Desde que llegó a Los Angeles en 1971 al arquitecto Ben Barcelona le gustaron dos cosas: la luz y el arte que abundan en la ciudad. Durante todos los años que trabajó, este inmigrante de las Filipinas se las arregló para incluir en su rutina semanal alguna visita a museos, muestras, galerías o eventos de arte; desde que se retiró, a los 73 años, lo convirtió en su plan de vida: todos los días de la semana llegaba hasta una institución, observaba parte de sus tesoros y regresaba al apartamento que comparte con otras dos personas.
No faltó ni una sola vez a su cita con las obras nuevas o las favoritas, nunca se enfermó en ocho años. Los trabajadores de los museos se convirtieron en una familia adicional, en todas las galerías de arte lo conocían.
Entonces llegó el coronavirus. Todo cerró y él, a los 81 años, quedó comprendido en el grupo de mayor riesgo.
“Barcelona fue resiliente en los primeros días de la pandemia, y se quedó en auto cuarentena, sosteniéndose con libros de arte, sandwiches caseros y caminatas hasta el apartamento de su hija en Koreatown”, resumió Los Angeles Times, que quiso averiguar cómo sobrellevaba la situación el fan de museos más famoso de la costa oeste de los Estados Unidos.
“Por ahora creo que le estoy ganando al virus”, dijo Barcelona al periódico. “Es porque camino todos los días un promedio de 17.000 pasos, unas seis millas, por el barrios. Y en todas partes veo arte”.
Su pasión se solidificó en 1992, cuando su esposa, Divina, murió de lupus, dejándolo solo con Kristina, su hija que por entonces tenía ocho años. Barcelona solía ir a mirar durante largo rato La Magdalena penitente de la lamparilla, de Georges de la Tour, en el Museo de Arte del Condado (LACMA), porque le hacía espiritualmente bien: “Me recordaba que la belleza existe, pero que también existe el final. Que la vida es temporaria”, contó al Times en otra ocasión.
Ahora que el LACMA, como el Getty Center, The Broad, el Hammer, el MOCA, la Huntington Library, el Mueso de Arte Latinoamericano (MOLAA) y demás instituciones de Los Angeles permanecen cerradas mientras California enfrenta una durísima segunda ola de COVID-19, “Barcelona busca el arte en lo cotidiano”, siguió el periódico. “Caminar por las veredas de Koreatown es una práctica de meditación para Barcelona, en la cual observa más detalles que cuando toma buses. Un edificio decrépito, para sus ojos, está brotado de hermosas rajaduras abstractas en el concreto”.
El paisaje de la calle es un incentivo para lo que alberga su memoria, no solo en artes visuales: “Me recuerda a esos grandes maestros como [Robert] Rauschenberg, John Cage, Merce Cunningham. La calle los inspiraba, y ahora lo comprendo cabalmente”, dijo. “Para Merce, caminar en la ciudad y escuchar el ruido de las construcciones, las bocinas, y ver la gente caminando, era una danza”.
Ese es el modo en que logró escaparle a los cierres de la pandemia, pero también la familia de los museos trató de cuidarlo: “El Getty le envió por correo libros sobre arte de los siglos XVI y XVII, dijo; el LACMA le mandó libros del artista Yoshitomo Nara y la fotógrafa Vera Lutter; el museo Hammer le envió un libro sobre el coreógrafo Cunningham”, enumeró el Times. “Todos son muy buenos conmigo”, dijo el octogenario.
En los meses del otoño, antes del incremento de casos de COVID-19, algunas galerías angelinas comenzaron a abrir con cita, para una persona. Barcelona tomó todas las precauciones contra el contagio y fue a varias: Steve Turner Gallery, Regen Projects, Bridge Projects. Le gustó particularmente una muestra de instalaciones de gran tamaño de Senga Nengudi en Sprüth Magers. Y también hizo algunas visitas virtuales, aunque no le gustó demasiado: “Con el Zoom no me siento muy contento, es demasiado pequeño, no tengo la oportunidad de profundizar”, comentó.
Con optimismo, Barcelona espera la reapertura de las salas en 2021. Lo primero que irá a ver, dijo, es Made in LA 2020: a version, la quinta muestra colectiva que organiza el Hammer con ese nombre. “La vida es distinta dentro de los museos”, concluyó, para explicar su pasión. “Es inspiradora y estimulante. Cuando salgo de un museo me siento como un millonario”.
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