Joe Biden viaja a México para contener las crisis de los migrantes y del fentanilo

La Casa Blanca quiere reparar algunos de los daños provocados por la política migratoria de Trump. Anunció un programa para aceptar hasta 30.000 refugiados por mes de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití que lleguen a la frontera

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El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador junto a su colega estadounidense Joe Biden durante su primer encuentro en la Casa Blanca en julio. Ahora, se vuelven a encontrar en el DF (Jesús Olearte/AFP)
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador junto a su colega estadounidense Joe Biden durante su primer encuentro en la Casa Blanca en julio. Ahora, se vuelven a encontrar en el DF (Jesús Olearte/AFP)

Desde el barrio de Anapra, en Ciudad Juárez, se puede ver claramente los jardines maquillados de las casas de El Paso y por las tardes los autobuses amarillos que van dejando los chicos que regresan de la escuela. El contraste es tan grande que algunos lo toman como una atracción turística y se cuelgan de los alambrados y observan la escena más allá del río Bravo, que en esta zona es apenas un chorro de agua. Si se sube a los cerros que rodean esta ciudad mexicana, se puede ver un conglomerado de casi tres millones de personas en un conjunto con los que viven del lado estadounidense. Es un centro comercial y social extraordinario, con una vida exultante, donde las aduanas son apenas un accidente de la legalidad. Epicentro de la gran tragedia humanitaria de fines del siglo pasado y las primeras dos décadas de este XXI: la migración, el desplazamiento de los más pobres, los más necesitados.

En Juárez/El Paso se vivieron cientos de crisis migratorias con miles de personas tratando de alcanzar Estados Unidos. Pero en los últimos meses, todo se agravó. Las restricciones de la Era Trump, el Covid, las persecuciones políticas en Centroamérica, la permanente crisis venezolana y dos años de inútiles peleas entre demócratas y republicanos en Washington dejaron a decenas de miles de personas tiradas en las calles con hambre y frío. Por dos años, el presidente Biden hizo oído sordo a lo que estaba aconteciendo allí mientras sus rivales le ponían una trampa política tras otra. Con el fin del año, estalló nuevamente la crisis humanitaria con miles que llegaron a la frontera a la espera de que la justicia estadounidense levantara las restricciones impuestas con la excusa de la pandemia. Intervino la Corte Suprema que, por ahora, detuvo todo y dejó a la gente en un limbo peligroso. Finalmente, Biden va a enfrentar al toro desbocado con un viaje a la frontera este fin de semana y otro a la Ciudad de México para tratar este tema y la otra gran crisis, la del fentanilo que está matando estadounidenses como moscas, con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el premier canadiense Justin Trudeau.

Como ofrenda hacia Washington, el gobierno mexicano volvió a echar mano de la diplomacia oportunista de atrapar a algún conocido narcotraficante coincidiendo con la visita del presidente estadounidense de turno. El ex presidente Vicente Fox y el gobernador de Jalisco, David Alfaron, hablaron en las redes sociales directamente de “un regalo de bienvenida para Biden”. López Obrador ya había recurrido a la misma estrategia cuando visitó a Biden en Washington en julio pasado. Dos días después apareció capturado el veterano narcotraficante Rafael Caro Quintero, responsable del asesinato del agente de la DEA en 1985, Kiki Camarena, que había sido la espina más aguda en la relación estadounidense mexicana desde entonces.

La cola de los inmigrantes que esperan recibir el estatus de refugiado en la frontera entre la ciudad mexicana de Juárez y la estadounidense de El Paso. REUTERS/Jose Luis Gonzalez
La cola de los inmigrantes que esperan recibir el estatus de refugiado en la frontera entre la ciudad mexicana de Juárez y la estadounidense de El Paso. REUTERS/Jose Luis Gonzalez

En el año fiscal que finalizó en septiembre de 2022 se registró un récord absoluto con 2.150.000 detenidos en la frontera que intentaban cruzar en forma ilegal. Un aumento del 24% con respecto al año anterior y se prevé que cuando lleguen las cifras de este año serán exorbitantes. Este dato marca apenas el 10% de los que entran a Estados Unidos por la frontera de México. El resto no es detectado. Las raíces del incremento se pueden encontrar en los desastres ambientales y los problemas económicos en El Salvador, Honduras y Guatemala. Y los problemas económicos agravados por la represión política en Cuba, Nicaragua y Venezuela. A esto hay que sumarle el llamado Título 42, una ley de Donald Trump que originalmente tenía como objetivo prevenir la propagación de la Covid-19 en las instalaciones de detención de migrantes y que después se mantuvo para evitar más traspasos. Permite que los refugiados puedan llegar a la aduana fronteriza, pedir asilo y esperar la decisión de las autoridades. La mayoría son rechazados y lo vuelven a intentar varias veces. Los gobernadores republicanos de Texas, Florida y Arizona hicieron el resto cuando subieron a centenares de inmigrantes a autobuses y aviones y los mandaron ilegalmente a estados demócratas del noreste.

El Título 42 debía expirar el 21 de diciembre, pero la Corte Suprema lo dejó en suspenso. El presidente del máximo tribunal, el juez John Roberts, bloqueó temporalmente su fin en espera de un fallo sobre un recurso de emergencia presentado por los estados gobernados por republicanos que piden que la política permanezca vigente. Los demócratas no saben cómo reparar este sistema “roto”. El alcalde de El Paso, Oscar Leeser, declaró el estado de emergencia después de que todos los centros de acogida de su ciudad colapsaran.

La ley es ambigua y confunde a los inmigrantes que se mueven por rumores de que van a abrir o cerrar las fronteras y aumentar o disminuir las expulsiones. El mes pasado, el 29% de todas las personas que cruzaron la frontera fueron expulsadas en virtud del Título 42, mientras que la gran mayoría procedía de una larga lista de países -como Colombia, Cuba, India, Nicaragua y Rusia - a los que no se aplica esa ley. En otros miles de casos, se permitió a los migrantes entrar en Estados Unidos porque viajaban con niños o reunían los requisitos para alguna otra forma de protección.

Un grupo de migrantes venezolanos pidiendo entrar a Estados Unidos frente a la iglesia Sacred Heart de El Paso, Texas. REUTERS/Paul Ratje
Un grupo de migrantes venezolanos pidiendo entrar a Estados Unidos frente a la iglesia Sacred Heart de El Paso, Texas. REUTERS/Paul Ratje

Nada de todo esto, por supuesto, detiene a los que buscan una mejor vida para ellos y sus familias. A mediados de diciembre, la patrulla fronteriza procesó la entrada de casi 3.000 personas por día en el puente internacional Paso del Norte. Por la calle Cobre, del lado mexicano hay una cola de cuadras y cuadras de gente muerta de frío (centroamericanos no acostumbrados a estas temperaturas tan bajas) que no para de crecer. Hay más de 20.000 personas esperando el cambio en la política de migración desde Washington. Cuando el hambre arrecie, van a cruzar de cualquier manera.

El otro gran tema de la agenda de Biden en su viaje a la frontera y la capital mexicana es el del fentanilo, la droga de moda que viene desde México y está provocando estragos en su país. En los últimos meses la DEA, la agencia antidrogas estadounidense, incautó más de 10 millones de pastillas. En octubre, en una sola incautación en el aeropuerto de Los Angeles se descubrieron unas 12.000 píldoras empaquetadas en populares cajas de dulces. El fentanilo es un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, y hasta 100 veces más potente que la morfina. Solo dos miligramos de fentanilo, algo así como lo que le ponemos de sal a una ensalada, se considera una dosis letal. En 2021 se registraron 107.622 muertos por sobredosis en Estados Unidos, el 66% por el fentanilo. Y esa cifra sube casi hasta el 80% en el caso de los adolescentes. Una variedad de pastillas de la droga presentada en vivos colores y denominada “arco-iris”, de acuerdo a una investigación del New York Times, está haciendo estragos entre chicos de 13 a 15 años. La situación es tan grave que el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles anunció que estaba equipando a las enfermerías de sus escuelas con dosis de naloxona, un fármaco utilizado para revertir temporalmente los efectos de las sobredosis de drogas opiáceas, incluidas las del fentanilo.

Jenn Bennett, que está drogada con fentanilo, se sienta sobre su patineta con un ojo morado mientras su amigo, Jesse Williams, fuma la droga el martes 9 de agosto de 2022, en Los Ángeles. (AP Foto/Jae C. Hong)
Jenn Bennett, que está drogada con fentanilo, se sienta sobre su patineta con un ojo morado mientras su amigo, Jesse Williams, fuma la droga el martes 9 de agosto de 2022, en Los Ángeles. (AP Foto/Jae C. Hong)

Los dos temas estarán en la mesa, cuando López Obrador reciba a sus vecinos del norte. Biden llegará con su nueva propuesta de recibir unos 30.000 inmigrantes por mes procedentes de Venezuela, Cuba, Haití y Nicaragua para aliviar un poco la situación. Pero no va a haber mayores concesiones de paso en la frontera para el resto y los mexicanos tendrán que lidiar con la ola de refugiados que cruzan el país para llegar a Estados Unidos. Lo del fentanilo tiene raíces aún más profundas en los carteles mexicanos que encontraron en esta droga sintética mayores ganancias que la siempre lucrativa cocaína. Ovidio “el ratón” Guzmán era el rey del fentanilo. Es probable que durante la estadía de Biden en el DF se anuncie la extradición del hijo de El Chapo. Otro capo narco para una cárcel estadounidense pero que no resuelve mucho. Sus hermanos seguirán mandando el veneno sin importarles mucho que haya una frontera en el medio.

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