Pocos casos han recibido tanta atención del público como el de Chris Watts, quien cumple cinco condenas a prisión perpetua en una cárcel de Wisconsin por el femicidio de su esposa Shannan, embarazada de 15 semanas en el momento de su muerte en 2018, seguido de la asfixia de sus dos pequeñas hijas, Bella y CeCe. El monstruo de Denver, como se lo llamó, fue diseccionado en los medios por familiares y amigos, analizado por expertos en los tribunales, hasta interpretado en un docudrama. Dada esa abundancia, ¿qué interés podría tener un documental que —como el que Netflix acaba de estrenar— advierte en sus primeros segundos “Todos los materiales de esta película fueron capturados por la policía, los medios de comunicación o subidos a internet"?
Mucho, parece indicar la respuesta del público, que convirtió a American Murder: The Family Next Door en el programa más visto en Netflix en los Estados Unidos a apenas días de su estreno, el 30 de septiembre.
Y todo indica que esto ha sucedido precisamente porque recurrió a esos materiales verdaderos para reconstruir las vidas de las víctimas y el victimario. No hay entrevistas post-facto a la madre acongojada, los amigos furiosos, lo criminólogos especializados en psicópatas. Al usar exclusivamente fotos y videos de las cuentas sociales y los archivos personales de los Watts, los mensajes de sus teléfonos, las imágenes de las cámaras en los uniformes policiales y los registros de la cárcel, el largometraje de Jenny Popplewell adquirió una fuerza superlativa: la de la realidad.
La directora eludió todos los lugares comunes de la crónica negra, empezando por el planteo de un misterio y su consecuente solución, y en cambio dejó a la vista los entresijos de un matrimonio en desintegración que derrapa hacia el horror. Mediante el contraste entre las vidas idílicas que las personas crean en las redes sociales y el ciclo repetido de la violencia doméstica, expuso así, sin anestesia y simplemente, la aniquilación de una familia.
A lo largo de 83 minutos, la experiencia es menos de voyeurismo que de compasión. Los archivos del timbre inteligente muestran cómo el 13 de agosto de 2018 Shanann Watts llegó a su casa luego de un viaje de trabajo. La cuenta de Facebook de la mujer ofrece imágenes de amor de la pareja, de vacaciones perfectas, de juegos con las niñas. Sus mensajes de texto, en cambio, exponen sus esfuerzos por sacar adelante una relación rota, sus conversaciones con sus amistades sobre esos problemas. Los resúmenes bancarios de las cuentas de los Watts prueban las salidas del hombre con una amante. Un video del archivo telefónico muestra a las niñas cantando una canción sobre cómo su padre era su héroe.
Mientras ve eso, el espectador sabe que Shanann Watts no iba a volver a cruzar esa puerta con vida; que el amor, las vacaciones y los juegos eran solo una parte de la relación, cuyo lado oscuro no era instagrameable; que la dimensión de la tragedia familiar superaba ampliamente la posibilidad del arreglo; que lejos de ser el héroe de sus hijas Chris Watts fue su asesino a sangre fría.
—Papi, ¿qué le pasó a mamá? —preguntó Bella cuando vio que su padre cargaba el cuerpo de Shanann, según confesó luego de fingir que su familia había desaparecido y él la buscaba.
Dejó el cadaver de la mujer en la camioneta, donde lo llevaría para ocultarlo en un tanque en la refinería de petróleo donde trabajaba. Subió también a las niñas al vehículo.
—Papi, no —dijo luego Bella, cuando comprendió que, tras asfixiar a su hermana menor, su padre se disponía a hacer lo mismo con ella. La reproducción también es parte de la confesión del asesino múltiple.
“American Murder es lo más duro que he visto en mi vida”
Según algunos de los comentarios que los usuarios de Netflix han dejado, el documental de Popplewell no ahorra espanto, aunque sin caer nunca en el sensacionalismo. “Dios, fue tan perturbador”, escribió uno; “American Murder es lo más duro que he visto en mi vida, me sentí físicamente mal”, agregó otro; “Me hizo pedazos”, sintetizó una persona más. Una cuarta advirtió que conviene estar al tanto del caso antes de sumergirse en “las imágenes en bruto, de primera mano”.
“Recomiendo mucho que lo miren”, publicó en las redes Frankie, el hermano de la mujer asesinada por su esposo. Elogió a la directora por el cuidado con que trató a la familia y agregó sobre el equipo de producción: “Se aseguraron de que estuviéramos de acuerdo con que hicieran esto antes de comenzar, a diferencia de la horrible película de Lifetime. Este documental le da una voz a mi hermana, y ella habla a todo lo largo. También muestra cómo era su vida antes de él y lo feliz que se sentía con su hermosa familia antes de que él la engañara, cambiar y se convirtiera en ese monstruo”.
Hello contó que muchas personas expresaron en Twitter, bajo el hashtag #AmericanMurderTheFamilyNextDoor (que se ha seguido llenando de comentarios similares), su conmoción y su tristeza: “Estoy llorando después de ver sus videos familiares”; “Si eres madre o padre y lo miras sin sentir que el corazón se te sale del pecho, es que estás muerto por dentro”; “Esto es aterrador, desgarrador”, y una cantidad incesante de emojis bañados en lágrimas.
La deconstrucción a partir de “la huella digital que dejamos”, como dijo Popplewell a Collider, permite también que los espectadores reflexionen sobre el significado de sus propias vidas en línea, relatos en los que lo que se muestra es tan importante como lo que se omite. Desde el comienzo la documentalista británica expone al asesino, así que no hay investigación que avance: son las circunstancias, y su espantosa condición ordinaria, lo que atrae el interés de las personas. El crimen es monstruoso pero detrás está el mismo, banal feed de Facebook o Instagram de cualquiera.
En Twitter también se destacaron muchos de admiración por el papel de dos personas en el descubrimiento de Chris Watts: un vecino, Nate Trinastich, quien de inmediato observó que el femicida no actuaba como de costumbre, y Nickole Atkinson, la amiga de Shanann que de inmediato sospechó que algo estaba mal. Ella fue quien intentó buscarla en su casa, topó con las mentiras del esposo, llamó a la madre de la mujer y a la policía y, como consecuencia, la investigación comenzó de inmediato en lugar de días más tarde, lo cual hubiera permitido que el asesino pudiera escapar.
La víspera del horror
El documental reproduce la comunicación de Atkinson al 911:
—Me llamo Nickole y llamo porque estoy preocupada por una amiga mía. La dejé en su casa a las 2 de la mañana, anoche, y no he podido dar con ella esta mañana. Fui hasta su casa y su auto está allí. No contesta las llamadas, no contesta los mensajes de texto.
—¿Cómo se llama ella?
—Shanann Watts.
Habían viajado juntas, por trabajo, a Arizona, agregó. “Ella estuvo muy angustiada todo el fin de semana, no comía ni bebía normalmente, y tratábamos de insistirle”.
La narración de Popplewell recogió entonces algunos de los mensajes de texto que Shanann envió a Chris y que podrían explicar esa ansiedad: “Te extraño y te quiero tanto”, decía uno; “¡Todavía estoy asombrada de que vayamos a tener un varoncito! Me siento tan entusiasmada, tan feliz"; “Gracias por permitirme abrazarte esta mañana, ¡fue tan lindo!”.
Habían pasado cinco semanas separados; Chris Watts tenía una relación paralela con una compañera de trabajo, Nichol Kessinger, a la que le había dicho que se estaba separando de Shanann. Su esposa embarazada lo había descubierto.
Se reencontraron poco antes de que la víctima viajara; American Murder también empleó fragmentos de la carta manuscrita que ella le dejó a él sobre la mesada de la cocina: “Extrañé verte reír y jugar con las nenas. Me encanta verlas sonreír contigo”, decía uno. Y otro: “Siempre lucharé por nuestro matrimonio y por ti. ¡Te quiero, mi amor, con todo mi corazón!".
Pero, según recordó Atkinson, ella le dijo que no había logrado hablar con él ese fin de semana que resultó el último de su vida.
Los años felices
—Hola a todos, me llamo Shanann. Quería contarles algo de mi historia. Pasé por uno de los momentos más oscuros de mi vida y entonces conocí a Chris. Y él es lo mejor que me ha pasado.
La mujer habla a cámara, es decir mirando a los ojos del espectador que sabe que ese hombre, lejos de ser lo mejor que podía pasarle, es quien planearía con detalle su asesinato y el de sus dos hijas. Pero en el momento de subir esa publicación a las redes sociales, Shanann Watts había salido de una relación mala y había recibido un diagnóstico de lupus, así que la progresión de un pedido de amistad en Facebook a un matrimonio con dos niñas la hacía sentir —tal cual dijo— “la muchacha más afortunada del mundo”.
Popplewell muestra fotos y videos en los que Chris juega con las niñas, lava los platos, sonríe feliz a cámara: el esposo perfecto.
Para reconstruir otras instancias, como el disgusto que los padres de él sentían por ella, al punto de no asistir a su boda, la narración recurre a otras fuentes, como el propio femicida en su tardía confesión: “Mi mamá nunca pensó que ella fuera lo suficiente”. También a textos de la mujer a su amiga Atkinson: “Los suegros no vinieron”, le escribió en un mensaje el día que CeCe cumplió tres años. “No quiero volver a verlos”.
La amante: “Nunca le dije que su esposa fuera un problema”
Pero ni en Facebook ni en los mensajes a sus padres Shanann dejó que se filtrase la realidad de su matrimonio: la madre declaró en los tribunales —y el documental lo mostró— que no tenía idea que la pareja pasara por una crisis.
También Chris Watts lo negó ante los detectives, una y otra vez durante los interrogatorios. Hasta que lo admitió: “La engañé. Esas cinco semanas que estuve solo, estuve con ella [Nichol Kessinger] la mayor parte del tiempo”. Describió a su novia como “una persona maravillosa” que “sabía que estaba casado” y que también estaba al tanto de que “estaba atravesando algunos problemas”.
Los registros policiales también mostraron que el femicida tenía momentos de felicidad con Kessinger, que escondía algunas apps para mantenerse en contacto con ella sin que su esposa lo notara, que pagó una cuenta en un bar con la cuenta conjunta del matrimonio, que un mes antes de los homicidios múltiples visitó con ella un museo de automóviles y rechazó las cuatro llamadas que Shanann le hizo ese día. A fin de mes acampó una noche con Kessinger en un parque nacional; también le envió varias cartas de amor, en una de las cuales escribió: “Cuando estoy contigo, siento paz en la atmósfera”.
Kessinger le dedicó fotos (y Chris Watts las guardó encriptadas en su teléfono) y estuvo mirando vestidos de novia, según el historial del navegador de su teléfono. Cuando comenzaron las investigaciones lo defendió: “Creo que es un buen hombre, estoy preocupada por su esposa y sus hijas”, dijo como un eco de lo que decía él, insistente en su teoría de que Shanann lo había abandonado.
Pero entonces la amante supo que la mujer desaparecida estaba embarazada, y algo le sonó mal. “Me enteré por los medios”, le dijo a un detective. “Realmente me preocupa que no puedan localizar a esta mujer y sus niñas. No está bien, me asusta”. Repitió a la policía que “nunca, nunca” le había sugerido siquiera a él que su familia sería un inconveniente para la relación entre ellos.
“Nunca le dije que su esposa fuera un problema. Todo esto me ha conmocionado como al resto del mundo", dijo al conocerse la verdad. Se convirtió entonces en voz por la fiscalía; por ese motivo, actualmente vive con un nombre nuevo, bajo el programa de protección de testigos, y cortó todo contacto con Chris Watts.
El vecino y el detector de mentiras
Uno de los elementos que le permitió a Popplewell evitar cualquier licencia dramática que rompiera la crudeza de la realidad fue el testimonio del vecino, Nate Trinastich, quien rompió el espejismo de felicidad suburbana de la familia que parecían encarnar los Watts. Sus cámaras de seguridad daban a la casa de la pareja, y se ofreció a revisarlas con la policía.
El documental muestra cómo a las 5:17 de la mañana Chris Watts movió su vehículo fuera del lugar de estacionamiento. Durante el interrogatorio, se había defendido: siempre lo ponía allí para cargar o descargar herramientas. Trinastich lo refutó: nunca de ese modo, ni en ese lugar específico. “No actúa como de costumbre”, dijo a los detectives. “Para nada”.
Días más tarde, cuando Watts había montado un espectáculo con los medios en su casa, para dar entrevistas y pedir a la población que lo ayudara a recuperar a su esposa y sus hijas, Trinastich se sintió seguro de que el hombre sabía más de lo que decía. “Él normalmente es alguien callado, apagado, que nunca habla. Que se la pase cotilleando me hace sospechar algo”, dijo a la policía.
Para entonces, los investigadores estaban molestos por lo que parecían las señales de una falsa denuncia: el hombre mostró el teléfono de su esposa, su cartera, sus documentos y su anillo de bodas, como si ella hubiera dejado todo como un mensaje de final, de abandono. El documental muestra fragmentos de una larga sesión —siete horas— de Watts en un detector de mentiras, en el cual obtuvo un puntaje de -18, bastante más que el -4 que indica que alguien no dice la verdad.
Poco después, presionado por la presencia de su padre en la sala de interrogatorios, Chris dijo que había tenido un ataque de ira cuando, tras una discusión, Shanann había estrangulado a CeCe, y él la había estrangulado a su vez; luego había encontrado el cuerpo de Bella. Pero los investigadores no le creyeron. Por fin reconoció que había matado a sus hijas luego de manejar 60 kilómetros hasta la refinería, con el cadáver de su esposa en la camioneta.
“Pienso en todo el viaje hasta allí”, dijo en la confesión. La mujer, embarazada, muerta, en el piso de la camioneta; las hijas junto a ella. “¿No podría haber salvado la vida de mis niñas? ¿No podría haber hecho algo? ¿Por qué hice lo que hice? No lo sé. Toda mi vida quise ser un padre, tener hijos, saben, y que me amaran, todo eso. Nada tiene sentido”. Desde los hechos, agregó, la voz de Bella, la última en morir, resuena en su cabeza: “Papi, no”. Todos los días, insistió. “Escucho sus palabras todos los días”.
Sin sentido
Luego de los asesinatos Watts llamó a la escuela de sus hijas para avisar que no asistirían a clase; también a un agente inmobiliario para conversar sobre la venta de su casa; por último, a Kessinger. Como si nada hubiera sucedido.
Pero pronto tendría que reconocer todo lo que había pasado: se declaró culpable de asesinato, interrupción ilegal de un embarazo y manipulación de cadáveres, entre otros cargos. Su colaboración con la fiscalía le permitió evitar la pena de muerte y recibir en cambio cinco condenas a prisión sin posibilidad de libertad condicional.
Cada día, cerró American Murder, tres mujeres son asesinadas por su pareja o su ex pareja en los Estados Unidos. Las personas que matan a sus hijos o sus parejas son primordialmente varones y sus delitos, casi invariablemente premeditados.
El gran logro del documental es hacer que esas cifras, que se leen en un segundo y se olvidan, de pronto se sientan cerca de los espectadores. Se aplican a la gente feliz que ellos sigue en las redes sociales, o acaso a ellos mismos, que tienen una pareja encantadora y unos niños adorables y viven en una casa con jardín. Se aplican al vecino tan amable, tan común, tan conocido.
Como el mismo Watts dijo a la policía, no hay otra explicación que el sinsentido, el puro mal.
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