Aaron Burch es miembro de COVID Survivors for Change. Vive en Montrose, Michigan, con su esposa e hijos y sirve en la Reserva del Ejército de los Estados Unidos. Escribió una misiva en la cual volcó sus sentimientos luego de que su madre y flamante abuela, Cheryl Burch, muriera como consecuencia de COVID-19. Con una salvedad: Cheryl nunca conoció a su último nieto por estar conectada a un respirador artificial que la mantuvo con vida en su larga batalla contra el coronavirus.
En la epístola escrita por Aaron -y publicada por la revista Newsweek- se describen cómo fueron los últimos días y horas de la mujer de 61 que comenzó a sentirse mal semanas antes a su hospitalización confirmándose el temor de todos: había contraído la enfermedad que sacude al mundo.
“Cuando mi esposa y yo llevamos a nuestro nuevo bebé para que conociera a sus hermanas mayores en la casa de nuestra familia en Michigan la semana pasada, pensaba constantemente en mi madre, Cheryl, que había estado tan emocionada de conocerlo”, comienza la carta el reservista del Ejército de los Estados Unidos y miembros de la ONG.
Sin embargo, lo planeado no pudo concretarse. Al momento de cruzar el umbral de la vivienda, supieron que Cheryl no conocería al nuevo miembro familiar. “Mi madre ya estaba conectada a un ventilador el día en que mi esposa y yo le dijimos que íbamos a tener un niño, su primer nieto varón. Las enfermeras sostuvieron un iPad para que pudiéramos contarle las buenas noticias en Zoom en mayo. Mi mamá, que ya estaba emocionada de saber que estábamos embarazados, estaba demasiado enferma para responder, salvo por una débil sonrisa alrededor del tubo del ventilador”.
El cuadro previo de Cheryl hacía suponer que de contagiarse, su proceso de recuperación sería duro. Si esa recuperación finalmente se daba. “Durante muchos años, mamá había estado viviendo con artritis reumatoide, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, enfermedad de Crohn y diabetes. Recientemente le habían diagnosticado lupus. Cuando ocurrió la pandemia, todos sabíamos que estaba en riesgo y estábamos aterrorizados de que se enfermara. Inmediatamente se puso en cuarentena y mi familia hizo todo lo posible para mantenerla a salvo. Nunca sabremos con certeza cómo contrajo el virus, pero mamá se enfermó de COVID-19 y entró al hospital el 14 de abril”.
“Y aunque verla tan enferma era horrible, estábamos seguros de que pronto vencería al COVID-19 y volvería a su vida normal de malcriar a sus nietos, mimar a sus cuatro perros y cocinar los domingos mientras su música favorita sonaba en la cocina . Después de todo, la mujer que mis hijas llamaban Nana era más grande que la vida. Un mundo sin ella en él era inimaginable”, recordó Aaron en su emotiva columna.
Cheryl dejó este mundo en los primeros días de junio como nunca imaginó que lo haría. Igual que la mayoría del más del millón de pacientes que perecieron víctimas del COVID-19. Dejó huella en su familia, en sus amigos y en su comunidad. Así lo transmite su hijo: “Mi mamá vivió su vida rodeada de personas que amaba. Pero cuando respiró por última vez el 4 de junio, murió con extraños a su lado. Ella fue aislada de nosotros, cuidada en sus últimos momentos por compasivos médicos y enfermeras que ya habían visto demasiadas muertes”.
“Mi hermana y yo, ambas músicoos, nos dimos cuenta de que nunca volveríamos a ver su rostro sonriente entre la multitud en nuestras actuaciones. Mis hijos no podían comprender que los domingos no habría nuggets de pollo y macarrones con dinosaurios de Nana. Luchamos para creer que era real. ¿Cómo podría irse mi madre de 61 años, lo suficientemente sana como para perseguir a los niños pequeños y dar largos paseos en motocicleta?”, escribió Aaron.
“El dolor se apoderó de nosotros primero, ahogándonos con su implacabilidad. Mi hija de 7 años estaba tan molesta la noche que murió Nana que pensó que todos los que amaba también iban a morir. Mi esposa y yo llamamos a toda nuestra familia con ella a nuestro lado para demostrar que estaban a salvo. Mi papá, Al, rara vez había conocido una noche sin mi mamá en los 43 años que habían estado juntos. Mi hermana y yo deambulamos en la niebla, preguntándonos si simplemente llamáramos a su teléfono celular una vez más, podríamos escuchar su voz. Guardé los mensajes de texto y los mensajes de voz que me había dejado para poder leerlos una y otra vez”, volcó el reservista casado con Sada en su texto.
La misiva escrita por Aaron, que volcó no sólo sus sentimientos sino los de todos sus seres cercanos, fue compartida por miles de personas luego de su publicación en Newsweek. Es que lo que movilizó la partida de Cheryl es lo mismo que penetró en cientos de miles de familias alrededor del mundo. “Mi mamá había sido nuestra mayor campeona, allí en cada concierto escolar, en cada graduación, en cada hito de nuestras vidas. Su amor por ayudar a los demás me impulsó a unirme al ejército y a mi hermana a ser oficial de policía. Su amor por la música nos inspiró a ambos a convertirnos en músicos de por vida. Pero, de repente, su música se detuvo”.
“Luego vino la ira y la frustración: feroz e implacable, porque mi madre no tuvo que morir, ni tampoco los más de 200.000 estadounidenses que han muerto a causa del COVID-19 desde que comenzó la pandemia”, mostró su descontento Aaron con la forma en que fue administrada la pandemia. “Mi madre debería haber cumplido 62 años el 18 de septiembre. Mis padres habrían celebrado 36 años de matrimonio el 11 de agosto. Ella debería estar aquí para conocer a su nieto. Le quedaban décadas con su familia. Después de trabajar tan duro para el estado de Michigan durante años, estaba lista para relajarse, viajar, pintar y tocar la música que tanto amaba. En cambio, mi familia y yo nos quedamos con la imagen de ella como la vimos por última vez: cubierta de tubos, su rostro siempre sonriente oscurecido por tanto equipo médico. Es una imagen que permanecerá con nosotros por el resto de nuestras vidas”.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: