Cuatro años atrás, las encuestas pronosticaron que Hillary Clinton iba a sacar más votos que Donald Trump en todo el país. No se equivocaron. El problema estuvo en la proporción de sufragios asignada a cada uno. El promedio de los principales sondeos realizado por el sitio especializado FiveThirtyEight proyectaba que Clinton iba a obtener 45,7%, aunque terminó con 48,2% (2,5 puntos más), y que Trump iba a sacar 41,8%, aunque consiguió 46,1% (4,3 puntos más).
La subestimación del voto por Clinton estuvo dentro del margen de error aceptable. No así el de Trump. La misma tendencia se repitió en muchos estados del país. Ese problema llevó a la mayoría de los analistas a anticipar un triunfo demócrata en el Colegio Electoral, asumiendo victorias en estados como Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Pero ocurrió lo contrario y Trump fue declarado presidente.
Cuatro años después, se esperaba que las agencias de opinión pública más serias corrigieran este sesgo que les impidió captar una parte del voto por Trump. Tenían a su favor que es mucho más fácil identificar el apoyo a un presidente que a un candidato sorpresivo, que había crecido mucho en los días finales de la campaña, cuando muchos indecisos se inclinaron por él. Pero el resultado fue, una vez más, deficitario.
“Los pronósticos de las encuestas estimaban la ventaja de Biden en el país en alrededor del 7%, pero el margen de victoria real fue de alrededor del 3 por ciento. La diferencia es demasiado grande para atribuirla simplemente a un error de muestreo”, dijo a Infobae Walter Hill, profesor del Departamento de Ciencia Política del St. Mary’s College de Maryland.
El mayor problema no se vio a nivel nacional. Las elecciones presidenciales en Estados Unidos, que son indirectas, se dividen en 51 jurisdicciones. En los 50 estados del país, el promedio de las encuestas subestimó el voto recibido por Trump. Solo en la capital, Washington DC, que es el distrito más demócrata de todos, se sobreestimó el respaldo: se anticipaba que recibiría el 5,8% y obtuvo el 5,2 por ciento.
Las desviaciones estuvieron muy por encima de lo tolerable. En tres estados (Alaska, Dakota del Norte y Nueva York), proyectaron diez puntos menos de los que sacó. En los primeros dos ganó y en el tercero perdió, así que no hay correlación entre el grado de favoritismo y el nivel de equivocación: en todas partes hay una porción del voto por Trump que no se logra capturar.
En otros 18 estados, el margen de error osciló entre cinco y ocho puntos; y en 17, entre tres y cuatro. Solo en 12 estuvo por debajo de los tres puntos, que suele ser el máximo admisible en una buena encuesta.
“Creo que realmente se debe a una constelación de factores”, sostuvo Álvaro J. Corral, profesor del Departamento de Ciencia Política de The College of Wooster, en diálogo con Infobae. “Trump es simplemente diferente. En la medida en que no es un republicano tradicional debido a su estilo populista, es un poco difícil para los encuestadores capturar los bolsones ocultos de votantes, que no necesariamente se sienten cómodos con las etiquetas partidistas tradicionales. Los académicos se refieren a esto como la ‘Heterodoxia de Trump’, lo que significa que él, especialmente en 2016, se diferenció de la plataforma republicana. Cualquier candidato que está fuera de la ortodoxia supone una dificultad para los encuestadores, no sólo Trump. A esto se sumó el efecto de la pandemia y el aumento del voto por correo, que modificó quién era clasificado como ‘probable votante’”.
Biden ganó una elección mucho más pareja de lo que vaticinaban las encuestas, que volvieron a repetir esta falla sistemática. Si esta vez el error no fue lo suficientemente grande como para que Trump revirtiera el pronóstico fue porque le daban a Biden una ventaja muy superior a la que llevaba Clinton.
En Florida, donde se esperaba que gane por dos puntos, perdió por tres. En Texas, Iowa y Ohio, donde se esperaban competencias muy ajustadas, las diferencias en favor de Trump oscilaron entre los seis y ocho puntos. En Wisconsin y Michigan, en los que se auguraba que Biden ganara por ocho, acabó siendo por menos de uno en un caso y por tres en otro. En Pensilvania, el candidato demócrata se impuso por menos de un punto, cuando se esperaban entre cuatro y cinco de diferencia.
Entre los diez estados clave, la distancia entre proyecciones y realidad fue aceptable en solo tres: Carolina del Norte, Georgia y Arizona. De estas tres elecciones, que resultaron tan parejas como se creía, Trump parece salir victorioso solo de la primera y todo indica que perderá las otras dos.
“Parece bastante claro que las encuestas nacionales subestimaron los porcentajes de Trump y que esto también ocurrió en muchos estados, aunque en algunos predijeron los resultados mejor que otros. Parte de la explicación es sistemática, pero queda por determinar qué es lo que específicamente se les pasó por alto. Por ejemplo, puede ser que los indecisos se volcaron por Trump, al igual que lo hicieron en 2016. También puede ser que hubo un aumento en la participación de los republicanos. Otra posibilidad es un efecto de ‘voto por Trump avergonzado’, del que no hay mucha evidencia en investigaciones anteriores. La falta de respuesta a las consultas podría ser otro factor”, dijo a Infobae Christopher Wlezien, profesor del Departamento de Gobierno de la Universidad de Texas en Austin.
El perfil de un votante elusivo
Las encuestas de boca de urna permiten construir un perfil demográfico de los votantes de Trump, un primer paso indispensable para comprender por qué se les escapan a los encuestadores. Cuando se analizan los resultados de la que realizó este martes Edison Research para el National Election Pool, una de las más respetadas del país, se ven algunas cosas interesantes.
Lo primero son las diferencias por género. La gran mayoría de los votantes de Trump son hombres: entre las mujeres lo eligió el 43%, frente a un 56% que optó por Biden; pero entre los varones, el presidente se impuso por 49% a 48 por ciento. También hay fuertes distinciones etarias. Cuanto más grande es una persona, más probable es que vote por Trump: entre los menores de 29 años, solo lo respaldó el 35%, pero entre los mayores de 65 subió al 51 por ciento.
Nicholas Valentino, profesor del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan, cree que una explicación posible de lo sucedido con las encuestas es que una porción considerable del electorado hispano no votó como se anticipaba. “En Florida y Texas hubo muchos latinos debutantes. Se esperaba que votaran por Biden, pero una gran parte eligió a Trump. Una especulación es que la insistencia de Trump en que Biden y Kamala Harris eran socialistas y extremadamente liberales resonó entre ellos, especialmente entre los que provienen de países que han sufrido gobiernos autoritarios de izquierda, como Cuba y Venezuela. Mientras tanto, los mexicano-estadounidenses parecen haber votado por los demócratas en los mismos porcentajes que la última vez”, dijo a Infobae.
Al analizar el voto por grupo etno-racial, se verifica una clara primacía del candidato republicano entre los blancos, que representan el 65% de las personas que fueron a votar: 57% se inclinó por él y el 42% por Biden. En cambio en todos segmentos minoritarios ganó el Partido Demócrata: entre los afroamericanos, por 87% a 12%; entre los latinos, por 66% a 32%; y entre los asiáticos, por entre 63% y 31 por ciento.
“La base tradicional de votantes de Trump parece estar cambiando. Muchos comentaristas apuntan ahora a Miami y al voto cubano, que ha sido bombardeado con propaganda antisocialista por parte de la campaña de Trump desde hace meses. De hecho, la comunidad latina allí parece haber favorecido a Trump relativamente más de lo previsto por la mayoría de las encuestas. Muchas no desagregan las preferencias de voto de los latinos, pero las de los cubanos de Florida son muy diferentes de las de los mexicanos de California. Además, hay diferencias intergeneracionales. La primera generación vota diferente de la segunda, de la tercera y de la cuarta”, explicó Julius Sebastian Lagodny, politólogo de la Universidad Cornell, consultado por Infobae.
El cruce entre grupo etno-racial y nivel educativo muestra que Trump es especialmente fuerte entre los blancos sin título universitario: el 64% dijo que votó por él frente a un 35% que lo hizo por Biden. En cambio, entre los blancos graduados hubo un empate en 49%, y entre los que no son blancos, perdió estrepitosamente, por una relación de siete a tres, tanto entre los universitarios como entre quienes no lo son.
El primer grupo es el núcleo de los sectores que perdieron con la globalización. Muchos son ex trabajadores industriales o hijos de obreros que se quedaron sin trabajo por el masivo cierre de fábricas y que vieron muy dañado su poder adquisitivo y su estatus social, teniendo que aceptar empleos peor pagos y más inestables. Muchos de ellos sienten animadversión con todo lo que asocian al establishment político y cultural, por el que se sienten menospreciados, así que no sería extraño que muchos rechacen a los encuestadores por considerarlos parte de ese universo.
“Una revisión de la Asociación Estadounidense de Investigaciones de Opinión Pública identificó que el principal problema fue la ponderación —dijo Hill—. Las encuestadoras subestimaron la participación de los blancos con bajos niveles de educación formal. Hay que tener en cuenta que la coalición republicana es más amplia, ya que incluye a los evangélicos y tradicionalmente a personas de clase alta y clase media alta. Debido al coronavirus, la gente dudaba en ir a votar en persona. Se sabía que un gran número de demócratas iba a sufragar por correo en los días previos a los comicios, pero el presidente se opuso a esta modalidad. Los republicanos, siguiendo el consejo presidencial, no votaron por correo, pero vieron la gran participación de los demócratas. En respuesta, fueron a votar en gran número. Los investigadores subestimaron más la participación de los republicanos que la de los demócratas”.
Es cierto que Trump tiene primacía entre los votantes de mayores recursos. Entre las personas que ganan menos de USD 100.000 al año, que representan más del 70% de quienes fueron a votar, Biden le ganó por 56% a 43 por ciento. Pero dentro del 28% que gana más de USD 100.000, el reparto se invierte y el republicano se impuso por 54% a 43 por ciento. Esto sector, a diferencia del otro al que el Presidente representa, no debería tener esos prejuicios para responder en una encuesta.
Pero hay un tercer segmento donde Trump tiene prevalencia y puede ser un desafío captar en los estudios de opinión, que son los habitantes de pueblos o zonas rurales. El 54% de dijo haber votado por el republicano frente a un 45% que optó por Biden. Representan el 20% de la población que fue a votar, pero no sería extraño que estén subrepresentados en las muestras que hacen las encuestas, que tienen mayores facilidades para hacer mediciones en las ciudades y en los suburbios, donde la mayoría se inclina por los demócratas, por 60% a 37% en un caso y por 51% a 48% en el otro.
“La principal solución que encontraron los encuestadores para evitar los mismos errores de 2016 fue ponderar sus muestras según el nivel educativo, porque habían tenido dificultades para captar el estado de ánimo de los votantes rurales menos educados —dijo Lagodny—. Pero la ponderación no funcionó. ¿Por qué? Un problema potencial que podría explicar esto es que llegar realmente a los partidarios rurales de Trump es difícil, porque tienden a participar menos de las encuestas. No confían en los medios de comunicación, ni en las empresas que contratan para hacer encuestas, y esta narrativa parece haberse fortalecido en los años de la presidencia de Trump”.
¿Un votante avergonzado?
Hay un ex consultor político republicano que desde hace algunos años cuestiona a los encuestadores tradicionales y los contradice con estudios que muestran números muy diferentes. Robert Cahaly, director del Trafalgar Group, sorprendió a todos en 2016 al predecir que Trump ganaría en Florida y en estados como Pensilvania y Michigan, donde parecía poco probable.
Muchos de sus colegas lo descalifican por su opacidad metodológica. Efectivamente, no revela detalles técnicos básicos de sus encuestas, de modo que es imposible saber si están construidas sobre bases sólidas. Pero fue muy difícil ignorarlo luego de que acertara hasta el número de electores que Trump recibiría: 306, 36 más de los necesarios para ser presidente.
Cahaly sostiene que las encuestas enfrentan dos grandes problemas en el mundo contemporáneo. El primero es que todo el mundo miente. El segundo, es que cierto tipo de votantes tiende a mentir más que otros, lo que crea un sesgo que impide controlar el efecto de la falta de honestidad.
En concreto, Cahaly apunta al sesgo de deseabilidad social, que denota la tendencia de muchas personas a decirle a sus interlocutores lo que piensan que quieren escuchar, para evitar ser rechazadas por estos. Desde este punto de vista, habría un grupo de votantes conservadores que, a diferencia de los seguidores más convencidos de Trump, no se atreverían a expresar públicamente su apoyo por temor a ser cuestionados, en este caso, por encuestadores a quienes podrían percibir como defensores de posturas más liberales. Eso explicaría, según el consultor, que sistemáticamente las encuestas subestimen el voto por Trump.
“Las encuestas estatales han tenido dificultades para captar el verdadero nivel de apoyo a Trump y los expertos siguen divididos en cuanto a las causas —dijo Corral—. Creo que se debe a una mezcla de cosas. Por un lado, creo que hay un votante de Trump avergonzado, que es simplemente otra iteración de lo que los especialistas en encuestas definen como sesgo de deseabilidad social. Es decir, algunos votantes, que no son ardientes partidarios de Trump ni miembros de su base, son reacios a admitir ante los encuestadores que lo apoyan por miedo a ser considerados racistas. Pero incluso cuando algo de eso pueda estar pasando, no creo que sea la historia completa”.
Es cierto que en esta elección no le fue nada bien al Trafalgar Group. En Georgia, anticipó que Trump ganaría por 49,7% a 45,4%, pero está perdiendo por 49,5% a 49,3 por ciento. En Nevada, dijo que ganaría por 49,1% a 48,4%, pero perdió por 49,9% a 47,9 por ciento. En Pensilvania, dijo que vencería por 47,8% a 45,9%, pero perdió por 49,7% a 49,2 por ciento. En Michigan, dijo que ganaría por 48,3% a 45,8%, pero fue derrotado por 50,6% a 47,9 por ciento. En Arizona, afirmó que se impondría por 48,9% a 46,4%, pero perdió por 49,6% a 48,9 por ciento.
En los cinco estados estuvo mucho más cerca de acertar el porcentaje de votos de Trump que el promedio de las encuestas, pero cometió el mismo error que sus competidores, en espejo: subestimó el de Biden. Aunque sí dio en el blanco en Florida, donde dijo que el republicano ganaría por 49,4% a 47,3%, y terminó siendo por 51,2% a 47,9 por ciento.
La falta de precisiones metodológicas y el hecho de dar siempre a Trump ganador, casi como una regla invisible, son razones suficientes para sospechar de sus encuestas. Pero la falta de confiabilidad de su método no desmiente la validez de su planteo teórico. Por ejemplo, en algunos de sus trabajos de campo encontró que cuando le preguntaba a los habitantes de ciertos barrios por quién votarían, pocos decían Trump, pero cuando les preguntaba a quién votarían sus vecinos, encontraba que un número muy superior, incompatible, mencionaba al candidato republicano.
Es el “efecto vergüenza” —según sus propias palabras— que generaría Trump en un segmento de sus propios votantes. Un derivado plausible de lo extremadamente controversiales de sus muchas de sus afirmaciones y del rechazo que generan en una parte importante de la opinión pública informada.
“No compro el argumento de que haya muchos votantes de Trump avergonzados”, dijo a Infobae Robert S. Erikson, profesor de ciencia política de la Universidad de Columbia. “Incluso si algunos dudaran de revelar sus simpatías a los entrevistadores en persona, no tendrían ningún incentivo para mentir en encuestas anónimas online. Una explicación alternativa es que el tipo de personas que tiendan a no responder a las solicitudes de encuestas sea el mismo que se siente atraído por Trump. De todos modos, el total de votos populares de la elección aún no está tabulado y podría no estar alarmantemente alejado de la estimación de los encuestadores. Los estados que ganó Biden son básicamente los mismos que los expertos anticipaban”.
Aunque es muy difícil capturar la magnitud del impacto distorsivo de las mentiras, los prejuicios y la deseabilidad social sobre las encuestas, es evidente que no se pueden descartar como parte de la explicación para entender por qué encuestas rigurosas pueden tener sesgos sistemáticos que subestiman a cierto tipo de votantes. Claro, desarrollar modelos estadísticos capaces de moderar ese efecto es realmente complejo, sobre todo porque no es algo que se presente de la misma manera en todos los contextos.
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