“Hay demasiados agricultores bombeando por todas partes”, se queja Raúl Atilano. Este octogenario residente de Corcoran, la autoproclamada capital agrícola de California, se esfuerza por dar sentido a un extraño fenómeno: su ciudad se hunde, cada vez más, en el suelo.
Un flujo constante de camiones que transportan tomates, alfalfa o algodón a las afueras de esta ciudad de 20.000 habitantes muestra lo inextricablemente ligado que está el destino de Corcoran a la agricultura intensiva que se practica aquí.
Para regar sus vastos campos y ayudar a alimentar a Estados Unidos, los operadores agrícolas empezaron en el siglo pasado a bombear agua de fuentes subterráneas, hasta el punto de que el suelo ha empezado a hundirse.
La hidróloga Anne Senter lo ilustró así para la AFP: Es como una serie de pajitas gigantes que succionan el agua subterránea más rápido de lo que la lluvia puede reponerla.
Círculo vicioso
Los signos de este hundimiento son casi invisibles para el ojo humano. No hay grietas en las paredes de las típicas tiendas del centro de la ciudad, ni fisuras en las calles o los campos: para medir el hundimiento, las autoridades californianas tuvieron que recurrir a la NASA, que utilizó satélites para analizar el cambio geológico.
Sin embargo, en los últimos 100 años, Corcoran se ha hundido “el equivalente a una casa de dos pisos”, explicó a la AFP Jeanine Jones, responsable del Departamento de Recursos Hídricos de California.
Este fenómeno “puede suponer una amenaza para las infraestructuras, los pozos de agua subterránea, los diques y los acueductos”, subrayó.
La única señal reconocible de este peligroso cambio es un dique en las afueras de la ciudad, en una zona donde flotan volutas de algodón en el aire. En 2017, las autoridades pusieron en marcha un importante proyecto para elevar el dique, por temor a que la ciudad, que se asienta en una cuenca, se inunde cuando finalmente vuelvan las lluvias.
Este año, sin embargo, el problema no han sido las inundaciones, sino una alarmante sequía agravada por el cambio climático.
Ha transformado este sitio de producción de alimentos de Estados Unidos en un vasto campo de polvo marrón, obligando a las autoridades a imponer restricciones a los agricultores en el uso del agua.
Así, Corcoran se encuentra ahora en un círculo vicioso: con sus suministros de agua limitados, los operadores agrícolas se ven obligados a bombear más agua subterránea, lo que a su vez acelera el hundimiento de la ciudad.
Temor a perder empleos
Pocos habitantes de la zona se han manifestado contra el problema. La mayoría de ellos trabajan para las mismas grandes empresas agrícolas que bombean las aguas subterráneas.
“Tienen miedo de que si hablan en contra de ellas, pierdan su trabajo”, dijo Atilano.
El pasó años trabajando para uno de los mayores productores de algodón del país, J.G. Boswell, cuyo nombre aparece en miles de bolsas de tela rellenas de algodón que se ven apiladas por la ciudad.
“No me importa”, añade con una sonrisa. “Llevo 22 años jubilado”.
A medida que las grandes empresas agrícolas se han ido mecanizando e industrializando, requiriendo cada vez menos mano de obra local, los habitantes de la ciudad se han ido hundiendo en una depresión económica y psicológica.
Un tercio de la población, mayoritariamente hispana, vive ahora en la pobreza. Los tres cines que antes daban vida a la ciudad han cerrado sus puertas.
“Mucha gente se ha mudado de aquí”, dice Raúl Gómez, residente local de 77 años.
En esta tarde de verano, bajo una aplastante ola de calor, algunas personas se han parado a charlar bajo un enorme mural.
Representa un lago azul claro rodeado de picos montañosos nevados: por ahora, un sueño lejano.
(© Agence France-Presse)
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