Joe Biden, ante un primer tropezón que deja costos internos y la desilusión de sus aliados europeos

El presidente de Estados Unidos anunció en la cumbre del G-7 que no se modificará la fecha del 31 de agosto para el fin de la evacuación de Afganistán

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El presidente Joe Biden junto al asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, en la anterior reunión del G-7 realizada en junio en Cornwall, Gran Bretaña.  Doug Mills/Pool via REUTERS
El presidente Joe Biden junto al asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, en la anterior reunión del G-7 realizada en junio en Cornwall, Gran Bretaña. Doug Mills/Pool via REUTERS

Chicago (especial para Infobae). El presidente Joe Biden recibió un baldazo de realidad que salpicó a sus aliados europeos y dejó a decenas de miles de afganos con pocas esperanzas de escapar de las garras del régimen talibán. En una cumbre virtual con sus colegas del G-7 les dijo en manera firme que no ampliará el plazo del 31 de agosto para que las tropas estadounidenses abandonen Kabul. Los franceses, los italianos y, sobre todo, los británicos, le habían pedido una extensión. Biden no pudo conceder nada a sus aliados. Unos minutos antes había recibido desde Kabul el informe del director de la CIA y maestro de los canales diplomáticos clandestinos, William Burns. No había garantías para una salida más o menos ordenada después del último día del mes. Incluso, hay información de inteligencia que habla de posibles atentados suicidas en el aeropuerto de Kabul por parte del ISIS u otro grupo disidente de los talibanes

Burns, un muy experimentado diplomático, había intentado una mediación con Abdul Ghani Baradar, el líder talibán que se ocupa de las relaciones internacionales y que podría ser el próximo canciller afgano. La respuesta fue clara: no podemos dar garantías más allá de la fecha pactada en el acuerdo para la evacuación de las tropas firmado por la Administración del presidente Donald Trump en Qatar en febrero del año pasado.

De esta manera, Biden pasará a la historia, justa o injustamente, como el presidente que estuvo al mando durante la humillante retirada estadounidense de Afganistán. Barack Obama no encontró ningún momento “adecuado” para la retirada. Tampoco Trump que se enfrascó en una negociación con los talibanes que no dejó ninguna carta tapada para lograr una salida más honrosa. Le pasó una pelota envenenada a Biden quien desde el principio dijo que iba a cumplir con el acuerdo. La inteligencia de Washington no fue nada clara con respecto a la posibilidad de resistencia del ejército afgano ante la ofensiva de los extremistas islámicos de turbante negro. Y el presidente que mantenía una buena actuación con el 70% de la población de su país vacunada y una sólida reactivación económica, se vio enfrentado ante la primera verdadera crisis internacional de su Administración.

Refugiados afganos suben a un avión de transporte C-17 Globemaster III de la Fuerza Aérea de Estados Unidos durante la evacuación en el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul. (Sargento Samuel Ruiz/Distribuida vía REUTERS)
Refugiados afganos suben a un avión de transporte C-17 Globemaster III de la Fuerza Aérea de Estados Unidos durante la evacuación en el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul. (Sargento Samuel Ruiz/Distribuida vía REUTERS)

Incluso muchos de los aliados de Biden que creen que tomó la decisión correcta al salir por fin de una guerra que Estados Unidos no podría ganar y en la que ya no había un interés nacional, admitieron que el presidente cometió una serie de errores en la ejecución de la retirada. No logró apuntalar al gobierno afgano ni consiguió aliados en la región para que lo hagan. Aseguró que no se verían las escenas de caos con helicópteros saliendo con gente colgada desde el techo de la embajada como ocurrió en Saigón en 1975, y fue exactamente lo que sucedió.

La pregunta que queda en el aire es cuánto daño político le causarán esos errores. Tres de cada cuatro estadounidenses creen que la salida es un fracaso, y sólo el 33% piensa que existe un plan claro para evacuar a los civiles estadounidenses, de acuerdo a una investigación del Brookings Institute. Ocho de cada 10 estadounidenses apoyan el rescate y la entrada a Estados Unidos de los afganos que apoyaron y trabajaron con los soldados y diplomáticos y que ahora temen por sus vidas amenazadas por los talibanes. Y seis de cada 10 están convencidos de que “no estamos haciendo lo suficiente para ayudarlos”. Todo esto golpeó fuertemente el nivel de aprobación de la gestión de Biden. En julio, el 60% de los estadounidenses aprobaba su trabajo; el 20 de agosto, esta cifra había descendido al 47%.

También fue un fuerte revés para la nueva relación de Estados Unidos con Europa. El 25 de marzo, Charles Michel, el presidente del Consejo Europeo, invitó a Biden a dar un discurso ante ese organismo -el primer líder extranjero al que se le concedía este honor desde Barack Obama 11 años antes-. Después de todo, Biden había dicho que su política exterior sólo sería tan fuerte como su sistema de alianzas, el verdadero escudo de la república, y Europa estaría en el centro de ese sistema. Michel le dijo en esa ocasión a Biden: “Estados Unidos ha vuelto y nos alegramos de que usted haya vuelto. Juntos podemos demostrar que las democracias son las más adecuadas para proteger a los ciudadanos, promover la dignidad y generar prosperidad.”

El director de la CIA, William Burns, durante la sesión de confirmación del Comité de Inteligencia del Senado. Fracasó en su primera misión importante en la negociación con los talibanes para la evacuación pacífica de Afganistán. Tom Williams/Pool via REUTERS
El director de la CIA, William Burns, durante la sesión de confirmación del Comité de Inteligencia del Senado. Fracasó en su primera misión importante en la negociación con los talibanes para la evacuación pacífica de Afganistán. Tom Williams/Pool via REUTERS

La primera prueba de esta nueva relación fue la crisis afgana. Y una gran decepción para todos. Los europeos buscan ahora algunas salidas alternativas para sacar a sus ciudadanos y diplomáticos de Afganistán y ya no piensan en sus aliados estadounidense como la única solución. El premier inglés, Boris Johnson, un poco más incoherente y cabizbajo que de costumbre, dijo ayer tras la reunión del G7: “Cuando se trata de comprometerse con los talibanes, y de comprometerse con el gobierno de Afganistán, sea cual sea su composición exacta, el G7 tiene una enorme influencia”. Se refería a los fondos internacionales y la “caja de herramientas” de subvenciones condicionadas, préstamos, ayuda y sanciones. Los países más industrializados lo dejaron claro en el comunicado final: “Juzgaremos a las partes afganas por sus acciones, no por sus palabras. Reafirmamos que los talibanes tendrán que rendir cuentas por sus acciones en materia de prevención del terrorismo, de derechos humanos, en particular los de las mujeres, las niñas y las minorías, y de búsqueda de un acuerdo político inclusivo en Afganistán”.

Ya hay conversaciones alrededor de este concepto. El jefe del comité conjunto de inteligencia del Reino Unido, Sir Simon Gass, por ejemplo, habló por teléfono con el ex ministro de finanzas afgano Omar Zakhilwal el lunes para hacerse una idea de la magnitud de la financiación que necesitarán los extremistas islámicos. Según explicó Gass a The Guardian, los talibanes, que aún no han formado un gobierno reconocible, están sometidos a una enorme presión económica, con demandas humanitarias en todo el país. Afganistán, que depende en gran medida de la ayuda estadounidense desde hace años, no puede desprenderse de la ayuda exterior de la noche a la mañana.

El ex gobernador del banco central afgano, Ajmal Ahmady, evaluó esta semana que las reservas del país sólo ascendían a 9.000 millones de dólares, pero que la mayor parte, unos 7.000 millones, estaban en manos de la Reserva Federal de Nueva York. Dijo que el gobierno dependía del envío físico de dólares, y que ese flujo había sido detenido por la administración Biden en los últimos días. Y advirtió que “de no llegar los fondos, las consecuencias serán la escasez de alimentos, la inflación y el colapso de la moneda”.

Delegados de los talibanes durante una reunión cumbre con funcionarios chinos en Beijing. China tiene intereses comerciales importantes en Afganistán.  MOHAMED NAIM/Europa Press.
Delegados de los talibanes durante una reunión cumbre con funcionarios chinos en Beijing. China tiene intereses comerciales importantes en Afganistán. MOHAMED NAIM/Europa Press.

Esta vez, los talibanes dijeron que quieren mantener relaciones estables con todo el mundo, pero cuando gobernaron, entre 1996 y 2001, cerraron completamente sus fronteras. Aunque todavía conservan poderosos aliados como China, Rusia, Pakistán, Turquía e incluso Irán, países que podrían apuntalar económicamente al nuevo gobierno. Una señal del juego de estas alianzas apareció es la posibilidad ventilada en el G-7 por parte de alemanes y británicos de que la evacuación de los ciudadanos europeos y sus colaboradores afganos se realice por un aeropuerto alternativo privado bajo la garantía de tropas turcas.

Todos estos movimientos geopolíticos parecerían demostrar que con esta caótica retirada no solo el presidente queda golpeado políticamente sino que Estados Unidos pierde influencia en Afganistán, el resto de Asia Central y Medio Oriente. Biden tuvo que hacer frente a una crisis creada por sus antecesores durante 20 años y no es el responsable de la derrota, pero podría pasar a la historia como el presidente que entierre la Pax Americana en la zona más conflictiva de la tierra.

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