El juicio contra la británica Ghislaine Maxwell, ex amante del magnate Jeffrey Epstein y acusada de reclutar a muchachas menores para que pudiera abusar de ellas, celebra este lunes su última audiencia pública con la exposición de los alegatos de fiscalía y defensa.
Tras esos alegatos, la jueza Alison Nathan podría encargar al jurado mañana mismo, o como máximo el martes en la mañana, que se retiren a decidir su veredicto, que presumiblemente estará listo antes de las fiestas navideñas.
El juicio, que cuando arrancó el 29 de noviembre tenía una previsión de seis semanas, habrá durado finalmente la mitad de ese tiempo, y solo doce sesiones, consumidas principalmente para escuchar a los testigos de la fiscalía (24 en total) por solo nueve de la defensa, que había prometido llamar a una treintena.
ALCAHUETA O CABEZA DE TURCO
Las líneas de argumentación de fiscales y defensores no se han apartado un milímetro de lo que ya se sabía en este proceso ultramediático: mientras que los acusadores han tratado de demostrar que Maxwell (59 años) fue una intermediaria consciente y activa en proveer de muchachas jóvenes a un depredador sexual como era Epstein, la defensa cree que ella no es sino un chivo expiatorio.
El hecho de que Epstein se suicidara en su celda antes de que comenzara el juicio contra él, y todo lo que eso supuso de descrédito para un gobierno estadounidense que no pudo garantizar su seguridad ha hecho que Maxwell sea vista por muchos como una víctima a la que quieren hacer pagar por lo que él no pagó.
El hermano de Ghislaine, Ian Maxwell, escribió hace unos días en un artículo en el semanario británico The Spectator para denunciar que Ghislaine ya ha sido juzgada: El gobierno americano “montó un arresto y un juicio espectaculares que efectivamente la ha condenado como culpable ante millones de americanos antes de que se reúna ninguna prueba”.
Ian Maxwell subraya así una obviedad: que no han aparecido pruebas irrefutables que incriminen a su hermana, con lo que ahora su culpabilidad o inocencia depende de credibilidad de los testigos, principalmente de cuatro mujeres supuestas víctimas sexuales de Epstein.
UN ASUNTO DE DINERO
Estas cuatro presuntas víctimas, de las que tres ha solicitado declarar con nombres falsos, han coincidido en varios detalles que parecen dejar en mal lugar a Maxwell: primero, porque -según sus testimonios- ella se les acercó en lugares o contextos aparentemente inocentes, aprovechándose en casi todos los casos de la fragilidad en que vivían, dentro de familias desestructuradas.
Pero segundo, y más perturbador, porque coincidieron en que Maxwell participó en las sesiones de abuso sexual siendo varias de ellas aún menores (una de ellas tenía 14 años cuando sucedió por primera vez).
Y según declararon, Maxwell hacía algo más que mirar, a veces les palpaba los pechos o las caderas de las chicas; a una de ellas (de nombre Carolyne), después de haberla tocado como si la evaluara, le dijo que “tenía un buen cuerpo para el señor Epstein”.
La defensa ha utilizado como línea argumental que las cuatro estaban testificando por dinero, después de que ellas reconociesen que habían recibido entre 1,5 y 5 millones de dólares del Programa de Compensación de las víctimas de Epstein, algo que ha llevado a una abogada de la defensa a poner en duda la veracidad de sus testimonios cuando se trata de “memoria, manipulación y dinero”.
A lo que una de las víctimas replicó: “El dinero nunca podrá pagar lo que esa mujer me hizo”.
La cuestión del dinero ha estado presente en todo el proceso, algo lógico sabiendo que Epstein era un multimillonario con mansiones en varios lugares y que sus víctimas vivían estrecheces. Las chicas contaron que a veces les pagaba 300 dólares tras una sesión sexual, cantidades a las que ellas no estaban acostumbradas.
La otra línea argumental de la defensa consistió en desacreditar los recuerdos de las entonces muchachas mediante una psicóloga, Elizabeth Loftus, que se ha especializado demostrar la inconsistencia de la memoria con el paso de los años, y que interviene en numerosos juicios siempre con ese mismo propósito.
LA ESTRATEGIA DEL SILENCIO
Maxwell se ha acogido a su derecho constitucional a no declarar y el jurado no ha llegado a oír su voz. El viernes, cuando la juez le propuso hacer uso de un último turno de palabra, la británica dijo con voz firme: “El gobierno (la fiscalía) no ha podido probar sus acusaciones más allá de la duda razonable, así que no tiene sentido mi testimonio”.
Los periodistas que estuvieron presentes en esa sesión dijeron que su abogada, Bobbi Sternheim, la consoló frotándole la espalda.
Algunos han recordado que otra Ghislaine mucho más altiva fue la que encaró a los policías que la detuvieron en una mansión en una zona rural de New Hampshire en julio de 2020. Aunque siempre dijo que nunca intentó huir, había pasado un año escondida y tenía en su poder un teléfono celular envuelto en papel de aluminio para dificultar su rastreo.
(Con información de EFE/Javier Otazu)
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