Sandra Cisneros, la aclamada autora de The House on Mango Street, se enojó en la Feria del Libro de Miami: “¡A mí me da coraje!”, dijo. Estaba presentando a Manuel Muñoz, otro escritor bicultural como ella, que acaba de publicar la colección de cuentos The Consecuences. “Me enfurece que nos traten como si fuéramos extranjeros indocumentados de las letras estadounidenses”.
Su frase de elogio para la contratapa de The Consecuences apuntó al centro de la discriminación (literaria) que sufren los autores hispanos, que son tan American como latinos: “Manuel Muñoz es un gran escritor estadounidense que mira con el corazón; tan grande como Juan Rulfo cuando escribe sobre los pobres”.
Cuando salió el libro anterior de Muñoz, The Faith Healer of Olive Avenue, las reseñas de un gran medio de comunicación “lo pusieron en una especie de subcategoría”, le contó al público reunido en el Miami-Dade College para la feria. Cisneros, también enojada en aquella ocasión, escribió a ese medio: “Los cuentos son universales”, explicó.
Nunca enviarían un libro de John Updike a alguna subcategoría, comparó, y fue más lejos: “¿Por qué no vemos que estos libros se tomen en serio y se reseñen como parte de las letras americanas? Yo pienso en Juan Rulfo como un autor de las Américas y tú estás escribiendo desde ese lugar de las Américas”.
El auditorio acompañaba cada inflexión de la expresiva autora de Caramelo y My Wicked Wicked Ways: la indignación, la alegría, el sarcasmo. Entonces invitó a la gente a participar: nombró a los escritores presentes en la sala —entre ellos el poeta Richard Blanco, quien leyó en la segunda asunción presidencial de Barack Obama— y encendió aplausos. Con un dominio poderoso del tempo, la ganadora de la beca de la Fundación MacArthur se volvió hacia Muñoz y le preguntó:
—¿Y tú cómo sabes tanto sobre las vidas de las mujeres?
Empezó entonces el evento en sí: la presentación y la lectura de The Consecuences y del nuevo poemario de Cisneros, Woman Without Shame. Hacía 28 años que la autora de Loose Woman no publicaba poesía.
—No sé si sé tanto. Pero he aprendido a ser observador. Soy el menor de cinco y me crié en un hogar de mujeres: mi madre, mis hermanas y mi abuelita. Así que todo mi sentido de la moral, la importancia de tratar a los demás con amabilidad pero ponerse firme cuando hace falta, viene de ahí. Cuando comencé a escribir no tenía esa perspectiva: me conocentré en la experiencia joven queer en la zona donde crecí, el valle central de California. Pero luego me pregunté dónde estaba la experiencia de las mujeres.
—Ahora te toca a ti. Pregúntame algo —pidió Cisneros.
—¿Por qué te tomaste 28 años entre un libro de poesía y otro?
—Porque estuve escribiendo ficción y ensayo, prosa. Y porque cuando le dices a tu agente o a tu editor que estás escribiendo, te pregunta —impostó entusiasmo— “¿Qué estás escribiendo?”, y si le respondes “Estoy escribiendo poesía” dicen apenas “oh” —y miró hacia el piso, fingiendo decepción.
Cisneros agradeció a su actual editor, John Freeman, por la salida de Woman Without Shame, que ha sido traducido al castellano por Liliana Valenzuela. “Comenzó a barrer los materiales que había debajo de mi cama. Para mí es muy difícil compartir la escritura cuando está incompleta. Pero él pudo ver cuáles poemas debía tirar a la basura y cuáles podía publicar”. Es, subrayó, el primer editor de su extensa carrera que le mostro oído y amor por la poesía.
Algo similar, agregó, sucede cuando un escritor trabaja un cuento: “Los agentes y los editores te preguntan ‘¿Pero dónde está la novela?’”. Muñoz se rió: alguna vez tuvo esa experiencia. Pero no lo desmoralizó: “A mí me gusta la precisión de los cuentos”, explicó. “Y que te den la oportunidad de contar la mayor variedad de historias posibles”.
El intercambio se deslizó hacia las lecturas: la voz suave de Muñoz compartió una página de “The Reason is Because” (cuento premiado con el O. Henry Award) y Cisneros leyó el poema de “Saturnino” con emociones muy intensas.
“Hay diferentes clases de poesía”, reflexionó ella, y definió aquella que le gusta escribir como una para un público amplio, no especializado. “Así como en ficción intento escribir prosa que suene poética, en poesía intento escribir versos que suenen como una narrativa”, explicó. “Hay una suerte de cruce”.
El encuentro cerró con preguntas del público. “¿Cómo se adquiere la técnica poética?”, preguntó alguien. “Comenzaría por decirte que leas poesía, mucha poesía”, respondió Muñoz. “Recuerdo que cuando terminé mi master me propuse ‘Voy a leer las cosas que no pude leer en las clases’ y me di cuenta que me había faltado leer poesía”.
Otra persona quiso saber cómo es la secuencia de escritura de un poema, y Cisneros se apresuró a responder: “Para mí el final siempre es importante. Nunca sé cómo termina un poema cuando lo comienzo. Si sé cuál es el final, mejor haría en escribir un ensayo; si sé cuál es el final, no es un poema”.
La escritora, cuyos libros han sido traducidos a veinticinco idiomas y en Estados Unidos son parte de los programas de las escuelas, cerró con una imagen: “Un poema empieza como si tuvieras un barrilete en el corazón, es algo que te tira. Y luego el poema es el barrilete: tienes que correr tras él y hacer que se eleve”.
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