Como mero microorganismo, el SARS-CoV-2 no discrimina; sin embargo el impacto de la pandemia cambia según una enorme cantidad de factores, desde biológicos hasta sociales, desde históricos a demográficos, por lo cual el COVID-19 —la enfermedad— afecta a distintas personas de maneras muy diferentes. En los Estados Unidos los afroamericanos son el grupo más golpeado, por ejemplo.
El racismo y sus manifestaciones (la herencia de la esclavitud, la falta de crédito hipotecario, el fraude electoral, la discriminación en el trabajo y en el acceso a la salud, entre otros factores) son causas conocidas “que han creado las condiciones sindémicas dentro de las cuales los afroamericanos sufren la fuerza letal del COVID-19”, recordó un estudio de Tonia Poteat y LaRon Nelson. Y sobre todo la experta en medicina social y el vicedecano de Salud y Equidad en la Escuela de Enfermería de Yale le pusieron cifras notables al problema.
La primera, que habla directamente del impacto desigual de la pandemia: los afroamericanos representan el 13% de la población de los Estados Unidos pero son el 30% de los casos de COVID-19. Es decir que sufren una incidencia de más del doble que, por ejemplo, los blancos.
El concepto de sindemia surgió de la antropología médica: se refiere a los problemas de salud que causan sinergia para afectar a una población determinada según su contexto social, cultural y económico. Según explicó Intramed, implica “las complejidades a través de las cuales los factores sociales, psicológicos y biológicos se unen para dar forma a los problemas emergentes y omnipresentes de la salud mundial”. Una sindemia agrupa “dos o más enfermedades dentro de una población que contribuye a, y resulta de, las desigualdades sociales y económicas persistentes” y estudia los casos en que “múltiples problemas de salud interactúan, a menudo biológicamente, entre sí y con el entorno sociocultural, económico y físico”.
En este caso, dieron como ejemplo Poteat y Nelson, “los afroamericanos sufren una incidencia mayor de enfermedades crónicas subyacentes, como hipertensión (57% de las personas), diabetes (18%) y obesidad (50%) que predisponen a los individuos a peores resultados clínicos, incluida la muerte, en caso de tener COVID-19”. Otro factor de importancia es la falta de seguro médico, que aumenta en 1,5 veces su demora en el acceso al cuidado de la salud.
Poteat, profesora de Medicina Social en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (UNC), trabajó como asesora de la Oficina para la Coordinación Mundial de la Lucha contra el Sida de los Estados Unidos, ocupándose de las poblaciones más afectadas, y comparó las epidemias: “Décadas de investigación dedicadas a comprender el impacto desproporcionado del VIH entre los afroamericanos puede contribuir a revelar los ejes impulsores de esta desigualdad”, dijo, sobre el COVID-19.
“Es una paradoja de larga data que los afroamericanos sufran el mayor peso del VIH aunque reportan tasas de conducta de riesgo similares a las de otros grupos”, plantearon los expertos y sus colegas Gregorio Millett y Chris Beyrer. Dado que lo mismo sucede con el coronavirus, en su opinión la teoría sindémica brinda herramientas para interpretarlo: “La alta tasa de exposición, adquisición y mortalidad por COVID-19 entre los afroamericanos” no se puede explicar sin elementos asociados, como epidemias sociales, que se reproducen por “las persistentes desigualdades". La cuestión es el tejido comunitario, no un patógeno.
El impacto que las decisiones sociales y políticas tienen sobre la salud supera el de las decisiones humanas, y esas decisiones tienen un contexto histórico, plantearon los autores: por ejemplo muchas políticas actuales se derivan de las que tuvieron los estados confederados que imponían la esclavitud. De un total de casi 700 condados del país con habitantes mayoritariamente afroamericanos, el 91% se halla en ellos, en el sur del país. “De manera sorprendente, no solo las tasas de desempleo y la falta de seguro médico son altas allí, sino también la diabetes, las enfermedades cardíacas y el VIH”, escribieron. “Es probable que esas condiciones preexistentes jueguen un papel importante en los malos resultados clínicos de COVID-19 en estos condados”.
Poteat y Nelson atribuyeron otros elementos, como el acceso más lento a las pruebas de SARS-CoV-2 en esos lugares, a “la intersección de la economía y el racismo”. Por un lado hubo menos puntos para realizarse el análisis en los barrios más pobres que en los más aventajados; por otro, muchos de esos puntos eran para realizarse el test sin salir del automóvil, lo cual implica tener acceso a un automóvil para hacerlo. “Un estudio encontró tasas de pruebas COVID-19 seis veces más altas en los barrios de altos ingresos en Filadelfia, a pesar de que los resultados positivos son más altos en los barrios afroamericanos más pobres”. A eso se suman los prejuicios discriminatorios en el sistema de salud, “un legado de maltrato médico”.
La población afroamericana también sufre una exposición más alta al SARS-CoV-2: está sobrerrepresentada en muchas áreas de trabajos esenciales, como cuidado de personas, limpieza en residencias de ancianos u hospitales, industria de la alimentación, entrega a domicilio. Los lugares que habitan, como proyectos de viviendas públicas o subsidiadas, tienden a tener una densidad de población mayor, lo cual hace “que la capacidad de practicar el distanciamiento social sea bastante limitada, si no imposible”. Esta preponderancia en “ocupaciones, entornos y situaciones que aumentan la exposición al nuevo coronavirus” no es accidental, subrayaron los investigadores: “Se basa en la violencia estructural histórica y contemporánea del racismo”.
Por último, los autores destacaron que la politización del COVID-19 en la discusión pública en los Estados Unidos también afectó especialmente a las comunidades afroamericanas. Muchos municipios y estados con gobiernos republicanos, donde hubo menos adhesión al uso de máscaras y a la distancia social, por ejemplo, también fueron los primeros en reabrir las economías. En uno de ellos, Georgia, se produjo “uno de los brotes de COVID-19 más devastadores del país entero entre residentes afroamericanos”. Se trata del condado de Dougherty, que tuvo una tasa de mortalidad de 27 por 100.000 personas, de las cuales el 81% eran afroamericanas, aunque su representación en la población era menor, del 69 por ciento.
“No todos corremos el mismo peligro ante el COVID-19”, concluyeron Poteat, Nelson y sus colegas. “Como otras enfermedades, es decididamente racializada”. Las condiciones que llevan a esos resultados no son azarosas ni pasivas, al contrario: “Se producen activamente a través del racismo contra los afroamericanos que está institucionalizado en el sistema político estadounidense. El campo de la epidemiología debe abrir los ojos a que el sistema de racismo es más que un telón de fondo pasivo y es, en realidad, una epidemia que actúa de manera dinámica y ha convergido con la del COVID-19 para acelerar la exposición, la infección y la mortalidad entre los afroamericanos".
Por último, el análisis ofreció varias recomendaciones para reducir las disparidades en el corto plazo, como compensar, especialmente, por el riesgo que corren, a las personas que realizan tareas que no se pueden hacer desde la casa; brindar servicios de salud universales o accesibles más allá del empleo o los ingresos y garantizar que los trabajadores esenciales cuenten con equipo de protección personal y puedan realizarse pruebas de SARS-CoV-2 y tomar licencias pagas por enfermedad.
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