de la historia. Luego intentó, en vano, repetir ese tsunami de ventas. Buscó durante años volver a encontrarse con el gusto del público, pero siempre fue detrás de él. Las fórmulas preconcebidas no producen fenómenos. Pese a su percepción personal, a su insatisfacción por no batir todos los récords (que él mismo ostentaba) con cada producción el éxito lo acompañaba. Treinta millones de discos vendidos de sus dos trabajos siguientes (Bad y Dangerous); History como el disco doble más vendido de la historia y un disco que pareció una módica edición; Blood on the dance floor se convirtió en el líder histórico de las listas de remixes.
Ese mega éxito puso el foco también en sus extravagancias. La reclusión, las costumbres extrañas, los problemas de madurez, la convivencia con animales exóticos. La apariencia física lo obsesionaba. Todos los pasos en ese aspecto lo hacían alejarse de sus orígenes. La nariz, masacrada por decenas de operaciones, se convirtió en una masa informe: eso sí, pequeña. Nada quedaba del apéndice de base ancha, con amplios orificios nasales, con líneas redondeadas. También fue cambiando el color de su piel. Fue empalideciendo progresivamente. Se habló de procedimientos médicos inusuales; Michael alegó vitiligo para explicar el súbito blanqueamiento.
Su vida privada era misteriosa y al mismo tiempo foco de escándalos. Romances de diseño, para la prensa del corazón –Brooke Shields, Madonna, etc.-, luego, el casamiento con la hija de Elvis Presley; hijos con una enfermera.
Mientras él seguía tratando de crear la obra perfecta, encerrado en su obsesión de la pieza pop ideal, del nuevo paso que sorprendiera, la oscuridad de su mundo privado se fue conociendo públicamente. En sus escasas apariciones públicas, una de las compañías que se repetía –cambiaban los nombres pero el concepto era el mismo– era la de la estrella infantil del momento. En algún momento fue Gary Coleman, el de la serie Blanco y Negro, en otro, Macaulay Culkin, el travieso chico de Mi pobre angelito.
Esta carrera exitosa, matizada por escándalos de tabloides, sufrió su primer cimbronazo serio. En 1993 fue acusado de conductas impropias y de abusos a menores de edad. La primera reacción fue de incredulidad. Nadie daba crédito a las imputaciones. La defensa fue básica y sencilla. Se trataba de una burda extorsión a la persona más famosa del planeta. Esa fue su defensa y ese fue el plausible argumento que repitieron los medios en su gran mayoría. Excepto los diarios sensacionalistas que se divertían con sus excentricidades y vendían más ejemplares cada vez que ponían a Jackson en tapa.
Esa acusación fue realizada por Evan Chandler, padre de Jordan "Jordy" Chandler, un niño rubio al cual se lo veía con frecuencia junto a Jackson en cada aparición pública. Chandler padre era dentista en Beverly Hills y se estaba separando de su esposa June. Esa brecha fue la que aprovecharon los abogados de Jackson para menospreciar la denuncia. La línea de defensa inicial se basaba en que los padres estaban peleando por la custodia de Jordy y que el padre, celoso porque el hijo pasaba más tiempo con Jackson que con él, interpuso las acusaciones. Michael Jackson puso al mando a un investigador privado inescrupuloso que repartía grabaciones ilegales del señor Chandler a los medios. Los grandes medios, la industria y la familia Jackson salieron en masa a apoyar al cantante. Hubo una excepción: LaToya Jackson dijo en cada entrevista -y después de que lo dijo la primera vez estas se multiplicaron exponencialmente- que su hermano era un pedófilo (muchos años después se retractó y le echó la culpa a su ex marido, que en ese entonces ya había muerto).
Los abogados del cantante hicieron una oferta inicial de 350 mil dólares que fue rechazada por la familia Chandler, que para esa época -la época en que los dólares andaban merodeando- ya se había puesto de acuerdo en el accionar conjunto. En sede civil la demanda fue interpuesta por ataques sexuales, conducta impropia, daño psicológico, seducción, fraude y negligencia. Mientras la defensa de Jackson conseguía testimonios de chicos y de sus familiares que sostenían que solo pasaban gratos momentos con el cantante sin ninguna connotación sexual, los abogados de los Chandler consiguieron dos elementos que cambiaron el panorama. Por un lado un importante psiquiatra infantil luego de escuchar el testimonio de Jordy presentó un dictamen sosteniendo que era muy probable que el abuso hubiera existido; Jordan afirmó que hubo masturbación, sexo oral y besos en la boca y en las tetillas. Por el otro, consiguieron que el juez ordene una strip search. Que oficiales de la policía le saquen fotos a Michael de su pene, de su ano, de sus nalgas y de sus caderas para certificar si respondían a las descripciones realizados por el pequeño Jordy. Naturalmente una vez ordenada la medida judicial, el revuelo mediático conoció nuevas cumbres. Todos tenían algo para decir. Y mientras algunos sostenían que las fotos demostraban que todo era un invento, peritos relacionados con la causa sostenían que las descripciones del chico de 13 años coincidían con lo visto en las fotografías. Michael Jackson salió a hacer una declaración en video que los canales de todo el mundo pasaron en loop. Con su tono afectado, con la voz finita y simulando tranquilidad e indignación, Jackson clamó por su inocencia y se victimizó por la vejación que sufrió al tener que desnudarse y dejarse fotografiar por los oficiales judiciales. Al día siguiente pareció que la táctica defensiva había sido más que exitosa. Las encuestas mostraban que el 75% de la población de Estados Unidos le creía.
Sin embargo seis meses después de la primera oferta por 350 mil dólares, las partes llegaron a un acuerdo. Pero la cifra era diferente. Era una suma monstruosa: 23 millones de dólares. 15 millones en un fideicomiso para Jordy, 1.5 para cada uno de sus progenitores y 5 para los abogados. El acuerdo, como todo arreglo extrajudicial en cualquier parte del mundo, indicaba que el pago no significaba asumir ningún tipo de culpabilidad ni reconocimiento de los hechos y establecía un pacto de confidencialidad. Unas semanas después la acción penal se cayó porque los denunciantes, la familia Chandler, dejó de impulsarla.
Los amigos más cercanos del músico (en ese tiempo su vocera ad hoc era Liz Taylor) y su familia justificaron el arreglo amparándose en los problemas de salud de Michael (había reconocido una adicción a los analgésicos) y que cerrar el caso le permitiría terminar con la incertidumbre y reponerse. Apenas salieron a la luz las acusaciones, Jackson debió suspender la etapa asiática del Tour Dangerous y varias marcas (entre ellas Pepsi) finalizaron su relación con él.
A los pocos días de la muerte de Michael Jackson, Jordan salió a declarar que nunca había sido abusado por él. En febrero de este año una empleada de limpieza de Neverland, la mansión de Jackson, afirmó que ella vio al cantante con la mano dentro de los pantalones de Jordy y que también presenció otras actitudes abusivas y sexuales con otros chicos.
A pesar de este escándalo, de sus continuas apariciones públicas rodeado de chicos y a sus conductas cada vez más extravagantes el público pareció olvidarse de estas acusaciones, o si se acordaban prefirieron creerle al ídolo. Michael Jackson no podía ser un pedófilo.
Diez años después, otra vez las acusaciones. Esta vez no hubo arreglo extrajudicial y se llegó a un juicio en el 2005. El proceso, como no podía ser de otra manera, se convirtió en un circo mediático. Cientos de cámaras acudían cada día al juzgado en el que se llevaban adelante las audiencias. Pero no podían ingresar a las sesiones. Entonces por la noche varios programas de todo el mundo recreaban lo ocurrido en los estrados en base a dibujos de los declarantes, dobles de los participantes en el juicio, rumores e interpretaciones delirantes de la ley. A Jackson se lo notaba cada vez más extraviado. Un día concurrió a la audiencia en pijama y pantuflas.
La denuncia que dio origen a estas escenas la radicó la familia de un chico de 13 años llamado Gavin Arvizo. Las acusación incluía cargos por abusos, por proporcionar sustancias prohibidas a menores (con el fin de abusar de él), extorsión y hasta de retener al chico y a su familia contra su voluntad.
Todo se inició con la emisión de un documental televisivo llamado Living with Michael Jackson. El periodista Martin Bashir entrevistó a lo largo de ocho meses a Jackson. El cantante consideró al documental como una buena posibilidad de reconstruir su imagen luego de una larga temporada mala que había empezado con las anteriores acusaciones. Pero lo que se vio en ese programa fue alguien alejado de la realidad, que vivía en Neverland, una mezcla (de lo peor) de Disney con un museo decimonónico, realizando compulsivamente compras fastuosas sin sentido y principalmente defendiendo con orgullo su costumbre de dormir con niños. También en unas escenas aparece Gavin Arvizo tomando sus manos. Gavin en ese entonces estaba bajo tratamiento oncológico. El pequeño hasta era entrevistado.
En noviembre de 2003 la policía allanó Neverland. Dos días después arrestó a Michael Jackson quien fue liberado pocas horas después bajo una fianza de 3 millones de dólares. Tiempo después se llevó a cabo el juicio. La pena podía ser de hasta veinte años de prisión. Desfilaron celebridades, personal de Neverland y varios chicos como testigos. Cuatro empleados de Neverland declararon haber visto a Jackson manoseando las partes íntimas de diversos chicos (desde Arviza hasta Macaulay Culkin). Otros sostuvieron que les daba alcohol para acceder con mayor facilidad a ellos. La defensa intentó desacreditar estos testimonios demostrando que los ex empleados habían vendido sus historias a diarios sensacionalistas. Los principales testigos de Jackson, por más que parezca extraño, fueron chicos que declararon que durmieron con él en innumerables oportunidades, pero que nada sexual pasó entre ellos.
Luego de largas deliberaciones el jurado no encontró culpable a Michael Jackson quien una vez más consiguió eludir a la justicia.
La tercera oleada de acusaciones, la definitiva, la que logró convencer a quienes creían todavía en la inocencia del cantante, llegó este año, a una década de su muerte. El documental Leaving Neverland es demoledor. A través del testimonio de dos víctimas del intérprete de Thriller, Wade Robson y James Safechuck, se pone al descubierto la trama de abusos y pedofilia.
Todo aquello que parecían acusaciones desconectados entre sí, que podían sospecharse de oportunistas, encuentran aquí un sistema. Un esquema de acción que se repetía caso a caso, calcado. Un accionar sistemático de abusos, un plan pedófilo urdido por la mayor estrella del espectáculo.
Los testimonios a cámara, serenos, dolidos, meditados y articulados de los dos hombres que en su infancia fueron abusados por Jackson son estremecedores. La historia siempre empezaba igual. El descubrimiento fortuito de un chico en un show, una filmación o algún evento. Luego el acercamiento a la familia. Jackson frecuentaba sus casas, llamaba por teléfono, cotejaba a las madres, invitaba a todo el grupo familiar (hermanitos menores y abuelas incluidos) a Neverland o a algún viaje. Juegos con los chicos. Luego regalos y más regalos. Las primeras veces que invitaba a dormir a los chicos, sus padres estaban en la habitación de al lado. Luego los llevada de gira y , siempre, las habitaciones de los padres se iban alejando cada vez más de la de Jackson hasta terminar en otro piso. Ahí empezaban las actividades sexuales que eran también, como el plan de seducción, progresivas. Besos, caricias, tocamientos, sexo oral y hasta intentos de penetración. Luego, la parte final de este sistema: el alejamiento de los chicos, el abandono. Eso era imprescindible para que la rueda volviera a girar y una nueva víctima apareciera y todo el engranaje perverso volviera a ponerse en marcha.
Safechuck y Robson relatan a cámara sin adjetivar cada una de las atrocidades que sufrieron. Se los ve conmocionados pero ese relato desnudo es imprescindible para entender la profundidad de la abyección. Cuentan que tardaron años en reconocer que eso que les había pasado cuando tenían siete años u once no era una demostración de amor sino que habían sufrido un abuso.
Uno de los temas subyacentes del documental es el poder de la fama y del dinero. Su poder cegador, enmascarador. Los padres sucumben a la tentación de vivir en un mundo de fantasía y ceden lo más preciado, abducidos por el brillo de las estrellas. La posibilidad de una casa mejor, de vivir unos días en un mundo vip, de acceder a sitios inaccesibles permite que sucedan estas atrocidades.
Michael Jackson, un hombre dañado dañaba niños escudado en su impunidad de superestrella. Todo un sistema de complicidades se ponía en marcha. El temor, la seducción de la fama o el dinero cobijaban a los encubridores.
Con el estreno del documental, ahora, una década después de su muerte, radios, cadenas televisivas y compañías discográficas salieron a negar al artista. Tal como se dice en estos tiempos, lo cancelaron. No se emiten más sus canciones. Así como antes se minimizaron las acusaciones (mientras Jackson vivía), ahora su obra no se difunde más por sus actos privados. Quienes eso hacen, se puede afirmar sin equivocarse, están teniendo cuando menos una conducta contradictoria ya que muchos de los artistas que difunden también tiene delitos graves sobre sus espaldas. Sobre esto ya escribió a la perfección hace unas semanas Gustavo Noriega: "Ante un episodio como el develado por Leaving Neverland, se pueden abrir toda una gama de reacciones personales, que desde ya incluyen el rechazo pero también el desconcierto y la incomprensión. No es imposible y no modifica nada el hecho de que esa reacción tenga como sonido de fondo la cadencia amenazante y sombría de Billy Jean". Dicho de otro modo: pasen las radios o no sus temas, lo escuche alguien o no en streaming, Off the Wall, el disco entero, seguirá siendo una obra maestra. Y esa consideración no obsta a tener la plena convicción de la perversidad y extrema gravedad de los delitos cometidos por Michael Jackson.
La última pregunta que plantean los crudos testimonios de Safechuck y Robson es por qué nadie lo vio antes. ¿Por qué nos distrajimos con los cirugías de nariz, con los animales exóticos en medio del living, con la decoloración de la piel, con los titulares de los tabloides? ¿Por qué la fama puede encandilar tanto para que el mundo no haya podido o no haya querido ver lo que hoy se presenta como tan evidente? Aquello que había sido sofisticación, inmadurez, extravagancia y talento mutó en algo sórdido, patológico, delictivo pero cuando se tomó conciencia de ello ya era tarde.
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