El volcán más grande y antiguo de Hawai, el Mauna Loa, comenzó a entrar en erupción el pasado 27 de noviembre, con lava fluyendo kilómetros cuesta abajo. La última erupción, que duró tres semanas, tuvo lugar hace casi 40 años.
No está claro cuánto durará esta erupción, pero para muchos nativos hawaianos es una profunda experiencia espiritual.
Como antropólogo, he realizado nueve estudios sobre las relaciones culturales tradicionales de los nativos americanos con los flujos de lava volcánica. Como en la mayoría de las culturas nativas americanas, las creencias de los nativos hawaianos sostienen que el Mauna Loa y otros volcanes están vivos, y que sus erupciones son la forma en que renace la Tierra. El volcán es como la madre de la Tierra.
Puesto que el volcán está vivo, hay que tratarlo como a una persona con derechos y responsabilidades; y de forma diferente a si sólo fuera magma caliente que fluye.
No sólo el volcán: todos los elementos de la Tierra se perciben como vivos, con sentimientos, capacidad de hablar y poder para hacer las cosas que desean.
Esta visión de la Tierra viva define como vivas las plantas que crecen en el volcán, el viento que pasa sobre él, los pájaros que anidan cerca, el agua que mana de él tras las lluvias y los océanos que toca.
Los nativos hawaianos sostienen que, desde la creación de la Tierra, los elementos de los volcanes -tierra, viento y fuego- han hablado. Creen que estos elementos tienen derechos similares a los humanos, como ser escuchados y tener objetivos. Los cristales, la obsidiana, los cantos rodados de basalto y otros productos de la actividad volcánica están vivos y desempeñan funciones en la vida de los seres humanos.
Las interacciones entre los elementos de la tierra, el volcán y los humanos se perciben como continuas porque los elementos naturales vivos cambian y, por tanto, necesitan adaptarse a las nuevas condiciones junto con los demás y las personas.
El erudito y portavoz nativo americano Vine Deloria Jr. convocó una reunión sobre la ciencia nativa de los volcanes en Albuquerque, Nuevo México, en 2005. Entre los asistentes a la reunión se encontraban este autor y nativos del estado de Washington, Oregón, California, Arizona, Utah, Nevada y Hawai, entre ellos ancianos de las tribus Shoshone Bannock, Yakama, Owens Valley Paiute, Southern Paiute, Hopi, Nisqually, Winnemen-Wintu, Navajo y Klamath.
Estos hablantes dijeron que consideraban a los volcanes como seres vivos que, en determinadas circunstancias, compartirían poder y conocimientos con los humanos. Según estos ancianos, el volcán es un lugar donde se celebran ceremonias. Las ceremonias son tanto un acto de respeto como una petición de guía.
Los indígenas creen que su bienestar y el equilibrio ecológico de la Tierra dependen de su interacción continua y adecuada con este ser vivo.
Durante decenas de miles de años, los pueblos indígenas han viajado para comunicarse con los mismos volcanes durante las ceremonias. La gente recorría senderos físicos y espirituales conocidos durante estos viajes.
Las pruebas demuestran que cuando los peregrinos llegaban a un volcán de destino, incrustaban en el paisaje picotazos en la roca, pinturas, mojones de piedra, santuarios, piedras incisas y muchas ofrendas. Cantaban y documentaban su relación con el volcán.
Durante las coladas de lava de mediados del siglo XI en Sunset Crater (Arizona) y Little Spring (Arizona), la gente colocaba maíz y ollas pintadas en el borde de los hornitos, estructuras cónicas producidas por la lava burbujeante. Cuando se producían nuevas salpicaduras de lava, las piedras resultantes quedaban incrustadas con huellas de maíz y fragmentos de ollas. Éstos se desprendían del borde antes de que pudieran enfriarse. Las rocas se llevaban a un lugar cercano y formaban parte de las paredes de una estructura ceremonial.
Estudios en los que han participado tribus nativas y agencias federales estadounidenses han documentado que la creencia de la Tierra viviente es ampliamente compartida en Norteamérica y Hawai. Pero los pueblos nativos y sus creencias no han participado a menudo en las políticas e interpretaciones de la gestión de la tierra.
En mi opinión, esto se debe a tres razones principales: en primer lugar, a lo largo de los siglos, muchos científicos occidentales han creído que sólo ellos poseen conocimientos precisos sobre los procesos naturales. En segundo lugar, los administradores de tierras federales y estatales han recibido la responsabilidad legal de gestionar adecuadamente sus parques y son reacios a compartir el poder. Y, por último, los gestores de las tierras no tienen los conocimientos culturales necesarios para entender las creencias de los nativos americanos o cómo comunicarse con los volcanes.
Los nativos creen que sus interacciones ceremoniales con los volcanes dan lugar al conocimiento compartido, que algunos llaman Ciencia Nativa. Creen que los volcanes expresan ideas durante las ceremonias sobre cómo mantenerse a sí mismos, al pueblo y al mundo en equilibrio. La gente puede tomar esta comunicación y actuar en consecuencia. Pero cuando las creencias nativas no se perciben como ciencia y, por tanto, no se consideran verdaderas o útiles para la gestión o las interpretaciones, se crea lo que se conoce como “brecha epistemológica”. Esto dificulta la comunicación intercultural.
Las erupciones del Mauna Loa vuelven a plantear importantes cuestiones sobre si el volcán es un ser vivo o inerte. También suscitan preguntas sobre si la erupción es en beneficio de los seres humanos o simplemente un acontecimiento geológico amenazador que no tiene ningún propósito.
La respuesta a estas preguntas influirá en cómo se interpretará el volcán en el futuro para los visitantes y cómo lo gestionarán los geólogos y el medio ambiente.
(Por Richard W Stoffle, profesor de Antropología de la Universidad de Arizona / Artículo publicado en inglés en The Conversation)
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