En el verano de 2017, todos los días después del trabajo, Lenka Perron pasaba horas en internet, tratando de averiguar todo acerca de las febriles teorías sobre personas oscuras en el poder. Había dejado de cocinar y ya no daba su paseo diario. Estaba menos atenta a sus hijos, de 11, 15 y 19 años, quienes solo veían parte de su rostro, con la mirada fija en su teléfono. Todo valdría la pena, se decía a sí misma. Ella estaba salvando al país y ellos se beneficiarían.
Sin embargo, un día, mientras desplazaba la pantalla, algo le llamó la atención. Personas que decían ser fuentes internas del gobierno habían publicado en Facebook que John Podesta, quien había sido jefe de personal de la Casa Blanca, estaba a punto de ser acusado. Y, sin embargo, lo que veía en su teléfono era un video en el que este aparecía charlando despreocupado frente a un grupo de personas. Casi al mismo tiempo, vio a Hillary Clinton, otro supuesto objetivo de una acusación, caminando en Hawái, lucía relajada y sostenía una taza de café.
“No se comportaba como alguien que estuviera a punto de ser arrestada”, recordó.
Fue la primera sensación de que algo no cuadraba. Cinco meses y muchas más incoherencias después, Perron, consultora de seguros en los suburbios de Detroit, por fin decidió dar carpetazo a su investigación.
“Llegó un momento en el que me di cuenta de que había una razón por la cual esto no cuadraba”, dijo. “Nos están manipulando. Alguien se está divirtiendo a nuestras costillas”.
Su travesía para salir de ese mundo podría tener una moraleja: a medida que el país comienza a poner en orden las secuelas políticas de cuatro años de Donald Trump, la pregunta en el aire es qué pasará con los seguidores de QAnon y otras teorías conspirativas antisistema que han estado cambiando la percepción que tienen los estadounidenses de la realidad.
Hay señales de que algunos han perdido la fe: Trump salió de Washington la semana pasada, con lo que dejó en evidencia una creencia clave de QAnon: que Trump, y no el presidente Joe Biden, tomaría posesión el 20 de enero. Sin embargo, otros están redoblando la apuesta y los expertos creen que alguna forma de la teoría de la conspiración QAnon permanecerá profundamente arraigada en la cultura de la nación y tan solo se transformará a fin de incorporar los nuevos acontecimientos, como lo ha hecho antes.
Los creyentes de QAnon son parte de una franja más amplia de estadounidenses que están inmersos en las teorías de la conspiración. Estas teorías, que antes pertenecían a la extrema derecha, ahora cautivan a personas de todo el espectro político, desde los libertarios que se oponen al confinamiento hasta los izquierdistas que abogan por el bienestar de todos y los trumpistas que claman “alto al robo”.
Las teorías pueden ser malévolas y causar daños en la vida real a las personas que acaban en su punto de mira: los padres de los niños muertos en el tiroteo masivo de Sandy Hook que han sido acosados por los amantes de las conspiraciones o una pizzería de Washington tiroteada por un hombre que quería acabar con una red de tráfico de niños que creía que estaba alojada en su interior. Las sudaderas con una Q se podían ver aquí y allá entre la multitud que irrumpió en el Capitolio el 6 de enero.
No obstante, aunque se ha hablado mucho de cómo la gente desciende a este mundo, poco se sabe de cómo sale. Los que salen suelen estar llenos de vergüenza. A veces, su adicción ha sido tan grave que se han alejado de la familia y los amigos.
Ahora, las teorías le parecen una locura a Perron, pero en retrospectiva, entiende por qué la atrajeron. Eran reconfortantes, ya que le daban un sentido de orientación en un mundo caótico que se sentía cada vez más desigual y amañado contra la gente de clase media como ella. Estas historias le ofrecían la posibilidad de actuar: las camarillas malvadas podían ser derrotadas. Era algo que no la dejaba con la sensación difusa de que las cosas estaban fuera de su control.
Las teorías eran ficción, pero se enganchaban a una vulnerabilidad emocional que surgía de algo real. Para Perron, era la sensación de que el Partido Demócrata la había traicionado después de confiar plenamente en él durante toda la vida.
Su familia de inmigrantes, procedentes de la antigua Yugoslavia, eran demócratas sindicalizados de la clase trabajadora de Detroit, que habían visto cómo su estilo de vida de clase media disminuía tras la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Como inspectora del sector de los seguros, pasó décadas en fábricas viendo cómo se desvanecían los puestos de trabajo de los sindicatos. Aun así, permaneció en el partido porque creía que este luchaba por ella. Cuando el senador Bernie Sanders se convirtió en candidato presidencial, le pareció una persona fascinante.
“Puso en palabras lo que yo no podía entender, pero veía a mi alrededor”, dijo Perron, ahora de 55 años. “La clase media se estaba reduciendo. Las corporaciones y el uno por ciento con los ingresos más elevados tenían más control y se llevaban más dinero”.
Estaba segura de que la élite demócrata respaldaría a su candidato y se ofreció como voluntaria para su campaña, donde conoció a muchos amigos nuevos que participaban en el movimiento. No obstante, sintió que los medios de comunicación apenas le daban cobertura. Luego Bernie perdió las elecciones primarias de 2016. Cuando empezó a leer los correos electrónicos filtrados ese otoño, le pareció que la clase dirigente del partido había conspirado para bloquearlo.
Pasó semanas revisando los correos electrónicos hackeados de las computadoras de Podesta, el Comité Nacional Demócrata y Clinton. Su asombroso descubrimiento la enfureció y la encaminó hacia las teorías de la conspiración y, al final, de QAnon.
“En ellos no se decía nada sobre la clase trabajadora”, dijo sobre los correos electrónicos. En cambio, continuó, sí hablaban de “cenas caras y reuniones exclusivas”.
Los correos electrónicos fueron la puerta de entrada de Perron al mundo de la conspiración y allí se encontró con otras personas. Ya no era una víctima solitaria de una fuerza que no entendía, sino parte de una comunidad más grande de personas que buscaban la verdad. Le encantaba la sensación de propósito compartido. Aprendieron juntos a investigar, a buscar a personas importantes en los correos electrónicos y a averiguar cómo rastrearlas hasta los grandes donantes.
“Había un gran entusiasmo”, dijo Perron. “Estábamos uniendo fuerzas para por fin limpiar la casa. Para encontrar por fin algo que explicara el motivo de nuestro sufrimiento”.
Los primeros meses fueron una aventura de esas que uno se construye, diseñada por diferentes grupos, pero todas las teorías se unieron en una gigantesca explicación del “Estado profundo” después de que Q, la persona o personas anónimas en el centro de QAnon, publicaran por primera vez a finales de 2017, dijo. Las entregas de información de Q tenían un efecto adictivo, que la atrajeron de nuevo después de haber empezado a tener dudas.
“Q logró hacernos sentir especiales, nos hizo sentir que nos estaban dando información muy crítica que en esencia iba a salvar todo lo bueno del mundo y de Estados Unidos”, afirmó. “Sentíamos que actuábamos desde un lugar de superioridad moral. Formábamos parte de un club especial”, explicó.
Mientras tanto, su familia solo se alimentaba con comida para llevar, dado que ella había dejado de cocinar y sus niveles de estrés se habían disparado, lo cual ocasionó que su medicamento para la controlar su presión arterial dejara de surtir efecto. Su médico, preocupado, le duplicó la dosis.
Las personas que intentaron convencerla de la falsedad de las teorías conspirativas enviándole información objetiva no hicieron más que empeorar la situación.
“Los hechos ya no son hechos”, dijo Perron. “Son personas muy poderosas y nefastas que lanzan mensajes para mantenernos dóciles como ovejas”.
A medida que pasaban los meses, las denuncias que veía eran cada vez más extravagantes. Había vídeos de canibalismo y satanismo dentro del Partido Demócrata.
“La gente que conocí en las redes sociales empezó a parecer más extraña y a actuar de forma más extraña, y yo no quería ser así”, dijo.
Cuando dejó QAnon por primera vez, sintió mucha vergüenza y culpa. También fue una lección de humildad: Perron, que tiene una maestría, había menospreciado a los cienciólogos por considerarlos gente que creía en locuras. Y ella había actuado igual.
Sin embargo, ha llegado a valorar la experiencia. Habló con sus hijos sobre sus vivencias y ha aprendido a identificar que las conspiraciones dependen de los demás. Aceptó hablar para este artículo para ayudar a otras personas que todavía están en la agonía de QAnon.
Son muchos. Perron hace un voluntariado como asesora de vida y recientemente estaba trabajando con un hombre de 40 años cuyo matrimonio había fracasado y se estaba quedando dormido en el trabajo. En algún momento, él comenzó a enviarle mensajes de texto con vínculos de Q. Ella se dio cuenta de que se quedaba despierto toda la noche consumiendo teorías conspirativas.
“Estaba viendo cómo su vida se desmoronaba”, dijo. “No me permitía entrar. No podía ni siquiera entrar por una grieta”.
Dijo que ya no trabajaba con él.
Puede que Trump ya no esté en el gobierno, pero Perron cree que el terreno sigue siendo fértil para las teorías de la conspiración porque muchas de las condiciones subyacentes son las mismas: la desconfianza generalizada en las autoridades, la ira contra las figuras poderosas en la política y en los medios de comunicación y la creciente desigualdad de ingresos.
A menos que haya cambios importantes, dijo Perron, la ansiedad continuará.
“Trump solo se sirvió de nosotros y nuestro miedo”, dijo. “Cuando ya no vives con miedo, ya no eres propenso a creer estas cosas. No creo que estemos cerca de eso todavía”.
© The New York Times 2021