Así, de pronto, como por arte de magia, nació de entre los manglares y los mosquitos, en un pantano, la Ciudad Mágica. Sería fácil pensar que de su origen improbable y repentino, de monte salvaje a metrópolis moderna, nace el sobrenombre Magic City. Pero en verdad, el apodo de Miami tiene una procedencia más mundana.
Tenemos que remontarnos a 1894, cuando Julia Tuttle, dueña de una plantación de cítricos, tuvo la idea de transformar ese pedazo ignorado del sur de la Florida en una ciudad: por eso más tarde se la llamaría la Madre de Miami. El industrialista y magnate ferroviario Henry Flagler había terminado por aquel entonces la expansión de su ferrocarril de Nueva York a Palm Beach, al norte de Miami. Tuttle entendió que para hacer su sueño realidad tenía que convencer a Flagler de expandir su ferrocarril al sur. El millonario desestimó la idea al instante. Era un lugar inhóspito de pinos y algunas plantaciones. No había prospecto alguno de ganancias.
Así fue hasta la Gran Helada de 1894, posterior al rechazo de Flagler. Hoy en día, la temperatura mínima promedio para Miami es de alrededor de 60 °F (16 °C), pero en el invierno de 1894–95, el sur de Florida alcanzó un mínimo histórico de 18 °F (-8 °C). La agricultura del estado se vino abajo. Todas las plantaciones perdieron sus cosechas. Todas menos una: la plantación de cítricos de Julia Tuttle en aquel yermo inhóspito.
Cuenta la leyenda que la citricultora le envió a Henry Flagler una naranja perfecta. De pronto, el hombre de negocios vio el valor de la propuesta.
La inscripción de Miami como ciudad se produjo inmediatamente después de la entrada del Ferrocarril de la Costa Este de Florida, de Henry Flagler, en abril de 1896. Una pequeña comunidad, con solo nueve personas viviendo a lo largo de la desembocadura del río Miami en 1895, se posicionó, con la entrada del tren y su consecuente conexión con puntos del norte, para convertirse en una de las ciudades más importantes de Florida. Semanas después adquirió su sobrenombre. Pronto vino un influjo de norteños que huían de la helada anterior y otros en busca de oportunidades. El territorio vio un repentino aumento poblacional. Testigos de la época decían que era como si una gran ciudad hubiera surgido de la noche a la mañana, como por arte de magia.
El responsable del mote fue Ethan V. Blackman. Treinta años más tarde, en una entrevista para el Miami Daily News, el primer periódico de la ciudad, Blackman contó: “Lo que me inspiró a llamar Miami la Ciudad Mágica fue el entusiasmo de Mr. Flagler más un plano de la ciudad. Vea usted, cuando escribí esa frase yo ni tan siquiera había visto Miami”.
De hecho, Blackman trabajaba como periodista en Daytona, en el centro de Florida, cuando recibió una carta de Flagler con un pedido, a finales de 1896. El magnate le solicitó que escribiera un artículo acerca de la nueva ciudad para The Home Seeker, una revista destinada a promover sus propiedades. El plano que acompañaba la carta hizo que Blackman viera la magia de Miami. “Al revisar el material, me entusiasmé tanto con las posibilidades de la ciudad que bordeaba la corriente del Golfo y se enfrentaba a las amplias aguas de la bahía de Biscayne, que me referí a ella como ‘la Ciudad Mágica’”.
El apelativo duró poco en cobrar popularidad y todavía persiste, como por arte de magia.
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