Desde Barcelona, donde vive hace casi dos décadas, Guillermo Schavelzon habló con voz suave y pausada sobre su larga carrera de editor y escritor: en una videollamada para la Feria del Libro de Miami, la periodista y escritora Hinde Pomeraniec le preguntó en detalle —y él cumplió en detallar— por la biografía profesional que acaba de publicar. El enigma del oficio: memorias de un agente literario hace que Schavelzon se sienta, luego de casi seis décadas en la industria editorial, como un pez fuera del agua: “En este sitio tan raro, que es el de autor”, confesó. “Algo a lo que no estoy acostumbrado”.
Pomeraniec, editora y autora ella misma (su último libro es Rusos de Putin; su newsletter Fui, vi y escribí es una publicación semanal de Infobae), trató de animarlo: “Tu escritura se ve muy natural. En el libro uno encuentra esa naturalidad de la memoria”.
—La gente que tiene alguna experiencia que contar (memorias, biografía o testimonios) tiene que hacerlo cuando todavía se acuerda de las cosas, y no dejarlo para los 90 años —aceptó el elogio, disimuladamente, Schavelzon, de 77 años.
Nacido en Argentina, Willy, como lo llaman en el mundo literario, fue librero y editor, y hoy se cuenta entre los agentes más importantes de la literatura y el ensayo en castellano. Los libros de Ricardo Piglia y los de Pola Oloixarac, los de Florencia Bonelli y los de Leopoldo Brizuela, los de Pablo de Santis y los de Elena Poniatowska, los de Guadalupe Nettel y los de Santiago Gamboa están entre los que gestiona con las editoriales del mundo.
El siglo de Perón y Fidel Castro
Su vínculo temprano con las letras lo llevó al mundo político, como era bastante habitual en los sesenta, en los setenta. En El enigma del oficio menciona, por ejemplo, los momentos en que conoció a Juan Domingo Perón y a Fidel Castro.
—Cuando hablas del encuentro con Perón fuiste con una cámara. ¿Había algo que te decía que eso que estabas viviendo era importante? —le preguntó Pomeraniec.
—Yo llevaba una cámara porque fui un fotógrafo aficionado desde los 15 años. Por entonces (1965, 1966) Perón era una figura mítica tremendamente importante para los argentinos, tanto si estaban a favor como si estaban en contra. Marcó más de medio siglo de historia. Recuerdo que me dio mucha vergüenza decirle a Perón si nos dejaba sacarnos una foto.
—La foto fue tomada por José López Rega, un personaje muy oscuro de la historia argentina, que entonces era secretario de Perón. En el libro también hablás de haber asistido a discursos de Fidel Castro, otra figura dominante del siglo XX. ¿Qué eran para vos esas figuras?
—Perón era un ídolo popular, una persona de una importancia tremenda pero que no me producía ninguna empatía. En el caso de Fidel Castro, en cambio, sentí una enorme identificación con ese intento que se hizo de producir un cambio social. En ese momento no sabíamos todo lo que sabemos hoy, ni lo que pasó después. Las situaciones adquieren distinto valor a medida que pasan los años.
Recuerdos de una escena literaria <i>hot</i>
Pensar en el transcurso del tiempo le evocó a Schavelzon ideas de dos autores con los que ha trabajado largamente: Alberto Manguel, argentino residente en Canadá, y el celebrado Piglia, muerto en 2017. “Como decían, con mucha claridad, hay que tener en cuenta que lo que uno recuerda no es lo que fue sino lo que uno cree que fue”, los citó.
A juzgar por sus recuerdos de la librería y editorial de Jorge Álvarez, donde comenzó el camino en la industria, fue —cree que fue— una experiencia entre agridulce y mala. Se le hizo difícil encontrar algo completamente positivo para rescatar de esos años importante para tu formación: “Álvarez fue alguien con mucha picardía”, concedió Pomeraniec, “y mucha inteligencia y visión”.
Schavelzon fundó Galerna, donde publicó los primeros libros del periodista, historiador y activista argentino Osvaldo Bayer, autor entre otras obras de una biografía del anarquista Severino Di Giovanni y los volúmenes de La Patagonia rebelde, sobre la huelga de peones rurales que terminaron masacrados —se estima un total de 1.500 personas— por el militar Héctor Benigno Varela, durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, en 1921.
“Tenía 20 años. Visto desde hoy, me veo como un insconsciente, pero entonces sabía lo que hacía”, evaluó los hechos que terminaron por enviarlo al exilio. “Cuando publiqué los primeros libros de Osvaldo, y tuvieron una trascendencia brutal, pensé: ‘Esto, algún día, no me lo van a perdonar’. Y así fue: no me lo perdonaron a mí, ni a él. Eso ocasionó que nos tuviéramos que ir del país. Él se fue a Alemania y yo a México”.
Su relación con Bayer, destacó la columnista de cultura de Infobae, fue una de las muchas relaciones que lo siguieron de una editorial a otra y luego a su agencia de representación. “El caso de Mario Benedetti”, introdujo Pomeraniec. “Benedetti me siguió adonde yo fuera”, reconoció Schavelzon. “Cuando yo vivía en México él era absolutamente desconocido y le ofrecí publicarlo. Me dijo que no quería que yo quebrara: no tenía ninguna expectativa. Pero sus libros se convirtieron en éxito brutal. Excesivo casi. Tuvo un público enorme, no el público culto solamente”. El narrador y poeta uruguayo, concluyó, “dejó de ir a México porque no podía caminar por la calle, como les pasa a las estrellas de rock”.
Literatura y dinero: una extraña pareja
Si hay un concepto que se asocia a la agencia literaria, y no escritores o escritoras, es el dinero. Pomeraniec le preguntó de manera directa por “la relación de los autores con el dinero”.
—Es una relación especial: gente que no tiene idea de lo que tiene, o que reclama lo que no se puede. Es también una relación difícil. Me gustaría conocer tu perspectiva sobre el tema.
—Hay una cuestión cultural que marca profundamente a los escritores —respondió Schavelzon, igualmente directo— y es que tienen enormes conflictos con el dinero. (En general, claro. Hay excepciones.) Y me refiero a un conflicto en serio: no a que no tengan dinero o les dé vergüenza, sino que hablan muy poco del asunto.
En su opinión, es una característica de los oficios creativos en América Latina. ”Un escritor serio estadounidense lo primero que dice en una entrevista es cuánto cobró de anticipo”, comparó. “Porque en la concepción anglosajona, de origen protestante, el dinero es algo que uno se ganó, es su mérito”. El estilo latinoamericano “enturbia mucho el trabajo profesional del escritor”. Que, contra los estereotipos, “es un trabajo difícil, aislado, encerrado”, dijo. “Se trabaja intensamente: un escritor no toma vacaciones ni fines de semana, hace sacrificios de pareja y de otra índole, a veces durante dos o tres años, sin saber si va a cobrar o cuándo va a cobrar por el trabajo realizado”.
Un agente, explicó, trata de que quien abraza un oficio literario ”entienda que escribir es un trabajo y todo trabajo debe ser remunerado”.
Escritores y lectores: un amor con intermediarios
Pomeraniec repreguntó por una derivación de ese comentario:
—¿Cómo se legitima un escritor? ¿Cómo se llega a decir “acá un escritor”?
—Para mí, lo que legitima a un escritor es tener lectores —Schavelzon fue al grano—. Un escritor no conoce a todos sus lectores, porque es imposible, pero ¿quién le paga su trabajo? Se cree que lo paga la editorial, pero no: quien le paga es el lector. Cuando un lector compra un libro una parte de lo que paga está dirigida al autor. Esa remuneración dice mucho más que su aspecto monetario.
Pero para llegar a decir “acá hay un escritor”, para ser editor y agente, ¿qué hace falta? En esencia, ser un lector. Acaso un tipo de lector especial, pero un lector al fin. Pomeraniec tomó elementos de El enigma del oficio para preguntarle a Schavelzon cuándo sintió que se había convertido en un lector.
“Desde chico”, le respondió el editor, agente, ahora autor, que “siempre” se sintió un lector. Hizo una pausa. Y cerró con una consideración. “Siempre me gustó leer. Otra cosa es ser un buen lector”.
Sus memorias profesionales, sin embargo, parecen haber prestado atención a Jorge Luis Borges: Schavelzon las escribió a mano, en cuadernos en los que dejaba una página en blanco junto a una completa por su letra menuda, por consejo del maestro argentino: una para el texto, la otra para agregados, comentarios y correcciones.
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