Chicago (especial para Infobae) – Los cazabombarderos cruzaban el cielo límpido por encima del elegante barrio de Evanston, al norte de la ciudad, en formación de cuatro y provocando unos truenos ensordecedores. Un F-15 de la época de la Guerra Fría vino detrás dejando una estela gris produciendo otra explosión. Fue un fin de semana de una de esas exhibiciones aéreas que todos los veranos se hacen en la costa del lago Michigan, pero que esta vez tuvo una connotación particular. “No es un buen momento para esto. Las imágenes de lo que está pasando en Afganistán combinadas con estos ruidos nos causan una gran inquietud. Mi marido es un veterano de Vietnam y nada de esto le hace bien”, comenta Amy Dickinson, una vecina de la calle Greenleaf, mientras mira alejarse a los aviones. “En aquella época no sólo salimos derrotados, sino que después tuvimos que recibir a cientos de miles de refugiados. Y ahora es lo mismo. Nos vamos de Afganistán dejando al enemigo en el poder y se nos viene otra ola de refugiados”.
Ese sentimiento es el que prevalece hoy en Estados Unidos. La mayoría sigue apoyando la migración, pero entre los grupos más conservadores hay una enorme preocupación porque esta nueva ola de migrantes traiga graves consecuencias para la seguridad del país. Tras la crisis de los refugiados centroamericanos, que continúa con miles de personas llegando a la frontera sur diariamente, ahora aparece el “fantasma” de los afganos colgados de los aviones para salvar sus vidas amenazadas por los talibanes. El inefable comentarista ultraconservador de Fox News, Tucker Carlson, está agitando el miedo a que lleguen “millones” de refugiados afganos: “primero los invadimos nosotros, ahora nos invaden ellos”, lanzó en su programa.
El presidente Joe Biden dijo que esperaba evacuar a entre 50.000 y 65.000 aliados afganos, incluidas sus familias, y que había aprobado 500 millones de dólares adicionales para ayudar con las “necesidades urgentes de refugiados y migración”. Ayer reiteró a través de un mensaje de Twitter: “Una vez seleccionados y aprobados, daremos la bienvenida a los afganos que nos ayudaron en el esfuerzo de guerra a su nuevo hogar en los Estados Unidos de América”. Serán dirigidos a otros países para el procesamiento de sus visas y la averiguación de antecedentes. Cuántos afganos serán finalmente acogidos en Estados Unidos sigue siendo una cuestión abierta, una cuestión que según Ryan Crocker, ex embajador en Kabul, escribió en una nota para el New York Times “es clave para remarcar todo lo que Estados Unidos intentó conseguir en Afganistán, aunque no se haya logrado”. “Se lo debemos a las mujeres afganas, a los medios de comunicación libres”, escribió Crocker. “Es para toda esa gente a la que básicamente le dijimos: ‘Sigan adelante y construyan una sociedad nueva, libre y abierta, y estaremos aquí para ayudarlos y darles seguridad’. Tenemos la obligación moral y la capacidad de hacerlo”.
No es lo que piensan los republicanos trumpistas que desde el Congreso están pidiendo una línea dura contra la migración masiva de los que ayudaron a las tropas estadounidenses en Afganistán. El representante Tom Tiffany de Wisconsin, por ejemplo, dijo estar “profundamente perturbado” por el hecho de que miles de afganos pudieran ser transportados a la base de Fort McCoy, en su estado, sin un control adecuado y pidió a la Casa Blanca que abandonara “este peligroso plan de tiro al blanco.”
Está en la tradición estadounidense dar refugio a los que escapan por los conflictos del mundo en los que se involucraron. Desde la Segunda Guerra Mundial, desempeña un papel destacado en la acogida de refugiados. Entre 1945 y 1950, admitió a unos 350.000 europeos, principalmente judíos que sobrevivieron al Holocausto. El entonces presidente Dwight Eisenhower abrió las puertas a unos 40.000 húngaros que escapaban de la invasión soviética a su país, y John F. Kennedy permitió la entrada de varios cientos de miles de cubanos opuestos al régimen de Fidel Castro. Luego vino Vietnam y el éxodo de otros cientos de miles de personas tras la caída de Saigón. A finales de los años 80, llegaron judíos soviéticos y otras minorías religiosas por las que la opinión pública estadounidense sentía simpatía. También los que escapaban de las guerras en Centroamérica y la tradicional migración mexicana. En los 90, hubo una afluencia procedente del conflicto en la antigua Yugoslavia. Pero para entonces, la actitud de los estadounidenses ya había cambiado. En las encuestas aumentó exponencialmente la opción de los que se oponen a cualquier tipo de migración.
En el caso afgano, aparece sobre todo fresca en la memoria lo ocurrido tras la tumultuosa caída de Saigón de 1975. En los cuatro años siguientes llegaron unos 300.000 refugiados de Vietnam, Laos y Camboya. Joseph Biden era entonces un joven senador de Delaware. Copatrocinó una legislación histórica que obtuvo la aprobación unánime del Senado y se convirtió en ley en 1980, desvinculando las admisiones de refugiados de la política exterior de Estados Unidos y ampliando en general el número de personas que podían entrar en el país cada año. Una acción similar es lo que temen ahora los conservadores trumpistas que se oponen a la inmigración. Aunque los especialistas creen que sería imposible hoy lograr aprobar una legislación como esa en el Congreso y que los refugiados que se admitan serán muchos menos. “Hay, por supuesto, una empatía con la gente que está sufriendo tanto en el aeropuerto de Kabul como para llegar a arrojar a sus bebés para que se salven. Pero las medidas de seguridad por el terrorismo, la pandemia y el hartazgo con las guerras de Afganistán e Irak, van a hacer que esta migración sea limitada”, explica la profesora Serena Parekh de la Northeastern University y autora del libro sobre el tema “No Refuge: Ethics and the Global Refugee Crisis”.
Y si bien varios gobernadores demócratas ya anunciaron que están dispuestos a recibir un número limitado de refugiados afganos, en el sur y el Medio Oeste aumenta el rechazo a la supuesta “invasión”. El temor generalizado es que algunos terroristas puedan “colarse” entre medio de los refugiados legítimos. Ya ocurrió un hecho similar en 2015 cuando, tras los atentados de París y Bruselas, más de la mitad de los gobernadores del país decidieron no aceptar refugiados de la guerra en Siria por las posibles filtraciones. “Vamos a ser un colchón lleno de células dormidas”, decía un “gracioso” de Texas en Twitter. En Evanston, ese miedo tuvo este fin de semana el sonido de fondo de antiguos cazabombarderos.
SEGUIR LEYENDO: