Para las vacas es un campo con pasto delicioso, pero para Donald Dean Studey acaso fue el lugar perfecto donde deshacerse de 50 a 70 cadáveres, en su mayoría de mujeres, a lo largo de tres décadas. Un antiguo pozo de agua de 30 metros de profundidad. En el medio de la nada, cerca de Thurman, Iowa. Sin caminos que faciliten el acceso de personas.
Incluso si en el pasado alguien hubiera viajado por la ruta interestatal 29 a Omaha, la ciudad más cercana, en Nebraska, tendría que haberse desviado hacia el este para llegar al lugar donde hoy la Agencia Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), la policía estatal y la del condado de Fremont buscan pruebas de quien podría ser el asesino serial más prolífico de Estados Unidos. Y aun así, aquel viajero sólo habría visto un instagrameable paisaje con vacas pastando.
“Sé dónde están enterrados los cuerpos” dijo Lucy Studey, la hija de Donald, al semanario Newsweek. En realidad, durante 45 años Lucy se lo dijo a quien la quisiera escuchar. Pero nadie lo hizo.
Porque los Studey no eran los Ingalls.
Donald —quien murió a los 75 años, en 2013, sin que se investigara las insistentes denuncias de su hija— vivía en una casa móvil precaria, cerca del pozo hoy tapado. Vendía drogas y armas en Iowa, Nebraska y Arkansas, y solía llevar a sus hijos en la camioneta para no despertar sospechas. Tenía tatuadas en los nudillos mayores de ambas manos —como Robert Mitchum en La noche del cazador— las palabras love y hate, amor y odio.
Todo el tiempo debía dinero, por sus hábitos de apostador. Estuvo detenido en Missouri, en la década de 1950, por hurto, y en Nebraska en los ochenta por un incidente mientras manejaba ebrio. Sus problemas con la policía eran tan constantes como sus peleas en los bares y en las calles, donde se mostraba con armas blancas y de fuego.
Sus dos esposas murieron en circunstancias violentas: una apareció ahorcada con un cable de electricidad y otra se disparó en la cabeza. Donald trató de suicidarse en una ocasión. Uno de sus hijos lo hizo exitosamente, a los 39 años.
“Nadie me prestó atención”, dijo Lucy a Newsweek, que llegó a la zona que mostró la mujer junto con la policía local. “La maestra dijo que los asuntos de la familia se debían resolver dentro de la familia, las autoridades dijeron que no se podía confiar en la memoria de una niña. Yo era pequeña entonces, pero lo recuerdo todo”.
Los perros detectores de cadáveres identificaron restos
Mike Wake, segundo del sheriff de Fremont, creció en el área y conocía los rumores sobre Studey. “Siempre lo habíamos oído”, dijo. Hace poco, cuando Lucy —que se usa su apellido de casada y vive lejos del lugar— volvió a hablarle del tema, decidió ir a ver.
El paisaje había cambiado, pero se encontraron los rastros de un pozo. Horas más tarde, los perros detectores de cadáveres señalaron varias pistas en el terreno.
“Le creo 100%, creo que ahí hay cadáveres”, dijo el sheriff, Kevin Aistrope. “Y la historia de Lucy nunca ha cambiado”, subrayó Wake.
El martes 25 de octubre el FBI se puso en contacto con la División de Investigaciones Penales (DCI, por sus siglas en inglés) de Iowa. La primera semana de noviembre comenzarán a discutir cómo continuar la búsqueda.
“Sólo nos decía que teníamos que ir al pozo, y yo sabía lo que eso significaba”, recordó Lucy. “Cada vez que iba al pozo o a las colinas pensaba que no iba a volver, que me iba a matar porque no me callaba la boca”. Pero nadie le creía a la más pequeña de una familia disfuncional.
Y así pasó el tiempo.
Lucy y sus hermanos —excepto Susan, apenas mayor, que niega todo y defiende a su padre— iban cinco o seis veces por año con su padre a deshacerse de un cadáver. En los meses cálidos se ayudaban con una carretilla; en invierno improvisaban un tobogán. Siempre cubrían el cuerpo con tierra y soda cáustica.
Un profesor de la escuela secundaria le preguntó a Lucy qué quería hacer tras graduarse. Lucy se rió: nunca lo había pensado, porque había creído que su padre la mataría antes. Pero entre las clases y un empleo en una tienda estaba en la casa el menor tiempo posible, y así sobrevivió a la adolescencia. Logró escapar de Donald al unirse al ejército, una experiencia que no le gustó pero le permitió volver a empezar.
Un prolífico asesino serial o una mujer fabuladora
Según la mujer, que ahora tiene 53 años, las víctimas iban de los veintitantos a los 40 años, excepto una adolescente fugitiva de su hogar, y se parecían: tenían la piel blanca y el cabello castaño oscuro y corto.
La policía cree que Studey atraía a prostitutas de Omaha o mujeres que estaban de paso —lo cual explicaría por qué nunca hubo 50 o 70 desapariciones denunciadas en la zona—, las llevaba a su tráiler en al campo y las mataba. Lucy recuerda cabezas destrozadas y cuerpos baleados. “La perra se lo merecía”, le dijo él sobre una de ellas.
“Si la investigación que sigue confirma la historia, podría mostrar que Studey fue uno de los asesinos seriales más prolíficos que se conozcan en la historia estadounidense”, estimaron Eric Ferkenhoff y Naveed Jamali, periodistas de Newsweek.
Las ciencias forenses no están de acuerdo en la valoración de los perros detectores de cadáveres, pero el sheriff Aistrope confía en el trabajo de Jojo y Jetti, dos pastores ganaderos australianos de Samaritan Detection Dogs. “Realmente pienso que ahí hay restos”, dijo. “Me cuesta creer que dos perros señalen exactamente los mismos lugares y no haya nada. No sabemos qué es. Aquí hubo colonos y también era un área de indígenas. Pero yo me inclino por creerle a Lucy”.
Jojo y Jetti señalaron cuatro lugares, a los que llegaron solos, sin guía de su entrenador. Uno de ellos es el lugar donde la mujer había indicado que estaba el pozo tapado. Otros tres están en los alrededores.
La investigación apenas comenzó
Es una escena extraña, pero no se sabe si es la escena de un crimen, o de numerosos crímenes. Como dijo Aistrope al medio local Des Moines Register: “Ella nos cuenta una historia tremenda, pero no tenemos pruebas, ni nada más que una indicación de los perros rastreadores de cadáveres. Necesitamos evidencias”.
El subdirector de DCI, Mitch Mortvedt, dijo a CNN que “la investigación está en pañales” y que no tiene un cronograma probable. “Llevará meses”, estimó.
Todos, por ahora, se inclinan por escuchar a Lucy. “Mi padre fue un criminal y un asesino, toda su vida”, insiste la mujer. Y han comenzado a escucharse otras voces.
La de Sean Smith, por ejemplo, propietario del terreno vecino al de Studey, con cuyos hijos creció. “De la nada, el tipo me preguntó si había visto huesos de vacas o de personas en el pozo”, recordó. “Me dijo: ‘Mi hija se la pasa alucinando e inventando historias, y le dijo a la policía que tengo un cadáver aquí'. Nada de esto me sorprende”.
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