Rusia mantiene su “granja de trolls”, la fabulosa maquinaria para manipular la información en las redes sociales, así como sistemas públicos y privados, por un precio muy modesto. De acuerdo a lo revelado por el Kremlin, su presupuesto es de 1,25 millones de dólares al año. Una suma insignificante si se tienen en cuenta los enormes beneficios que trajo a la política exterior del gobierno de Vladimir Putin. Oficialmente, se conoce a esa “granja” como Agencia de Investigación de Internet (IRA) y tiene su sede en San Petersburgo. Su más notable golpe fue la manipulación de las elecciones estadounidenses de 2016. Los hackers lograron imponer la imagen de un presidente aparentemente pro-ruso en Donald Trump, propinar una humillante derrota a Hillary Clinton (a quien el presidente ruso Vladimir Putin siempre detestó) y, sobre todo, exponer la disfuncionalidad de la democracia estadounidense. Y todo indica que el IRA lo está intentando otra vez en estas elecciones en las que Trump enfrente al demócrata Joe Biden.
Los hackers del IRA ya están instalados y camuflados entre millones de cuentas válidas de las principales redes sociales que pueden poner a trabajar en su objetivo cuando lo deseen. Un informe de la CIA, la central de inteligencia estadounidense, realizado con aportes de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y el FBI, que se entregó a la Casa Blanca el 31 de agosto pasado, indica que Rusia está interfiriendo en el proceso para las elecciones del 3 de noviembre. “Evaluamos que el presidente Vladimir Putin y la mayoría de los altos funcionarios rusos están al tanto y probablemente dirigen las operaciones de influencia de Rusia destinadas a denigrar al ex vicepresidente de Estados Unidos, apoyar al presidente de Estados Unidos y alimentar la discordia pública antes de las elecciones de noviembre”, dice la primera línea de la evaluación publicada esta semana por el Washington Post. El ex agente de la CIA, Douglas London, explicó a la CNN que el uso de la palabra “probablemente” por parte de la agencia cuando se trata de un tema de tal importancia significa que “sus analistas tienen la suficiente confianza basada en su profunda experiencia como para arriesgar su reputación al hacer tal afirmación”.
Por su parte, William Evanina, director del Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad, acusó al parlamentario ucraniano prorruso Andrii Derkach de “difundir afirmaciones sobre corrupción” para socavar la candidatura de Biden. Derkach tiene una estrecha relación con Rudy Giuliani, el ex alcalde de Nueva York y abogado personal de Donald Trump. También con medios de la extrema derecha, como One America News Network, donde dio a conocer algunos materiales anti-Biden relacionados a los negocios que hizo el hijo, Hunter Biden, con gobiernos extranjeros mientras su padre era vicepresidente. El Departamento del Tesoro estadounidense sancionó a Derkach por esas maniobras y lo etiquetó como un “agente ruso activo”. “Derkach y otros agentes rusos emplean la manipulación y el engaño para intentar influir en las elecciones en Estados Unidos y en otras partes del mundo”, escribió el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, en un comunicado a principios de septiembre.
Claro que la situación de Rusia no es la misma de la de hace cuatro años y la opinión pública rusa ya no parece tan proclive a tolerar cualquier aventura del presidente Putin. La pandemia y la caída de los precios del petróleo golpearon duramente al país, y los índices de aprobación de Putin cayeron en picado. El presidente ruso utilizó a su favor las victorias en política exterior, como la invasión de Crimea en 2014 y la intervención rusa en Siria, para mantener el apoyo popular. Pero, el contrato tácito que subyace por debajo de esta estrategia, “hacer que Rusia vuelva a ser grande en la escena mundial vale algunos sacrificios económicos y políticos”, ya era frágil antes de la pandemia. Ahora, con la economía rusa en camino hacia un estancamiento a largo plazo, la mayoría de los rusos quieren que su gobierno se centre en los problemas internos. Venderles otra aventura de política exterior sería una tarea difícil. Aunque la actividad de los hackers puede pasar desapercibida para la mayoría de los rusos y Putin podría seguir con su “juego” mientras no se vuelva como un boomerang contra el Kremlin.
También es cierto que cualquier intervención para manipular a los votantes estadounidenses y cubrir sus huellas, le son cada vez más difíciles a los agentes del IRA. Una enorme red de analistas, oficiales y no tanto, ahora monitorea las operaciones de desinformación de Rusia en todo el mundo. Las compañías que manejan las redes sociales están siendo presionadas para que eliminen cuentas sospechosas de difundir desinformación (fake news). También hay mucha información circulando sobre el origen de las campañas. La investigación que realizó el fiscal Robert Mueller reveló las tácticas operativas del Kremlin con mucho detalle. Publicó una lista con los nombres de los agentes del IRA y del GRU, la unidad de inteligencia militar rusa, que realizaron los ciberataques contra el Comité Nacional Demócrata y la campaña de Hillary Clinton.
Al mismo tiempo, la Administración Trump, “por razones que siguen siendo uno de los principales misterios de su gobierno”, según un editorial del viernes en el New York Times, cerró los ojos ante las transgresiones en serie de Putin, desde la intromisión en las elecciones estadounidenses hasta la anexión de Crimea y el envenenamiento de los disidentes. Y sigue haciéndolo ahora cuando se sabe que los hackers rusos están intentando entrar en las cuentas de la campaña de Biden y en el sistema del correo estadounidense que tiene que hacer el recuento de los millones de votos que este año se realizarán a través de esa vía. Aquí está el mayor peligro porque el propio Trump se niega a decir si va a aceptar los resultados de los comicios si le son desfavorables. También se opone al voto por correo porque cree que son en su mayoría de demócratas, a pesar de que de esa manera los ciudadanos se protegen de contagiarse de Covid.
Putin parece decidido a pasar el resto de su vida al timón de Rusia y uno de sus principales objetivos, de acuerdo a los analistas del Kremlin, es socavar la fe en la democracia occidental. La mayor parte de la interferencia de Rusia en 2016 tenía como objetivo amplificar las divisiones en torno a temas sociales como el racismo, la inmigración y la religión. Estas divisiones se profundizaron en la era del coronavirus, proporcionando a los hackers rusos aún más oportunidades para incitar al caos. Un Estados Unidos más dividido significa una Casa Blanca más metida en los asuntos internos y menos preocupada por hacer retroceder las actividades de Rusia en Siria, Ucrania y otros lugares. “Putin quiere tener las manos libres para cumplir su objetivo de `devolver la grandeza a Rusia´ y convertirse en el referente indudable de la política internacional. Y para eso, tiene que neutralizar a Estados Unidos. Interferir en la política interna americana es la vía para obtenerlo”, explicó al Washington Post un opositor ruso que no quiso que se publicara su nombre por temor a ser envenenado como su colega Alexei Navalni.
De acuerdo a la investigación del fiscal Mueller, los hackers rusos siguieron los pasos de cualquier entendido en marketing on line. El primero, fue construir una audiencia. Ya en 2014, el IRA había creado cuentas falsas en los medios sociales que supuestamente pertenecían a ciudadanos estadounidenses comunes. Usando esas cuentas, armaron un contenido que no era necesariamente divisivo o incluso político, sino simplemente diseñado para atraer la atención. Una cuenta de IRA en Instagram, @army_of_jesus, inicialmente publicó imágenes fijas del Muppet Show y Los Simpsons. Entre 2015 y 2017, el IRA también compró más de 3.500 anuncios en línea por aproximadamente 100.000 dólares para promover sus páginas.
El segundo paso fue sacarse la careta. Una vez que una cuenta administrada por el IRA ganaba algunos seguidores, de repente comenzaba a publicar contenido cada vez más controvertidos sobre racismo, inmigración y religión. Una cuenta que se destacó de las otras fue la atribuida al grupo anti-inmigrante de Facebook “Fronteras Seguras”. También dos cuentas que apoyaban el movimiento Black Lives Matter de Facebook y una de Twitter llamada “Blacktivista”. El grupo más popular controlado por el IRA, “Musulmanes Unidos de América”, tenía más de 300.000 seguidores en Facebook a mediados de 2017, cuando la red desactivó la página. Todas las cuentas lanzaban mensajes contra Hillary Clinton y otros candidatos demócratas. Unas lo hacían directamente, otras sembrando el odio en las diferentes comunidades a las que iban dirigidas.
El tercer paso fue hacer más real y convincente el mensaje. Las cuentas falsas del IRA enviaron mensajes privados a sus seguidores, instándolos organizar manifestaciones de protesta. En algunos casos hacían llamamientos a grupos opuestos para el mismo día, hora y lugar con el fin de fomentar enfrentamientos violentos. Por ejemplo, lo hicieron con la cuenta Instagram Stand for Freedom que hizo un llamado a una concentración de milicianos armados pro-Confederados en Houston frente a un auditorio donde se presentaba un popular grupo de rap. Otro mitin organizado por el IRA en esa misma ciudad, contra la “islamización” de Texas, provocó un enfrentamiento violento frente al Centro Islámico Dawah de Houston.
Las cuentas dominadas por los agentes rusos tuvieron audiencias extraordinarias. Fueron 126 millones sólo a través de Facebook, según datos de la compañía, y 1,4 millones a través de Twitter. La publicación de los correos electrónicos de la campaña de Clinton robados por el IRA, dominó los titulares de las noticias durante meses, empañando la imagen del Partido Demócrata y de la campaña de Clinton. La campaña explotó algo que ya estaba latente en la sociedad estadounidense: una grieta entre los habitantes de las grandes ciudades de las costas y los de las pequeñas poblaciones del Medio Oeste; entre los políticos de Washington y la gente común; entre los que se acoplaron a las nuevas tecnologías y los que se quedaron sin sus trabajos industriales; entre los “intelectuales” y “el vulgo”. Por allí es donde se coló Donald Trump con la ayudita de los hackers rusos y juntos pusieron en peligro el sistema democrático más consolidado del mundo. Esa extraña alianza vuelve a estar vigente en esta campaña para las elecciones del 3 de noviembre.