John Hardy Isakson es una figura casi familiar para los 10,6 millones de habitantes de Georgia. Este veterano dirigente republicano, que acaba de cumplir 76 años, fue durante más de cuatro décadas una figura clave de la política local. Tuvo siete mandatos como miembro de la Cámara de Representantes del estado y uno en la de Senadores, y fue candidato a gobernador, aunque sin éxito.
En 1999 se convirtió en representante de sus conciudadanos en Washington, como congresista nacional por el Sexto Distrito de Georgia. Y en 2004 se le presentó la ocasión de asumir el máximo desafío de su carrera: ocupar una banca en el exclusivo Senado estadounidense. El ex gobernador demócrata Zell Miller, senador entre 2000 y 2004, podría haber sido un rival muy duro, pero le allanó el camino al decidir no presentarse a la reelección, dejando su lugar a la menos conocida Denise Majette.
Quince años después, el hombre que reemplazó al último senador demócrata que tuvo Georgia le dio al partido que enfrentó toda su vida una oportunidad inesperada de sumar un escaño extra, que podría darle la mayoría en la Cámara Alta al futuro gobierno de Joe Biden. En rigor, le permitiría igualar en 50 a los republicanos, habilitando a Kamala Harris a desempatar como vicepresidenta.
Cada uno de los 50 estados del país elige dos senadores, por un mandato de seis años. Como el cuerpo se renueva por tercios cada dos años, nunca coincide la elección de ambas bancas en un mismo ciclo electoral. En uno le toca a una, en el siguiente a la otra y en el tercero a ninguna.
El escaño de Isakson, que había sido reelecto en 2010 y en 2016, volvía a ponerse en juego recién en 2022. Pero como este renunció el 31 de diciembre de 2019 por razones de salud, cuatro años después de anunciar que tenía Parkinson, Georgia debe renovar sus dos bancas en este ciclo electoral: la que el también republicano David Perdue ocupa desde 2015 —que era la que correspondía elegir ahora— y la de Isakson —ocupada provisionalmente por Kelly Loeffler desde el año pasado—.
A pesar del triunfo de Biden en los comicios del 3 de noviembre, la elección legislativa del Partido Demócrata fue bastante pobre. En la Cámara de Representantes mantuvo la mayoría, pero con diez congresistas menos que antes. En el Senado, hasta ahora apenas logró recuperar una de las bancas que estaban en poder del Partido Republicano, que se impone por 50 a 48. Sólo ganando las dos de Georgia podría igualarlo.
Si esto no se resolvió el 3 de noviembre es porque Georgia es, junto a Louisiana, el único estado en el que hay ballotage si ninguno de los candidatos supera el 50% de los votos. Es lo que sucedió. Por eso, este martes se realizan dos segundas vueltas. En la elección regular, Perdue compite contra el demócrata Jon Ossoff. En la elección especial, Loeffler se enfrenta a Raphael Warnock.
El resultado de ambas disputas será decisivo para los primeros dos años del gobierno de Biden. Es cierto que una mayoría tan ajustada como la que podría conseguir si su partido gana las dos estaría lejos de darle carta blanca para hacer todas las reformas que él y muchos de sus votantes pretenden. Pero podría facilitarle mucho los primeros pasos de su administración, dado que tener el control del Senado es vital para los nombramientos en los principales puestos del Ejecutivo.
Si, en cambio, uno o los dos candidatos demócratas pierden, se enfrenta al riesgo de que su gobierno tenga a los pocos meses de haber asumido el desgaste de uno que está terminando. En el fondo, la amenaza latente en una política estadounidense que está dividida como nunca en el último siglo, es que el empate entre los polos antagónicos termine en un bloqueo que impida avanzar en cualquier dirección.
Un bastión republicano bajo asedio
La historia política de Georgia no es muy diferente de la de otros estados sureños que pasaron de ser el corazón electoral del Partido Demócrata desde el siglo XIX hasta bien avanzado el XX, a convertirse en baluartes republicanos desde hace unos 30 años. Hay que remontarse hasta 1992 para encontrar una victoria azul en una elección presidencial en Georgia. Como Biden ahora, Bill Clinton se impuso allí al republicano George H. W. Bush, el último presidente que no había conseguido la reelección.
También hay que ir al siglo pasado a buscar un triunfo demócrata en una elección a gobernador: Roy Barnes le ganó a Guy Millner en 1998. Barnes sucedió en el cargo a Zell Miller, que en los comicios del 2000 fue el último en ganar una banca a senador.
Dos décadas más tarde, los resultados de primera vuelta, incluso con la derrota de Trump por cerca de 12.000 votos, ratificaron la primacía republicana. En la elección regular, Perdue le sacó 88.000 votos de ventaja a Ossoff y quedó a centésimas de alcanzar el 50% que necesitaba para ganar, ya que obtuvo el 49,73 por ciento. En la elección especial, en la que se habilitó el sistema de primaria abierta, Warnock fue el postulante más votado, con el 32,9%, pero si se suma a todos los candidatos que participaron, los seis republicanos superaron por 47.800 sufragios a los ocho demócratas.
“Los republicanos obtuvieron más votos que los demócratas en todos los niveles, excepto en la contienda presidencial. Hay investigaciones que documentan la relativa debilidad de Trump con el electorado de Georgia. Por otro lado, una evidencia de la superioridad republicana aparece en la disputa por la Comisión de Servicios Públicos, que puede ser usada como indicador de la fortaleza de cada partido. Esto sugiere que la elección es un desafío cuesta arriba para Ossoff y Warnock. También hay que tener en cuenta que los demócratas perdieron las últimas siete segundas vueltas, incluso en los casos en que habían terminado arriba en la primera, porque tuvieron menos éxito en hacer que sus partidarios volvieran a las urnas en el segundo turno”, explicó Charles S. Bullock III, profesor de ciencia política de la Universidad de Georgia, consultado por Infobae.
Perdue parece tener el favoritismo más claro. No solo por lo cerca que estuvo de la victoria en noviembre, sino porque es el dueño de la banca desde 2015, lo que siempre da una ventaja. Pero este empresario de 71 años es una figura controversial, que está sospechada junto a otros senadores de haberse beneficiado de información privilegiada para vender acciones a principios de 2020, justo antes del colapso de las cotizaciones por la pandemia.
Ossoff, un periodista de 33 años que dirige una productora de documentales de investigación sobre hechos de corrupción en distintas partes del mundo, se presentó en campaña como la antítesis de Perdue. En uno de los debates televisivos previos a la primera vuelta, lo trató directamente de delincuente, a lo que su rival respondió acusándolo de ser comunista y de hacer negocios con China. Los espectadores no pudieron disfrutar de otro edificante intercambio antes de la segunda vuelta porque el republicano prefirió no participar.
De todos modos, las encuestas son un poco más favorables para Ossoff, que en dos meses de campaña desde el 3 de noviembre logró revertir una diferencia de cuatro puntos en favor de Perdue y ahora está al frente por 48,5% a 47,6%, según el promedio de estudios de opinión que hace el sitio especializado FiveThirtyEight.
Pero más allá de que una distancia de 0,9 está por debajo del margen de error, las encuestas en Estados Unidos deben ser tomadas con especial cautela porque en los últimos años tienden a subestimar el voto republicano. Ocurrió en casi todos los estados en 2016 y en 2020. De hecho, FiveThirtyEight acertó en pronosticar una victoria de Biden en Georgia, pero vaticinaba una diferencia de 1,2 que terminó siendo de 0,2. Si se produjera el mismo corrimiento el martes, se esfumaría la ventaja de 0,9 para Ossoff.
El Partido Demócrata parece mejor posicionado en la elección especial. Por un lado, Loeffler defiende la banca sin haberla ganado, ya que solo la ocupa de forma interina. Eso se notó en noviembre, cuando la empresaria de 40 años obtuvo apenas un 25,9%, sólo seis puntos más que Doug Collins, el segundo aspirante republicano más votado. Sus ataques hacia su rival interno fueron tan furibundos que es realmente una incógnita si todos los que votaron por él van a sufragar por ella.
Por otro lado, enfrenta a un candidato muy carismático, que superó holgadamente a los otros demócratas y que le sacó siete puntos a ella. Warnock, de 51 años, es un pastor evangélico de la misma iglesia de Atlanta que condujo Martin Luther King. Es un orador potente, conocido por su defensa de los derechos civiles y del movimiento Black Lives Matter. Se propuso ser el primer senador afroamericano en la historia de Georgia.
Al igual que la competencia por el otro escaño, la disputa en las encuestas comenzó con una ventaja para la postulante republicana, aunque de solo un punto, y llega a la recta final con un margen de 1,8 para el demócrata. Como Ossoff, Warnock espera que las denuncias de fraude y robo de la elección vociferadas por Trump, que lo llevaron a pedir la renuncia del gobernador Brian Kemp, provoquen una desmovilización entre los votantes republicanos.
“Si bien los datos de elecciones anteriores sugieren que el resultado más probable es que los republicanos ganen ambos escaños, también existe la posibilidad de que el contexto desempeñe un papel. El electorado de Georgia está tan polarizado como el nacional y ha habido cambios en las pautas de votación de algunos grupos, aumentó el número de votantes registrados y hay cierta discordia en el Partido Republicano debido a la confusión generada por las falsas afirmaciones de Trump de que la elección estuvo amañada. Este mensaje dio pie a ciertos individuos a llamar a un boicot a la segunda vuelta y a decir que Perdue y Loeffler no han hecho lo suficiente para apoyar a Trump. Pero, después de todo, el Presidente vendrá a hacer campaña el día previo a las elecciones. Es difícil decir quién está ganando el juego en el terreno de movilizar al mayor número de votantes”, dijo a Infobae Audrey A. Haynes, profesora de ciencia política de la Universidad de Georgia.
Los demócratas saben que es una carrera con el viento en contra, dado que son normalmente sus propios electores los que desisten de participar de las segundas vueltas. Aunque es cierto que esta es una elección diferente, por el interés que suscitó en todo el país y por el impacto de la campaña demócrata para impulsar el voto anticipado, crucial para la victoria de Biden.
“Los demócratas creen tener una oportunidad de superar a los republicanos este año por varias razones —dijo Bullock III—. En primer lugar, dos elecciones de alto perfil pueden ayudar a que los votantes tengan la motivación para volver a las urnas. Segundo, con un candidato afroamericano compitiendo, la participación de la comunidad puede no caer tan precipitadamente como en el pasado. Tercero, Loeffler tiene el reto de unir a los republicanos después de sus numerosos, viciosos y a veces falsos ataques a Doug Collins. Cuarto, las críticas a la honradez del sistema electoral de Georgia expresadas por Trump pueden disuadir a algunos republicanos de participar”.
Ya votaron más de 3 millones de personas de forma anticipada, un récord que se acerca a lo que sucedió en las presidenciales. Y con un patrón común: la mayor parte del voto por correo y del presencial provino de distritos con primacía demócrata. Pero claro, se espera que los republicanos acudan masivamente a votar el martes, animados por el objetivo de dejar a Biden sin mayoría parlamentaria.
Jeffrey Lazarus, profesor de ciencia política de la Universidad Estatal de Georgia, considera que estas dos elecciones senatoriales serán las más parejas que se hayan visto en mucho tiempo. ”Durante años, los demócratas han estado muy cerca de ganar un cargo estatal en Georgia, pero nunca han podido superar la marca del 50 por ciento. Dos cosas que los han ayudado recientemente son la implementación de la inscripción automática de votantes en 2016, y los esfuerzos de Stacey Abrams para movilizar a los votantes de la comunidad afroamericana. Un signo de esperanza para ellos es que las cifras de votación temprana les son favorables. Hasta ahora la mayoría de las personas que votaron viven en áreas tradicionalmente demócratas. Además, la participación de los afroamericanos es relativamente elevada, y una muy alta proporción suele votar demócrata. Pero la verdad es que ambas elecciones son dos monedas en el aire”, dijo a Infobae.
Dos escenarios muy diferentes para Biden
El impacto de ganar las dos elecciones y llegar a los 50 senadores se sentirá desde el mismo 20 de enero, cuando asuma el nuevo gobierno. Es que más de 1.000 cargos en el gobierno federal requieren confirmación del Senado, empezando por todos los secretarios de estado. Los triunfos de Ossoff y Warnock le permitirían a Biden estar en condiciones de conformar la totalidad de su equipo rápidamente, sin trabas.
El escenario contrario es inquietante. El Partido Republicano podría bloquear hasta los nombramientos más anodinos y le cobraría caro su apoyo para cualquier cosa. La gestión comenzaría empantanada.
La última vez que ocurrió esta anomalía fue hace 31 años, con Bush padre. Todos los mandatarios que vinieron después asumieron con mayoría en ambas cámaras. Luego la perdieron, pero no es lo mismo que eso suceda con la administración en pleno funcionamiento que antes del despegue.
“El resultado marcará una gran diferencia para la agenda de Biden. Si los republicanos retienen la mayoría, necesitará mucho tiempo y esfuerzo sólo para nombrar a los funcionarios de la administración, y la capacidad de designar jueces, que es una prioridad, será casi nula. Puede haber entendimientos y acuerdos en algunos temas, pero para los grandes asuntos que le importan a Biden, será muy difícil hacer algo”, dijo a Infobae Eric Schickler, codirector del Instituto de Estudios Gubernamentales de la Universidad de California en Berkeley.
Es probable que la función más decisiva del Senado sea nombrar a los jueces, que en Estados Unidos tienen un poder difícil de encontrar en otros países. En los seis años consecutivos que lleva con mayoría en la cámara, el Partido Republicano le dio una fuerte impronta conservadora a los tribunales federales de todo el país.
La Corte Suprema es el caso más visible. Tras usar el peso de su número para bloquear el intento de Barack Obama de nombrar a un reemplazante del juez Antonin Scalia tras su muerte, en febrero de 2016, votó a los tres ministros propuestos por Trump: Neil Gorsuch en lugar de Scalia; Brett Kavanaugh por el retirado Anthony Kennedy; y Amy Coney Barrett por Ruth Bader Ginsburg, que murió el pasado 18 de septiembre. Así, los jueces conservadores superan por 6 a 3 a los liberales.
Dos años más de mayoría le darían a los republicanos la posibilidad de seguir consolidando este proceso. En cambio, si los demócratas retoman el control del cuerpo, podrían al menos cambiar la tendencia.
“Si los demócratas ganan —dijo Haynes—, Biden tiene una oportunidad de llevar a cabo su agenda política de centroizquierda. Si son derrotados podemos ver cuatro años de parálisis, como vimos después de que perdieran el control del Congreso durante el gobierno de Obama. De todas formas, un Senado tan apretado puede funcionar como barrera a esa agenda incluso aunque se impongan en Georgia”.
Los votantes de Biden no deberían cometer el error de sobreestimar el significado de quedarse con el Senado. No hay dudas de que la gestión cotidiana del gobierno se simplificaría, ni de que podrían conseguir cosas importantes como nombrar magistrados afines a su cosmovisión y aprobar el presupuesto, habitual fuente de disputas con los republicanos. Pero casi ninguna de las grandes reformas que ambiciona la izquierda demócrata es factible con una mayoría de 50 + Harris.
La Cámara Alta estadounidense permite una táctica de obstrucción que en inglés se denomina filibuster. Consiste en hablar sin parar, impidiendo que se vote un proyecto. Esto es posible porque no hay límite de tiempo para los discursos de los senadores. La única forma de interrumpir un debate y forzar una votación —rompiendo el filibuster— es reunir una mayoría calificada, de 60 votos.
Para los nombramientos en los otros poderes y para las discusiones presupuestarias, el filibuster se puede desbaratar con una mayoría simple, así que no será un problema para los demócratas. Pero para cualquier otro proyecto de ley se necesitan los 60 y nada hace pensar que un quinto de los senadores republicanos estén dispuestos a desertar para permitirle a Biden aprobar iniciativas radicales para combatir el cambio climático o modificar los sistemas sanitario, tributario, financiero o de seguridad.
“En términos de políticas públicas, aún ganando le resultará muy difícil hacer demasiado. Los republicanos pueden bloquear muchas de las prioridades demócratas, y con sólo 50 o 51 votos, es poco probable que estos puedan deshacerse del filibuster. Pero les quedaría la posibilidad de hacer cosas relevantes a través del presupuesto, que no requiere 60 votos. Por ejemplo, podrían incluir cosas como un gran paquete por el covid, que de esa manera sería aprobado”, ilustró Schickler.
Algún grado de cooperación bipartidista es posible, como se vio esta semana con la decisión de muchos republicanos de acompañar a los demócratas en la reversión del veto de Trump al presupuesto de defensa. No se trataba de una reforma significativa, sino de un programa moderado que Trump estaba bloqueando a pesar de que había sido consensuado por legisladores de los dos partidos.
Pero es por ese tipo de ejemplos que la politóloga Frances E. Lee, profesora de la Universidad de Princeton, sostuvo en una entrevista reciente con Infobae que desde cierto punto de vista a Biden le convendría quedarse en minoría. Si bien al comienzo sería una fuente de incomodidad, al menos sepultaría cualquier perspectiva de transformación entre los demócratas más reformistas y le permitiría al presidente hacer lo que más le gusta, que es negociar para conseguir cambios modestos, pero perdurables. Bajo esa premisa, para la izquierda del partido sería difícil criticarlo por tibio, ya que sin control parlamentario, la única forma de hacer algo es pactando.
“Muy pocas veces los partidos tienen éxito legislando con criterios partidistas, ni siquiera cuando tienen mayoría —dijo Lee—. Y es por las fracturas internas que existen. Es como un resplandor, como un espejismo: crees que por tener mayoría vas a tener la habilidad de hacer cambios profundos, pero no es así. Aunque ganen esas dos bancas, los demócratas no van a poder hacer cosas por su cuenta, pero igual lo van a intentar. Creo que, irónicamente, para Biden será más fácil liderar si no ganan. Sé que es contraintuitivo, pero se trata de manejar las expectativas de su propio partido”.
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