Exhaustos, frustrados, sobrecargados: médicos, enfermeros y expertos tienen cada vez menos esperanzas sobre la evolución de la pandemia en los EEUU

Aunque ya está cerca la vacuna contra el COVID-19, la crisis sanitaria es muy grave: el personal de salud enfrenta una ola mayor que la original con los hospitales saturados. A eso se suma la desesperanza por la displicencia de los ciudadanos que no ayudan a evitar más contagios

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“Al borde del colapso colectivo”,
“Al borde del colapso colectivo”, según The New York Times, muchos enfermeros y médicos sufren cada vez más angustia, ansiedad y desesperanza por la evolución de la pandemia en EEUU. (REUTERS/Callaghan O'Hare)

A mediados de noviembre la actriz June Diane Raphael le envió un mensaje de texto a su mejor amiga, Kate, que es médica: “¿Cómo estás?”, le preguntaba en el teléfono. Esta es la respuesta que recibió:

Mañana va a ser mi décimo día de trabajo corrido. Estamos en una ola. Me tocan más pacientes y más enfermos que nunca antes en mi carrera. Casi todos son covid. Estimo que la mitad va a morir, pero probablemente no antes de una a tres semanas, promedio (que pasarán solos en el hospital). Tengo que llamar a diario a sus familias para informarles. Hoy lloré en el teléfono con una mamá a la que le tuve que informar sobre su hija, que probablemente va a morir. Nuestras unidades [de cuidado intensivo] están saturadas. Nos falta personal. Estamos física, emocional y mentalmente agotados. La gente no usa máscaras, arma comidas familiares para los domingos, va a la iglesia, hace planes para Acción de Gracias.

Me tocan más pacientes y más enfermos que nunca antes en mi carrera. Casi todos son covid. Estimo que la mitad va a morir

Hay una desconexión tan grande entre el hospital y las comunidades a su alrededor. Ya no me voy del hospital entre ruidos de campanas, silbidos y cacerolazos… Manejo hasta mi casa aturdida, atravieso una ciudad universitaria con filas para entrar al bar. La gente se queja de que les limitan las libertades personales y de los efectos mentales de la distancia social y las máscaras, pero no respetan el derecho de los otros a vivir y no piensan en los efectos mentales de infectar por accidente a una abuela o el trauma que les causas a los trabajadores de la salud. Esto es devastador.

"Estamos en una ola. Me
"Estamos en una ola. Me tocan más pacientes y más enfermos que nunca antes en mi carrera. Casi todos son covid", describió una médica. (REUTERS/Shannon Stapleton)

A un año de los primeros casos de COVID-19 en China, los Estados Unidos enfrentan la segunda ola, que en realidad es casi una tercera porque en el verano boreal hubo un aumento notable de casos. Pero más allá de cómo se quiera llevar la cuenta, este pico es más grande que los dos anteriores: “Los estados reportan más personas hospitalizadas por COVID-19 que en cualquier otro momento del año, y un 40% más que hace dos semanas”, según informó The Atlantic.

La gente se queja de que les limitan las libertades personales, pero no respetan el derecho de los otros a vivir

Aunque ya está cerca la llegada de la vacuna, y el personal en el frente de combate de la enfermedad están entre los primeros que la recibirán, la crisis sanitaria es ya tan grave que es muy improbable un cambio de curso. Los meses del frío, que normalmente son difíciles en los hospitales, se asoman sombríos para enfermeros, médicos y expertos en salud pública.

Los 25 trabajadores de la salud con los que habló The New York Times (NYT) se mostraron, unánimes, “al borde del colapso colectivo”. El estrés es casi lo de menos: “Muchos hablaron de aumento en los pensamientos de angustia y ansiedad, así como de una sensación de desesperanza y de una fatiga cada vez más profunda, inflamada en parte por las actitudes displicentes de muchos estadounidenses que parecen haber perdido la paciencia con la pandemia”.

El COVID-19 no parece haber tomado nota: en ese país los casos llegaron a 15.250.000 y las muertes, a 288.000. De ellas, más de 1.000 corresponden precisamente a médicos y enfermeros, que se contagiaron por tratar a los pacientes de una enfermedad que requiere el doble de atención que cualquier otra de cuidados intensivos y durante el triple del tiempo en promedio.

“En el verano se podía, pero ahora es simplemente demasiado”, dijo Whitney Neville, enfermera de Iowa, a The Atlantic. “El lunes pasado teníamos 25 pacientes esperando en la sala de emergencia: ya los habían ingresado, pero no había quién se pudiera hacer cargo”.

El lunes teníamos 25 pacientes en la sala de emergencia: ya los habían ingresado, pero no había quién se pudiera hacer cargo

Y sobre todo hay un efecto que va más allá del cansancio pero que lo profundiza: una especie de desilusión, de escepticismo y hasta de furia, a veces.

Al comienzo de la pandemia, recordó Dhaval Desai, director médico del hospital Emory-St. Joseph’s de Atlanta, había un sentido visible: “Me sentía cansado, pero me calmaba la idea de que estaba haciendo un trabajo importante, que era parte de la historia en desarrollo”, dijo a The Atlanta Journal Constitution (AJC). “Ahora se siente distinto. No es emocionante, no es interesante. No hay más adrenalina. Creo que es una fase de desilusión”.

Esta imagen conmovió a los
Esta imagen conmovió a los EEUU: mientras millones celebraban el Día de Acción de Gracias, un médico consolaba a un anciano que no podía ver a su familia (Go Nakamura/Getty Images/AFP)

Para Jason Stein, en cambio, que trabaja en las salas de COVID-19 en centros médicos de Atlanta y de Charleston, el sentimiento es otro: “Tiemblo de la ira”, dijo a AJC. Le pasa cuando lee acerca de los planes de la gente para Navidad o sobre las burlas de la congresista electa Marjorie Taylor Greene sobre las medidas de cuidado contra el coronavirus, o cuando en sus feeds de Twitter y Facebook encuentra publicaciones que acusan a los médicos de ordenar exámenes de SARS-CoV-2 para ganar dinero y otras cuestiones que “niegan la realidad que los profesionales médicos tienen que enfrentar regularmente”.

Para Dinora Chincilla, médica especializada en sistema respiratorio en el hospital de la Universidad de California en Irvine, las sensaciones se han vuelto físicas: náuseas, dificultades para comer. “He tratado a pacientes que me dijeron que no creían que esto existiera, hasta que terminaron en el hospital”, dijo a NPR. “¿Por qué la gente perdió la fe en los médicos?”.

He tratado a pacientes que me dijeron que no creían que esto existiera, hasta que terminaron en el hospital

Ashish Jha, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Brown y uno de los expertos más citados durante la pandemia, agregó a The Boston Globe: “He llegado a creer que vivimos en una sociedad muy complicada, donde a las voces como la mía se las oye y se las valora, pero no siempre se les presta atención. Y es posible que eso esté bien, en alguna medida. Nuestra tarea es ayudar a que la gente entienda las ventajas y las desventajas, pero no necesariamente decirle lo que tiene que hacer”.

La fatiga social también afecta
La fatiga social también afecta al personal médico: “He tratado a pacientes que me dijeron que no creían que esto existiera, hasta que terminaron en el hospital”, dijo una médica a la radio pública de EEUU. (REUTERS/Lucy Nicholson)

Sin embargo, esa perspectiva académica no ha funcionado como un escudo: “Durante las últimas dos semanas nuestro correo, nuestros DM y nuestros feeds en las redes se han llenado de mensajes de colegas trabajadores de la salud que dicen ‘Estoy tan cansado’”, sintetizaron las médicas Megan Ranney y Jessi Gold en una columna de opinión para CNN.

“La mayoría esperaba que el otoño [boreal] fuera difícil. Conocemos la historia de los virus respiratorios nuevos: la segunda ola es casi siempre peor que la primera”, escribieron. Y si bien el personal de los hospitales también está acostumbrado a trabajar mucho y en ocasiones a sufrir agotamiento, esto es diferente: “Hoy tenemos el tanque vacío”.

También enfrentan “una conflicto de ideas sin precedentes entre aquello para lo cual nos entrenamos y lo que en realidad podemos brindar a nuestros pacientes”. La mera cantidad de personas que llegan a los hospitales les impiden trabajar como deberían.

La historia de los virus
La historia de los virus respiratorios indica que, cuando son nuevos, la segunda ola es casi siempre peor que la primera, pero el gran tamaño de esa ola en EEUU complica las posibilidades del sistema sanitario. (EFE/EPA/JUSTIN LANE)

“Para un prestador de salud, lo más horrible es ser incapaz de ayudar a nuestros pacientes”, agregaron. “Cuando nos quedamos sin camas, sin pruebas y sin tratamientos, nos vemos obligados a tomar decisiones que nunca pensamos que tendríamos que tomar, como a quién darle la única cama o el único respirador de la terapia intensiva”.

Las consecuencias ya se ven. Sara Suliman, del Hospital Brigham and Women’s, de Boston, fue diagnosticada con trastorno de ansiedad por primera vez en su vida. Y su colega Michael Mina, profesor de epidemiología en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, dijo a The Boston Globe que, más que el cansancio, es el abatimiento lo que lo está haciendo cuestionarse para qué eligió su carrera.

“Cuando necesitamos alzarnos como nación, no tenemos realmente la capacidad moral para hacerlo. Es una experiencia alucinante, estilo The Twilight Zone, que nos hace preguntarnos por qué diablos siquiera lo intentamos”, describió al periódico, frustrado tras haber abogado por la generalización de los tests de COVID-19 desde marzo.

La enfermera Jill Naiberk, del Centro Médico de la Universidad de Nebraska, comentó a NYT una sensación similar: “Muchos de mis pacientes en cuidados intensivos son jóvenes, en sus cuarentas o sus cincuentas. Nos miran y nos dicen cosas como ‘No me dejes morir’ o ‘Supongo que tendría que haber usado la máscara’”. Ella ha pasado más horas de 2020 vestida con el equipo de protección personal que con ropa de calle. Desde marzo no ha abrazado a su madre de 79 años.

"Cuando nos quedamos sin camas,
"Cuando nos quedamos sin camas, sin pruebas y sin tratamientos, nos vemos obligados a tomar decisiones que nunca pensamos que tendríamos que tomar, como a quién darle la única cama o el único respirador de la terapia intensiva”, escribieron dos médicas en CNN. (REUTERS/Youssef Boudlal)

Nathan Hatton, del Hospital de la Universidad de Utah, también habló sobre esa “fatiga social” que llena los centros médicos de enfermos que imaginan teorías conspirativas alrededor de la vacuna, las medidas de cuidado y el coronavirus mismo. “Está cansado de salir de una unidad de cuidados intensivos donde el COVID-19 ha matado a otro paciente y entrar a un supermercado y escuchar que alguien dice que el COVID-19 no existe”. A los enfermeros, que históricamente se han contado entre los profesionales más confiables, “de pronto nadie nos presta atención”, dijo.

La politización está tan enraizada que no depende ya de quién esté en la Casa Blanca. Los gobernadores de los 50 estados han impulsado políticas diferentes, con nula coordinación entre sí (Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut en la costa este; California, Oregon y Washington en la oeste son las excepciones), y la polarización en la sociedad, exacerbada por el calendario electoral, que celebró la votación presidencial en noviembre, empeoró las cosas.

“No se puede arreglar sencillamente una pandemia cuando las cosas están tan complicadas”, dijo Saskia Popescu, especialista en prevención de infecciones de la Universidad George Mason, a The Atlantic. “Tengo esperanza, pero no preveo que esto de pronto cambie de rumbo de la noche a la mañana”. Es posible que estados como Nueva York y California trabajen más cerca del presidente cuando sea Joe Biden, pero en Iowa, donde Donald Trump ganó por un margen de 8%, el gobernador Kim Reynolds mantiene bares, restaurantes y escuelas abiertos, mientras que el uso de máscaras es obligatorio solo en reuniones de 25 o más personas, y así seguirá siendo después del 21 de enero.

La fatiga social llega también
La fatiga social llega también a los hospitales: enfermeros y médicos tratan por COVID-19 a pacientes que no creían que el coronavirus existiera, hasta que necesitaron atención. (REUTERS/Brendan McDermid)

Las personas que amenazaron a Jha, el decano de Salud Pública de Brown, cuando declaró ante el Congreso sobre la ineficacia de la hidroxicloroquina en el tratamiento del COVID-19, por lo cual la policía le envió custodia, no cambiará de opinión por la magia de la asunción presidencial. El director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci, y su familia seguirán teniendo seguridad en 2021 por las amenazas que siguen recibiendo.

“¿Dónde nos ubicamos, como país, cuando la gente reacciona así ante la ciencia?”, preguntó Jha. Que, a pesar de esas manifestaciones contra su trabajo, también fue atacado cuando lo interrumpió, con unos pocos días libres luego de nueve meses sin pausa en la pandemia. La bandeja de entrada de su correo, que es público, recibió “un aluvión de cartas de dos páginas sobre lo horrible que soy como ser humano y cómo debo ‘volver al lugar de donde provengo’”, dijo Jha, nacido en la India y residente de los Estados Unidos desde los 13 años.

La enfermera Neville agregó que la fatiga emocional es muy desgastante para los trabajadores de la salud: “No se puede cerrar una cantidad innumerable de bolsas de cadáveres. Para protegerse, uno se repliega dentro de sí. Llega un punto en que se convierte en una máquina”. En esta nueva ola, además, las comunidades rurales han sido particularmente golpeadas: allí el personal médico suele conocer a la gente que trata: “La frontera entre nuestra vida personal y nuestra carrera ha desaparecido”, dijo a The Atlantic Laolu Fayanju, director médico de Oak Street Health, de Ohio.

Con las unidades de cuidado
Con las unidades de cuidado intensivo saturadas, los hospitales recargados y personal insuficiente para atender a los contagiados, el personal de la salud de EEUU está física, emocional y mentalmente agotado. (REUTERS/Mike Blake)

“He conversado con personas que han sido enfermeras durante 25 años, y todas dicen lo mismo: ‘Nunca antes trabajamos en un ambiente así'”, agregó Jennifer Gil, del Hospital de la Universidad Thomas Jefferson, de Filadelfia, quien además se contagió de COVID-19, por su trabajo, en marzo. “¿Cuánta meditación, cuántos recursos de salud mental ayudan cuando uno hace esto todos los días?”.

Ya han pasado 10 meses desde que el sistema de salud entró en esta espiral descendente; si se compara eso con los cuatro meses que duró la epidemia de SARS en Canadá, en 2003, el porvenir parece funesto: en aquella ocasión, las secuelas de agotamiento y estrés postraumático de médicos y enfermeros se extendieron durante dos años.

“Hace rato desaparecieron las ovaciones bulliciosas en las noches, los aplausos y los vítores que se sucedían en los edificios y las ventanas de los hospitales en los Estados Unidos y en el extranjero”, recordó NYT las muestras de aprecio de la gente a los trabajadores de la salud. “Ya nadie aplaude”, comentó la psiquiatra Jessica Gold, de la Universidad Washington en St. Louis, Missouri. “Se han olvidado”. Pero el COVID-19 no ha pasado, y en esta nueva ola parece exigir más aun que entonces de los médicos y los enfermeros.

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