“San Francisco perdió el rumbo, y la gente está harta”.
Este martes los residentes de San Francisco votaron por abrumadora mayoría para destituir al progresista fiscal del distrito, Chesa Boudin, tras una intensa campaña que dividió a los demócratas sobre la reforma de la lucha contra la delincuencia, la policía y la seguridad pública en la ciudad.
Boudin, de 41 años, asumió el cargo en noviembre de 2019 en medio de una ola nacional de fiscales progresistas que se comprometieron a buscar alternativas al encarcelamiento, a poner fin a la guerra racista contra las drogas y hacer rendir cuentas a los policías. Sin embargo, desde su llegada en la ciudad crecieron de forma pronunciada los índices de robos, hurtos, personas en situación de calle, y los niveles de consumo de drogas. Además, aunque se mostró como un referente en la lucha contra el racismo, en los últimos años aumentaron los ataques contra personas asiático-americanas.
“No se trata sólo de Boudin. Existe la sensación de que, en todo, desde la vivienda hasta las escuelas, San Francisco ha perdido el rumbo, que los líderes progresistas de aquí han estado aplicando los valores de la izquierda en lugar de trabajar para crear una ciudad habitable. Y mucha gente está harta”, escribió Nellie Bowles, en un artículo publicado este miércoles en The Atlantic, bajo el título “Cómo San Francisco se convirtió en una ciudad fallida, y cómo puede recuperarse”.
La periodista norteamericana comenzó su extenso relato describiendo las épocas de su infancia y adolescencia en San Francisco, una de las ciudades más turísticas de Estados Unidos conocida por sus costumbres liberales. “Si alguien quería viajar en monociclo, o ser una persona blanca con rastas, o criar a un hijo en comunidad entre un grupo de homosexuales, o vivir en un barco o montar una empresa que sonara ridícula, estaba bien (...) Cuando llegué a la pubertad, le pedí al conductor del autobús que me dejara donde estaban las lesbianas, y lo hizo. Un pasajero me gritó que esperaba que encontrara una buena novia, y yo le devolví el saludo, sonriendo, con la boca llena de aparatos”.
A esto se le sumaba la hermosa geografía de la ciudad, entre acantilados, escaleras, el aire limpio y frío, la belleza de la puesta del sol, los cafés escondidos a lo largo de las estrechas calles, y el parque Golden Gate, “que te arrastra desde el centro de la ciudad hasta la playa”.
Pero lo que la gente no se daba cuenta, según comenta Bowles, es que la ciudad de a poco se iba desmoronando.
Una de las principales problemáticas planteadas por la periodista es el alto número de drogadictos y la ineficaz respuesta de las autoridades para cortar el flujo de la droga. Sobre el nuevo Centro Tenderloin en Market Street, ubicado en el centro de la ciudad, resumió: “Es básicamente un espacio seguro para inyectarse”.
Mientras el gobierno municipal dice que intenta ayudar, “desde el exterior, lo que parece es que los jóvenes son llevados a la muerte en la acera, rodeados de cajas de comida a medio comer”.
Bowles señala que hace unos años esa zona de la ciudad estaba llena de turistas y oficinistas, que convivían “con la gran y siempre presente comunidad de los sin techo”. Hoy en día, en cambio, los únicos que quedan son esas personas en situación de calle y los trabajadores sociales que se ocupan de ellos.
Como ocurrió en todo el mundo, la pandemia de coronavirus exacerbó los problemas de la ciudad. Durante la primera parte de la pandemia, el condado de San Francisco perdió a más de uno de cada 20 residentes. “Los signos de la decadencia de la ciudad por la pandemia están por todas partes: las tiendas cerradas, el centro de la ciudad fantasma, los campamentos. Pero al caminar por estas calles me doy cuenta de lo mal que estaba San Francisco incluso antes de que llegara el coronavirus, de todo el sufrimiento y la miseria que había llegado a considerar normales”.
Ese fue uno de los principales problemas que llevó a la ciudad a esta situación, según Bowles: normalizar situaciones que no lo eran. “Me había acostumbrado a la delincuencia, rara vez violenta pero a menudo descarada; a dejar el coche vacío y las puertas sin cerrar para que los ladrones dejaran al menos de romper mis ventanas. Mucha gente deja notas en los cristales con alguna variación de ‘No hay nada en el coche. No rompas las ventanas’”.
La periodista compartió otra historia para describir la “decadencia” de San Francisco: “Hace un par de años, una de mis amigas vio a un hombre tambaleándose por la calle, sangrando. Lo reconoció como alguien que habitualmente dormía a la intemperie en el barrio, y llamó al 911. Los paramédicos y la policía llegaron y comenzaron a atenderlo, pero los miembros de un grupo de defensa de los sin techo se dieron cuenta e intervinieron. Le dijeron al hombre que no tenía que subir a la ambulancia, que tenía derecho a rechazar el tratamiento. Eso fue lo que hizo. Los paramédicos se fueron; los activistas se fueron. El hombre se quedó solo en la acera, todavía sangrando. Unos meses después, murió a una manzana de distancia”.
Esa “normalización” es tal, que la gente prácticamente no habla de “personas sin hogar”, sino de “alguien que experimenta la falta de hogar”.
Aunque el presupuesto para hacer frente a este flagelo aumentó exponencialmente -en 2021 la ciudad anunció que destinaría más de 1.000 millones de dólares en los siguiente dos años-, casi 8.000 personas siguen en situación de calle, y muchas mueren allí, a la intemperie.
“Muchas personas acaban permaneciendo en la calle pero en una situación mejor. Sus necesidades inmediatas son atendidas”, aseguró Alison Hawkes, portavoz del Departamento de Salud Pública.
A este alto índice de personas sin techo se suman las víctimas por drogas, que también aumentaron desde la llegada de Boudin. En San Francisco hubo 92 muertes por drogas en 2015. En 2020, la cifra ascendió a casi 700. Ese mismo año, por coronavirus murieron 261 personas en la ciudad.
A este flagelo se suma el preocupante aumento del consumo de fentanilo. “Las personas adictas al fentanilo también vienen, porque comprar y consumir drogas aquí es muy fácil. En 2014, la Proposición 47, una ley estatal, rebajó la posesión de drogas de delito grave a delito menor, y uno que Boudin dijo que no dedicaría recursos a perseguir”.
“Este enfoque sobre el consumo de drogas y la falta de vivienda es claramente sanfranciscano, ya que combina el progresismo impulsado por la empatía con el libertinaje californiano. Las raíces de este sistema de creencias se remontan a los años 60, cuando los hippies llenaban las calles de tiendas de campaña y hierba. La ciudad siempre ha tenido debilidad por los vagabundos, y un admirable enfoque en la atención por encima del castigo. Los responsables políticos y los residentes abrazaron en gran medida la excitante idea de que la gente debería poder hacer lo que quisiera (...) Pero entonces llegó el fentanilo, y cada vez más gente empezó a morir en esas tiendas de campaña. Cuando empezó la pandemia, la crisis de las drogas empeoró”, apuntó Bowles.
Algo similar ocurrió con los delitos de robo. Si bien San Francisco tiene unos índices relativamente bajos de delitos violentos y, en comparación con ciudades de tamaño similar, uno de los índices más bajos de homicidios, la urbe se ha hecho famosa en los últimos años por delitos como los robos en tiendas y los robos de coches. De hecho, desde 2019 ese tipo de crimen aumentó más de un 40%. Además, cerca del 70% de los casos de hurto terminaron en un arresto en 2011, mientras que el año pasado sólo el 15% lo hizo.
Esto, según apuntó Bowles, se vio exacerbado en 2014 cuando comenzó el movimiento para despenalizar el hurto en San Francisco, también a través de la Proposición 47, que además de haber rebajado la categoría de la posesión de drogas, también recategorizó el robo de mercancía por valor inferior a 950 dólares como un delito menor.
Los más críticos de Boudin -un carismático funcionario que también trabajó en Venezuela e incluso en 2009 felicitó al ex dictador Hugo Chávez por la abolición de los límites del mandato- aseguran que sus políticas han permitido a los delincuentes reincidir, en cambio de redoblar esfuerzos para proteger a las víctimas y los más vulnerables de la ciudad.
En la mayoría de los casos, Boudin prohibió a los fiscales presentar cargos cuando se encontraron drogas y armas durante paradas de tráfico menores. “No presentaremos cargos en los casos en los que se determine que se trata de una parada pretextual racista que conduce a la recuperación de contrabando”, le respondió Rachel Marshall, directora de comunicaciones del fiscal del distrito, a Bowles.
Estas medidas provocaron un fuerte descontento a nivel interno. Desde que Boudin asumió el cargo, se fueron unos 60 fiscales, casi la mitad de su equipo. Algunos se jubilaron o fueron despedidos, mientras que otros renunciaron en señal de protesta.
“Las víctimas se sienten desesperadas (...) Sienten que han perdido su oportunidad de justicia. Ahora mismo lo que ven y sienten es que su única preocupación es el delincuente”, aseguró Brooke Jenkins, ex fiscal de homicidios que abandonó el cargo tras la llegada de Boudin. Denunció, además, que Boudin en más de una oportunidad presionó a abogados para que trataran a delitos mayores como delitos menores.
El mes pasado, por ejemplo, un hombre que había sido condenado por 15 delitos relacionados con robos y hurtos entre 2002 y 2019 volvió a ser detenido por 16 nuevos cargos de robo y hurto; la mayoría de esos cargos fueron desestimados y quedó en libertad condicional.
Boudin era un bebé cuando sus padres, radicales de izquierda de Weather Underground, sirvieron de conductores en un robo frustrado en 1981 en Nueva York, que dejó a dos policías y un guardia de seguridad muertos. Ambos fueron condenados a décadas de prisión. Durante su campaña, habló del dolor de pasar por los detectores de metales para abrazar a sus padres y prometió reformar un sistema que desgarra a las familias. Pero no sólo no lo reforzó, sino que ese sistema empeoró notablemente.
Otro problema que se acrecentó en los últimos años fue el aumento de los costos de los inmuebles, alcanzando niveles de crisis en la década de 2010. No obstante, Bowles sostuvo que “la chispa que encendió todo” fue el consejo escolar. “La población dispuesta a rabiar fueron los padres de San Francisco”.
Durante gran parte del año académico 2020-2021, las escuelas de la ciudad permanecieron cerradas por la pandemia. Más tiempo que las escuelas de la mayoría de las ciudades del país. Sin un plan de reapertura a la vista, las reuniones del consejo escolar se convirtieron en grandes eventos, con audiencias en Zoom de más de 1.000 personas. “Muchos padres se horrorizaron al ver que los miembros del consejo ni siquiera parecían querer hablar sobre la vuelta de los niños a las aulas”.
Las discusiones, según la periodista, se centraban en hablar de la supremacía blanca y evitaban hablar de la pérdida de aprendizaje y de los problemas de asistencia y funcionalidad. “Podría decirse que los miembros del consejo estaban haciendo lo que se les había encomendado”.
“En febrero de 2021, los miembros de la junta directiva acordaron que evitarían la expresión ‘pérdida de aprendizaje’ para describir lo que estaba ocurriendo con los niños encerrados en sus aulas. En su lugar, utilizarían las palabras ‘cambio de aprendizaje’”.
En ese momento, Gabriela López, miembro de la junta, afirmó: “El hecho de que las escuelas estén cerradas sólo significa que los estudiantes están ‘teniendo experiencias de aprendizaje diferentes a las que medimos actualmente’ (...) Están aprendiendo más sobre sus familias y sus culturas”.
Ese mismo mes, la junta directiva votó a favor de sustituir el riguroso examen que seleccionaba a los solicitantes de Lowell, un prestigioso colegio de San Francisco, por un sistema de sorteo. “Las calificaciones y los resultados de los exámenes estandarizados son barreras automáticas para los estudiantes que no pertenecen a las comunidades blancas y asiáticas (...) Han demostrado ser una de las políticas racistas más eficaces, teniendo en cuenta que se utilizan para intentar medir la aptitud y la inteligencia”, explicó López.
A principios de este año, los votantes de San Francisco destituyeron a la directora del consejo escolar y a dos de sus colegas más progresistas. Estas son las personas que también destituyeron a Boudin. “Podemos querer un sistema de justicia más justo y también queremos evitar que nos rompan las ventanillas del coche. Y no es supremacía blanca esperar que las escuelas sigan abiertas, que los profesores enseñen a los niños y, sí, que hagan pruebas para ver lo que esos niños han aprendido”, aseveró Bowles.
La periodista reconoció que, aunque falta mucho trabajo, la llegada de la alcaldesa London Breed trae algo de esperanza a la recuperación de San Francisco. “Es una política astuta que sabe en qué dirección sopla el viento, y está abierta a cambiar de rumbo en función de los resultados”.
En ese sentido, destacó que la funcionaria haya declarado en emergencia la zona de Tenderloin, epicentro del flujo del fentanilo. “Lo que propongo hoy y lo que propondré en el futuro incomodará a mucha gente, y no me importa (...) Era hora de ser menos tolerantes con toda la mierda que ha destruido nuestra ciudad”, esbozó la alcaldesa demócrata tiempo atrás.
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