Bob Woodward comenzó a trabajar en The Washington Post hace medio siglo, en 1971, y en la actualidad es considerado “uno de los mejores periodistas de nuestra era”. Conocido como uno de los reporteros del caso Watergate, cubrió el paso por la Casa Blanca de nueve presidentes estadounidenses, ganó dos premios Pulitzer y escribió 21 libros que fueron un éxito en ventas.
El miércoles, en el aniversario del día que comenzó a trabajar en el periódico sin saber aún que el periodismo se convertiría en su pasión, el Washington Post decidió homenajearlo con una entrevista en vivo a cargo de la también periodista, escritora —y su esposa desde hace 30 años— Elsa Walsh.
En una charla distendida desde el escritorio de su vivienda, Walsh y Woodward conversaron sobre los comienzos de su carrera, la relación del periodista con sus fuentes, y sobre por qué le atrae escribir sobre los presidentes: “Ahí es donde está el poder real”, afirmó.
“En mis libros trato de entender a los presidentes en el plano más profundo posible. Desentrañar sus acciones. Conocer lo que pasa antes y después de que los grandes acontecimientos sucedan, después de que la primera versión de lo ocurrido haya desaparecido de los periódicos”, relató sobre su modo de destacarse en el periodismo político.
Por ejemplo, aseguró que lo que lo sorprendió sobre la entrevista telefónica que mantuvieron Joe Biden y Vladimir Putin el martes (sobre el conflicto en Ucrania) fue que Rusia y Estados Unidos publicitaron la conversación antes de que suceda. “Quiero entender por qué”, dijo, mostrando que sigue con profunda atención los sucesos políticos del país.
“Como sabemos, este es el modus operandi de Biden. Tejer relaciones personales detrás de escena”, explicó. A lo que su esposa respondió: “Como dices en tu libro, para Biden toda la diplomacia es personal”.
—Volvamos a los orígenes. Lo que mucha gente no sabe es que tus primeros pasos en el periodismo estuvieron marcados por un fracaso espectacular.
—Bueno, gracias por eso (risas). Pero está bien, porque cuando me gradué de la universidad en 1965, había tenido que meterme en la Marina, debido a (la guerra de) Vietnam, así que estaba listo para comenzar la Escuela de Leyes, y sentía un impulso porque hacía un cálculo muy sencillo: “Tendré 30 años cuando reciba mi diploma de abogado, y ese sería el final de mi vida”. Eso pensaba en esa época. Y lo que pasó un día es que pasé por afuera del Washington Post, que estaba a unas diez cuadras de mi departamento, entré —en ese momento no había alguien de seguridad que te lo impidiera—, pregunté por un editor, encontré al editor del Metropolitan y le dije que quería trabajar ahí. Me miró y me dijo: ¿qué experiencia tienes? Ninguna, respondí. Y le expliqué que en la Marina había aprendido sobre el régimen de la disciplina, sobre la idea de que la vida se va, y que simplemente quería probar con esto. Me dijo que estaba lo suficientemente loco como para intentarlo, así que me dieron dos semanas de prueba. En ese tiempo escribí una docena de artículos, ninguno de los cuales fue publicado, y ellos, colectivamente, decidieron que yo no tenía idea de que lo que estaba haciendo. Y ese editor del Metropolitan me dijo: buena suerte con tu vida, espero que encuentres algo para hacer, pero no sabes cómo hacer esto. Y le agradecí, porque fue en ese momento en el que me di cuenta que quería ser periodista. Es algo que uno siente trabajando en el Washington Post: esa sensación de inmediatez, de estar enchufado, de siempre saber de lo que la gente está hablando.
Con esa certeza sobre su oficio, pasó poco tiempo hasta que Woodward fuera finalmente contratado por el Washington Post y le tocara cubrir las primarias demócratas que resultarían en lo que después desembocó en el caso conocido Watergate. Más tarde, el episodio sería llevado al cine por el director Alan J. Pakula con el mismo nombre que un libro de su autoría —Todos los hombres del presidente—, y con Robert Redford interpretándolo a él.
Fue entonces cuando conoció a Carla Bernstein, con quien llevaría adelante la investigación durante dos años, y más tarde compartiría un premio Pulitzer. Sobre Bernstein, colega y amigo, Woodward afirmó que fue un “gran profesor” en el oficio del periodismo. “Estaba fascinado con su entusiasmo y su curiosidad”.
—Hablando de Watergate, me gustaría que te refieras a tu fuente, en ese caso, Garganta Profunda. Mantuviste su identidad en secreto por un periodo muy largo de tiempo, pero un poco después de conocernos me contaste a mi quién era él, y no se lo habías dicho casi a nadie.
—Bueno, estábamos saliendo. Ciertamente yo estaba enamorado de ti. Creo que habíamos salido a cenar, y me preguntaste. Y te dije que era Mark Felt. Fuiste la tercera persona en saber eso, y te lo dije porque me preguntaste.
—Primera regla del periodismo: preguntar.
—Sí. Y además, hemos hablado de esto en nuestro matrimonio de más de treinta años: el amor es confianza. Y yo confiaba en ti, y era la cosa más natural.
El diálogo es elocuente del vínculo entre Woodward y Walsh. Ella, que trabajó como redactora en The New Yorker y antes de The Washington Post, y frecuentemente aborda temas relacionados con la mujer, se ha destacado por dominar el arte del perfil. Pero además de eso, y de la escritura de libros y guiones, Woodward la considera la mejor editora de su prolífica obra.
Durante la conversación en vivo para The Washington Post, Walsh indaga en historias que posiblemente conozca de memoria, pero que para la audiencia logran transmitir la emoción y la tensión en torno de uno de los escándalos políticos más relevantes de nuestra era.
—Ese secreto se mantuvo hasta que Mark Felt fue identificado como tal por su abogado, treinta años después.
—Ese secreto era muy importante para mí y para The Washington Post. Estábamos de acuerdo en que debíamos mantener nuestra palabra y proteger a la fuente. Y lo hemos hecho en ese caso y en cientos de otros, así que es una gran certeza para nosotros.
—Cuéntanos sobre Mark Felt, cómo se conocieron. Porque creo que hay un patrón en tu vida, y en el periodismo.
—Bueno, aún era teniente de la Marina y estaba trabajando para el jefe de Operaciones Marinas, haciendo trabajo aburrido sobre comunicaciones en relación al Pentágono, y ocasionalmente debía llevar papeles importantes a la Casa Blanca. Un día estaba sentado en una silla afuera de una oficina y había un hombre de pelo blanco, con una chaqueta blanca que me resultó bastante inusual. Me presenté, y él hizo lo mismo, y me dijo que era un oficial del FBI. Éramos dos almas esperando ahí a alguien de la NSA o a que un funcionario saliera con nuestros papeles firmados. Le pregunté qué hacía, me contó que era abogado, y finalmente me dio su teléfono. Más tarde, cuando Carl y yo trabajábamos en Watergate, fue una de las personas a las que llamé. Y como estaba muy preocupado por su seguridad, inventó este mecanismo para encontrarnos en un garaje bajo tierra.
Posiblemente se trate del perfecto comienzo para el libro que más tarde Woodward escribirá sobre su relación con Felt, quien aparentemente durante un largo tiempo estuvo enojado por el hecho de ser conocido como Garganta Profunda. “Es lógico, en ese momento era el nombre de una película pornográfica”, opinó Woodward sobre el tema, un poco risueño.
Sobre su encuentro casual con Felt, y cómo ese episodio azaroso después terminó en el Watergate, Woodward ofrece una clave del periodismo: “Fue una gran lección que espero haber aprendido, y que es hay que escuchar a todos, pedir el teléfono de todos, porque nada está fuera de los límites y las posibilidades. Es algo muy liberador en el periodismo y en The Washington Post, en donde hay un gran sentido de la independencia. Esto significa salir ahí afuera y usar las oportunidades que se presenten y siempre ir a la escena”.
Pero no es la única lección que deja después de una hora de entrevista sobre su carrera en el Post. Allí también se refiere a una de las entrevistas que le hace al magnate Donald Trump, por entonces candidato republicano con escasas posibilidades de derrotar en la contienda general a la demócrata Hillary Clinton.
Fue su colega Robert Costa quien le sugirió ir a hablar con Trump “sobre lo que escribes en tus libros”, que es, esencialmente, lo que los presidentes hacen, su ejercicio del poder. Una vez en la Torre Trump, el ahora ex mandatario los recibió en una sala de conferencias.
“Muy rápido llegamos a hablar de lo que hacen los presidentes, es decir, hablábamos del poder. Y nosotros le preguntamos qué significaba el poder presidencial. Trump nos dijo: ‘El verdadero poder es el miedo‘. Lo que me dio el título de mi primer libro sobre él, Miedo. Y después nos dijo: ‘Yo despierto rabia en la gente’, y de ahí saqué el título para el segundo libro sobre él, Rabia”.
En el cierre de la entrevista, contó una última anécdota, en la que alguien le pregunta, enojado, por qué siempre escribía sobre los presidentes. A lo que Bob Woodward respondió, simplemente: “Porque ahí es donde está el poder”.
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