En este día tan especial para la democracia estadounidense se vivieron varios ambientes, desde lo climático pero claro está desde lo social y político. La lluvia dio paso a la caída de algunos copos de nieve para luego salir por momentos el sol, justo en el momento de la jura de Joe Biden como el nuevo presidente.
Desde bien temprano en la madrugada un ejército de periodistas de todo el mundo, tantos como los que cubrieron la última elección presidencial, se apostaron en distintas calles y avenidas con la vista puesta en un edificio: el Capitolio. Las distintas caravanas oficiales e invitados especiales recorrieron el centro de Washington custodiados por motos y patrulleros de la policía.
A esa misma hora muy poca gente se movilizó por las calles; las advertencias de posibles incidentes y los bloqueos de los 25 mil miembros de la guardia nacional provenientes de todo el país, lograron, como querían los organizadores, que el público no se acercara a las inmediaciones del congreso.
Fue sin duda una ceremonia atípica, en un momento atípico del país. Los estadounidenses siguieron por televisión el evento, pero en esta oportunidad no se desplegaron pantallas gigantes por la ciudad como hace dos meses para seguir de cerca el conteo de la votación y en las inmediaciones del capitolio los negocios estaban cerrados. Los hoteles ocupados por la prensa y en gran medida por las fuerzas de seguridad tenían el acceso restringido.
Esto sumado a los muros de concreto de un metro de altura y las vallas de más de dos metros con alambres de púas, que lograron que casi nadie se acercara a la ceremonia. Las calles a más de diez cuadras del majestuoso capitolio nacional estaban desiertas como si se tratara de una película de zombis.
Fue pasadas las 8 de la mañana cuando un helicóptero se destacó por sobre los que surcaron el cielo de la ciudad: era el todavía presidente Trump quien pasaba por arriba de nuestras cabezas con destino a la base aérea Andrews, donde se dio una pequeña ceremonia de despedida.
Poco después Trump se subió al Air Force One con destino a su residencia en Palm Beach.
A la hora que estaba pautado en la agenda ceremonial, todos los ex presidentes, con excepción del ex presidente Carter y el saliente Trump, entraron en escena para participar, como es tradición, de la jura de Joe Biden y Kamala Harris. George Bush, quien fue uno de los republicanos que más rápido aceptó la victoria de Biden en medio de las denuncias de fraude, se saludó con sus ex colegas. Las cámaras de distintas cadenas de televisión se encargaron de mostrar que el vicepresidente Mike Pence había llegado a la cita.
En las calles, alejados por más de tres cuadras y por todas las medidas de seguridad, algunas personas, no más de 50, se acercaron a dar sus propios discursos. Entre la guardia nacional apostada detrás de los alambrados repentinamente se hicieron visibles policías antimotines, quienes sólo se acercaron a las pocas personas presentes para evitar cualquier tipo de incidentes.
Como estaba pautado, Lady Gaga y Jennifer López llevaron adelante una participación impecable. Luego de la jura de Kamala Harris frente a la jueza Sonia Sotomayor, la única hispana en la Corte Suprema y dueña de una historia de superación personal que representa el sueño americano, le tocó el turno a Joe Biden, mientras su mujer sostenía la biblia.
Mucho se habló de los cambios que significarán en política interna e internacional la llegada de Joe Biden a la presidencia, pero su discurso dejó la huella de lo que deberá enfrentar durante su mandato. Si bien se sabía que el flamante presidente iba a apelar a la unidad nacional, los eventos del Capitolio el 6 de enero (el ataque al congreso) llevaron al presidente Biden a pronunciar una de las frases más importantes “La democracia ha prevalecido”.
Como lo hizo durante la campaña por la presidencia, Joe Biden pidió a sus compatriotas no mirarse unos a otros como enemigos y buscó, enumerando algunos de los acontecimientos más dramáticos en la vida de su país, dejar en claro que juntos lograron superarlos. Al mismo tiempo, frente a las autoridades parlamentarias, la Corte Suprema, ex presidentes e invitados especiales, Biden dejó a la vista lo que buscará dejar como legado: la unidad del país. Tras los muros, los jeeps de guerra, camiones y desfiles interminables de fuerzas de la guardia nacional mostraban el desafío por venir.
Poco después de finalizada la jura, varias caravanas escoltadas con patrulleros y sus sirenas recorrieron las calles otra vez de Washington. El presidente dejó el Capitolio para dirigirse a la Casa Blanca donde firmó sus primeros decretos y comenzó a marcar agenda. Otra de sus frases fue: “No hay tiempo que perder”.
Los temas de sus primeras decisiones en la administración son inmigración, situación de los hispanos ilegales en los Estados Unidos -más de 11 millones- política regional y los grandes desafíos globales como el cambio climático.
La presencia de la guardia nacional, que se mantendrá hasta el sábado según las autoridades de la ciudad de Washington, deja una imagen poco común. Y aunque estos militares afortunadamente no tuvieron que enfrentar un hecho dramático, el país sí tiene una batalla que enfrentar y que ya le costó más muertos que muchas guerras: la pandemia.
Más allá de reestablecer los lazos con la Organización Mundial de la Salud (OMS), Joe Biden prometió dar más recursos, no sólo económicos para las familias castigadas como consecuencia del covid-19, sino generar una nueva estrategia conjunta entre todas las entidades del estado para frenar los contagios y de esta manera evitar que siga multiplicándose el número de muertos.
La Casa Blanca es ahora un edificio que está vigilado por prensa internacional pero también por un increíble dispositivo de seguridad. Para acercarse al mismo perímetro que se habilitó hasta las elecciones presidenciales, tanto periodistas como el público en general tuvimos que pasar un riguroso control en los puestos y carpas establecidos por la policía.
En el camino, calles desiertas de automóviles y batallones de la guardia nacional desfilaban por las veredas. Una vez frente a la residencia presidencial, en la calle donde está escrito con letras amarillas gigantes “la vida de los negros vale” algunos partidarios de Biden y Harris se acercaron a observar. A diferencia del mes de noviembre pasado los puestos de ventas callejeras ya no vendían remeras de Trump; todo tenía que ver con el nuevo presidente y la vicepresidenta. Los inquilinos de la residencia habían cambiado pero este negocio logró también mantenerse.
Fue un día histórico, por lo que representa en cualquier democracia el cambio de las máximas autoridades, pero sin lugar a dudas por el contexto en que se dio el traspaso de poder. Mientras Trump se subía al helicóptero para dejar la Casa Blanca, los encargados del ceremonial pudieron cumplir con uno de los pocos pasos del protocolo respetados por el ex presidente Trump: colocaron, como es la tradición, la carta del presidente saliente en el escritorio del presidente Joe Biden, por ahora, un secreto de estado.
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