CALIFORNIA, EEUU - Antes de comenzar su carrera en la política Barack Obama fue un escritor: en 1995, mientras buscaba su destino —entre abogado, entre activista—, publicó Dreams From My Father, que en 2004 se reeditó, con gran éxito, cuando él ya era senador por Illinois. Dos años más tarde, cuando ambicionaba la presidencia de los Estados Unidos, reincidió con The Audacity of Hope, una obra a la vez personal y de inspiración cívica para los estadounidenses que anhelaban recuperar la esperanza en el porvenir: eran los años posteriores a los ataques del 11 de septiembre, la invasión a Irak, la ley de seguridad nacional; también se percibían las señales previas a la gran crisis de 2008. Ahora la salida de A Promised Land, el primer volumen de sus memorias en dos partes, lo vuelve a aquel oficio que siempre ha admirado, a esa pasión. Sobre todo luego de que se negara a integrar el gabinete de Joe Biden, su ex vice y futuro presidente.
Tras apagar todas las luces de la Casa Blanca la noche anterior a dejarla, y de cederla a la mañana siguiente a Donald Trump, Obama pasó un mes acostumbrándose a su nueva vida de ex mandatario: “Michelle y yo dormíamos hasta tarde, cenábamos sin prisas, salíamos a dar largas caminatas, nadábamos en el mar, hacíamos balances, alimentábamos nuestra amistad, redescubríamos nuestro amor”, contó. Al fin se sintió listo para ponerse manos a la obra con una lapicera y un anotador, porque, si bien el anticipo de USD 65 millones por A Promised Land le permitía la computadora más sofisticada con el software más exclusivo, le gusta tomar notas a mano primero.
“Tenía en mi cabeza un boceto claro del libro”, contó en la introducción. Le calculó unas 500 páginas; dijo que el recuerdo del discurso de Gettysburg que Abraham Lincoln dio en 1863, en un cementerio lleno de soldados en lo peor de la Guerra de Secesión, lo presionaba para restringirse: constó, famosamente, de solo 272 palabras.
Pero acaso la abundancia intrínseca de ocho años en el despacho más poderoso del mundo se lo hizo difícil, y por eso A Promised Land es solo la mitad de sus memorias presidenciales y aun así tiene 750 páginas. No por eso sufre de verbosidad: es un libro ameno y en ocasiones arrebatador, al igual que solían ser los discursos del ex presidente. Su título sale de una canción religiosa y fuertemente social, un spiritual que dice: “Oh, vuela y nunca te canses,/ vuela y nunca te canses,/ vuela y nunca te canses,/ hay un gran campamento en la Tierra Prometida”.
Ordenado cronológicamente, este volumen llega hasta la redada en que Obama ordenó que se matara a Osama bin Laden en 2011. La decisión de cortar ahí se debió a que fue “la primera y la única vez en mi presidencia —escribió— que no necesitamos venderle a la gente lo que habíamos hecho: no tuvimos que defendernos de ataques republicanos ni responder a acusaciones de electores claves sobre el compromiso de algún principio medular”.
Si bien el libro cumple con todos los requisitos de una memoria presidencial, tiene bastante también de la historia personal de Obama: su infancia en Hawaii e Indonesia, su búsqueda de identidad en tanto hijo de una mujer blanca de Kansas y un hombre negro de Kenia, su amor por el basket y su mérito académico en la carrera de derecho, su trabajo político comunitario en Chicago y su historia de amor (un relato complementario al que Michelle Obama dio en Becoming). Pero antes de la quinta parte del libro el lector viaja con él por los Estados Unidos en la campaña presidencial de 2008.
Dedicado a su esposa (“mi amor y mi compañera en la vida”) y a sus hijas Malia y Sasha (“cuya luz deslumbrante vuelve todo más resplandeciente”), A Promised Land quiso ser ante todo “una representación honesta de mi periodo en el cargo”, pero no tanto una enumeración de los eventos históricos como "un recuento de algunas de las corrientes contrapuestas que ayudaron a determinar los desafíos que enfrentó mi gobierno, y lo que mi equipo y yo elegimos en respuesta”. Como quien muestra la trastienda de la Casa Blanca: “Allí donde fuera posible, quería ofrecer a los lectores una impresión de en qué consiste ser el presidente de los Estados Unidos; quería correr un poco la cortina y recordarle a la gente que, a pesar de todo su poder y su pompa, la presidencia sigue siendo un trabajo y nuestro gobierno federal es una empresa humana como cualquier otra”.
También tenía otra intención: “Por último, quería contar una historia más personal que pudiera inspirar a la gente joven que está considerando dedicar su vida al servicio público: cómo mi carrera en la política comenzó en realidad con la búsqueda de un lugar en el cual encajar, una forma de explicar las diferentes facetas de mi herencia mixta, y cómo fue que solamente al fijarme objetivos tan ambiciosos que me superaban logré finalmente encontrar una comunidad y un sentido para mi vida”.
Con personajes como Biden, Donald Trump —quien no aparece hasta la página 672—, John McCain, Vladimir Putin —cuya descripción explota de ironías—, Nicolas Sarkozy, Ted Kennedy y —desde luego— su esposa, la ex primera dama Michelle Obama, estos son algunos de los pasajes más llamativos de A Promised Land:
Sobre Joe Biden, inminente presidente electo
Luego de contar que consideró que Tim Kaine fuera su compañero de fórmula —ocho años más tarde, el ex gobernador de Virginia acompañó en ese mismo lugar a Hillary Clinton—, Obama hizo un perfil de Biden, con quien llegó a tener una relación tan buena que las redes solían hablar de su bromance.
“No podríamos haber sido más diferentes, al menos en los papeles. Él me llevaba 19 años. Yo competía como un outsider en Washington; Joe había pasado 35 años en el Senado”, comenzó. “Y si a mí me veían como un temperamento frío y tranquilo, mesurado en el uso de mis palabras, Joe era pura calidez, un hombre sin inhibiciones, feliz de compartir cualquier cosa que se le cruzara por la cabeza”. En Washington DC, donde los políticos hablan mucho, se destacaba por hablar aun más.
“Su falta de filtro lo metía en problemas cada tanto”, reconoció. “Pero a medida que conocí a Joe consideré que sus gaffes ocasionales eran algo trivial en comparación con sus fortalezas. En política interior era inteligente, práctico y estudioso. Su experiencia en política internacional era amplia y profunda”. Tras mencionar que había superado un tartamudeo tenaz en la infancia y la pérdida de su esposa y una hija pequeña en la juventud, destacó su experiencia: “En política había conocido el éxito temprano y había sufrido derrotas embarazosas”. Y lo que su carácter había hecho con esa experiencia: “Puede que la tragedia y los reveses le hayan dejado cicatrices, pero no lo habían convertido en alguien amargo o cínico, comprendí”.
El contraste entre ellos, finalmente, le resultó “cautivador”, escribió Obama. “Me gustaba el hecho de que Joe estuviera más que listo para asumir como presidente si algo me pasaba, y que pudiera darles seguridad a aquellos que todavía se preocupaban porque yo era demasiado joven”. Pero lo que lo convenció de sumarlo a su fórmula fue otra cosa: “Lo que me decía el instinto: que Joe era decente, honesto y leal. Yo creía en su preocupación por la gente común y en que, cuando las cosas se pusieran difíciles, podría confiar en él”. Cerró: “No me decepcionó”.
Sobre Donald Trump, su opuesto
En los años de ascenso de Sarah Palin —pocos recuerdan a la política del Tea Party, pero fue candidata a vice con McCain por los republicanos en 2008— Obama percibió “una reacción emocional, casi visceral, a mi presidencia”, escribió en la página 671. “Como si mi mera presencia en la Casa Blanca hubiera desatado un pánico arraigado, una impresión de que el orden natural se había interrumpido. Y eso es exactamente lo que Donald Trump comprendió cuando comenzó a promover afirmaciones de que yo no había nacido en los Estados Unidos y por ende era un presidente ilegítimo”.
Con duras palabras, describió a quien se sentaría en su silla: “Prometió, a los millones de estadounidenses espantados porque hubiera un hombre negro en la Casa Blanca, un elixir contra la angustia racial”.
Luego de describir la bola de nieve que crearon blogueros y presentadores de radio conservadores (en un momento “yo no sólo había nacido en Kenia, según el cuento, sino que era secretamente un musulmán socialista”), volvió al personaje: “En cuanto a Trump, nunca me había encontrado con el hombre, aunque con los años vagamente había estado al tanto de él: primero, como un desarrollador inmobiliario en busca de atención; luego y más ominosamente como alguien que se metió a los codazos en el caso de la jogger del Central Park cuando, en respuesta a las noticias sobre cinco adolescentes afroamericanos y latinos que habían ido a la cárcel (y en última instancia fueron exonerados) por la violación brutal de una corredora blanca, publicó avisos de página entera en cuatro de los periódicos principales para exigir el regreso de la pena de muerte; y finalmente como una personalidad televisiva que se promocionaba a sí misma y a su marca como el pináculo del éxito capitalista y el consumo de mal gusto”.
En las menos de 10 páginas que le dedicó a Trump, agregó: “Durante la mayoría de mis primeros dos años en el cargo aparentemente elogió mi presidencia al decirle a Bloomberg que ‘en general creo que está haciendo un buen trabajo’; pero tal vez porque yo no miraba mucha televisión, me costó tomarlo demasiado en serio. Los desarrolladores y los líderes de negocios de Nueva York a los que yo conocía lo describían, sin fisura, como puro bombo publicitario, alguien que había dejado un reguero de solicitudes de bancarrota, había violado contratos, había incumplido el pago a los empleados y cuyos negocios consistían en buena parte en otorgar la licencia del uso de su nombre en propiedades que ni poseía ni administraba”.
Aparte de eso, la única mención destacable del presidente 45 en el libro del 44 está en la introducción: al dejar la Casa Blanca en enero de 2017 la ex primera dama y él estaban “agotados, física y emocionalmente, no sólo por las labores de los ocho años anteriores sino por los resultados inesperados de una elección, en la cual alguien diametralmente opuesto a todo lo que nosotros representábamos había sido elegido como mi sucesor”.
Retratos de líderes globales
Vladimir Putin
Obama recordó su primer encuentro con Putin, en la dacha del líder ruso en las afueras de Moscú. Sus asesores le habían sugerido que fuera breve y le hiciera una pregunta sobre sus opiniones para mostrar interés. “Putin es sensible a cualquier cosa que pueda percibir como desprecio”, le habían advertido.
“Luego de atravesar un portón impresionante y avanzar por un largo acceso para automóviles, nos detuvimos frente a una mansión, donde Putin nos dio la bienvenida antes de posar para la foto obligatoria. Físicamente no tenía nada de especial: bajo y compacto —con la complexión de un luchador—, con el pelo fino y dorado, la nariz prominente y ojos pálidos y atentos. Mientras nuestras respectivas delegaciones intercambiaban cumplidos, observé en sus movimientos un estilo conscientemente casual, un desinterés estudiado en su voz, que revelaban a alguien acostumbrado a que lo rodearan subordinados y solicitantes. Alguien que se había acostumbrado al poder”.
Angela Merkel
“Hija de un pastor luterano, había crecido en la Alemania Oriental comunista, donde mantuvo la cabeza gacha y obtuvo un doctorado en química cuántica. Sólo luego de que cayera la Cortina de Hierro ingresó a la política, y ascendió metódicamente en las jerarquías del partido de centro-derecha Unión Cristiana Democrática, con una combinación de capacidad organizativa, visión estratégica y una paciencia inquebrantable. Los ojos de Merkel eran grandes, de un azul brillante, y cada tanto parecían tocarlos la frustración, la diversión, o una insinuación de tristeza. Por lo demás, su apariencia estólida reflejaba su sensibilidad práctica y analítica”.
Nicolas Sarkozy
“Era puro arrebato emocional y retórica inflamada. Con sus rasgos oscuros y expresivos, vagamente mediterráneos (era mitad húngaro y un cuarto judío griego) y su estatura baja (medía 1,65 metros pero usaba alzas ortopédicas en el calzado para lucir más alto) parecía una figura salida de una pintura de Toulousse-Lautrec”. Si bien provenía de una familia rica y una ideología de centro-derecha, en una reunión del G20 Obama lo escuchó “denunciar los excesos del capitalismo global”. Concluyó: “Lo que Sarkozy carecía en términos de coherencia ideológica, lo compensaba con audacia, encanto y una energía maníaca. De hecho las conversaciones con Sarkozy eran tanto divertidas como exasperantes, con sus manos en movimiento perpetuo, su pecho erguido como el de un gallo enano, su traductor personal siempre a su lado para reflejar cada uno de sus gestos y entonaciones a medida que la conversación se precipitaba de la adulación a la fanfarronada a la perspicacia genuina”.
David Cameron
“A los cuarenta y pocos años, con una apariencia juvenil y una informalidad estudiada (en cada cumbre internacional, lo primero que hacía era quitarse el saco y aflojarse la corbata), Cameron, educado en Eton, poseía un dominio impresionante de los temas, una facilidad con el lenguaje y la confianza natural de alguien a quien la vida nunca lo presionó demasiado. En lo personal me gustaba, aun cuando chocábamos”.
Dimitri Medvedev
“Medvedev estaba fascinado or internet y me preguntó sobre Silicon Valley, y expresó su deseo de robustecer el sector de la tecnología en Rusia. Se interesó mucho en mi rutina de ejercicios y me describió cómo nadaba 30 minutos cada día. Compartimos historias de nuestras experiencias enseñando derecho y me confesó su amor por bandas de rock pesado como Deep Purple”.
Los pasos previos a su presidencia
El consejo de Ted Kennedy
Obama pidió consejo a Ted Kennedy, heredero del clan político más famoso del país, hermano de John y de Robert, sobre la posibilidad de participar en las primarias demócratas. “Bueno… He escuchado rumores de que competirás para ser presidente”, lo recibió el senador. Bromeó luego: “¿Quién fue el que dijo que hay 100 senadores que se miran en el espejo y ven un presidente? Se preguntan: '¿Tengo lo que hace falta? Jack, Bobby, yo mismo hace mucho. No salió como planeamos, pero supongo que las cosas siguen sus propios caminos”.
Dejó entonces el tono irónico y agregó: “Yo no voy a meter la cuchara tan temprano. Demasiados amigos. Pero puedo decirte esto, Barack. La capacidad de inspirar a otros es algo raro. Momentos como este son algo raro. Tú piensas que quizá no estás listo, que lo harás en una ocasión más conveniente. Pero tú no eliges el momento. El momento te elige a ti. O bien tomas la que podría resultar la única oportunidad que tendrás, o bien decides que estás dispuesto a vivir con el conocimiento de que la oportunidad se te pasó”.
Michelle: “Por Dios, Barack, ¿cuándo va a ser suficiente?”
Un segmento del libro analizó el apoyo de su mujer a pesar del disgusto inicial que le causó la aspiración presidencial de su esposo. “Tú sabes que no planifiqué nada de esto”, le dijo él la noche que se sentaron a hablar de la posibilidad. Él le dijo que le había pedido a su equipo que preparase una presentación de cómo sería el calendario de la campaña, qué posibilidades tenía de ganar, cómo se vería afectada la familia. Entonces usó la segunda persona del plural y ella explotó:
—Si alguna vez fuéramos a hacerlo…
—¿Nosotros? —lo interrumpió Michelle—. Quieres decir tú, Barack. No nosotros. Esto es asunto tuyo. Yo te he apoyado todo el tiempo porque creo en ti aun a pesar de que odio la política. Odio la manera en que expone a nuestra familia. Y tú lo sabes. Y ahora que finalmente tenemos cierta estabilidad… Aun si no es algo normal, no es el modo de vivir que yo elegiría… ¿Y ahora me dices que vas a presentarte para presidente?
Obama le tomó la mano, le dijo que quizá, que en el futuro, que si ella estaba de acuerdo, que si un montón de cosas más.
“Michelle alzó las cejas como para implicar que no me creía. ‘Si eso es cierto, entonces la respuesta es no’, dijo. ‘No quiero que compitas por la presidencia, al menos no ahora’. Me miró con dureza y se levantó del sofá. ‘Por Dios, Barack, ¿cuándo va a ser suficiente?’.
Antes de que pudiera responderle, entró al dormitorio y cerró la puerta".
Cómo convenció a la futura primera dama
Más adelante volvió al asunto. Ella le pidió que argumentara qué podría hacer él de especial que no pudiera hacer otro demócrata con posibilidades.
—No hay garantía de que podamos lograrlo —le respondió Obama—. Pero esto sí sé con seguridad: sé que el día que levante mi mano derecha y jure como presidente de los Estados Unidos el mundo comenzará a mirar a los Estados Unidos de otra manera. Sé que los niños de todo este país —niños afroamericanos, niños hispanos, niños que no encajan— se verán a sí mismos de otra manera, también: sus horizontes se habrán elevado, sus posibilidades se habrán expandido. Y solo por eso, solo por eso valdría la pena.
—Bueno, amor, esa respuesta fue bastante buena —concedió ella, por fin.
De los años de su gobierno
Qué le reveló el poder sobre sí mismo
Al asumir, Obama se enfrentó con la crisis de las hipotecas sub-prime. “Hasta el día de hoy analizo informes sobre la desigualdad creciente en los Estados Unidos, su reducida movilidad social ascendente y sus salarios estancados”, escribió, “y me pregunto si debería haber sido más audaz en aquellos primeros meses, si debería haber estado más dispuesto a causar un dolor económico mayor en el corto plazo en busca de un orden económico que cambiara para siempre y fuera más justo”.
Sin embargo, la responsabilidad del cargo pesó sobre su conciencia de una manera inesperada: "Alguien con un alma más revolucionaria podría responder que todo eso hubiera valido la pena, que hay que romper huevos para hacer una tortilla. Pero por más que yo haya estado siempre dispuesto a alterar mi propia vida para perseguir un ideal, no estaba dispuesto a asumir esos mismos riesgos cuando se trataba del bienestar de millones de personas. En ese sentido, mis primeros 100 días en el cargo revelaron una fibra básica de mi carácter político: yo era un reformista, un conservador en temperamento, ya que no en perspectiva. Si demostré sabiduría o debilidad, corresponde que lo juzguen otros.
Su opinión sobre el hombre que lo desafió en 2012
“Entre los varios republicanos que han competido por la nominación presidencial, siempre consideré que John McCain era el que más se merecía el premio", escribió. "Lo había admirado de lejos antes de llegar a Washington, no sólo por su servicio como piloto naval y el coraje inimaginable que había mostrado durante los desgarradores cinco años y medio que pasó como prisionero de guerra, sino porque su sensibilidad de rebelde y esa voluntad de corcovear ante la ortodoxia del Partido Republicano en temas como inmigración y cambio climático que había mostrado en su campaña de 2000. Aunque nunca fuimos próximos en el Senado, muchas veces me pareció profundo y autocrítico, y rápido a la hora de desarmar la pretensión y la hipocresía en ambos lados”.
Si bien señaló la tendencia a la “volatilidad” de McCain, quien fue candidato republicano con Palin en 2008, cuando Obama ganó, destacó: “No sólo respetaba las costumbres del Senado sino también las instituciones de nuestro gobierno y nuestra democracia. Nunca lo vi exhibir el tribalismo teñido de racismo que con regularidad infectaba a otros políticos republicanos y en más de una ocasión lo vi desplegar verdadero coraje político”.
Una vez, hablando con él en Senado mientras esperaban la llamada a una votación, McCain le confesó “que no podía soportar a muchos de ‘los locos’ de su partido”. Agregó: “Yo sabía que eso era parte de su numerito: acariciar la sensibilidad de los demócratas en privado y votar con los suyos el 90% del tiempo. Pero el desdén que expresó por la extrema derecha de su partido no era un acto”. Y por eso, interpretó, lo hicieron pagar.
El porvenir es largo
Aquel día que, en su último viaje en el Air Force One, el presidente saliente comenzó a pensar en escribir sus memorias, no pudo imaginar los hechos que puntuarían finalmente el desarrollo de la tarea y la publicación, escribió: “Mientras estoy aquí sentado”, dijo, sobre el escritorio donde trabajó en A Promised Land, “el país permanece preso de una pandemia global y la crisis económica que la acompaña, con más de 178.000 estadounidenses muertos [en el momento del cierre del libro: casi 249.000, en realidad, el día del lanzamiento, 17 de noviembre], negocios cerrados y millones de personas sin empleo. En todo el país, todo tipo de gente ha llenado las calles para protestar por la muerte a manos de la policía de hombres y mujeres afroamericanos desarmados".
Siguió: "Quizá lo más perturbador de todo, nuestra democracia parece estar tambaleando al borde una crisis, una crisis cuya raíz se remonta a un combate entre dos visiones opuestas de qué son los Estados Unidos y qué deberían ser; una crisis que ha dejado al cuerpo político dividido, enojado y desconfiando, y ha permitido una continua violación de las normas institucionales, las garantías de procedimientos y la adhesión a hechos básicos que alguna vez tanto republicanos como demócratas dieron por seguros”.
Pero aun en ese paisaje sombrío Obama manifestó una esperanza, una mirada positiva que va de lo personal a lo social: “Aún no estoy listo para abandonar la promesa que encarnan los Estados Unidos, no sólo por el bien de las futuras generaciones de estadounidenses sino por el de toda la humanidad. Estoy convencido de que la pandemia que actualmente vivimos es una expresión y a la vez solo una interrupción en la marcha sin pausa hacia un mundo interconectado, donde los pueblos y las culturas no pueden sino chocar. En ese mundo —con cadenas de suministro globales, transferencias instantáneas de capital, redes sociales, grupos terroristas transnacionales, cambio climático, migración masiva y una complejidad creciente— vamos a aprender a vivir juntos, a cooperar unos con otros y a reconocer la dignidad de los demás. O pereceremos”.
Concluyó: “Y por eso el mundo observa a los Estados Unidos —la única gran potencia, en toda la historia, que integran personas de todos los rincones del planeta, que incluye a todas las etnias y las creencias y las culturas—: para ver si nuestro experimento sobre la democracia puede funcionar. Para ver si podemos hacer lo que ninguna otra nación ha hecho jamás. Para ver si realmente podemos estar a la altura del significado de nuestro credo”.
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